viernes, 31 de julio de 2009

Día 82 - And the answer is...yes

Ayer, después de mucho reflexionar, decidí que tenía que tratar de recomponerme como pudiera para hablar con Sebastián. Porque, a fin de cuentas, ¿qué sentido tendría sino haber terminado las cosas con Martín si no era para apostarle a algo con el vecino? Además, pensé que si seguía esperando, él iba a interpretar que mi respuesta era no. Y eso era lo que menos quería.

Me bañé durante un largo rato, me lavé el pelo, me peiné (no lo hago siempre, por eso aclaro, y mucho menos en los últimos días), y traté de que se me notara un poco menos la cara de muerta que tenía. Me puse una toalla mojada en agua fría sobre los párpados para deshincharlos, para disimular que me había pasado los últimos días llorando a más no poder. Después me puse un poco de rimmel, apenas, y un toque de rubor.
Me vestí más o menos bien, pero sin exagerar. Jean, remera azul con voladitos, y mis adoradas y tan versátiles chatitas negras.

Me miré al espejo, y noté que había cubierto mi aspecto de estoy-en-camisón-desde-el-domingo-de-noche-y-sin-tener-contacto-con-la-sociedad bastante bien. Listo, a ver al vecino, entonces.

Tomé el ascensor para subir los tres pisos que nos separan, y toqué timbre. Cuando me abrió, fue un poco frío, y me saludó con un beso en el cachete. Supongo que era porque no sabía si yo estaba ahí para decirle que sí o que no.
- Pasá, Agus. Sentate.
- Gracias - dije. Y me senté en una de las sillas del comedor.
- Bueno, te escucho.
- Ok, en primer lugar, disculpá que demoré en venirte a hablar. Estos días no me estuve sintiendo muy bien.
- No pasa nada, yo te dije que te tomaras tu tiempo. ¿Estabas con gripe?
- No, por suerte nada muy grave. Dolor de cabeza, malestar general, nada más.
- Ah, bueno, me alegro de que no sea nada. ¿Y qué pensaste con respecto a lo nuestro?
- Que sí, que quiero algo con vos.

Sonrió, se acercó hacia mí y me abrazó.
- Qué bueno, linda. Pensé que iba a ser un "no".
Se separó de mí despacio, y me dio un beso. Suave, lento, largo. Y lo disfruté, aunque por un momento pensé en que hace unos días, tres pisos más abajo y con unos metros de diferencia había besado a Martín por última vez. Sentí un poco de tristeza, pero traté de no pensar en eso, y seguí dándole besos a Sebastián.

- Estás muy linda hoy. Bueno, no sólo hoy, pero hoy en particular.
- Gracias. Me parece que el hecho de que te haya dicho que sí te condicionó, jajaja.
- Puede ser. ¿Comiste o querés que te prepare algo?
- No, ya comí, no te preocupes - dije. Era mentira, me había comido unos cuantos alfajores, pero podía haber seguido comiendo perfectamente.
- Ah, yo también en verdad, pero pensé que capaz que no habías comido nada y me dio cosa no ofrecerte. ¿Qué comiste?
- Te digo pero no te rías.
- I promise.
- Cené alfajores.
- Jajaja. No, perdón, no me río. ¿Cuántos?
- Seis.
- ¿Y te llenaste? Mirá que no tengo problema en cocinarte, sabés que me encanta.
- Sí, ya sé, pero no te preocupes.
- Bueno, hacemos así. Te invito mañana a comer. Así tengo tiempo de comprar las cosas y prepararate algo bien rico. ¿Te parece?
- Me re parece, jaja.
- A mí también, jaja. ¿Querés quedarte a dormir ahora?
- Es una idea tentadora, pero paso. Tengo que terminar unas cosas del laburo. Pero mañana sí me quedo.
- Dale. Te espero mañana a eso de las diez, como siempre.
- Dale, querido. Bueno, me tengo que ir yendo.
- Un beso más y te dejo irte.

Me agarró la cara, me atrajo hacia él y me besó de nuevo. Esta vez más apasionadamente. Y ahí fue cuando me acordé de nuevo del último beso con Martín y sentí que todavía me quedaban algunas lágrimas por llorar. Me disculpé de nuevo por tenerme que ir, me dijo que no pasaba nada y que me esperaba a las diez.

Cuando cerró la puerta, mientras esperaba al ascensor, me cayeron algunas lágrimas. Abrí la puerta del departamento y seguí llorando un poco más. Pero ya no tan angustiada ni pensando en que no había vida después de Martín. Aparentemente la hay, y tiene el nombre Sebastián escrito por todos lados.

jueves, 30 de julio de 2009

Día 81 - Day by day

Dejé por primera vez a Martín el veintiséis de diciembre del 2004. Lloré tres días en mi cama sin moverme de ahí, y recién salí al mundo exterior cuando fui obligada a ir a Punta del Este con mi familia. A mí nunca me gustó ir, porque odio la onda del lugar y sobre todo a la gente, pero fuimos verano tras verano porque es donde veranean los amigos de mis padres, y los amigos de mis abuelos.
Romi siempre pasa sus vacaciones en Colonia, y Fabi estaba visitando a sus primos en Brasil, así que con el corazón roto me encontré, como ahora, sola.

Ese mismo verano, mi tío Marcelo, el hermano de mi madre, acababa de terminar una relación con a quien yo le decía "la perra", en donde nunca quedó claro si le llegó a meter los cuernos a mi tío, pero todo apuntaba hacia ese lado. Después de darle vueltas y vueltas al tema, decidió que prefería dejarla. Y así nos vimos los dos, al mismo tiempo, en el período post-ruptura.

Yo era chiquita, tenía dieciséis y nunca había pasado por una nada similar. Mi tío sí, así que se encargó de levantarme del piso y decirme que todo iba a estar bien. Me explicó que si uno se pone a pensar en todo lo que se viene, el panorama no es bueno, porque uno siente que no va a superar al otro nunca. Y el sólo hecho de pensar en todo el dolor que eso te va a causar a futuro, te termina también amargando el presente.

Me dijo, también, que cuesta despegarse porque con el tiempo se establece una especie de adicción con respecto a la otra persona. Entonces, tu organismo se acostumbra a tener al otro cerca, de la misma manera que se acostumbra al cigarrillo o al alcohol. Y, como todos saben, tratar de erradicar una adicción es dificilísimo, de ahí tantos grupos y tantas fundaciones que luchan contra ellas. Pero, cuando empezás a vivir sin eso, el cuerpo de alguna manera con el tiempo acepta que no le vas a dar más, y la adicción se empieza a sentir cada vez menos.

Entonces, lo único que queda, es esperar a que pase el tiempo. Para que con el paso de él, se vaya haciendo más leve la necesidad de tener al otro cerca. Y, mientras tanto, tratar de pasarla lo mejor posible. Day by day, me dijo.
Cada día tratar de que las horas pasen rápido, de pensar lo menos posible y no darle vueltas al tema de si las cosas podrían haber sido diferentes. Mirar películas, series, y dentro de lo posible, salir. Convencerse de que hoy capaz que no estás bien, pero mañana seguro vas a estar un poco mejor.

Y así pasamos tardes enteras en la playa, tirados uno al lado del otro, tomando licuados. A veces hablando, y a veces pasando horas enteras en silencio, cada uno absorto en sus propios pensamientos. Pero siempre, ambos con lentes negros puestos. Lentes, cuya función no era precisamente cubrirnos del sol.

miércoles, 29 de julio de 2009

Día 80 - Nothing's fine, I'm torn

Desde el domingo de noche que no hago más que arrastrarme de un lugar a otro en camisón, principalmente de la cama a la cocina. Menos mal que fui previsora y compré muchas cosas con chocolate antes de la charla, porque sabía que de alguno de los dos me iba a tener que despedir y eso me angustiaba muchísimo. Así que resolví que mis penas iban a ser ahogadas en chocolate, y por lo tanto debía abastecerme de él. Compré muchas galletitas, alfajores, chocolate en barra. En resumen, todo lo que encontré en el super que tuviera chocolate.

Cancelé mis compromisos alegando que me sentía mal, lo cual no es del todo mentira. Me siento horrible. Me duele todo el cuerpo como si hubiera corrido una maratón o como si alguien me hubiera pegado en todos lados. No tengo ganas de hacer nada más que tirarme en el colchón a llorar, mirar series, y comer como un cerdo. Estuve pidiendo delivery, a costa de mi presupuesto, pero no me importa. En estas cosas uno hace lo que puede.

Tengo una llamada perdida de Valentina en el celular, que asumo es porque se enteró, pero no le pienso devolver el llamado. En mi casilla de mails, tengo uno de Fabi y otro de Romi, preguntando si hay novedades. Pero todavía no me animo a escribirles, y mucho menos a llamarlas. Contarlo, hace que pase a ser más creíble. Poder contarlo, implica aceptarlo. Y no sé si todavía lo hice.

Desde el domingo de noche que sueño que va a sonar el timbre, y va a ser Martín con un ramo de rosas. Sueño que me dice que me ama y que sí, todo puede estar bien entre nosotros. Sueño que ese beso en la puerta no fue el último, sino el primero de algo mucho mejor. Pero después me despierto, y me doy cuenta de que estoy sola, y de que Martín no va a volver a aparecer por la puerta de donde salió. Que va a pasar a ser un conjunto de recuerdos en mi cabeza. Desde nuestro primer beso, el cuatro de julio del 2004, hasta el último, el veintiséis de julio del 2009. Una sucesión de imágenes de cinco años de idas y vueltas que, para bien o para mal, terminaron.

Me cuesta creer que nunca más voy a sentir su perfume, y que ya no habrá más cenas de Burger King en el colchón. Que nunca más vamos a estar tirados en la cama, abrazados, hablando de pavadas. Y definitivamente, no puedo aceptar que nunca más vamos a "hacer el amor", como le llama él.

Yo sé que tengo al vecino, y que en algún momento le voy a tener que decir que sí, que quiero arriesgarme y ver que pasa. Pero, por ahora, no puedo concebir la idea de salir de mi departamento, ni siquiera para ir a tocarle timbre y decirle que quiero que estemos juntos. Hoy, en lo único que puedo pensar, es en el que se fue para no volver más.

martes, 28 de julio de 2009

Día 79 - Finalmente, la charla (II)

- ¿Sabés lo que pasa, Agus?
- ¿Qué, Martín?
- Que yo en un momento quise...
- ¿Pero?
- Pero vos me fuiste alejando.
- ¿Cuándo?
- Y cuando yo volví de Israel te dije para empezar algo y vos me dijiste que no sabías. En principio me dijiste que sí, pero...
- Pero después vos no apareciste por una semana.
- Sí, yo sé que estuve mal. Pero tampoco para que me dijeras que no me querías ver nunca más.
- Bueno, Martín, ¿qué querés? No puedo estar esperandote toda la vida. Supuestamente estando allá te diste cuenta de que querías estar conmigo. Lo mínimo que posías hacer era hacer todo lo posible para estar conmigo cuando volvieras. Y desparecer por una semana no fue lo indicado.
- Ok, te acepto que esa vez el error fue mío. Pero después te busqué de nuevo, te pedí para hablar y me dijiste que no. Estuve meses tratando de que volviéramos a hablar, aunque sea para que quedara todo bien entre nosotros y a vos ni te importó.
- ¿Ni me importó? ¿No te das cuenta de que no pude verte durante todo ese tiempo porque me seguías importando? ¿Te pensás que no quise volver a verte y volver a estar con vos?
- ¿Entonces por qué no quisiste verme para arreglar las cosas?
- ¡Porque ibamos a arreglas las cosas y después me ibas a volver a dejar!
- ¡Yo nunca te dejé! Recorré nuestra historia y te vas a dar cuenta de que siempre fuiste vos la que cortó todo.
- Técnicamente, sí. ¿Pero por qué te parece que lo hice? ¿Qué clase de seguridad me dabas vos, Martín?
- Yo cambié, Agus. Mucho. Y es eso lo que vos nunca viste.
- ¿Desde cuándo?
- Desde que volviste de Nueva York seguro. ¿Ves? Esa fue otra vez en la que fuiste vos la que no quiso. Yo te dije de volver y fuiste vos la que planteó la relación sin compromisos.

Respiré hondo, y sin poder parar de llorar seguí hablando.
- ¿Cómo podías esperar que reaccionara yo ante tu planteo? ¿Qué querías que te dijera? ¿"Te amo, Martín. Vamos a volver así somos felices para siempre"?
- No, ¡pero por lo menos me podrías haber dado una oportunidad!
- ¿Pero no te das cuenta de que no pude? ¿Cómo se suponía que volviera a confiar en vos después de tantas veces que no supiste qué era lo que querías conmigo?
- Yo entiendo eso. Por eso acepté la relación sin compromisos. Pero siempre tuve la esperanza de que en algún momento te dieras cuenta de que yo cambié. Y nunca lo hiciste.
- A ver, ¿en qué sentido cambiaste?
- En todo sentido, Agus. En todo este tiempo si nos vimos fue por mí. Te llamé absolutamente todos los fines de semana para verte. Te mandé mensajes, millones de veces, sólo para saber como estabas. Vos pensaste que yo sólo quería tener sexo con vos, pero para mí siempre fue mucho más.
- ¿Y entonces?
- Y entonces me cansé. De que nunca me dijeras "te quiero", de que nunca hicieras nada para verme, de que si no era por mí, ni hablábamos.
- Pero yo puedo cambiar eso, dame tiempo.
- No, Agus. Ahora ya está. Incluso en el último tiempo me demostraste que no querías nada conmigo. Yo ya me saqué de la cabeza la idea de que nosotros podíamos llegar a algo más - dijo, y le cayó una lágrima.
- ¿En el último tiempo? ¿Qué fue lo que hice?
- A la mínima cosa, saliste corriendo. Después que dejé el cepillo de dientes acá, se notaba que me querías decir algo pero no te animaste. Y cuando te pedí el cajón, en seguida me preguntaste si me quería mudar.
- ¿Y querías? - dije, llorando a más no poder.
- No sé, supongo que quería que las cosas fueran tendiendo hacia ese lado. Pero en seguida te asustaste, y ahí supe que lo nuestro iba a ser siempre esto. Vernos el viernes, o el sábado, y el resto de la semana ni hablar. Me hubiera gustado, qué sé yo, sentir que podía venir más seguido. Que estaba bien que viniera un día, simplemente a verte un rato. Pero en seguida capté que no me querías acá más que una vez por semana.
- Es que no es así. Si me lo hubieras dicho en el momento lo hubiéramos hablado. Sólo me tenías que decir que querías algo más. Yo te hubiera dicho que sí. Todavía podemos arreglarlo, mi amor. Dame vos una oportunidad ahora.
- No, Agus. Ya no puedo. Porque yo tampoco me quiero enganchar con vos. Porque vos tampoco sabés qué es lo que querés conmigo. Hace un año y medio me dijiste que querías tener una relación sin compromisos y ahora me decís que ya no lo querés más. Que no querés el gris, que querés que sea blanco o negro. Y yo no puedo decirte que sí, que quiero todo con vos, porque el día de mañana te arrepentís y me volvés a dejar.
- No me voy a arrepentir. Por favor, la última oportunidad. Tantas idas y vueltas entre nosotros tienen que contar.
- Cuentan, sí. Pero me parece que es hora de que vos y yo nos despidamos. Hay demasiada historia entre nosotros. Yo te lastimé, y por mi culpa después nunca quisiste nada. Y yo eso no lo puedo arreglar. Pero cuando cambié, tampoco lo viste. Y ya pasó un año y medio, así que dudo que en algún momento te des cuenta de que yo no soy el mismo que no supo lo que quería con vos a los dieciséis, y que de nuevo no lo supo a los dieciocho.
- Yo sé que cambiaste. Lo del casamiento no fue ninguna pavada y lo hiciste para que yo fuera feliz. Y hacés cosas que antes no hacías. A veces me preparás el desayuno, o me ofrecés venir a cuidarme cuando me siento mal. Yo sé que sos otro Martín. Pero pensé que ese tampoco quería nada conmigo.
- Bueno, pero no era así. Yo sí quise, y pensé que vos eras la que no. Pero ahora que lo pienso, y después de esta conversación me doy cuenta de que es mejor dejar las cosas acá. No podemos volver el tiempo atrás. Si lo hubieramos hablado en el momento indicado, ahora estaríamos juntos. Pero no lo hicimos, y me parece que el tren ya se fue.
- Me parece que no se fue del todo.
- Sí, mi amor. Se fue. Por lo menos para mí, se fue. Hace un tiempo que ya me hice la idea de que nunca ibamos a pasar a otro nivel. Perdoname, Agus, pero eso es algo que ya no va a cambiar.
- Bueno, ¿entonces no nos vemos más? - pregunté en el medio de uno de los peores llantos de mi vida. En este momento apenas podía hablar, las palabras me salían entrecortadas y sentía los ojos hinchados. Me dolía todo el cuerpo, cada centímetro de él. Me imaginaba a Martín saliendo por la puerta y nunca más volviendo y sentía que me faltaba el aire.
- Me parece lo mejor.
- ¿Ya no hay nada que pueda hacer?
- No, mi amor. Perdoname - dijo, se acercó, y me abrazó. Yo lloraba sin parar, y no podía creer que esa fuera la última vez que lo iba a ver.
- Bueno, no hagamos esto más difícil de lo que ya es. Nos despedimos de una vez y no nos vemos más - dije, pero no lo podía soltar. Él tampoco podía hacerlo, nos quedamos diez minutos abrazados, en silencio, y llorando los dos.

Lentamente me fui separando de él, como pude. Le pedí por favor que se fuera de una vez, así podía tirarme en mi cama a llorar comiendo galletitas.
- Bueno, me voy. ¿Qué querés hacer con nuestro matrimonio?
- No sé - dije. No podía ni pensar en eso.
- Bueno, a mí no me cambia en lo más mínimo. No lo anules todavía para que en tu familia no sospechen.
- Ok, pero no te voy a llamar más para que vengas a actuar como mi esposo. Voy a ver que invento, pero nuestro supuesto matrimonio terminó acá.
- Bueno, pero si podés frente a tu familia estiralo un poco. Decí que me fui de viaje o algo la próxima vez que me quieran ver.
- Bueno. Ahora sí, te acompaño a la puerta.

Y ahí, antes de despedirnos, fue como si hubiera habido un imán poderosísimo que atrajo nuestras bocas. Y ahí, con la puerta entreabierta, nos dimos el último beso.

lunes, 27 de julio de 2009

Día 78 - Finalmente, la charla (I)

Ayer estuve todo el día dándole vueltas al tema, decidiendo la mejor manera de encarar a Martín, buscando la forma de lograr el menor daño posible. Tome la decisión de hacer lo que ya tenía pensado de antes (en lo que Fabi estuvo de acuerdo), en cuanto a decirle a Martín que acababa de conocer al vecino.

Demás está decir que todo el día estuve con un nudo en el estómago, llorando a más no poder e imaginando todos los escenarios posibles. Y ni siquiera supe cual es el que quería. No sabía si quería que Martín finalmente se decidiera a tener algo en serio conmigo o, por el contrario, si era mejor para mí no verlo nunca más.

Mi marido tocó timbre a las nueve, puntual, como siempre. Me saludó con un beso-beso, lo cual yo antes había pensado en evitar, pero bueno. No pudo ser. Lo hice pasar y le pedí que se sentara. Me miró a los ojos, y me preguntó si había estado llorando. Le dije que sí. Empecé a dar vueltas, porque no encontraba las palabras exactas. Se ve que dio cuenta de que yo no sabía como empezar, entonces habló él.
-¿Qué pasó mi amor? Contame.
- No, es que no hay nada que contar, no pasó nada todavía.
- ¿Todavía?
- Sí, ahora te explico. Tenemos que hablar, Martín.
- Uh, esa frase nunca puede ser buena. Te escucho.
- Bueno, a ver, no sé ni como decirte esto...
- Decime de una vez, lo voy a poder tolerar.
- Bueno - dije, y respiré hondo. - Un vecino de acá me invitó a salir.
- Bueno, justo eso no lo tolero. ¿Para qué me lo decís, Agus? En nuestra relación tenemos una sola regla, que es no hablar de otras personas. Regla que, te recuerdo, pusiste vos.
- Sí, ya sé. Pero esto es otra cosa. Es decir, no quiero estar con los dos.
- ¿Y qué es lo que querés?
- No sé, Martín. No sé, ¿entendés?
- ¿Cómo que no sabés? Tenés que saber algo porque si no no estaríamos teniendo esta conversación. Estarías saliendo con el tipo, sin decirme nada a mí, como acordamos. O sea que hay algo que querés que se modifique en lo que tenemos y asumo que va para el lado de no vernos más - dijo, subiendo el tono.
- ¿Sabés lo que pasa? Es que lo que tenemos nosotros es...no sé...extraño.
- ¿Extraño? Explicame porque no entiendo.
- Estamos en una relación sin compromisos hace un año y medio. ¿Qué significa eso, Martín? ¿Qué significa que hace un año y medio nos veamos todos los fines de semana? ¿Qué significa que nos digamos "te quiero" y "mi amor"? Y, sobre todo, ¿qué significa que en todo este tiempo vos no hayas estado con nadie más?
- Significa, que te quiero y vos a mí. Que nos gusta vernos, y estar juntos. Y el hecho de que yo no quiera estar con nadie más, no sé, fue algo que se dio. Yo te dije que pensé que iba a querer estar con otras.
- Sí, ¡pero no estuviste! A eso voy, Martín. ¿Por qué no estuviste con otras?
- Porque no quise, Agus. No sé por qué. El tema es que vos sí querés estar con otro.
- No, no sé si ese es el tema acá. Creo que la invitación de él a salir fue un disparador.
- ¿Un disparador de qué?
- De preguntas, sobre nosotros.
- ¿Cuáles preguntas?
- Estas, las que te hice recién. Se supone que una relación sin compromisos es, precisamente, sin compromisos. Y entre nosotros hay compromisos, hay sentimientos, hay todo.
- Sí, es verdad.
- ¿Entonces dónde nos deja eso, Martín?
- Es que no entiendo a donde vas con todo esto. Es verdad que nuestra relación es un poco rara, sí. Pero eso es porque no empezamos esta historia de cero. Lo nuestro viene de años. Y bueno, las cosas se confunden.
- Sí, y es a eso a lo que voy. ¿Qué somos, a fin de cuentas?
- Somos...no sé que somos. Pero salí con el tipo, hacé lo que quieras.
- ¿"Hacé lo que quieras"? ¿Ves que te enojás? Si de verdad estuviéramos en algo que fuera sólo sexo no habría posibilidad de celos de ninguna de las partes.
- Ok, no me enojo. Salí con él, probá y ves. Si te parece que lo de ustedes puede llegar a ser algo serio, no nos vemos más.
- No, Martín. No quiero eso.
- Y entonces, Agustina, te vuelvo a preguntar. ¿Qué es lo qué querés?
- Supongo que lo quiero es una definición de tu parte - dije, y me cayó una lágrima.
- No llores, Agus. Me mata cuando llorás.
- Es que no lo puedo evitar. Decime, Martín. ¿Vos querés algo más conmigo de lo que tenemos ahora? Porque ya no quiero esto. Ya no quiero el gris, quiero que sea blanco o negro. O estamos juntos o no nos vemos más.
- No hay necesidad de hacer esto. Salí con el tipo y después vemos.
- No, mi amor. No. Quiero que me digas si alguna vez vamos a llegar a algo más o no. En el fondo lo debés saber...
- Es que no es así de fácil. Son muchas idas y vueltas, pasaron muchas cosas entre nosotros. ¡No me podés pedir que decida, así nomás, si quiero que tengamos otra cosa o no!
- Martín, por favor. En alguna parte de vos ya debés saber la respuesta. Y la necesito saber yo también. Porque así no quiero seguir. Yo ya ni sé lo que siento por vos. Al principio estaba todo bien con tener algo sin compromisos, fui yo la que lo estableció, lo sé. Pero pasaron muchas cosas. Es decir, te casaste conmigo por lo del departamento. Me tenés que querer mucho para haber hecho eso.
- ¡Y te quiero mucho! Y estoy de acuerdo en que lo nuestro es complicado, entonces no entiendo por qué me ponés en la posición de decidir en este momento qué es lo que quiero con vos a futuro.
- Martín, te lo ruego. Es simple. Sí o no. ¿Alguna vez vamos a ser más de lo que somos ahora?

Me miró, después miró al piso. Las lágrimas me caían una atrás de la otra, sin parar. Me miró de nuevo, y empezó a hablar.

domingo, 26 de julio de 2009

Día 77 - The unthinking benefit of stalling

Ayer, a las nueve de la noche, me llegó un mensaje de Martín que decía "Qué hacés, mi amor?". Lo leí e instántaneamente se me hizo un nudo enorme en el estómago. No sé si fue por la próximidad de la charla o porque el "mi amor" es algo que denota que lo nuestro es y siempre fue algo más que una relación sin compromisos, pero tuve todavía más miedo de perderlo.

En un momento de desesperación, y con la necesidad de tomarme un poquito más de tiempo para aceptar lo que se venía, le contesté que en un rato tenía el cumpleaños de una compañera de la facultad. Me contestó que si quería le mandara un mensaje cuando terminara, y le contesté que no, que prefería que viniera mañana (hoy) que tenía que hablar con él. Me preguntó si pasaba algo, le dije que nada grave, que lo teníamos que hablar en persona. Así que viene hoy a las nueve.

Gané un poco de tiempo, pero aún así me estoy muriendo por lo que se viene. No estoy preparada para ninguno de los escenarios posibles. No estoy lista para despedirme de Martín para siempre, pero tampoco para dar otro paso con él en el caso de que me dijera que está dispuesto. Y, ciertamente, tampoco estoy lista para empezar algo en serio con el vecino, si Martín decide que lo nuestro terminó acá. Y, por otra parte, si Martín decide que quiere que tengamos algo más formal, y tengo que despedirme de Sebastián, sé que la duda de si podríamos haber llegado a tener algo me va a rondar la cabeza por muchísimo tiempo.

Freud dice que cuando demoramos en hacer algo, es porque en realidad no lo queremos hacer. La palabra en inglés es "stall", que significa retrasarse, dejar pasar el tiempo, postergar. Y es obvio que en este caso vengo postergando la decisión porque me provoca una angustia horrible tener que despedirme de cualquiera de los dos. Y lo estiré lo más que pude, pero el momento llegó y la decisión tenía que ser tomada.

Pero, desde que Teresa me conoce, me dice que a mí me cuesta muchísimo tomar decisiones. El problema surge de que yo quiero todo, y tomar una decisión necesariamente implica renunciar a algo para obtener otra cosa. Lo que me mata es saberme responsable de aquello que dejé ir, porque sé que siempre me voy a estar cuestionando mi decisión, temiendo que haya sido la incorrecta y sufriendo por lo que perdí.

Entonces, si miran bien, se van a dar cuenta que la sugerencia de Fabi me vino como anillo al dedo. Porque el que va a tomar la decisión acá es Martín, no yo. Le paso la pelota a él para que decida y a partir de lo que él me diga, voy a ver que hago con Sebastián.

Freud tenía razón con que yo estaba retrasando la decisión porque en realidad no quería tomarla. Teresa me explicó porque yo, en particular, sigo ese patrón. Y yo, me muero de miedo por lo que va a pasar, pero sin querer encontré la forma de evitar aquello que tanto me cuesta. Dicen que la postergación siempre empeora las cosas, pero en este caso fue al revés ya que logré lo que quería, que era que no cargar con la responsabilidad.

Y, de alguna manera extraña, eso me alivia. Aunque ese alivio sea muy chiquito comparado con todo el sufrimiento que se viene. Pero es algo. Y eso es mucho.

sábado, 25 de julio de 2009

Dia 76 - Shalom

El viernes pasado, para tener tiempo para pensar, le dije a Martín que me sentía medio mal. Se ofreció a venir a cuidarme, pero le dije que me dolía la cabeza y estaba resfriada así que no había nada que pudiera hacer. En la semana me preguntó si estaba mejor y le dije que sí.
Ayer, no me escribió, así que supongo que me mandará un mensaje hoy de noche para hacer algo. Yo no quise decirle de vernos todavía para tomarme un tiempo para ver qué es lo que quiero hacer.

Como tenía (y tengo) un millón de ideas en la cabeza, necesitaba alguien con quien aclararlas. Para tener un punto de vista objetivo y alejado de la situación, decidí llamar a mi mejor amiga Fabi a Israel. Lo hice hoy de mañana porque ahora en un rato me tengo que ir, y allá son seis horas más. Además como en Israel los domingos se trabaja, hoy de noche se acuesta temprano.

Me preparé un cafecito con leche, y agarré un paquete de galletitas de chocolate antes de llamar. Las galletitas son para paliar la angustia que me da cada vez que hablo con ella y caigo en la cuenta de que está del otro lado del mundo con mi otra mejor amiga Romi, y yo estoy acá sola.
Marqué el número, y esperé por el saludo característico.
- ¿Shalom? (Hola en hebreo)
- ¡¡¡Mi amor!!!
- ¿Agus? ¿Cómo estás? ¡Hace tiempo que no hablamos por tel!
- Sí, ya sé. Es que es difícil encontrar el momento, los horarios casi nunca coinciden para que sea una buena hora acá y allá a la vez.
- Sí, es complicadísimo. Pero bueno, ¿qué contás, mi amor?
- Es largo. ¿Podés hablar?
- Sí, obvio. Ahora estoy en mi cuarto tranqui.
- Ah, genial. Bueno, viste que en el último mail te puse que al vecino lo estaba viendo todas las semanas y etcétera.
- Sí.
- Bueno, y la otra vez me dijo como que me quería empezar a ver más. Y yo no sé que le dije, creo que no le dije nada. Y bueno, el tema es que vino ayer acá y me dijo como que él no ve el mismo interés de mi parte que de la suya. Y fue medio que un ultimátum, o sea, me dijo que si yo decidía que quería estar con él tenía que dar más de mí y que si no quería que le dijera ahora y cortábamos.
- ¿Y qué es lo que vos querés?
- Qué se yo...a mí me gusta él, pero a la vez no sé si estoy lista para empezar algo con alguien. Aparte que está el tema de Martín. Si yo decido que quiero algo con el vecino a Martín no lo puedo ver más, y se me complica toda la historia del casamiento. Ponele, si un día alguien organiza una cena familiar a la que tendría que ir con mi supuesto marido no sabría que hacer.
- Sí, claro. Y a todo esto, ¿cómo andan las cosas entre vos y Martín?
- La verdad es que muy bien. Mejor que nunca. Me dice que me quiere todo el tiempo, se queda a dormir cada vez que viene, a veces hasta me prepara el desayuno. Nos llevamos bárbaro, la otra vez vino a casa con comida de Burger King y alfajores. Y viste que a mí se me compra fácil con Burger King. Jajaja
- Jajaja, sí.
- Y bueno, bien. Al principio pensé que se quería mudar para acá porque había dejado su cepillo de dientes y me pidió un cajón, pero al final no era nada. Creo que eso te lo conté en un mail.
- Sí, sí. Yo también pensé que iba para ese lado, pero mejor que no.
- Sí, mejor. Pero Fabi, no sé que hacer. A mí el vecino me gusta mucho, pero también me angustia un poco el tema de no ver más a Martín.
- Y sí, es obvio. Son años de idas y vueltas con él.
- Claro, es una parte re importante de mi vida. Pero, por otro lado, el vecino me gusta mucho. Y pienso que se merece una oportunidad.
- ¡Qué lío, Agus! Jaja
- Sí, ya sé. Decime algo, please.
- Bueno, te digo lo que pienso. Me parece que para vos es mucho más fácil quedarte con Martín. Por todo lo del casamiento y además porque me decís que ahora están bien. Así que creo que lo que deberías hacer antes de decidirte por el vecino, que creo que es lo que estás más inclinada a hacer, es darle un ultimátum a Martín como el que te dio el vecino a vos.
- ¿Cómo? No entendí muy bien.
- Claro, yo creo que antes de decidirte por el vecino tendrías que darle algo así como una última oportunidad a Martín. Podrías decirle que conociste a alguien, y ahí ver si él de verdad te quiere o no. Si te dice que quiere algo más que lo que tienen ahora, lo elegís a él. Y si sigue en esta actitud de que no sabe lo que quiere, ahí sí creo que el vecino se merece una oportunidad. ¿Entendés?
- Sí, ahora sí. Para ver hasta donde está dispuesto a llegar Martín decís.
- Claro.
- Dale, mi amor. Es una buena idea. Y me gustó lo de decirle como que conocí a Sebastián recién, yo ya lo había pensado. Para que no piense que ya estuve con él.
- Esatamenteeeee
- Jajaja, te amo tanto, Fabi. Tanto.
- Yo también, Agus. Y te extraño.
En ese momento me empezaron a caer las lágrimas, así que antes que se diera cuenta que no podía parar de llorar le dije que me tenía que ir y que la llamaba de nuevo cuando tuviera novedades.
- Dale, andá. Espero haberte ayudado.
- Me ayudaste mucho, Fabi. Te amo y hablamos pronto.
- Shalom, Agus. Significa "paz" además de "hola", me parece que la vas a necesitar.
- Ya sabía, y la verdad es que sí la voy a necesitar. Gracias y chau, mi amor.

Corté. Lloré. Me comí otro paquete de galletitas. Lloré un poco más. Y no sólo por extrañar a Fabi, sino porque la decisión se me viene encima y de uno de los dos me voy a tener que despedir seguro. Y eso no me da nada de paz.

viernes, 24 de julio de 2009

Día 75 - If I fell

"If I give my heart to you
I must be sure
From the very start
That you would love me more than her
If I trust in you oh please
Don't run and hide"
If I fell, The Beatles


Ayer de tarde, el vecino supuestamente pasó a saludarme un rato. Digo "supuestamente" porque la conversación en seguida giró hacia determinado lado que yo, ciertamente, no esperaba en lo más mínimo.
Sentado en frente mío, me miró a los ojos e hizo una pregunta dificilísima:
- Agus, ¿a vos qué es lo que te pasa conmigo?
- Qué me pasa...bueno, es difícil de explicar. En primera instancia, me gustás.
-¿Estás segura de eso?
- Por supuesto. ¿Por qué dudás?
- Y...porque nunca me demostrás nada. Casi siempre soy yo el que te digo para vernos, soy yo el que te digo que vos me gustás. Y si yo te digo de vernos aceptás, y si te digo que me gustás, me decís que yo a vos también te gusto, pero nada más que eso. Nunca veo iniciativa de tu parte, en ningún sentido.
- Es que no es por vos, yo te dije conté las cosas que me pasaron.Y es horrible, pero aunque lo trates de evitar, el que viene después siempre paga los platos rotos del anterior. O los anteriores.
- Sí, es verdad. Pero no es justo.
- No, ya sé. Yo sé que soy demasiado fría a veces, pero también tenés que entender que yo tengo mucho miedo. Es por eso que tomo distancia y que todo me cuesta.
- Sí, a mí también me cuesta. Pero yo siento que lo que se hace, o lo que se debería hacer es ser distante y frío hasta determinado momento. Se supone que sos así hasta que encontrás a alguien con el que pensás que las cosas pueden ser diferentes.
- ¿Y vos pensás que yo no pienso que con vos pueden ser diferentes?
- No sé, Agus. Cuando conocés a una persona que te dice que le gustás, te quiere ver todo el tiempo y cosas así, me parece que es hora de bajar la guardia y dejar al otro entrar. Y no veo señales de tu parte de querer hacerlo.
- Es que es al revés. Cuando conocés a una persona con la cual realmente creés que podés llegar a tener algo bueno, con la que podés ver un futuro, es con la que más te cuesta bajar la guardia, porque es la que más miedo te genera de que las cosas fallen. Porque, es obvio que después si las cosas no funcionan, terminás sufriendo mucho más.
- ¿O sea que vos ves un futuro conmigo?
- Sí, claro. Justo ayer me imaginaba como seríamos nosotros dos viviendo juntos.
- ¿Y cómo seríamos?
- Lindos, porque somos lindos, jaja. Te re imaginaba a vos con tu delantal de Kiss the cook, dándome un beso cuando llegaba del trabajo. Y después nos imaginaba durmiendo juntos todos los días. Y era todo lindo. Hasta tendríamos hijos lindos.
- ¿Así que querés tener hijitos conmigo? - preguntó, y se rió.
- Jajaja, en verdad eso se me ocurrió ahora.
- Jaja, bueno, pero me alegra ver que de tu parte hay algo también. Porque te digo, Agus, a mí todo eso me cuesta igual que a vos. Y yo no quiero abrirme a una persona que no lo va a hacer conmigo.
- No, me imagino. La verdad es que nunca me puse a pensar en lo que te podía estar pasando a vos. Que, a fin de cuentas es lo mismo que me pasa a mí. Los dos tenemos miedo de salir lastimados, pero si no nos arriesgamos, tampoco vamos a llegar a ningún lado.
- ¿Entonces, linda? ¿Qué hacemos?
- No sé - dije.
- Bueno, te dejo que lo pienses. Si vos decidís que querés estar conmigo, espero más de tu parte. Pero, si decidís que no querés nada más que lo que tenemos, avisame porque yo no me quiero enganchar más y prefiero cortar ahora. Te doy unos días para que lo resuelvas, y cuando estés lista me avisás. Ya sabés donde vivo - dijo, se rió y se paró de la silla.
- ¿Te vas?
- Sí, tenés bastantes cosas que pensar y te voy a dar el tiempo que necesites. Chau, linda - dijo, me dio un beso en el cachete y se fue.

Y acá estoy, con todo el tiempo del mundo para pensar, y sin la más mínima idea de qué hacer.

jueves, 23 de julio de 2009

Día 74 - Daydreaming

Desde que me mudé que como:

1. Fideos
a) Con queso
b) Con manteca
c) Con atún (sí, cualquiera, ya sé)

2. Arroz
a) Con queso
b) Con atún
c) Con pollo

3. Puré instantáneo
a) Con pollo
b) Con hamburguesas congeladas
c) Con milanesas del super (que a esta altura ya me dan náuseas).

4. Pan
a) Con hamburguesas congeladas
b) Con atún y mayonesa en forma de sandwich
c) Con jamón y queso también en forma de sandwich
d) Con manteca, en forma de tostada

5. Chocolate
a) En forma de galletitas
b) En forma de alfajores
c) Directamente en tableta

Por lo que ven, son siempre las mismas cosas, en diferentes versiones. Pero estoy podrida. Si vuelvo a ver un paquete de fideos me suicido.

Y yo me pregunto...¿Qué onda si le digo a Seba que se mude conmigo y me cocine cosas ricas todas las noches? ¿Será mucho pedir? ¿O como supuestamente le gusto tanto me dirá "Con gusto, Agus. Si querés también te limpio la casa y me convierto en una sex machine"?

Me parece que sí sería mucho pedir. Pero, como dicen, soñar es gratis. Y, mientras sueño despierta, me imagino llegando del trabajo y viendo que la casa está impecable y todo está en orden. En la cocina está Seba, con su delantal de "Kiss the cook", preparándome algo rico. Y después de la cena nos vamos a la cama, en donde la noche termina como todas las noches deberían terminar.

miércoles, 22 de julio de 2009

Día 73 - Flashback: delivering the good news

Como ya se habrán dado cuenta, soy una persona muy mentirosa. Tengo una habilidad extraordinaria para mentir, para inventar situaciones y describirlas con lujo de detalles como si hubieran pasado. También sé actuar muy bien, sobre todo cuando la situación lo requiere.

Cuando tenía dieciséis años y empecé mi historia con Martín, cometí el grave error de decírselo a mi madre, quien prácticamente me prohibió verlo. Me ponía un montón de reglas estúpidas y sin sentido, como que si él venía a mi casa nos teníamos que quedar en el living para que ella pudiera pasar cada tanto a "controlar" lo que estuviéramos haciendo. A mi cuarto ni siquiera nos podíamos acercar. Después de que vino una vez, en la que estábamos tirados en el sillón mirando una película y vi pasar a mi madre pretendiendo que iba a buscar un vaso de agua, pero en realidad con la intención de asegurase de que no hubiera contacto entre Martín y yo, decidí que así no podía vivir. Porque además, si yo quería salir con mi actual marido no podía. No me dejaba verlo en situaciones que estuviéramos solos. Mucho menos ir a su casa. Dios, no.

Además de todo eso, me repetía constantemente que tener sexo antes de casarte era de puta, y que yo ni siquiera lo considerara. Que seguro Martín me quería sólo para eso, entonces yo no tenía que ceder. Que diciéndole que no lo iba a mantener agarrado.

Y no sólo eso, también me llegó a decir que tenía que traerlo a comer si pretendía seguir saliendo con él. En ese momento, supe que la situación con Martín no daba para pedirle que viniera a mi casa a conocer a mis padres. Además, no correspondía, nos estábamos viendo hace un mes cuando mi madre me amenazó con no dejarme verlo más. Y aparte de todo, no me parecía hacerlo pasar por una cena con mis padres, donde lo iban a aturdir toda la noche preguntándole cosas idiotas de estilo de qué intenciones tenía conmigo.

Martín fue el primer tipo con el que daba para algo más que manosearse en un boliche y eso era algo que yo quería vivir. Quería enamorarme, porque yo a esa edad todavía creía en los cuentos de hadas y pensaba que si a mí me gustaba él y a él le gustaba yo, iba a estar todo bien e ibamos a ser felices por siempre. Capaz que no tan así, pero definitivamente no era la persona cínica y fría que soy hoy en día. Quería estar con Martín y no iba a dejar que mi madre me lo impidiera. Y ahí fue cuando me convertí en una persona mentirosa.

Le dije a mi madre que Martín y yo habíamos terminado para que me dejara de joder. Le decía que iba a salir con amigas y en realidad me iba a la casa de él. Hubo veces en las que llegué a inventar que había ido al cine y después leí la crítica para opinar cuando me preguntara.

Sin embargo, aunque mentirle a mi madre me salía (y sale) con tal facilidad, hay otra persona a la que me cuesta. Y no por un tema de inventar cosas porque me sale perfecto, sino porque no me gusta porque lo quiero demasiado. Y esa persona es mi abuelo.
De cualquier manera, lo tuve que hacer. Él me había ofrecido el departamento si me casaba y yo ya había puesto el plan en marcha. Y, por más que me costó, lo hice. Porque la idea de seguir viviendo en mi casa me hacía querer morirme.

Así que después de la cena con Martín (la de la propuesta de casamiento), decidí que tenía que hablar con mi abuelo para contarle la noticia en persona. Pasé por Burger King, me compré algo para comer, y fui a su casa a almorzar.
- Abuelito, tengo algo que decirte.
- Contame, chiquita.
- Bueno, te cuento. ¡Me voy a casar!
- ¡Felicitaciones! ¿Quién es el muchacho?
- Uno que iba al colegio conmigo. Nos volvimos a ver, y bueno, estamos juntos.
- ¿Y este muchacho es idishe? (judío)
- Sí, abuelito.
- Como tiene que ser. ¿Te parece que estás eligiendo bien? Porque mirá que vos valés mucho, y no quiero que te conformes. Quiero que seas feliz.
- Lo voy a ser, abuelito. Creeme - dije, aunque no fuera por casarme sino por el departamento.
- Bueno, entonces voy a cumplir lo que te dije y te voy a regalar el departamento. Y como te dije, también te voy a dar plata para que vivan bien aunque sea el primer año.
- Eso no es necesario, abuelito.
- Sí, lo es. Te merecés lo mejor, y yo te lo puedo dar.
- Bueno, gracias.
- Por vos cualquier cosa, chiquita. ¿Qué departamento querés? ¿Uno con tres dormitorios está bien?
- No, no. Quiero algo chiquito, sencillo.
- No, dejame regalarte un buen departamento, además que sea grande por si quieren tener hijos.
- Jajaja, por ahora no vamos a tener.
- Bueno, pero igual tendrías que tener algo lindo y grande.
- No, no necesito. Cuesta mucho mantenerlo, prefiero algo chiquito.
- Bueno, hacemos así. Cuando quieras hacemos un recorrido por algunos de mis edificios y elegís el departamento que te guste. ¿Te parece?
- Sí, me encanta la idea.
- Bueno, regio. Ahora, decime. ¿Cuál es la situación económica del muchacho?
- No muy buena, la verdad.
- No importa. Yo les pago la fiesta.
- Pero mirá que no voy a hacer una fiesta grande con doscientas personas. Tengo pensado hacer algo más íntimo. Me parece que no es necesario, y además que es plata tirada a la basura.
- Vos hacé lo que vos quieras. Pensá en lo que querés y organizalo. Yo lo pago.
- Bueno, abuelito, muchas gracias.
- De nada. Lo que te haga feliz para mí está bien.
- Irme de mi casa me va a hacer feliz.
- Sí, no vivir con tu madre va a ser bueno para vos. No vas a tener que escuchar todos los días que estás gorda ni esas idioteces que te dice.
- Jajaja, sí. Te juro abuelito que ese departamento va a ser el mejor regalo que me hicieron en mi vida. ¿Viste cuando algo es exactamente lo que necesitás?
- Lo sé perfectamente y es por eso que te lo regalo. Quería que te consiguieras un muchacho para que cuando te mudaras no estuvieras sola. Porque un día te sentís mal o algo y si no tenés nadie cerca es muy feo.
- No te preocupes por eso. Conseguí a un muchacho que va a estar siempre conmigo, en la salud y en la enfermedad, como dicen - mentí.
- Bueno, me alegro que hayas encontrado a alguien que te haga feliz.
- Yo también.


PD: Aclaro, porque ahora me doy cuenta que es relevante, que mi abuelo es millonario. Para él regalarme un depto de 48 m2 no es nada, porque aparte lo construyó él. Les aseguro que no afecta su patrimonio en lo más mínimo.

martes, 21 de julio de 2009

Día 72 - Cenial del uniberso

Ayer decidí que tenía que limpiar el baño de una vez. O, por lo menos, intentarlo. Fui hasta el super y compré Cif Baño. El nombre es bastante claro, así que no hubo margen de error. Hasta ahí todo en orden.

Llegué y decidí arrancar por el inodoro. Limpié los bordes con una franelita (donde te sentás), y después la tapa. Primero limpié la parte de afuera de la misma, después la levanté y me encargué de la parte de adentro. El error fue dejarla levantada.

Si arrancamos desde la derecha, en mi baño está la pared, al lado de ella el inodoro, y al lado del inodoro el bidet. Como con mi metro sesenta no llegaba hasta la cisterna, me tuve que subir al bidet para limpiarla. Apoyé ambos pies en uno de los bordes, lo cual no fue una buena decisión. Tendría que haber apoyado uno en el inodoro para tener una mayor estabilidad, pero en el momento me pareció que no era necesario.

Como algo siempre me tiene que pasar, perdí el equilibrio y lo único que atiné a hacer fue apoyar la mano izquierda sobre la pared. Con la mano derecha no se me ocurrió nada mejor que tratar de agarrarme del botón de la cisterna (como si pudiera servir para algo), por lo que dejé caer la franela que tenía agarrada. Como no podía ser de otra manera, fue a parar adentro del inodoro.

El agua estaba limpia, pero igual me daba mucho asco meter la mano para sacarla. Así que bajé nuevamente al supermercado, compré uno de esos cepillos que se usan para limpiar la parte de adentro del inodoro, y con eso saqué la franela para afuera. Por supuesto que fue directo a la basura.

Ya no sé que más me puede pasar si trato de limpiar. Es obvio que el universo me está tratando de dar alguna señal de que no debo hacerlo, así que me parece que le voy a hacer caso. Debe querer decirme que espere a que vuelva María. A contar los días hasta que llegue, entonces.

Todabia no tube novedades de esha. Zupongo q estara okupada alludando a su ermana a cuidar a la creatura. Pero llo kiero i nesesito q vuelva. Sha.

lunes, 20 de julio de 2009

Día 71 - Pensá rápido (II)

- Es de Valentina, una amiga - dije, y empecé a pensar como seguirla.
- ¿Una amiga?
- Sí, deja el cepillo acá como si fuera su casa.
- ¿Y por qué? - dijo mientras volvía al cuarto.
- Porque todo el tiempo se pelea con los padres. Entonces, como si tuviera diez años, hace un mochila y se viene para acá.
- Jajaja. ¿Y no te gusta que venga?
- No, para nada. Me tiene los huevos al plato. Cada vez que viene, se descalza y se tira en el sillón a mirar la tele, y no le importa si yo estoy estudiando, preparando una clase o lo que sea. Al rato se queja de que tiene hambre, se para y me vacía la heladera. Lo peor es que viene sin avisar.
- Ah, pensé que te mandaba un mensajito, ponele.
- No, no. Alguna vez nada más. Pero aparece cuando se le ocurre. Un sábado a la mañana, a las nueve y media creo, estaba aburrida y vino a ver en que andaba yo. Me tocó timbre, me llamó al celular, me dejó mensajes. La quería matar, te juro.
- Me imagino. ¿Y cómo fue que te dejó el cepillo? - preguntó mientras se acostaba al lado mío.
- Eh...con la excusa de que lo dejaba por comodidad. Me dijo que como venía tan seguido, que lo podía dejar acá así no lo tenía que estar llevando y trayendo.
- Nunca había escuchado que una amiga dejara el cepillo en a casa de otra...
- Yo tampoco. Pero esta mina es un caso especial, te digo.
- ¿Pero a vos te gusta que venga? ¿Que deje el cepillo, etcétera?
- No, para nada. Aparte me re molesta que se quede a dormir. Me incomoda, duermo mal.
- ¿Y conmigo también dormís mal?
- No, tonto, nada que ver. Me gusta dormir haciendo cucharita con vos. Pero no sé, yo tengo amigas con las que puedo dormir sin problema, pero con ella no es así. Aparte ahora estamos medio mal, así que me parece que voy a sacar el cepillo.
- ¿Por qué?
- Tuvimos pequeñas discusiones últimamente. Ojo, igual sigue viniendo todo el tiempo como si nada - dije.
- ¿Y por qué no hablás con ella?
- Ya traté algunas veces, pero es una situación incómoda, qué sé yo. Es medio complicado. ¿Cómo le decís a alguien que te molesta que venga, que te molesta verla? No es nada fácil.
- No, me doy cuenta.
- Y bueno, como te digo, es difícil. Ya veré que hago. Pero igual, de todas las actitudes que tiene que no me gustan, debo decir que lo del cepillo fue especialmente molesto.
- Sí, es re cualquiera. Nunca se me hubiera ocurrido que podía haber sido una amiga tuya la que dejó el cepillo. Pensé....no sé...que era de un tipo.
- No, Seba, nada que ver.
- ¿Segura?
- Sí, obvio - mentí.
- Ah, ok - dijo, pero no sonó muy convencido.
- Lindo, me agotaste. ¿Dormimos?
- Jajaja, dale.

Hicimos cucharita. Él se durmió a los diez minutos, pero yo no pude. Me quedé pensando en cómo fue que no me di cuenta de que estaba el cepillo azul de Martín. Lo que pasa es que mi maridito lo dejó hace más de dos meses y, no sé, supongo que me acostumbré a verlo al lado del mío. En algún punto se ve que dejé de prestarle atención, y en mi cabeza lo normal pasó a ser la imagen del cepillito rosa y el azul juntos. Pero, por supuesto, en la cabeza de Sebastián no.

Lo de Valentina fue la excusa que se me ocurrió, y creo que la piloteé bastante bien, pero me quedó la idea de que no me creyó del todo. Así que me voy a tener que cuidar un poco más a partir de ahora. Ningún detalle puede quedar librado al azar, porque donde pase algo así de nuevo no me vuelve a creer.

Igual, esto es solamente temporal. Yo sé perfectamente que llegó el momento de tomar la decisión, pero como me cuesta asimilarlo, pienso en maneras de posponerlo aunque sea un poquito más.

domingo, 19 de julio de 2009

Día 70 - Pensá rápido (I)

El vecino me había dejado una cartita diciendo que me esperaba a las once con algo rico. A esta altura me siento culpable de que me cocine siempre, voy a tener que pensar algo que pueda hacer yo para él. Pero, mientras tanto, disfruto.

Toqué timbre a las once y cinco. De fondo sonaban los Beatles. Seba tenía puesta una camisa celeste a rayas y un jean azul oscuro. Me dio unos cuantos besos en la puerta y me invitó a pasar. Me contó que me había dicho de encontrarnos a las once porque recién venía de una reunión familar aburrida. Yo le dije que yo odiaba esas reuniones porque el 90% de mis familiares eran insoportables. Se rió y me dijo que sus parientes eran todos unos débiles mentales. Me reí.

Comimos capelettis a la carusso, y de postre tortitas de chocolate con chocolate derretido adentro. Las tortitas fueron lo más. Yo soy de comer mucho y he probado muchas cosas en mi vida, pero nunca había comido un postre tan rico. Capaz que el hecho de saber que lo cocinó él influyó un poco, pero no le cuenten a nadie.

Hablamos mucho. Me contó de su trabajo, de la carrera, de su vida en general. Es un tipo muy interesante, debo decir. Es de esas personas con las cuales hablar es un placer. Ya lo debo haber dicho antes, pero cada vez que lo veo pienso lo mismo. Es muy inteligente, culto y siempre dice cosas interesantes. A veces al lado de él me siento un poco tonta, pero en el momento traté de pensar en todas las cosas que me había dicho el otro día y llegué a la conclusión de que seguramente no le importe. O capaz que ni siquiera lo piensa. En fin, decidí que tengo que dejar de pensar tanto en todo y dejarme llevar.

En un momento terminamos hablando de literatura, y ahí se acordó de que yo estaba leyendo Hablalo con mi abogado.
- ¿Y? ¿Lo terminaste?
- Sí, es genial. Cuando quieras te lo presto.
- Uh, ¿te animás a dármelo ahora? Me quedé con las ganas de leerlo.
- Sí, dale. ¿Querés que baje y suba? ¿O venís conmigo?
- Si no te jode voy con vos y ya dormimos ahí.
- Dale, vamos.

Me arrepentí de habérle ofrecido que viniera porque mi casa seguía siendo un asco. Igual, por suerte, antes de ir había ordenado un poco mi ropa. También había hecho la cama (es un decir) y lavado los platos. Sin embargo, el baño seguía sin ser tocado.
Ya fue. Él debe depender de su María tanto como yo de mía. Va a entender que no esté todo perfecto.

Agarró sus llaves, bajamos los tres pisos que separan su departamento del mío y nos tiramos en el colchón. Él agarró el libro, y yo una Cosmopolitan que estaba leyendo (revista que cada día me gusta menos pero bueno, es como un guilty pleasure). Duramos poco leyendo. A los dos minutos ya estábamos a los besos y el libro y la revista quedaron tirados en el piso. La ropa de ambos empezó a volar, y bueno, el final ya lo conocen.

Después del sexo (que debo decir que cada vez es mejor), me quedé tirada en la cama, a punto de caer en el profundo sueño. Seba se paró para ir al baño y traté de quedarme apenas despierta para esperar a que volviera y hacer cucharita.
Qué mal que fue al baño. Please, que no piense que soy una sucia.

El pensamiento se vio interrumpido por una pregunta que, en principio, me pareció tonta. Desde el baño lo escuché decir:
- Agus, ¿vos vivís con alguien?
- ¿Qué? No. Soy sola, jaja.
- Entonces, ¿por qué hay dos cepillos de dientes acá?

Oh, god. Era cien veces mejor que pensara que soy sucia. A ver, qué le inventó, qué le puedo decir, qué explicación posible puede haber para esto. Pensá, Agus. Pensá. Y rápido. Cuanto más esperes es peor. Encima todo después de un orgasmo, cuando la cabeza no da para nada. Pero igual, sos Agustina, la persona que inventa excusas bajo cualquier circunstancia. Algo se te tiene que ocurrir. Vamos, chiquita, vamos. Pensá rápido.

sábado, 18 de julio de 2009

Día 69 - Tesis, antítesis y síntesis

A mí durante mucho tiempo me gustó pensar que en el año 2004, yo conocí a Martín1. Esa fue la persona que me rompió el corazón, la que nunca terminó de saber qué era lo que quería conmigo, la que daba un paso para adelante y dos para atrás.

Martín1 fue quien me hizo sentir que yo no valía nada. Que no era lo suficientemente linda, inteligente o "algo" para que me quisiera para algo más que una relación sin compromisos. Él fue el que me destruyó, dejandome emocionalmente inaccesible y sin ganas de volver a enamorarme. Martín1 es la tesis de esta historia.

Cuando en el 2008 volví de Nueva York, conocí a Martín2, quien quise pensar era la antítesis de Martín1. Eran opuestos. Martín2 quiso una relación conmigo, una con todas las letras. Y yo no, por lo que le planteé una relación abierta, la cual aceptó. Martín2 es con quien tuve mi primera vez real en abril de ese mismo año. Digo "real" porque en mi cabeza lo que tuve con Davide no cuenta. Martín2 fue mi primero, y es a quien le hubiera gustado poder dormir conmigo desde ahí en adelante, lo cual fue imposible durante todo ese tiempo, porque vivíamos con nuestros padres. Igual a mí me servía, porque yo no quería dormir con él. Me parecía que era mezclar las cosas. Habíamos hablado que lo nuestro iba a ser algo que sólo incluyera sexo, y yo quería que se mantuviera de esa manera.

Martín2 es quien aceptó casarse conmigo, con todo lo que ello implicó, sólo para que yo fuera feliz. Es quien se acuesta conmigo, se despierta conmigo, y además me prepara el desayuno. Martín2 me trae hamburguesas con papas fritas, chocolates, y facturas, aunque no se lo pida. Es quien me dice "te quiero", aunque de mi boca no salga nunca, y me limite a contestarle "yo también" cuando él me lo dice. Él alega que en todo este tiempo no estuvo con nadie más que conmigo, por la simple razón de que no quiere. Según él, no lo necesita ni le interesa. Martín2 es, efectivamente, la antítesis de Martín1.

Pero ayer, después de mucho reflexionar me di cuenta de que las cosas no son tan fáciles. Que en la realidad tesis y antítesis se conjugaron para formar una síntesis: Martín.

La síntesis, por supuesto, tiene elementos tanto de la tesis como de su antítesis. Martín es, en esencia, la combinación de Martín1 y Martín2. La misma persona que ahora es mi marido, es la que cuyas idas y vueltas no soporté, y a quien me vi obligada a dejar. Es quien me convirtió en la persona insegura y de baja autoestima que fui por muchísimo tiempo. Es por quien lloré dos años seguidos noche tras noche.

Martín (sin subíndices) es por quien empecé a escribir. Pero, desgraciadamente, no escribía como lo hago ahora, por placer. Él me hizo empezar a escribir por necesidad.

Cuando lo dejé, me sentía completamente perdida. Pensaba que mis amigas no me entendían, que nadie sabía como aconsejarme, y a que a todos después de un rato ya les empezaba a aburrir que hablara de él. Entonces abrí un blog, que usé a modo de catarsis, y que me ayudó muchísimo a poder expresar todo lo que sentía. Fue por ese blog que conocí a Mari, quien me leía y aconsejaba. En ese espacio encontré gente que me entendía mucho más que la que estaba a mi alrededor, y creo que fue una de las cosas que me ayudaron a salir adelante.

Ayer, en medio todas estas reflexiones, decidí volver a leer todas esas cosas que había escrito. A los diez minutos, las lágrimas se volvieron incontenibles y empezaron a rodarme por la mejilla. Primero una, después otra más, y a medida que seguía leyendo perdí la cuenta porque se volvieron demasiadas. Infinitas.

Ahí fue cuando caí en la cuenta de que Martín2 no podría ser nunca sólo Martín2, porque inevitablemente Martín2 y Martín1 son la misma persona. Son opuestos, sí, pero a la vez no se pueden separar. Hoy en día, tengo al lado a Martín, que como dije, es la síntesis de ambos. Pero ayer, mientras lloraba, me di cuenta de que tiene más elementos de su tesis que de su antítesis.

Ya lo decía la teoría, es la tesis quien lleva en sí misma la semilla de la antítesis. Porque es a partir de ella, que surge su opuesto. La tesis, es de donde se parte. Y en este caso se parte de Martín1, a partir del cual surge Martín2, y es a partir de la combinación de ambos que surge Martín. Quien es la combinación, pero, en esencia, es Martín1.

Y Martín1, es, y siempre será, quien me rompió el corazón.

viernes, 17 de julio de 2009

Día 68 - Confieso que he sufrido

Le toqué timbre a las nueve y media, y me saludó con un beso largo. Nos quedamos ahí como por diez minutos, con la puerta todavía abierta, mis brazos alrededor de su cuello y los suyos en mi cintura.

Había preparado milanesas de carne con papas al horno. Tenía razón, nunca puede fallar. ¿A quién no le gusta esa comida? Estaba todo riquísimo. Las milanesas sequitas, perfectas. Las papas cortadas en cuadraditos, crocantes por fuera y blanditas por dentro. Para el postre hizo brownies (no sé si alguna vez lo dije pero me considero una adicta al chocolate en todas sus formas), que le quedaron espectaculares.

Charlamos de todo. Sobre su vida, la mía. Pavadas. Pero en un momento, no aguanté más y le pregunté lo que me andaba rondando la cabeza hace días.
- Seba, ¿por qué?
- ¿Por qué qué, linda?
- ¿Por qué después que actúo como una imbécil me invitás a tu casa a comer? Y me preparás cosas ricas, y me das muchos besos y etcétera...
- Primero, que no te portaste como una imbécil. Tomaste un poquito y estabas cansada. Ya fue. Y además, Agus, me gustás. ¿Por qué te cuesta tanto aceptarlo?
- No sé, porque no estoy acostumbrada a que las cosas sean así. Nunca me había pasado de conocer a alguien con el que las cosas simplemente fluyan. No sé, siempre me pasa que después de un tiempo se va todo a la mierda. Y supongo que me cuesta aceptar que puede ser que te guste en serio.
- ¿Por qué decís que se va todo a la mierda?
- Mirá, te resumo mi vida amorosa, aunque no debería contarte todo esto porque es un desastre. A los dieciséis años me enamoré de un tipo que me dijo que sólo estaba para una relación sin compromisos. Me lo banqué un tiempo, pero después no aguanté más y lo dejé. Pero ese tiempo que estuve con él alcanzó para destruirme la autoestima, que ya venía bastante dañada porque durante toda mi vida en mi familia me trataron como si fuera gorda. Ah, y también inútil. Mi abuela piensa que yo tendría que haber sido telefonista porque no sirvo para otra cosa.
- ¿Gorda? ¿De dónde?
- No sé de donde. Recién ahora, a los 21 años me puedo mirar objetivamente al espejo.
- ¿Y qué fue eso que te dijo tu abuela?
- Que no sirvo para nada. Pero más allá de eso. Cuando dejé con el tipo de que te hablaba, un amigo mío me confesó que yo le gustaba hace un año entero. Viajó dos horas para decirme eso, y a los cuatro meses de salir, de un día para el otro me dijo de hablar. Y hasta el día de hoy no sé que fue lo que pasó. No sé que fue lo que hice, o no hice, pero me dejó así nomás. Y además de esos dos, hubo algunos más, con los cuales todo que terminó con el mismo resultado patético. Y eso te queda grabado, Seba. Y pensás que la historia se va a repetir por siempre.
- Mirá, Agus. Te voy a contar algo yo que tampoco es muy divertido. A los veinte me puse de novio con una amiga mía, con la que estuve dos años. La dejé, porque me enteré que me había metido los cuernos con mi mejor amigo. Más cliché imposible.
- ¡No! ¿Y cómo te enteraste?
- Por un amigo en común que sabía la historia. Se lo guardó por mucho tiempo, pero un día explotó y me contó todo. Parece que de los dos años que yo estuve de novio con ella, un año entero estuvo viendo a mi amigo a mis espaldas.
- No lo puedo creer, te juro.
- Sí, fue horrible. Porque aparte, perdí a mi novia, a mi mejor amigo y a mi otro amigo a a vez. Al otro no lo pude perdonar que se haya guardado todo un año entero. Me lo tendría que haber dicho antes.
- Sí, entiendo. Yo tampoco lo hubiera perdonado.
- Y bueno, también me pasó un poco lo que vos decís. Tenía miedo que la historia se volviera a repetir. Entonces, tomé el camino fácil, y durante mucho tiempo no me enganché con nadie. Hasta ahora.

Lo miré fijamente a los ojos.
- ¿Lo decís por mí?
- ¡Claro!
- ¿Pero por qué? No me conoces tanto como para que te guste.
- Obvio que sí. Me gustás desde que te ví en el ascensor. En verdad un poco antes. Porque te vi que venías con las bolsas de supermercado, haciendo malabares para cargarlas todas sin que se te cayera la escoba. Y yo estaba llegando al edificio, y vi que se te cayeron dos bolsas, y salió rodando una lata de atún, me acuerdo perfecto. Y vos, en vez de mirar alrededor a ver si alguien te había visto, te empezaste a reír. Ni alcancé a ayudarte, porque ya habías empezado a hacer malabares con las bolsas y la escoba para poder con todo.
- Es que fue un momento gracioso. Son cosas que me pasan sólo a mí.
- No, le pasan a todos. La diferencia es como te lo tomás. Así como cuando el otro dia te reías de vos, y me decías que eras una nena consentida que no sabía ni limpiar el piso.
- Jajaja, lo soy. ¿Cuándo te lo dije? No me acuerdo.
- Cuando estabas borrachita. Aparte me dijiste "te dejo reírte de mí, pero reíte bien". Jajaja, fue genial. No sabía que te podías reír bien o reír mal.
- Claro que sí. Vos, por ejemplo, te reís bien de mí.
- Por supuesto.
- Bueno, eso lo entiendo. ¿Pero por qué yo? O sea, ¿por qué después de tanto tiempo de no involucrarte con nadie justo yo te hago cambiar?
- Porque me gustás mucho. Y no tiene otra explicación. Me di cuenta de que me pasaba algo fuerte con vos, cuando de repente, haciendo las compras pensé "seguro que Agus no tiene nada para comer". Y compré el doble de todo para cocinarte.
- De nuevo, sos lindo.
- Gracias. El tema es que nunca me había pasado eso. De estar haciendo cualquier cosa y de repente pensar en una mina. El otro día te quería tocar timbre sólo para charlar un rato, pero me dio cosa que estuvieras ocupada o algo. Tenía muchas ganas de boludear con vos, de zambullirnos en tu colchón, ¿entendés?
- Jajaja, sí.
- Y ahora, por ejemplo, no quería esperar hasta el sábado para verte. Ya me parece demasiado tiempo. No quiero que nos veamos sólo una vez por semana.
- No tenemos por qué.
- Bueno, la próxima vez que tenga ganas de tocarte timbre para verte, lo hago y listo.
- Hacelo. Con mucho gusto me zambullo en el colchón con vos.
- Jajajaja. Quiero más de todo eso. Quiero verte más. Porque me hacés reír, ¿entendés? Me divierte estar con vos.
- Sí, entiendo. Pero mirá que no es todo tan así. Yo no soy siempre divertida. No todas mis historias son de como me caí limpiando.
- Yo sé que no. El tema es que las quiero saber igual, porque quiero saber todo sobre vos.
- Bueno, pero te aviso desde antes. No soy nada especial.
- Eso dejame decidirlo a mí, Agus.

Y me dio un beso. Y otro. Y otro.

jueves, 16 de julio de 2009

Día 67 - You are just too good to be true...

Desde el sábado que le estoy dando vueltas al tema de mi "comportamiento" en lo de Sebastián el viernes de noche. Estuve pensando en que soy una persona horrible y desconsiderada y que de alguna manera tengo que hacer algo para compensarle la noche desastrosa que pasó.

Pero pienso y pienso y no se me ocurre absolutamente nada. Así que por lo menos para hacer algo, ayer de tarde le escribí una cartita y se la dejé abajo de la puerta.
Decía "Perdoname por lo del otro día. Sos lindo. Besos"

De noche me contestó:
"Ya te dije que no te preocupes. Justo te iba a escribir para decirte que este viernes tengo un cumple, así que no nos podemos ver. ¿Podés el sábado?"

Agarré un papelito, le dibujé un corazoncito que adentro decía "sí", y se lo deslicé. Yo sé que probablemente él estaba en ese momento en la casa, pero me divierte tanto el tema de mandarnos cartitas que no le toco timbre ni nada. Sólo le dejo su correspondencia.

Al rato me contestó.
"Igual te quiero ver antes, no quiero tener que esperar hasta el sábado. Venite mañana a comer, y te preparo algo que no puede fallar. No acepto excusas, te quiero a las 9.30 acá. Besos"

Encima de que me emborraché, prácticamente me dormí mientras comíamos el postre, y seguramente lo dejé con las ganas de una buena sesión de sexo, me invita a su casa nuevamente, con la intención de cocinarme.

Este tipo es demasiado bueno para ser cierto. No puede ser real. No puede.

miércoles, 15 de julio de 2009

Día 66 - Flashback: La presentación de Martín (el after)

Martín y yo nos miramos. No sé como, pero en ningún momento se nos pasó por la cabeza la idea de que iba a haber que hacer una cena con las dos familias. Qué horror. No sólo le tenía que decir a sus padres todo lo del casamiento, sino que les tenía que pedir que fueran a comer.

Después de comer el postre, como quería hablar bien con Martín, le dije a mis padres que nos íbamos a dar una vuelta. Mi madre dijo que en otro momento arreglábamos bien el tema de la cena. Antes de que siguiera hablando, nos despedimos y nos fuimos.

- Mi amor, perdoname por todo. El principio fue horrible. No pensé que mi madre iba a actuar tan así.
- No te preocupes. Yo sí me lo esperaba. Igual, no sabía que habías pasado tan mal por todo.
- Sí, la pasé muy mal. Pero todo eso ya pasó. Hoy en día estamos bien en esta especie de relación. Y eso es lo que importa.
- Sí, es verdad.
- Pero igual, perdón por lo de hoy, fue un desastre. Además, no puedo creer lo que hiciste. ¡No sé como te animaste! Sos lo más, Martincito. Lo más.
- Jaja. ¿Viste que tenías que confiar en mí?
- Sí, tenías razón. Ahora hay que ver el tema de tus padres. Quiero hablar con ellos.
- ¿Qué? No, dejá, yo ya les conté todo. Ahora les pido que vayan a la cena y listo.
- No, pero no es suficiente. Si mirás la situación de afuera no la lográs entender del todo. Deben pensar muy mal de mí. ¿Me odian?
- No, para nada. Les expliqué todo.
- Bueno, pero igual. Quiero hablar yo con ellos. Vamos a tu casa.
- Bueno, está bien. Pero si no están te arranco el vestido y todo lo que tenés abajo.
- Trato hecho, querido.

Llegamos y, efectivamente, los padres estaban. Por un momento deseé que no estuvieran porque el olor rico que tenía Martín me daba ganas a mí de arrancarle todo, pero bueno, el tema del casamiento era prioridad.
- Mamá, papá, Agustina quiere hablar con ustedes. Vengan que nos sentamos.

Nos sentamos todos en la mesa del comedor, y empecé a hablar.
- Miren, yo les quiero decir unas cuantas cosas, así que por favor escuchenme. En primer lugar, les pido disculpas por todo lo que le estoy haciendo pasar a Martín. Yo sé que estoy siendo una persona extremadamente egoísta, pero de verdad que no aguanto más mi situación y el casamiento es la única manera que tengo de irme de mi casa. Yo tengo veinte años y, sin embargo, en mi casa es como si tuviera trece. Me controlan las horas de salida y las de llegada, también lo que como, y me revisan las cosas que tengo en el cuarto cuando no estoy. No me permitían seguir viendo a Martín sino lo llevaba a comer a mi casa, simplemente porque a mí madre se le ocurrió.
- Sí, nos contó - dijo Rosanna, la mamá en un tono que me dio tranquilidad para seguir.
- Y la verdad es que ya pensé un montón de cosas más, pero ninguna funcionaría a largo plazo. Si vendo mi auto, podría vivir un tiempo, pero no me alcanzaría para mucho. Con mi sueldo podría pagar los gastos, pero no un alquiler, porque es carísimo. Pero si tengo el departamento, podría mantenerme. Estaría muy justa, sí. Pero no me importaría. Esta situación es inaguantable para mí.
- ¿Y nunca probaste de hablar con ellos? Decirles todo lo que te pasa, lo que sentís - dijo Rosanna.
- Sí. Mil veces. Pero no escuchan, o no les importa. Por lo menos a mi madre. A ella no se le puede hablar cuando se acaba de levantar, ni cuando recién llega del trabajo. Había una época cuando éramos chicos en la que nos decía que después de las nueve no se le podía pedir nada. Y llegaba de trabajar ocho y media así que imagínense.
- Sí, veo que es una situación difícil - acotó Jorge, el padre. - Lo que a mí me preocupa un poco es el tema del casamiento en sí. ¿Estás cien por ciento segura que se puede anular?
- Sí, porque mi tío Mauricio hizo lo mismo que yo. Se casó con su ex novia por el departamento y ahora lo van a anular. Ya me explicó como.
- O sea que después no pasa nada. Es como si nunca se hubieran casado - replicó Jorge.
- Exacto - contesté.
- Y hay otra cosa que me preocupa. Viste que nuestra situación económica no es la mejor. ¿Nos tendríamos que hacer cargo de algún gasto?
- No, Jorge. Eso lo voy a arreglar yo. No sé como, pero ustedes no van a pagar absolutamente nada.
- Mirá, yo te entiendo. Se ve que estás desesperada por irte, y no cualquiera tiene la valentía para hacer lo que vos querés hacer. Y si Martín decidió que te ayuda, es tema de él. Nosotros no nos vamos a meter - dijo Rosanna.
- Sí, pero sin querer los terminé metiendo a ustedes también. Porque van a tener que venir al casamiento.
- Y bueno, es un día, no pasa nada. Aparte Martín nos contó que le regalaste el pasaje para ir a ver a Nacho. Se va en tres semanas, ¿te dijo? ¡Está contentísimo!

Lo miré, son una sonrisa.
- ¿Conseguiste lugar?
- ¡Sí! No sabés lo feliz que estoy. Vale la pena todo lo del casamiento. Me quedo dos semanitas allá con él.
- Te extrañaré, querido. Pero vas a estar bien allá.
- Yo también, chiquita. Pero no sabés la falta que me hace verlo. Tener a tu mejor amigo lejos es lo peor.
- Ya sé. Decimelo a mí que tengo a Romi y Fabi en Israel.
- Bueno, pero vuelven en diciembre. Nacho por ahora no.
- Bueno, pero pensá que ahora lo vas a ver - intervino Rosanna. - Gracias por eso, Agustina. No tenías por qué.
- Sí, se lo merecía. Por todo lo que me va a ayudar. Y bueno, además porque un poquito lo quiero.
Sus padres sonrieron. Rosanna abrazó a Martín, y por un segundo, los envidié como familia. Son divinos. Me hubiera encantado tener padres así. Comprensivos, amorosos. Pero bueno, pronto me iba a desprender de los míos, así que había luz al final del túnel.

- Les tengo que pedir un último favor a ustedes dos. Mis padres quieren hacer una cena para conocerlos. Porque, supuestamente, vamos a ser todos parientes.
- Jajaja. No pasa nada - dijo Jorge.
- En serio, con mucho gusto - agregó Rosanna.
- Bueno, mil gracias. A Martín y a ustedes les estaré eternamente agradecida.
- No es nada - dijo Rosanna, y me sonrió.
- No, en serio, muchísimas gracias. Y les pido disculpas de antemano por lo que va a ser esa cena. O me terminan odiando por haberlos hecho ir, o logran entender perfectamente porque no soporto vivir en mi casa un sólo día más.

martes, 14 de julio de 2009

Día 65 - Flashback: La presentación de Martín (la sorpresa)

Martín tocó timbre a las ocho en punto. Tenía puesto un jean azul oscuro, y una remera celeste Polo que le traje de Nueva York. Estaba muy prolijo. Recién afeitado, bañado, y con un olor rico tan fuerte que se sentía desde un metro a la redonda. Traía en sus manos helado para el postre, lo cual fue una buena elección dado que era verano. Todo parecía indicar que la cena iba a ser un éxito.

Saludó primero a mi madre, quien fue la que le abrió la puerta y le dijo que no había necesidad de traer helado. Igual menos mal que lo hizo, porque sino seguro que después de que se fuera mamá hacía algún comentario refiriéndose a que no trajo nada porque "no viene de familia de plata". Lo cual seguiría con un "así que obviamente no es para vos".
En segundo lugar, saludó a mi padre (le dio la mano), y después a Fabián. Yo no sabía muy bien lo que hacer, todos estaban mirando a ver como nos saludábamos, así que optamos por un beso en el cachete. Me daba mucha vergüenza darle un beso de verdad en frente a mis padres. Aparte, seguro que si lo hacía mi madre me prohibía volver a hacerlo hasta el casamiento, porque sino estaría siendo una puta.

Mi madre fue hasta la cocina a ver en qué andaba la comida y dijo que pasáramos a la mesa, porque estaba lista. En ese momento, aproveché mientras pasábamos del living al comedor para acercarme a Martín.
- Nene, me estoy muriendo. Decime qué es lo que vas a hacer - le dije bajito.
- Lo mejor es que no sepas, porque no creo que puedas actuar tan bien como la situación lo requiere.
- Querido, me subestimás. Soy una excelente actriz.
- Sí, pero esto es un momento clave en la historia del casamiento. Haceme caso.
- Bueno. Si vos decís...

Mi papá se sentó en la cabecera, mi hermano en frente de Martín y mi madre enfrente mío. Vino María desde la cocina con una fuente enorme de strogonoff de carne. Le dijo "hola" a Martín, quien le sonrió y le devolvió el saludo. Cuando se fue para la cocina, la vi espiando todo por la cortina de la ventana que da de la cocina al comedor.
- ¿Te gusta el strogonoff, Martín? - preguntó mi papá.
- Sí, claro - respondió.
- A ver, pasame tu plato que te sirvo - dijo mi madre.
Martín le entregó su plato. Yo me paré y empecé a servir coca light a todos, mientras trataba de pensar como iniciar la conversación. No se me ocurrió nada. Mamá siguió con mi plato, el de Fabián, el de papá y por último, el de ella.
- Bueno - dijo mi padre. - Vamos a comer que se enfría.

Yo empecé a masticar, mientras miraba a mi hermano y le hacía señas para que dijera algo. Primero me empezó a hacer caras, pero terminó apiadándose de mí y rompió el hielo, por suerte.
- ¿Martín, viste el partido? - le preguntó.
Ya no me acuerdo ni quién había jugado ese día o el anterior. Ni siquiera lo supe en el momento, pero agradecí la idea de mi hermano porque a Martín le gusta el fútbol. Hablaron algunas pavadas del partido, pero después, nuevamente, hubo un silencio.

- Así que volvieron - dijo mi madre, en un tono irónico, mientras tomaba coca.
- Sí, por suerte - dijo Martín y sonrió. - Creo que nos hizo bien estar un tiempo separados después de tantas idas y vueltas para darnos cuenta de que lo que ambos queríamos era estar juntos.

Yo le agarré la mano, y así nos quedamos. Mi madre nos miró fijamente como diciendo "demostraciones de afecto no, por favor" así que se la solté.
- ¿Idas y vueltas? - preguntó sarcásticamente. - Fuiste vos el que terminó las cosas entre ustedes. Agustina, pobrecita, estuvo tres días sin salir de la cama. Yo no sabía lo que hacer, tuve que mandar a María a que hablara con ella y la consolara.
- Mamá, callate la boca. No sabés de lo que estás hablando. Nosotros dejamos de mutuo acuerdo - acoté.

Martín estaba pálido y no sabía lo qué decir.
- ¿Entonces por qué tanto "pamento"? No parabas de llorar, me lo acuerdo clarito.
- Mamá, ¡basta! Eso fue cuando teníamos dieciséis, y ahora tenemos veinte. No estabamos en la misma sintonía, pero ahora la historia es otra. Yo cambié, él cambió y ahora las cosas entre nosotros están bárbaras. Incluso mejor que antes.
- Es verdad - dijo Martín. - Y yo sé que en ese momento las cosas no terminaron bien, pero yo también sufrí muchísimo. Es más, estando en Israel me di cuenta que Agustina era la mujer para mí y no podía hacer nada.
- ¿Y por qué no hiciste nada cuándo volviste? - inquirió.
- Jaqui - intervino mi papá, y le agarró el brazo. - Cortala.
- Con todo respeto, Jaqueline. Pero en ese momento yo sí quise volver con Agustina.
- Es verdad, mamá. Fui yo la que le dije que no. Sentí que no era el momento - dije. - Pero fue hace dos años eso ya. Ahora yo quiero estar con él, y él conmigo.

Mi padre y Fabián prácticamente no hablaban. Era mi madre la que dirigía la conversación.
- Bueno, está bien. Tuvieron sus idas y vueltas, y ahora quieren volver. Igual, te digo, Martín. La hiciste sufrir mucho, y espero que no lo vuelvas a hacer.
- No lo voy a hacer, en serio. Como dije antes, me di cuenta de Agustina es la mujer para mí - dijo.
- Y vos sos la persona para mí, Martín - dije, empezando con la actuación. - Cada día lo siento más.
- Ay, Agustina, no seas tonta - dijo mi madre. - Sos muy joven para decir esas cosas. Tenés que conocer a otros antes de decir que es "la persona para vos".
- No me parece -agregué. - Cuando lo sabés, lo sabés.

Mi hermano me miraba, y prestaba atención a toda la situación, pero no lograba entender. Todavía no había tenido oportunidad de contarle mi plan. Lo único que le había dicho era que Martín me iba a ayudar a conseguir el departamento, pero los detalles los desconocía.

- Contame, Martín. ¿Qué estudiás? - preguntó papá, en un intento de darle un giro a la conversación.
- Administración de empresas. Y trabajo con mi padre en su empresa- contestó.
- Mirá que bien - dijo papá. - Arrancaste a trabajar muy joven.
- Sí, es que me quiero independizar - dijo. Y yo aproveché la situación.
- Claro, sí. A mí también me gustaría vivir sola en algún momento. Pero acá es carísimo. Todos los gastos comunes, la comida. Para una persona sola es mucho - dije, y recé porque Martín entendiera la idea.
- Pero entre dos es más fácil. Podríamos vivir juntos - dijo. Yo sonreí.
- Me encantaría - acoté. - Nos re imagino conviviendo.
- Ay, chicos, no sean ingenuos. Tienen veinte años. Además - me miró -bajo ninguna circunstancia te pienses que vas a vivir con alguien antes de casarte.

La miré sin contestarle.
- Sobre eso les quería hablar - dijo Martín. Mi cara se transformó.
- ¿Sobre qué? - preguntó mi madre extrañada.
- Yo tampoco entendí - agregó papá.
- Ni yo - dije.
- Bueno, en este último tiempo me di cuenta de muchas cosas - empezó. - Además de que me di cuenta de que quiero estar con Agustina, y con nadie más que con ella, me di cuenta de que quiero verla mucho más. Me dan ganas de estar con ella todo el tiempo - dijo, y me miró. - Te extraño cuando no estoy con vos.
- Yo también, mi amor - dije, y sonreí. - Quiero todo con vos. Cada vez que te veo pienso en nosotros, y puedo ver un futuro.
- Yo quiero un futuro con vos. Lo sé con absoluta certeza.
- Yo también. Quiero que lo nuestro dure por muchísimo tiempo más. Y que sigamos tan bien como hasta ahora.
- Chicos, ¡cuanta cursilería! - chilló mi madre.
- No es cursilería, Jaqueline. Estoy enamorado de su hija.

Aunque sabía que era mentira, se me llenaron los ojos de lágrimas por escucharlo. Deseé con todo mi ser que fuera verdad. Se me vinieron a la cabeza mil momentos con él y me hubiera encantado que fuera cierto que me amara. Para sentir que todo había sido por algo. Que de verdad, tantas idas y vueltas (que eran muchísimas más de las que mis padres sabían) nos hubieran llevado a darnos cuenta de que nos queríamos de verdad. Para siempre.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por la imagen de Martín parándose y metiendo la mano en el bolsillo del pantalón. Yo levanté la vista. Él sonrió.
- Agustina, quiero pasar el resto de mi vida con vos. ¿Me harías el honor de ser mi esposa?

Mi papá dejó caer el tenedor. Mi hermano escupió toda la coca que acababa de tomar. A María, que desde la cocina estaba escuchando todo mientras pretendía lavar platos, se le cayó uno. Mi madre se atragantó. Empezó a toser, se puso toda roja y se le llenaron los ojos de lágrimas (que no llegué a entender si eran de supuesta alegría o por estar atorada).

Yo no sabía que hacer. Tal como Martín lo había dicho, mi reacción había sido de sorpresa absoluta, por lo que fue creíble. Pero no le pude contestar, porque miraba a mi madre que agitaba los brazos, tratando de hacer señas que nadie entendía. Mi padre le golpeaba la espalda, mi hermano también, a la vez que me miraban. Yo estaba estupefacta.

Cuando mi madre finalmente dejó de toser, chilló "contestale al chico de una vez, pobrecito".
Me reí, me paré y lo miré a los ojos.
- Por supuesto que sí - dije. Y lo abracé.

Mi papá le hizo prometerle que me iba a "cuidar bien". Mi mamá empezó con idioteces.
- ¡Y yo que pensé que no ibas a conseguir marido nunca! - chilló.
Yo seguía abrazada a Martín y ni le presté atención a su comentario estúpido. Desgraciadamente, lo siguiente que dijo hizo que fuera imposible ignorarla.

- Martincito, ¡bienvenido a nuestra familia! Ahora falta que conozcamos a tus padres. ¡A fin de cuentas todos vamos a ser parientes!

lunes, 13 de julio de 2009

Día 64 - Flashback: Presentación de Martín (la previa)

Hacía tres meses que le había dicho a mis padres que había vuelto con Martín y mi madre ya había empezado a insistir fuertemente con que lo presentara. En verdad "insistir" se queda muy corto, porque lo que me dijo fue "o traés a Martín a comer o no te dejo salir más con él". Ustedes pensarán que a los veinte años una persona puede ser capaz de decirle a su madre que se vaya a la mierda, pero en este caso era un poco más complicado.

En mi casa siempre se vivió en base a reglas fuertes que controlaban absolutamente todo lo que mi hermano y yo hacíamos. Algún día voy a ahondar sobre este tema, pero para darles un ejemplo les puedo contar que María siempre se fijaba exactamente todo lo que comíamos (y lo anotaba en un papelito) para comunicárselo a mi madre, porque ella nunca estaba.
Cuando venía, miraba la notita y después decidía si estaba bien o si era mucho, porque había que cuidar que no engordáramos. En mi casa comer era sinónimo de pecar.
Cuando le parecía que nos estábamos pasando, o que las cosas que preparaban no eran lo suficientemente light, hablaba con María para que cambiara las milanesas por pollo, y el puré por ensalada. De postre sólo fruta, por supuesto.

Las horas de llegada a mi casa estaban controladísimas, y por supuesto que había límites. Yo no podía salir hasta tarde dos días seguidos, por ejemplo. Y muchas veces, si no le gustaba mi programa, directamente me empezaba a poner condiciones para que no pudiera ir. Si era una salida en la que iba a gastar mucha plata me daban poca, si quería ir a dormir a la casa de una amiga para poder volver tarde sin que ella supiera, no me dejaba. Y así mil ejemplos más.

Por todo esto es que supe que tenía que traer a Martín a mi casa sí o sí. Porque sino, mi madre alguna manera iba a encontrar para arruinarme la pseudo relación que tenía con él. Y ya estábamos "comprometidos" (lo habíamos hablado nosotros, pero nadie más sabía), con el plan de casarnos. Pero había que ir preparando el terreno, decir que teníamos planes a futuro y en algún momento, anunciar nuestro compromiso.Así que lo llamé para que viniera a cenar esa noche.
- ¿Hola?
- ¡Prometido! Jaja. ¿Qué hacés?
- Estaba chateando con Nacho, y organizando el viaje. ¿Segura que me regalás el pasaje, no?
- Obvio, querido. Ya te lo dije. Tengo la plata separada para vos.
- Ay, qué felicidad. Capaz que me voy dentro de dos o tres semanas, ¿qué te parece?
- Genial. Pero ya que te vas hay algo que tendríamos que arreglar antes. Mi madre quiere que vengas a comer.
- Dame un segundo que le digo a Nacho que vuelvo en diez. Listo. Y bueno, voy. ¿Cuándo?
- ¿Hoy podés? - pregunté.
- Ah, pero no pensé que era ya. Nos falta ver bastantes cosas de la historia del casamiento.
- No, no es tanto. Ya estuve pensando. Venís a comer, nos mostramos re enamorados y etcétera. Decimos que en un futuro nos gustaría formalizar nuestra relación. Y vemos que más surge.
- ¿Y el casamiento no lo nombramos todavía?
- No sé, ¿qué te parece a vos?
- No sé tampoco.
- Mirá, trato de resumir lo que pienso.
- Dale.
- Por un lado, pienso que no decir nada no nos lleva a ningún lado. Porque después vas a tener que venir otro día a decir que nos comprometimos. Y después en otro momento van a querer hacer una cena con toda mi familia. Y ahí vamos a terminar casándonos en un año, y yo a mi madre ya no la soporto más. Me quiero mudar ya.
- Bueno, entonces decimos que éstuvimos pensando en casarnos y listo.
- No, pero va a decir que ni le consulté sobre el tema. Y además va a quedar bastante repentino, no va a entender nada.
- ¿Entonces, mi amor?
- Creo que lo mejor va a ser mandar indirectas sobre el futuro, y si se llega a dar la situación decir algo del casamiento. Lo evaluamos en el momento.
- Bueno, me parece bien. Pero igual, es como vos decís, se va a ir estirando todo.
- Sí, ya sé. Dejame pensar un poco más...
- Uh, se me ocurrió algo.
- ¡Decime!
- No, no te lo puedo decir porque quiero que tu reacción en el momento sea real así es más creíble. Pero me parece que es algo intermedio entre las opciones que me planteaste.
- ¿Pero estás seguro de que puede funcionar? ¿No es muy arriesgado? Porque mirá que damos un paso en falso y se nos va todo a la mierda.
- Para mí es una muy buena idea. ¿Confiás en mí?
- Obvio, mi amor. Por algo te elegí como mi marido, jajaja.
- Bueno, entonces hay una cosa que tengo que hacer.
- Dale, tranquilo. Hacé lo que tengas que hacer, y venite a las ocho.
- Dale. ¡Qué nervios, chiquita!
- Sí, yo estoy que no puedo más. ¡Ni siquiera sé qué es lo que vas a hacer!
- Peor es saberlo, creeme.

domingo, 12 de julio de 2009

Agus en Facebook

A partir de ahora, tengo cuenta en facebook.

Agreguenme, estoy como Agustina Ro.
Creen un grupo que se llame "Hogar nuevo, vida nueva" es el mejor blog que leí en mi vida. Hagan un club de fans de Agustina Ro!
Muestrenme su amor!

Día 63 - ¿Y yo?

Ayer a las nueve de la noche.

De: Martín
Para: Agustina
"¿Qué hacés?"

De: Agustina
Para: Martín
"Acá en casa. ¿Vos?"

De: Martín
Para: Agustina
"Estoy cerquita de ahí. ¿Querés que pase un rato?"

De: Agustina
Para: Martín
"Dale, venite y pedimos algo para comer. ¿Te parece?"

De: Martín
Para: Agustina
"Tengo una idea mejor. Llego en diez con algo para vos."

De: Agustina
Para: Martín
"Dale, te espero."

Y llegó a los quince minutos, con mi combo preferido de Burger King y una caja de alfajores Havanna.


Sebastián es carne al horno con vino, y fondue de chocolate. Martín es hamburguesas con coca light, y alfajores.
¿Y Agustina?

sábado, 11 de julio de 2009

Día 62 - Friday I'm (almost) in love

Once de la mañana. Abro los ojos despacito y veo que no estoy en mi colchón sino en una cama. La del vecino, precisamente. Miro hacia donde debería estar él, pero no lo veo. La cama está hecha de su lado. Levanto la frazada y veo que tengo puesta la ropa de ayer. La remera colorada que tiene un lacito negro, y mi jean levi's preferido.
¿Qué carajo hago adentro de la cama de Sebastián, sin Sebastián, y vestida?

Totalmente confundida me levanté de la cama y me acerqué hasta el baño. Toqué la puerta despacito.
- ¿Seba?
No contestó. Entré, me lavé la cara y me peiné un poco pasándome las manos por el pelo. Me las lavé, puse pasta de dientes en el dedo índice y lo usé a modo de cepillo. No entendía nada, pero no iba a dejar que el vecino me viera en el peor de mis estados.

Salí del baño y caminé hasta la puerta del cuarto. La abrí, esperando ver a Sebastián en el living, pero no estaba.
- ¿Seba? ¿Dónde andás?
No contestó. Me acerqué hasta la cocina a ver si había alguna cartita suya, y encontré una pegada a la puerta de entrada que decía "No te vayas, linda. Ya vuelvo".

Me acerqué hasta el sillón para comprobar si lo que estaba pensando era cierto y -con horror - me di cuenta de que sí. En el sofá, había una almohada y una frazada.
God, durmió en el sillón. ¡¿Por qué?!

Desorientada, volví a la cama y me metí adentro. Traté de pensar en la noche anterior, y me vinieron a la cabeza diferentes imágenes. Me acordé de cuando llegué, y sé que en ese momento pensé en que cada vez que veo a Seba está más lindo. También sé que nos dimos unos cuantos besos al lado de la puerta y después nos sentamos en unos almohadones en el piso. Ahí fue que comimos la fondue de queso, y tomamos un poco de vino. Lo siguiente que me acuerdo es del vecino diciéndome que no tomara tanto, y yo me reí y lo ignoré, pensando en que el vino era inocente.

Luego de eso, comimos carne al horno con papas rosti. Después, me dio frutillas con chocolate en la boca, tal como lo había anunciado. Pero a partir de ese momento no me acuerdo de nada. Y asumo que es por cierto líquido que de inocente no tuvo nada.

Empiezo a armar el puzzle.
Mucho vino de mi parte + amanecer vestida en su cama + almohada y frazada en el sillón = me emborraché, me llevó a su cama y se fue al sofá.

No puedo creer lo imbécil que soy. Me invita a su casa, me prepara la cena, y yo ¡¿me quedo dormida?! ¿Qué clase de deficiencia tengo? ¿Cómo puedo haber sido tan idiota? Seguro que no me habla nunca más. Me puso en la notita que vuelve, pero seguro se escapó para no verme más.

Mi monólogo fue interrumpido por el ruido de las llaves en la cerradura. Avergonzada por todo, caminé hasta la puerta del cuarto y asomé sólo la cabeza.
- ¿Me odiás? - pregunté con miedo.
- ¿Qué? Jajaja. ¿Por qué habría de odiarte? - preguntó, y apoyó una bolsa de facturas sobre la mesa.
- Porque, sino me equivoco, ayer no estuve exactamente sobria - dije.
Se acercó hasta mí, y me dio un beso largo y profundo. Yo cada vez entendía menos.
- No, pero me re divertí. O sea, siempre me río con vos, pero ayer me tenté con cada cosa que me contaste.
Por favor, decime que no te dije lo del machucón.
- ¿Qué te conté exactamente?
- Muchas cosas. Me dijiste que tenías un machucón en la cola porque te olvidaste que habías limpiado el piso y te caíste.
- ¡No! - chillé. Me senté en una silla del comedor y metí la cara entre las manos. - Debés pensar que soy una inútil de mierda, y encima una loser total, porque nadie se cae así.
- ¿Cómo que nadie se cae así? ¿Sabés cuántas veces me caí yo? Dentro y fuera del departamento. Una vez me tropecé en la escalera de la facultad y todo el mundo se río de mí. Y yo también me reí, porque fue muy gracioso.

Saqué la cara de entre las manos.
- ¿En serio?
- ¡Obvio! Y además me cagué de risa porque me dijiste que habías limpiado el piso "al revés", entonces se te marcaban las chatitas. Jajaja, eso fue genial.
- ¿Genial? ¡No puedo creer que te lo conté! Me quiero morir. Cuando recién estás conociendo a alguien, se supone que tratás de mostrar lo mejor de vos, a la vez que escondés tus defectos. ¡Y yo estoy haciendo cualquier cosa!
- Escuchame una cosa, linda. ¿Qué te dije el día que fui a tu casa a ayudarte a cambiar la bombita?
- No sé - dije, al borde del llanto.
- Que odio a la gente que aparenta ser perfecta. Entendé que todo lo que pensás que estás haciendo mal, hace que me gustes más. Porque, mientras me contabas esas cosas te reías de vos misma. Hasta me dijiste que alguien te tendría que haber grabado, porque fue una caída monumental, jajaja. Nunca me había reído tanto con una mina como con vos ayer, te juro- dijo.

Traté de asimilar lo que me acababa de decir.
- ¿Te gusto?- pregunté.
- ¿No es obvio, vecinita? Me encantás.
- ¡Pero no te puedo encantar! Mirá lo que soy, un desastre. ¿Encima después me quedé dormida? O sea, ¿qué pasó después de que comimos fondue de chocolate?
- Estabas cansadita y un poco borrachita también, entonces te cargué hasta mi cama. Y ahí me pediste que me quedara con vos. Me senté al lado tuyo, y esperé a que te quedaras dormida para venir al sillón.
- Ay, qué horrible, por dios. Aparte, ¿por qué no dormiste en la cama? Ya hemos dormido juntos, no pasaba nada. ¡Debés haber dormido re mal en el sillón!
- No sé, no te quería incomodar. Aparte no pasa nada, es lindo el sillón. Dormí bien.
- ¡Seguro que no! No te podés imaginar la vergüenza que me da esta situación. Me siento horrible, te juro.
- Agus, no te preocupes, en serio. La pasé re bien con vos, y dormí bien. Además, cuando estaba sentado al lado tuyo en la cama me dijiste "sos lindo". Eso fue suficiente para que la noche fuera buena.

Me paré, me acerqué a él y le di un beso. Después me dio la mano, y me llevó hasta la mesa del comedor.
- Te prometo que te voy a compensar esto de alguna manera - dije.
- No hay nada que compensar, en serio. Traje facturas. Mi idea era llevarte el desayuno a la cama, pero bueno, es lo mismo. ¿Qué querés tomar? ¿Café?
- Sí.
- Cafecito para Agus, entonces.
- ¿Seba?
- ¿Qué, linda?
- Vos también me encantás.


Este había sido el título original. Lo cambié, pero ahora vuelvo a él. Dicen que siempre se vuelve al primer amor (?)