sábado, 31 de octubre de 2009

Día 165 - Quickie

Timbre. Es Martín. Para hablar.

Mañana les cuento.

viernes, 30 de octubre de 2009

Día 164 - Flashback: Here comes the bride, all dressed in white

- Hablé con una modista - dijo mi madre. - Vamos mañana a las tres.
- ¿Una modista? ¿No te parece un poco exagerado?
- ¿Exagerado? ¡Es tu vestido de novia!
- Sí, ya sé. Pero como va a ser algo chico, no me pareció necesario mandar a hacer el vestido.
- Bueno, a ver. Yo sé que se te ocurrió eso de hacer una fiesta chica, pero ya vas a recapacitar. Mientras, nos encargamos del vestido.
- No se discute el tamaño de la fiesta. Ya lo hablamos.
- Bueno, bueno, Agustinita. Veamos el tema del vestido.
- Bueno. Yo tenía ganas de ir a Las Oreiro a ver que hay.
- Muy tranquilo lo tuyo. Vas a ir "a ver que hay". ¡¿No te das cuenta de que te casás en un mes?!
- Ay, mamá. Tranquizate. Hay tiempo. Voy a ir a Las Oreiro a ver que encuentro y si no hay nada, vamos a lo de la modista.
- ¿A Las Oreiro? ¿Vos estás loca?
- Sí, a Las Oreiro. Tienen vestidos hermosos.
- Sí, mi amor, pero no son para vos.

- ¿Y eso qué quiere decir? - pregunté enojada.
- Que son para chicas flaquitas. Y bueno, vos sabés que no estás en tu mejor momento y...
- ¿Estás diciendo que no me van a entrar? - pregunté interrumpiéndola.
- No, no. Capaz que sí. Tampoco es que estás tan gorda. Rellenita, diría yo.
- No estoy rellenita, estoy bien. Y tengo ganas de ir a ver que onda. Le pido a Valentina que me acompañe para tener una segunda opinión.
- Pero, chiquita, como se ve que no entendés nada. ¿Cómo vas a ir a comprarte tu vestido de novia con una amiga? ¡Siempre te va a decir que te queda bien! Tenés que ir conmigo, ya sabés que te voy a ser honesta.
- Vale me va a decir la verdad. Tampoco va a querer que pase vergüenza - dije.
- A ver, Agustinita, razonemos. Vos viste como son los vestidos de Las Oreiro. Marcan mucho "las curvas".

- ¿Las curvas? - pregunté, sabiendo perfectamente cual era la respuesta.
- Sí, bueno, la cola. La tuya que ya es grande con uno de esos vestidos se va a ver enorme. Y tu amiguita no te lo va a decir, ¿entendés?
- Contigo no se puede hablar. Voy a ir hasta ahí a probarme y veo. Si hay alguno en particular que me llame la atención, después vas vos y me lo pruebo de nuevo. Estuve mirando en la página web y tienen vestidos preciosos. Hay uno blanco con un detalle negro...
- Negro es de luto - me interrumpió. - Sólo blanco puede ser.
- Ay, mamá. Eso es viejísimo. Me coparía que el vestido fuera de otro color. O por lo menos que tuviera algún detalle en otro color.
- Puedo tolerar que te compres un vestido en vez de que te lo mandes a hacer. Pero ya habíamos acordado que ibas a caminar por el altar, con tu vestido blanco. No me vas a sacar el placer de ver a mi nena caminar con su vestidito precioso y blanquito.
- Puede ser un vestido precioso pero que no sea blanco.
- ¡Qué ganas de romper las tradiciones!
- Sí, soy una revolucionaria.

- ¡Pero sí! ¿Qué más se te va a ocurrir ahora? Fiesta chica, vestido que no sea blanco, yo ya no sé. Es todo al revés con vos.
- Ay, mamá. Basta.
- Basta vos. Te vas a casar de blanco, como símbolo de pureza. Como todas las chicas vírgenes.
- Sí, claro - dije, y agregué bajito. - Lástima que hace mucho que no soy...
- ¿Qué dijiste?
- Nada, mamá. Nada.

jueves, 29 de octubre de 2009

Dia 163 - Hermanos, en lo bueno...

Mi primer impulso fue tirar el frasco de café al piso y taparme las tetas con las manos. El tarro se rompió en mil pedacitos a la vez que yo le gritaba a mi hermano "pendejo de mierda" mientras su amigo se reía.
- ¡La concha de tu madre Fabián! ¿Qué carajo hacés acá? ¡Pendejo de mierda!
- ¡Me olvidé de la notebook, histérica!
- ¡Encima que me dejás todo el baño cagado ahora entrás así!
- Jajajaja, te arruiné el baño.
- Sí, no voy a poder entrar por un mes.
- Sorry.
- Ya fue. ¿Y vos qué mirás, Guillermo? ¡Date vuelta de una vez!
- Bueno, bueno. Perdón - dijo avergonzado el mejor amigo de mi hermano.
- Agarrá al computadora y andate, por favor.

Fabián entró corriendo a agarrar la notebook y se fue. Guillermo, desde la puerta se dio vuelta para mirarme por última vez.
- ¡Date vuelta! - chillé.
- Es que me gusta tu bombacha de Kitty - dijo, riéndose.
- No la mires más que te cago a palos - le dijo Fabián.
- Perdón - contestó.

Cuando se fueron tuve que barrer. Lo hice maldiciendo a Fabián. De repente, ya no me pareció tan divertido que estuviera viviendo en mi casa.

Sin embargo, dos horas después, cuando volvió a casa con bolsas de Burger King se me pasó el enojo. A fin de cuentas, la pelotuda que no cerró la puerta fui yo. Intentamos reírnos de lo que pasó y dejar todo atrás. Fabián propuso contarle la historia a nuestros nietos alguna vez y me reí.

Más allá de que lo del otro día fue algo puntual, tener a Fabián en casa ya no me resulta tan divertido. Es muy desordenado. Más que yo, y eso ya es mucho. Deja absolutamente todo tirado. He llegado a encontrar boxers en cualquier lado de la casa. Y además, arrasa con absolutamente todo lo que hay en la heladera. Yo sé que no es mucho, pero lo que hay se lo come. Y después, en vez de tirar el papel en la basura, lo deja adentro. Por ejemplo, se comió todo el pan y dejó el envoltorio adentro de la heladera como si todavía quedara. Ya se lo dije más de una vez, pero no hace caso.

Además de que cada vez que quiero hablar con Martín le tengo que pedir a mi hermano que se vaya a dormir a lo de un amigo. Ya no tengo la libertad que tenía cuando él no estaba. No puedo dormir desnuda porque para ir al baño tiene que pasar por mi cuarto, no puedo poner música fuerte hasta cualquier hora porque ahora hay otra persona que vive conmigo y también tengo que ser yo la que compra todo porque Fabián no tiene un peso.

Y sé que para el la situación tampoco es la ideal. Está durmiendo en una bolsa de dormir en el piso de un living que no es suyo, tampoco tiene libertad y me tiene que pedir plata todo el tiempo.

De cualquier manera, él no quiere volver a lo de mis padres y yo tampoco quiero hacerlo pasar por eso. Así que, por ahora, así estamos. Para bien o para mal.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Día 162 - Cause we all just wanna be big rockstars...

Mi hermano ayer de tarde se fue a estudiar a lo de un amigo y yo aproveché para hacer lo que siempre hago cuando tengo muchas cosas en la cabeza y necesito liberar tensiones. Bailar.

No quería pensar más en los problemas familiares, ni en la situación de mi abuelo ni en lo que podía llegar a pasar con Martín, así que decidí poner la música bien fuerte y empezar a correr por toda la casa al ritmo de Aerosmith, Nickelback y los Beatles.

Aprovechando que estaba sola por primera vez en mucho tiempo decidí hacer otra cosa que también me ayuda a liberar tensiones y es tirar la ropa para cualquier lado. Me saqué los zapatos, el pantalón, la camisa y el corpiño. La ropa para mí representa las obligaciones, vestirme para el trabajo, para ir a la facultad, para salir al mundo exterior. En mi casa, precisamente, quiero todo lo opuesto. Quiero libertad.

Así como estaba, y cantando fui a la cocina y me preparé un café. Bailé mientras la leche se calentaba en el microondas y canté Rockstar a todo volumen, precisamente queriendo ser una estrella de rock.

Sin embargo, parece que mi hermano se había olvidado la notebook y yo de trancar la puerta. La conjugación de ambas cosas derivó en que Fabián y un amigo suyo se encontraran con un lindo espectáculo. Me vieron a mí, con nada puesto más que mi bombacha de Hello Kitty, cantando con el tarro de café a modo de micrófono.

martes, 27 de octubre de 2009

Día 161 - Iom Uledet Sameaj (III)

Volvimos a mi casa Martín y yo solos porque dejamos a mi hermano en la casa de un amigo. Durante el trayecto y hasta que entramos al departamento yo estuve muy callada. Tenía muchas cosas en la cabeza. Por supuesto que Martín se percató de esto y en seguida me preguntó que había pasado. Yo fui hasta mi cama y me tiré. Él me siguió.

- Yo siempre fui una princesa - dije, mirando el techo.
- ¿Qué? - preguntó sin entender.
- Que yo siempre fui una princesa. A los cinco años conocí Santiago de Chile, a los seis Orlando, a los siete Cancún, a los ocho Las Vegas, a los nueve Miami, a los diez Santo Domingo y así hasta que recorrí Europa a los diecinueve y Nueva York a los veinte. Fui la única de mis amigas que recibió un auto a los dieciocho y un departamento a los veintiuno. Soy una princesa.
- Es verdad.
- Cuando eramos chicos, mi abuelo nos llevaba a Fabián y a mí a la juguetería y nos decía que eligiéramos lo que quisiéramos. Sin ningún tipo de límite. Me podía llevar todas las Barbies que había en el local si quería.
- Sí...
- Y cuando era el cumpleaños de Fabián, mi tío Marcelo me regalaba a mí la mitad de la plata que le regalaba a él. Lo llamaba "premio consuelo", y nos lo daba para que ningún hermano se sintiera mal en el cumpleaños del otro porque no recíbía regalos.
- Me contaste.
- Es como te digo, siempre tuve todo. Pero por supuesto que todo tiene su parte buena y su parte mala. Tener plata, obviamente, no es la excepción.
- Yo sé.

- Durante toda mi vida vi tantas peleas por plata que no terminaría nunca de contártelas. Tuve que ver a mis cuatro tíos peleándose entre sí por una cuenta que les abrió mi abuelo, de la cual se apropiaron injustamente mis tíos Gabriel y Mauricio. Vi como le decían a mi padre que él estaba enfermo y que era mejor que ellos dos se encargaran de los temas económicos. Ví, también, a mi abuelo decir que a sus hijos sólo le interesaba su plata y que le iba a dejar todo a sus nietos. Para qué lo dijo. A los dos días mi tío Gabriel se apareció en mi casa diciendo que mi abuelo estaba senil y que él iba a empezar a manejar unas cuentas de Estados Unidos.
- ¿Y qué pasó?
- Mi abuelo se enteró y dijo que nadie podía tocar sus cosas. Que la plata era suya y que él decidía que hacer. Al final terminó poniendo unos departamentos a nombre mío y de Fabián para que tuviéramos algo cuando él ya no estuviera. Pero ahora que mi abuelo está mal seguro que los venden para quedarse con la plata ellos. Igual eso no es lo que más me preocupa, pero no sé que pueda pasar con mis cuarenta y ocho metros cuadrados.
- Nada, este departamento está a tu nombre. Nadie puede hacer nada.
- No creo que sea tan así. Ellos dos son capaces de hacer cualquier cosa. En fin, vamos a ver que pasa. De última vuelvo a lo de mis padres, qué sé yo.
- No vas a tener que volver. ¿Pero qué fue lo que pasó hoy de noche? Estuviste callada todo el elmuerzo.

Le conté la historia, y se acostó al lado mío.
- ¿Sabés lo que fue para mí escuchar que mi abuelo fue declarado incapaz? Hasta hace dos meses estaba al frente de la empresa. Con trescientos empleados a su cargo, manejando, haciendo todo solo.
- ¿Y ahora?
- Ahora vive con enfermeras que hacen cada una turnos de ocho horas, para no dejarlo solo nunca. Ya no trabaja, ni siquiera sale a la calle. Apenas se puede levantar de un sillón sin ayuda.
- Y bueno, mi amor, tiene ochenta y siete años. Tenés que alegrarte por como estaba hasta hace un tiempo, lo normal es que la gente de su edad esté como está el ahora. ¿Entendés?
- Sí - dije, a la vez que me caía una lágrima.
- Vos pensá que lo disfrutaste muchísimo tiempo - dijo, mientras me abrazaba.
- Ya sé, pero eso no quita que se esté muriendo.
- No hay nada que puedas hacer más que estar con él.
- Yo sé. ¿Sería mucho pedir dejar nuestra charla para otro día? Te prometo que pronto, pero hoy no. Por favor.
- No te preocupes. ¿Querés que me quede un rato?
- Sí. Quedate.
- Bueno, chiquita, me quedo con vos.

lunes, 26 de octubre de 2009

Día 160 - Iom Uledet Sameaj (II)

- Rabino, a ver. En primer lugar, nadie está teniendo problemas. En segundo lugar, me disculpo por la pérdida de tiempo que va a ser para usted haber venido hasta acá. Mi madre está...un poco...como digo esto...mal de la cabeza y piensa que mi marido y yo estamos mal. Así que le agradezco que haya venido, pero su ayuda no va a ser necesaria.
- Mire que para mí no es problema. Podemos sentarnos a hablar tranquilamente y ver que soluciones puede haber. A veces las personas no quieren admitir que tienen problemas con su pareja.
- Es que no tenemos ningún problema - mentí.
- Bueno, pero podríamos tener una charla igual. A fin de cuentas, ustedes asumieron un compromiso para toda la vida y van a estar juntos por muchísimo tiempo. Les puedo dar algunos consejos...
- Gracias - dije, interrumpiéndolo. - Pero no va a ser necesario.

Me di vuelta y miré a Martín, quien se veía que estaba conteniendo la risa hace rato. Lo abracé para reforzar la imagen de parejita feliz y volví donde estaba mi abuelo.
- Vení, chiquita, quiero hablar con vos.
- Bueno, abuelito.

Intentó pararse sólo y no pudo. Le agarré fuerte el brazo derecho y lo ayudé a levantarse. Fuimos caminando hasta una especie de escritorio que hay en su casa.
- Sentate - me dijo. Lo hice.
- Contame, ¿cómo anda todo?
- Bien, abuelito. Estoy muy contenta en el departamento, con mi marido. Todo bien.
- ¿Segura?
- Sí, sí. ¿Por qué?
- Porque tu madre anduvo diciendo que Martín y vos estaban peleados y que él había vuelto a lo de sus padres.
- Ay, abuelito, sabés como es mi mamá.
- Sí, me imaginé que era una de sus cosas. Decime, ¿precisás plata?
- No - mentí. La verdad es que no me hubiera venido nada mal.
- Dejame hacerte un regalito.
- Jajaja, no, abuelito. Es tu cumpleaños.
- No importa. Decime la verdad. ¿Precisás?
- En serio que no.
- Te creo. Bueno, era eso. Ver como estabas y si precisabas algo.
- Gracias por preocuparte. Te quiero mucho.
- Yo también, chiquita.

Salimos del escritorio, y en el camino me crucé con mi tío Gabriel, el hermano menor de mi papá. Me preguntó si mi abuelo me había regalado plata y le dije que no.
- Porque, no sé si sabías, nadie está autorizado a recibir plata de papá.
- ¿Qué quiere decir eso? - pregunté extrañada.
- Que últimamente anda regalando mucha plata a las enfermeras, le regaló a tu primo también. Y bueno, con tu tío Mauricio decidimos que es mejor que toda la plata que él da sea devuelta.
- ¿Ahora no puede decidir a quién le da plata y a quién no? La ganó él. Si considera que una enfermera se merece algo extra, se lo puede dar.
- Ya no puede decidir él. La responsabilidad sobre su plata la tenemos los cuatro hijos ahora.
- ¿Y eso?
- Es así, Agustina. Decime, ¿te dio plata o no?
- ¡No!
- Bueno. Si te da algo durante el almuerzo me lo devolvés.

Sin entender mucho me acerqué hasta donde estaba Cristina, la enfermera de la mañana.
- Cris, una pregunta. ¿Qué es eso de que mi abuelo ya no maneja su plata?
- Vino su psiquiatra el otro día y dijo que debe ser declarado incapaz. Ya no está habilitado para firmar nada, y mucho menos manejar plata. Así que tus tíos están a cargo ahora.
- ¿Incapaz? ¿Cómo llegó a eso?
- Está muy desequilibrado, Agus. Sobre todo con la plata. La esconde a veces abajo de la almohada o entre la ropa. O a veces directamente la pierde. Y bueno, tu tío Gabriel no sabés como está.
- Me imagino. Siempre fue un muerto con la plata.
- Exacto. Y, te digo algo, entre nosotras. El otro día escuché a tu tío Mauricio hablando con él, y estaban diciendo que ellos dos se iban a encargar de todas las cuentas.
- ¿Y mi padre y mi tío Julio?
- Están enfermos, según ellos dos, y tampoco son capaces de manejar plata.
- Y bueno, no es del todo mentira. Papá es bipolar y Julio es esquizofrénico.
- Sí, es verdad, pero en este caso es una excusa. Te digo lo que me parece. Están buscando la manera de repartirse todo entre ellos dos.
- Siempre lo quisieron hacer. Se ve que ahora tienen su oportunidad.
- Claro. Les vino como anillo al dedo lo de tu abuelo. Decime, ¿vos tenés alguna cuenta a tu nombre o algo? ¿Alguna propiedad?
- Sí. Mi departamento, y una cuenta que nos abrió a cada uno de los nietos.
- Bueno, te aconsejo que tengas cuidado con esas cosas porque si no tienen problema en sacarle todo a sus hermanos, mucho menos van a tener con respecto a sus sobrinos.
- Pero si está todo a mi nombre no hay nada que puedan hacer. ¿O sí?
- Supongo que no, pero yo que vos me cuidaría.
- Es que no sé que podría hacer. Igual debería averiguar. Gracias, Cris.
- De nada. Me pareció que debía advertirte.

Con todo eso en la cabeza volví a donde estaban todos. El resto del almuerzo transcurrió sin mayores problemas, pero no me pude concentrar en ninguna conversación. Miraba a mis tíos Gabriel y Mauricio por un lado, y a mi papá y mi tío Julio por otro. En la cabecera, mi abuelo. Festejando su cumpleaños y sin saber, que dos de sus hijos se estaban disputando su patrimonio a costa de otros dos. A fin de cuentas, repartiéndose la herencia con mi abuelo en vida, y no precisamente de una manera justa.

Encima todavía me quedaba la charla con Martín.

domingo, 25 de octubre de 2009

Día 159 - Iom Uledet Sameaj * (I)

Teníamos que estar a la una en lo de mi abuelo, y para llegar desde mi casa hasta la suya es más o menos media hora. Como Martín llegó muy cerca de las doce y media, tuvimos que dejar la charla sobre nosotros para después.

En el trayecto hasta la casa de mi abuelito, mi marido se me trató de acercar y yo estuve distante. En varios momentos me tocó el pelo, en otros la pierna y en algunos hasta se acercó para darme un beso. En más de una ocasión, sucumbí.

Cuando estábamos a punto de llegar, me mandó un mensaje mi hermano diciéndome que lo esperáramos que ya venía. En principio había decidido no ir para no ver a mis padres, pero se ve que a último momento se arrepintió. Supongo que lo que lo hizo cambiar de opinión fue el hecho de priorizar el cumpleaños de mi abuelo ya que su condición no es la mejor.

Diez minutos después del llamado, llegó. Se había quedado a dormir en lo de un amigo que vivía cerca y por suerte no hubo que esperarlo mucho. Nos subimos los tres al ascensor, y yo apreté el cuatro. Cuando tocamos timbre, nos abrió mi padre, quien abrazó fuerte a Fabián y le dijo que se alegraba de verlo bien. Mi hermano le palmeó la espalda y se separó despacio de él. Atrás suyo se encontraba mi madre quien muy falsamente gritó "Fabiancito, mi amor" a la vez que estiró los brazos como si quisiera abrazarlo, lo cual mi hermano ignoró olimpícamente. Sin si quiera mirarla, se dirigió hacia donde estaba mi abuelo. Atrás suyo, Martín y yo fuimos en la misma dirección, abrazados como si fuéramos una pareja de verdad.

- ¡Chiquita! - gritó mi abuelo cuando me vio.
Me acerqué a él y lo abracé muy fuerte.
- ¡Feliz cumple, abuelito!
- Gracias, viejita. ¡Cada día más linda!
- Eso lo decís porque sos mi abuelo.
- No, no es verdad. Siempre sos la chica más linda de todo el lugar. ¿Verdad que es la más linda? - preguntó dirigiéndose a Martín.
- Por supuesto - contestó mi marido. - Muy feliz cumpleaños.
- Gracias, gracias - dijo mi abuelo.

Fui caminando hacia el fondo del living, en donde estaba mi tío Mauricio con su esposa ficticia, Fernanda. Los saludé a ambos y después Martín hizo lo mismo. Para mi sorpresa, al lado de ambos, se encontraba un rabino.
- Buenas tardes, señor - dije, sin saber mucho que hacer.
- Shalom - dijo, y nos miró a Martín y a mí. - Asumo que ustedes dos son la parejita que anda teniendo problemas.


* Feliz cumpleaños en hebreo.

sábado, 24 de octubre de 2009

Día 158 - Figurita repetida

Le toqué timbre a Sebastián a las diez, y cuando abrió la puerta me saludó muy afectuosamente. Me abrazó y me dio un beso en el cachete bien fuerte.

Pasé y me senté en la mesa del comedor. Sobre la misma, había dos platos con un volcán de chocolate cada uno.
- No me aguanté y te preparé un postre - dijo.
- Gracias - dije, un poco confundida.
- Si no querés no lo comas.

Se sentó al lado mío, y agarró su tenedor. Me daba cosa no comer el postre, y además me moría de ganas porque no había cenado. Lo probé y le dije que estaba riquísimo.
- Me alegro que te haya gustado. Te quería preparar la cena pero me dijiste que no.
- Es que no le veía sentido. Decime, ¿de qué querías hablar?
- De nosotros.
- Ya no hay un "nosotros", Seba.
- Por eso mismo.

Tomó aire y empezó a hablar.
- Mirá, cuando te dije de no vernos más fue porque me había caído todo de golpe. Lo de tu casamiento, lo que habías hecho, todo. Pero después con los días me puse a pensar en que capaz no era tan grave. Y ahora pienso que lo puedo tolerar.
- Entiendo lo que decís, pero a vos en el momento te pareció algo gravísimo. No entiendo como pasas de eso a "poderlo tolerar".
- Porque te extraño.
Esta frase me suena conocida.
- ¿Y? Eso no cambia lo que hice.
- Obvio que no. Pero me puse a pensar en todo lo que tuvimos y me di cuenta de que capaz que pesa más eso que lo otro. Me sigue pareciendo mal, pero ya lo digerí.
- Lo que tuviste conmigo lo podés tener con otra, que no esté casada.
- No, te juro que no. Con nadie me divierto tanto como con vos. Ya probé de salir con otras minas y ninguna me pareció nada especial.
- Bueno, seguí buscando y seguro que alguna va aparecer.
- No, Agus, te juro que no. Yo quiero estar con vos. Quiero lo que teníamos antes.

- Mirá, Seba. A mí me gustó mucho lo que tuvimos, pero en otro momento para vos pesó más lo que yo había hecho y me dejaste por eso. Yo entiendo que me hayas extrañado y ahora decidas que ya no te parece tan grave, pero a fin de cuentas me tuviste que perder para darte cuenta de que querías estar conmigo.
- Sí, ya sé, soy un boludo.
- No, no quise decir eso. Pero a mí me parece que ya está. Desde el día en el que me dijiste que ya no querías que no vieramos más por lo que yo había hecho, para mí la historia se cerró.
- ¿De verdad fue tan así? ¿Nunca más pensaste en mí?
- Sí, obvio que pensé. Pero el hecho de que dejaras hizo que me acordara de las mil veces que me dejaron antes. Y por más que pude entender por qué lo hiciste, me dolió porque pensé que ibas a poder mirar un poco más allá y aceptarlo. Tratar de ver mi lado también, y entender que para mí hice lo que tenía que hacer. Yo sé que es difícil la situación de estar saliendo con una mina que está casada con otro, y sé que tampoco es fácil aceptar que le mentí a todos. Pero a vos en el momento ni se te pasó la cabeza considerar que estaba todo esto por un lado, y la relación que tuvimos por otro. Ni siquiera te importó que habíamos estado bien juntos, no te gustó lo que hice y chau. ¿Entendés a lo que voy? - pregunté.
- Sí.
- Y bueno, a medida que pasa el tiempo uno se empieza a acordar de los buenos momentos de la relación, y supongo que eso es lo que te pasó a vos este tiempo. Y es por eso que querés volver, porque recién ahora te das cuenta de que también la pasamos bien, ¿entendés?
- Sí. ¿Entonces?
- Entonces nada. Yo ya me hice la idea de que lo nuestro ya estaba terminado.
- Bueno, por lo menos sé que te dije lo que pensaba y eso me deja tranquilo.
- Está perfecto.
- Sí, qué sé yo. ¿Ya está lo nuestro, entonces? - preguntó.
- Sí, Seba. Perdoname, pero para mí es así.
- Bueno. No sé, entonces.
- Me voy, ¿dale?
- Bueno.

Me paré para irme, y me agarró fuerte. Me quedé un rato abrazada a él y cuando me separé despacio, me miró a los ojos y me dio un beso.

viernes, 23 de octubre de 2009

Día 157 - Temporary insanity

- ¿Hola?
- Querido, soy yo.
- Agus, ¿cómo estás? - preguntó Martín.
- Bien, ¿y vos?
- Bien, bien. ¿Qué se cuenta?
- Mirá, el domingo es el cumple de mi abuelo. Yo sé que nosotros terminamos y que vos ya no tenés ninguna obligación de seguir actuando como mi marido, así que te digo que si vinieras me harías un gran favor. Pero si no querés, no podés o lo que sea yo invento algo.
- No, dejá. Voy con vos.
- ¿Seguro?
- Sí. Te quiero ver. Te extraño.

Cuando dijo eso me quedé muda. Sentí tantas cosas a la vez que no pude verbalizarlas. No sabía si decirle que yo también, o contestarle que no me hablara nunca más porque estaba harta de vivir en esa incertidumbre que caracteriza a nuestra historia.

- ¿Para qué me decís esas cosas? - pregunté finalmente.
- No sé por qué. Porque es la realidad, supongo. Te extraño. Pienso en vos todo el tiempo. En lo que pasó y en lo que podría haber pasado si yo te contestaba que sí estaba dispuesto a cambiar.
- Esto no es algo para hablar por teléfono - dije, sin saber qué más decir.
- No. Voy el domingo temprano a tu casa y hablamos antes de ir al almuerzo. ¿Te parece? - preguntó.
- Bueno.
- Bueno, mi amor, nos vemos el domingo entonces.
- No me digas "mi amor". Ya no soy tu amor.
- Siempre lo vas a ser.
-...
- Sabés que sí. Te mando un beso y nos vemos.
- Dale, otro.

Cuando corté, hace quince minutos, me senté en la cama sin saber qué pensar. ¿Qué había significado este llamado? ¿Era la puerta para volver a intentar algo? ¿O era simplemente uno de los tantos ataques de Martín de querer recuperarme cuando me pierde para luego no saber que hacer?

Y no sé que fue lo que me pasó después. Si me encegueció el enojo por la actitud de mi marido de sólo quererme cuando ya no me tiene, o el hecho de que tenía que ir a ver a Sebastián para escuchar lo que presumo sería algo parecido, que terminé metiendo a todos los hombres en la misma bolsa. Y en un ataque de locura temporal, llamé a Fran y le dije que me disculpara pero que necesitaba un tiempo sin hombres en mi vida.

jueves, 22 de octubre de 2009

Día 156 - Flashback: Buscadores de tesoros

Al otro día de que le dejé el cartel a mi madre implicando que la que tenía que adelgazar era ella, en seguida noté que el clima en mi casa se estaba poniendo cada vez más pesado.

Cuando me levanté vi a María cocinando una tarta de jamón y queso. Normalmente, lo que dejaba los sábados cuando se iba eran empanadas, pero me comentó que mi madre le había dicho que las empanadas tenían mucha masa y que hasta el día de mi casamiento estaban prohibidas. Ya arranqué mal el día.

A eso de las ocho de la noche, volví de tomar un café con una amiga y abrí la heladera para servirme un vaso de coca. Para mi sorpresa, la coca de un litro y medio que había visto de mañana había desaparecido sin dejar rastro. Fui hasta el cuarto de Fabián y le pregunté si se la había tomado él y me dijo que no. Que había ido después de almorzar a servirse un vaso y que no la había encontrado. Entre los dos pensamos que era imposible que mis padres se hubieran tomado la botella entera, por lo cual decidimos preguntarle a María que había pasado con la coca. Le mandamos un mensaje de texto preguntándole por el paradero de la famosa botella y nos contestó que ella no se quería meter.

- Gorda cerda, ¿qué quiere decir con que no se quiere meter?
- Que acá mamá hizo algo. Seguro que escondió la coca para que yo no me hinche o alguna pelotudez del estilo.
- ¿Decís que volvió a esconder las cosas como cuando eramos chicos? - preguntó Fabián.
- Para mí que sí.

Fuimos a la cocina y empezamos a buscarla. Abrimos los roperos, revisamos todos los rincones de la heladera y hasta nos fijamos atrás de ella. Nada. Decidimos ir al escritorio de mi madre, que es un cuarto de casa vieja enteramente dedicado a guardar porquerías suyas. Revolvimos absolutamente todo, nos fijamos adentro de cada cajón, en los roperos y atrás de unas cajas. La coca seguía sin aparecer. El siguiente lugar de búsqueda fue el cuarto nuestros padres, en donde tampoco obtuvimos ningún resultado. Ya vencidos, fuimos al living. Encontrar esta coca era más difícil que encontrar oro.

Nos fijamos abajo de una mesa, en los sillones, adentro de un ropero y de la coca ni rastros. En un momento, mi hermano se sentó en la silla de computadora y vio una bolsa de Levi's en el piso. Sorprendentemente, la coca estaba ahí adentro, tapada con dos remeras. En mi vida me hubiera imaginado que una coca que originalmente pertenecía a la heladera se encontraba en el piso del living al lado de la impresora. Para peor, estaba caliente y tuvimos que esperar a que se enfriara para poder tomarla. Mientras, nos sentamos en las sillas del comedor.

- Tengo hambre, gorda - dijo Fabián.
- Hay tarta de jamón y queso.
- ¿Dónde? - preguntó mientras iba hacia la cocina.
- ¿No está arriba de la mesada?
- No.

Me acerqué a donde estaba él y vi que en el lugar en el cual María siempre nos dejaba lo que había preparado estaba vacío.
- Lo único que falta es que tengamos que hacer otra búsqueda del tesoro para encontrar la tarta - dije, previsiblemente molesta.
- Si escondió la coca, escondió la tarta también.

Ya bastante enojados, empezamos a buscarla. Descartamos, en principio, todos los lugares de la casa en donde habíamos estado buscando la coca. Nuestro territorio de búsqueda se redujo, por lo tanto, a la cocina. En la heladera no estaba, tampoco en el microondas ni adentro del horno. Nos fijamos arriba de la heladera, en el cajón de los cubiertos y en los roperos. Nada. Lo único que nos quedaba era el cuarto de María.
- ¿Decís que entremos? - pregunté. - No da.
- Entramos un segundo y si no vemos nada, nos vamos.

Entramos al cuarto, y a primera vista no encontramos nada. No sé por qué, a Fabián se le dio por abrir el primer cajón de la cómoda. Y ahí estaba. El premio. El tesoro. La tarta de jamón y queso.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Día 155 - Alguien más quiere resucitar?

Hoy a eso de las siete y media, su humilde servidora volvía del trabajo, bastante despeinada y ojerosa. Después de entrar al edificio, caminó hacia el ascensor y se subió. En ese instante, vio entrar al edificio a cierto vecino suyo con quien anteriormente tuvo un romance. En un intento porque este señor Sebastián no la viera en ese estado, apretó frenéticamente el botón que decía 5. Sin embargo, no tuvo suerte y él entro justo cuando las puertas del ascensor se estaban por cerrar. No sólo la señorita Agustina quería evitar verlo para que él no la viera a ella cuando no estaba en su mejor momento, sino porque le resultaba incómoda la situación de volverlo a ver.

- Agus - dijo él, y me saludó con un beso. - Te hice señas para que me esperaras.
- Ah, disculpame, no me di cuenta - mentí.
- Bueno, no importa. Te agarré justito.
- Sí, justito.
- Y menos mal que te encontré, porque quería hablar con vos.
- ¿De qué? - pregunté.
- De muchas cosas. Te llamé un día y no me devolviste el llamado.
- ¿Cuándo me llamaste?
- Hace tiempo. Recién después que cortamos. En fin, fue hace bastante, pero nunca me volviste a llamar.
- Ni idea la verdad. Anduve con mucho trabajo - dije, consciente de que era la peor excusa de la historia.
- No te preocupes. Pero igual me gustaría que habláramos.

En ese momento el ascensor llegó a mi piso y me alegré.
- Bueno, acá me bajo. Hablamos, entonces.
- No, no me digas "hablamos". Decime cuando hablamos.
- No sé, decime vos.
- Bueno, venite el viernes de noche a mi casa. Si querés te preparo algo.
- No, dejá. Sólo paso a hablar un rato. No cocines nada.
- Bueno. ¿A las diez?
- Dale.
- Beso, linda.
- Otro - dije, a la vez que se cerraban las puertas del ascensor.

La semana pasada Valentina apareció después de estar desaparecida por mucho tiempo, ahora Sebastián dice que quiere hablar conmigo. Y yo me pregunto, alguien más quiere resucitar?

martes, 20 de octubre de 2009

Día 154 - La Tere, sabe

- ¿Sabés cuál es el problema de todo esto, Teresita?
- ¿Cuál?
- Que me casé con Martín, mi "algo". Yo tendría que haber hecho todo diferente.
- A ver. ¿Qué tendrías que haber hecho?
- Tendría que haber ido a algún lado, tipo una sinagoga, qué sé yo. Y ahí agarrar a un tipo, explicarle mi plan y ofrecerle guita a cambio de que se casara conmigo.
- Jajaja. Dudo que otro hubiera aceptado.
- Ay, sí, ya sé. Pero es como que ahora estoy atada a Martín. Cortamos de nuevo pero lo voy a tener que llamar para que el domingo me acompañe al cumple de mi abuelo. Entonces es como que a fin de cuentas nunca terminamos.
- Y bueno. Eso vos lo sabías de antes. Vos sabías en lo que te estabas metiendo - dijo.
- Sí.
- Y bueno, priorizaste las ganas de irte de tu casa, a costa de casarte con Martín.
- Es verdad. Pero no sé si hice bien.
- El tema es que vos tenés un problema con tomar decisiones, y sos incapaz de quedarte con un resultado en particular.
- Ya sé. Igual prefiero esto toda la vida a haberme quedado en casa vieja. Pero, por otro lado, me agota que las cosas con Martín nunca terminen.
- ¿Vos querés que terminen?
- Sí. O no. No sé.

- ¿Sí o no?
- Es que no es tan fácil. A veces todavía pienso que es el amor de mi vida.
- ...
- Pero otras veces estoy lúcida y me doy cuenta de que no, porque si existe eso de que haya una persona para vos, esa persona debería por lo menos tener claro que quiere estar con vos. Y además las relaciones requieren esfuerzo, y él no está dispuesto a cambiar en lo más mínimo.
- ¿Entonces?
- Entonces pienso que me haría bien salir con otros tipos y olvidarme de Martín. Al menos por ahora.
- Me parece bárbaro.
- Sí, a mí también. El sábado salgo con Fran, un compañero de fotografía.
- ¿Y te gusta?
- Mucho.
- Y bueno, salí con él. Pero tratá de separarlo de Martín.
- ¿En qué sentido? - pregunté.
- Vo sabés en que sentido lo digo.
- Sí, ya sé. Que él no es Martín, y por lo tanto debo darle una oportunidad sin pensar todo el tiempo en que me va a dejar, en que no va a saber nunca lo que quiere conmigo o en que se va a aburrir de mí.
- Exacto. ¿Viste que sabías?
- Siempre lo sé. Lo que pasa es que es difícil decirlo en voz alta.
- ¿Por qué?
- Porque me convierto en esa mina insegura que odio ser, y que es precisamente quien soy con Martín. La mayoría del tiempo no pienso esas cosas. Ya no.
- ¿En cuáles?
- En que no soy linda, o inteligente o lo que sea. Con Fran no lo pienso, por ejemplo.
- Es que las asociás con Martín. Yo creo que salir con otra persona te va a servir. Salir con Sebastián te hizo muy bien.
- Sí, hasta que me dejó.
- Bueno, pero vos me entendiste.
- Siempre entiendo.

- ¿Entonces? - preguntó.
- Que Fran es Fran, y no tiene que tener ninguna conexión con Martín.
- Perfecto. ¿Qué más?
- Que mientras esté con él quiero ser la Agustina segura de si mísma, fuerte, independiente. En resumen, la versión mejorada de mí misma que soy cuando Martín no está cerca.
- Muy bien. ¿Qué más?
- Le voy a contar todo. Lo del casamiento, todo. Quiero ver ya de antes si va a salir corriendo, porque si lo hace, sé que no es para mí.
- Excelente. Creo que la versión mejorada de vos misma de la que hablás es muy diferente a la otra. Creo que ahora te valorás más y eso te hace no conformarte.
- Sí. Yo lo veo. Y es por eso que cuando pienso fríamente, sé que Martín no es para mí.
- ¿Y Fran?
- Fran podría llegar a serlo. No lo conozco mucho, pero podría ser. Qué sé yo.
- ¿Entonces? - preguntó.
- Habrá que darle una oportunidad.
- ¿Y con Martín qué vas a hacer?
- Nada. Procurar que se limite a ser mi esposo el domingo. Y tratar que cuando nos veamos, los pantalones de ambos permanezcan puestos.
- ¿Qué difícil, no? Jaja.
- Dificilísimo, Teresita. Dificilísimo.

lunes, 19 de octubre de 2009

Día 153 - Test: Cuán ama de casa sos?

1. Con respecto a la cocina...
a) Te manejás perfecto. Nunca se te quemó nada ni te quedó crudo, ni te pasaste de sal. A esta altura no necesitás libros de recetas, porque te las sabés todas de memoria. En tu cocina, tenés todos los artefactos que puedan ser necesarios para las distintas preparaciones y sabés perfectamente el uso que tiene cada uno de ellos.
b) No sos una gran cocinera, pero te manejás. Sabés hacer cosas sencillas, y con eso te alcanza. Alguna vez, si tenés que preparar algo en especial, buscás la receta y la seguís al pie de la letra porque sabés que no falla. El resultado es positivo siempre, aunque sabés que si se te ocurriera hacer la mínima variación en la receta te saldría todo mal porque no sabés muy bien cual es la función de cada ingrediente.
c) Sos un desastre, y sabés que no hay otra palabra para vos. Todo lo que sos capaz de hacer viene congelado o en un paquete que contiene la palabra "instantáneo". Te pasaron cosas tan vergonzosas en la cocina, que a veces no sabés ni si contarlas. En resumen, para vos cocinar un huevo frito es más difícil que resolver un problema de maximización de beneficios y minimización de costos.

2.Con respecto a los modales...
a) Siempre te ponés una servilleta en la falda, con la cual te limpiás la boca cada vez que vas a tomar agua. Nunca apoyás los codos en la mesa, esperás siempre a que todos estén servidos para empezar a comer y creés en el valor de una comida hecha en casa. Considerás que el vocabulario de todos los comensales debe ser adecuado mientras se esté en la mesa y no permitís decir malas palabras.
b) Te parece importante que la familia se reúna en los momentos de la comida, pero aceptás que en algún momento otro puede querer cenar mirando televisión o desayunar en la cama. Mientras no hayan eructos ni alguien que apoye los pies en la mesa considerás que está todo bien, y no sermoneás sobre los modales.
c) La mayoría de los días cenás tirada en la cama en bombacha mientras mirás televisión. Llenás todo de migas y no te importa hasta el momento en el que te acostás a dormir y descubrís que ya no es tan divertido. Al otro día, sin embargo, lo volvés a hacer porque te encanta comer en la cama y es un placer al que no estás dispuesta a renunciar.

3. Con respecto a la limpieza del hogar...

a) Conocés el producto específico para cada parte de la casa y realizás la tarea con total dominio de la situación. Cuando limpiás el vidrio siempre te queda perfecto, cuando barrés siempre lográs juntar todo, y en toda tu casa no se podría encontrar una sola partícula de polvo. Los adornos están siempre impecables, la cocina reluciente y los pisos brillantes. Ni siquiera se te pasa por la cabeza contratar a una limpiadora porque sabés que nunca podría dejar todo tan perfecto como lo dejás vos.
b) Hacés las tareas básicas para mantener la casa en orden. No te interesa que todo esté perfecto, pero sí prolijo. Una vez por semana limpiás la casa a fondo, y el resto del tiempo hacés lo posible porque todo esté bien en el día a día. Nunca dejás que los platos sucios se acumulen, sacás la basura siempre que el tacho se llena, y cambiás las sábanas una vez por semana.
c) Lo único que sabés hacer es tu cama, y aún así, la mayoría de los días queda sin hacer. Disfrutás del día que viene tu María porque sabés que ese es el único día en el que vas a dormir con sábanas limpias y la cama perfectamente hecha. Con el tiempo aceptaste que María es más necesaria que el oxígeno y sabés que sin ella tu casa se viene abajo. Antes de que llegara a tu vida, el único producto de limpieza que conocías era el detergente.

4. Con respecto al estilo de vida ideal...
a) Considerás que tu vida es tu casa y que trabajar es algo para las mujeres a las que no les interesa el cuidado del hogar. Querés tener una nena y un varón, a quienes hacerles comida sana y un marido al cual plancharle las camisas todas las mañanas.
b) Querés lograr el balance entre trabajo y familia. Te interesa desarrollarte a nivel profesional, sin descuidar a tus hijos ni a tu marido. Sin embargo, considerás que no está mal tener un poco de ayuda y pensás que una limpiadora que te dé una mano te aliviaría bastante.
c) No tenés idea de si alguna vez querés casarte o tener hijos, pero lo que tenés clarísimo es que no querés ser una ama de casa. Te interesa mucho destacarte en tu trabajo, que te vaya bien y poder viajar mucho y sabés que ese estilo de vida no es exactamente compatible con la familia tipo.

5. Con respecto a la ropa...
a) La lavás, la planchás, la doblás y la guardás en tu ropero. La tenés ordenada por color y separada entre invierno y verano. También está categorizada según sea ropa para trabajar, para andar o para salir. Al momento del lavado, usás productos específicos según sea ropa clara u oscura, algo especial para cuando las telas son delicadas y nunca en la vida se te ocurriría no usar suavizante.
b) No sabés muy bien lo que hacés, pero tenés claro que tenés que separar la ropa blanca de la de color y que determinadas prendas se tienen que lavar a mano. Hasta ahora no se te encogió ni se te destiñó nada, y con eso te alcanza. Tu ropero está medianamente ordenado, sabés donde está cada cosa y eso es más que suficiente.
c) La primera vez que lavaste ropa, metiste una bombacha colorada con la ropa blanca. Por suerte no era tu ropa, ya que te equivocaste de máquina y metiste la bombachita en el lavarropas de la coreana que compartió cuarto unos días con vos en la residencia estudiantil de Nueva York. Cuando te preguntó si habías sido vos, lo negaste hasta el infinito diciendo que ni siquiera te habías acercado al piso donde estában los lavarropas. Después tuviste que planchar a escondidas para que no se diera cuenta de que efectivamente habías puesto tu ropa a lavar y en el apuro por dejar todo planchado antes de que volviera quemaste una remera que terminó con un agujero del tamaño de la plancha.


Resultados:

Mayoría de a:
Sos una ama de casa total, sos Bree Van de Kamp. Querés dar la imagen de la familia feliz, te parece importante ser amable con tus vecinos y tu máxima aspiración es vivir en una casa en la cual siempre esté todo perfecto. Probablemente le enseñes a tus hijas a cocinar, coser y bordar cuando ni siquiera hayan cumplido los seis años.

Mayoría de b:
Estás exactamente en el punto medio entre la ama de casa total y su opuesto. Si bien considerás que es importante tener la casa en orden, no es algo que te quite el sueño. Tu vida se basa en encontrar el equilibrio entre trabajo y familia, y esa es tu prioridad número uno.

Mayoría de c:
Sos la antítesis de la ama de casa. Sos yo.

domingo, 18 de octubre de 2009

Día 152 - La luz al final del túnel

Ayer llamé a mi madre y le dije que me sentía mal y que no iba a poder ir al almuerzo del domingo (hoy) con el rabino. No sólo lo hice porque pedirle a Martín que me acompañara a almorzar con mis padres implicaría verlo, cosa para la cual no estoy preparada todavía, sino porque además el domingo que viene es el cumpleaños de mi abuelo y a ese almuerzo familiar sí voy a tener que ir. Me corrijo: a ese almuerzo sí quiero ir. Mi adorado abuelito va a cumplir 87 años y por como están las cosas, podría ser su último cumpleaños. Así que probablemente llame a Martín en la semana y le pida que venga como mi marido. Pero al menos va a ser el domingo que viene y tengo toda una semana para terminar de aceptar que lo mío con Martín nunca va a pasar de ser marido y mujer por conveniencia.

En otro orden de cosas, hoy me llamó Fran y estuvimos hablando por casi dos horas. Diez minutos después de cortar, me mandó un mensaje preguntándome si quería salir con él el sábado de noche. Me quedé mirando el celular por unos minutos sin saber que contestar. Primero pensé en que salir con él era en cierto sentido demasiado pronto, y además en que era injusto para Fran que yo fuera a cenar con él, mientras mi cabeza estuviera en Martín. Pero después, me puse a pensar en que la vez que salí con él la pasé tan bien que no pensé en mi marido en ningún momento. Es un tipo tan gracioso, tan divertido, tan poco complicado que podría llegar a ser exactamente lo que necesito en este momento. A fin de cuentas, la luz al final del túnel no tiene por que ser que Martín vuelva. Quien me dice que no puede ser Fran el fotógrafo, el caballero que me venga a rescatar de mi tristeza?

viernes, 16 de octubre de 2009

Día 151 - Bridget

Hoy es viernes a la noche y yo podría hacer tantas cosas. Tantas. Podría ir al cumpleaños de una compañera del profesorado, o salir con unas chicas de la facu, o ir a la casa de mi amiga Paula a charlar un rato. Pero le dije a todos que muchas gracias, pero no porque no tengo ganas de hacer nada, y mucho menos de ver gente. Así que me compré un paquete de papas Pringles y uno de galletitas con la esperanza de tener hambre y me alquilé algo.

Fabián salió, así que estoy sola. Me voy a bañar, después me voy a poner el jogging más feo que encuentre con la remera de piyama que tiene pinguinos dibujados, y me voy a tirar en el colchón a mirar la segunda temporada de Sex and the city. Me propuse hacer todo lo posible para evitar pensar, porque no tengo ni siquiera fuerzas para llorar hasta quedarme sin lágrimas.

No sé si alguna vez dejé de ser soltera, porque lo mío con Martín no era una relación, pero por alguna razón hoy me siento más sola que nunca. Definitivamente, hoy es un día muy Bridget Jones. O incluso peor, una noche muy Bridget Jones.

jueves, 15 de octubre de 2009

Día 150 - Desequilibrio

Teresa me explicó una vez que cuando uno está deprimido, hay dos elementos que se desequilibran en seguida. Estos son el apetito y el sueño, y se pueden ir para cualquiera de los dos lados. El exceso o la falta.

Cuando dejé por primera vez con Martín, a los dieciséis, en seguida noté que las ganas de comer que había tenido siempre se habían incrementado. Si antes comía tres milanesas, pasé a comerme cuatro o cinco, y aún así seguía sin llenarme. Terminaba de almorzar y ya estaba abriendo un paquete de galletitas. Cuando quedaban sólo las migas, ya me daban ganas de otra cosa. Me tomaba un café, por ejemplo, y además compraba facturas. Me distraía un rato, mirando la tele o alguna película, y cuando ésta terminaba, las ganas de comer ya habían vuelto a aparecer.

Con el sueño, sin embargo, era al revés. Las ganas de dormir parecían haberse ido sin dejar rastro. Me acostaba a dormir y me quedaba horas con la cabeza pegada a la almohada, sin poder conciliar el sueño. Acostada, me ponía a pensar en que nunca iba a volver a ver a Martín y las lágrimas empezaban a caer una atrás de la otra. Durante meses, lloré hasta quedarme dormida.

Esta vez, no sé por qué, todo se dio vuelta. Desde el sábado de noche que tengo el estómago cerrado. Como sólo porque está Fabián viviendo acá y no quiero que me vea mal. Pero lo hago sólo cuando está él. Al mediodía, que estoy siempre sola, ya no como. Y no es por cuidarme ni nada por el estilo, es simplemente porque no tengo ganas de comer. Tomó café con leche, que es lo único que me pasa. La comida, por primera vez en mi vida, no me resulta atractiva. Al contrario. Es como si mi cerebro hubiera decidido que ya no necesita que me alimente.

Y nuevamente, con el sueño pasa lo opuesto. Estoy cansada todo el día, y eso que la mitad de los días ni siquiera me levanto para ir a la facultad. Me quedo en la cama y me despierto a las once de la mañana. Estoy durmiendo diez u once horas por día y aún así, siento que me falta descanso. Supongo que será porque me despierto unas cuantas veces por noche.
Me duele el cuerpo y siento que lo que me pide es estar en la cama. Y eso es lo que hago, me paso la mayor parte del tiempo tirada en el colchón, mirando la televisión, pero sin mirarla. Me quedo ahí, con la tele prendida, pero con la cabeza en cualquier otro lado. Y al rato de estar tirada ya me viene el sueño, y me meto adentro de las frazadas porque es lo único que tengo ganas de hacer. Y Fabián me pregunta si estoy bien, y le digo que sí, que tengo "sueño atrasado". Que no se preocupe. Y no me cree del todo, pero me deja tranquila. Y yo cierro los ojos y me dejo llevar.

Y en algunos momentos, como ahora, salgo de la cama e intento pensar un poco en lo que me pasa. Después de mucho razonamiento, concluyo que para solucionar esto lo único que me queda es tratar de pensar como una economista. Y emprender la difícil tarea de encontrar el punto en el que no hay excesos ni faltas, el famoso punto de equilibrio.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Día 149 - El regreso de los muertos vivos (II)

Me miró desafiante.

- Mirá que la llamo, eh.
- Dale, llamá - dije. Ella empezó a buscar el número de mi madre.

- ¡Borraste el número!
- ¡Obvio que lo borré! ¡Hija de puta! No puedo creer que ibas a llamar.
- Obvio que iba a llamar. Pero bueno, no importa, voy hasta tu casa y le digo todo.
- Dale, andá y decile todo. Sacate las ganas de delatarme. Hacelo de yegua que sos, porque sabés que no ganas nada. De cínica de mierda, sólo por verme mal a mí.
- Mirá que voy.
- No me cabe ninguna duda que sos capaz de ir. ¡Si sos una hija de puta! Sabés que mi hermano está durmiendo en el piso de mi living hace como dos semanas sólo para no volver a mi otra casa y aún así querés ir a decirle a mi madre. ¿Qué ganás con eso? ¡Nada! Sólo joderlo a él y joderme a mí.
-...
- No te quiero ver más. Andate. Y esta vez no vuelvas.
- Sabés qué, me voy. Y ya vas a oír de mi. Bah, de tu mamá.

Y se fue dando un portazo. ¿Quién le abrió abajo? Ni idea. Me quedé muy nerviosa por la situación y vine a la computadora. Traté de distraerme pero no pude. ¿Y si le decía? A las dos horas llamó mi mamá, pero no la atendí, estaba muerta de miedo. Siguió llamando insistentemente pero apagué el celular. Pero como siempre, se salió con la suya y me agarró desprevenida: llamó a casa y, distraida, atendí.

-¿Hola?
-¡Agustina! ¡Al fin!
-¿Qué pasa?
-¿Por qué no me atendías?
-Estaba ocupada.
-Hablé con Valentina.

Me quedé callada. Me morí de miedo. La voz de mi mamá temblaba de furia y yo me sentí otra vez como cuando a los dieciséis encontró un chocolate de medio kilo escondido bajo mi almohada, todo comido y medio derretido.

-¡Agustina, hablá!
-¿Qué querés que te diga?
-Nada. Me contó todo.
-¿Todo qué?
-¡Que fue a visitarte y la echaste de tu casa! Se siente muy mal. Esto es porque estás mal con Martín. Tienen que hacer terapia de pareja.
-Dejame en paz, mamá.
-No, los espero a comer éste domingo al mediodía. Voy a invitar a comer al rabino xxxxx para que los aconseje. Sin excusas - dijo, y cortó.

Lo único que me faltaba. Que esta pelotuda fuera a decirle a mi madre que la había echado de mi casa. Me la imaginaba diciendo con voz de estúpida "Jaqueline, tu hija me echó de su casa. A mí, que soy su amiga del alma". En cualquier caso es mejor que le haya dicho esa pavada a que se le hubiera ocurrido decir toda la verdad. No sé ni por qué no lo dijo, se ve que a último momento le vino un toque de compasión o lo que fuera.

Y después, mi madre. También, una pavada atrás de la otra. Que eché a Valentina de mi casa porque estoy mal con Martín. Bien. Y que ella considera que tenemos que hacer terapia de pareja. Bárbaro. Igual, sin duda lo peor fue lo último. El hecho de que piense que si Martín y yo estamos mal, lo podemos solucionar con los consejos de un rabino. Eso es simplemente genial.

martes, 13 de octubre de 2009

Día 148 - El regreso de los muertos vivos (I)

Ayer les contaba que a veces me dan ganas de matar a mi hermano porque me aturde con su música horrible. Y hoy, les cuento que tengo ganas de asesinar a otra persona, ya no por lo que entra a sus oídos, sino por lo que sale de su boca.

Mi día ya empezó mal porque no me sonó el despertador, y llegué tarde a la facultad. Al mediodía vine a casa a almorzar y, para mi sorpresa, la Nueva María no vino a limpiar como habíamos acordado. Si cuando estaba yo sola mi departamento era un desastre, ahora ni siquiera tiene punto de comparación. Es exponencialmente peor por la presencia de Fabián. Y yo esperaba que viniera la Nueva María a solucionarme la vida, lo cual no pasó. Y encima, de tarde, cuando volví de trabajar me encontré con algo que, ciertamente, no esperaba. En la puerta de mi edificio, con una mano adentro de un paquete enorme de papas Lay's y limpiándose la boca con el dorso de la otra se encontraba Valentina, con sus noventa y cinco kilos de esplendor.

Tuve ganas de tratarla mal pero me contuve: después de todo soy casi su única "amiga" y si estaba ahí no era para pelear.

-Hola, Valen. ¿Qué hacés acá?
-Vengo a hablar con vos, ¿puedo?
-Dale, subamos.

En el ascensor hablamos de pavadas, medio cortadas las dos. Era raro. La última vez que nos habíamos visto no había tenido un lindo final.
Cuando entró Fabián salía de bañarse. La saludó con la mano y se metió en el baño de nuevo.

-De esto quería hablarte, Agustina.
-¿De qué?
-De tu hermano. Tu mamá esta desesperada. Sos muy egoísta.
-¿Qué?
-Tu mamá me llamó para preguntarme si yo sabía si vos sabías donde estaba. Le dije que no se preocupara, que iba a averiguar. ¡Sos una desubicada nena! ¿Vos entendés lo que siente una madre que no sabe si su hijo está vivo o muerto?
-¡Valentina, sos una exagerada! ¡Mamá sabe que Fabián está bien porque se lo dije yo! ¿A esto viniste?
-A hacerte entrar en razón. ¡No lo podés alojar acá! ¡No es su casa!
-¡Es mi casa y yo decido quién vive acá y quién no!
-Tu mamá te chupa un huevo entonces.
-No es que me chupa un huevo. Es difícil de explicar.
-No es difícil, es facilísimo. Tu mamá está preocupada porque no sabe dónde está Fabián. Vos sabés dónde está y no le decís.
-¡Valentina, sabés como es mi mamá! ¡¡Sos una desubicada!!
-Tu mamá puede haber cometido varios errores pero no es para que le pagues así. La voy a llamar.

Sacó el celular y decidí cambiar de técnica.
-Valentina, por favor. Somos amigas, ¿o no?
-A esta altura no sé.
-¡Pero yo te quiero! Nos conocemos hace mucho, te lo pido por favor. Por nuestra amistad.

Revoleó los ojos y suspiró.

-Bueno, está bien. No la llamo nada.
-Gracias, en serio.

Le sonreí.

-¿Y cómo andás con Martín?
-Cortamos
-Ah, mejor.
-¿Por?
-Porque sólo te quería para...la chanchada.
-Ay, no, no es tan así.
-¡Es obvio que sí! ¡Y si vas a hacer eso por lo menos que sea con amor! ¡Mínimo!
-Para que sepas me cogí uno que conocí en un boliche el sábado.

No sé por qué le dije eso, si el sábado tuve la charla con Martín. Supongo que para hacerla enojar. Bueno, funcionó.
-¡¡Agustina!!
-¿Qué?
-Sos un asco. No me interesa ser amiga tuya. La llamo a tu mamá.
-¡¡NO!!

Le saqué el celular y empezamos a forcejear. Con su peso casi me vence pero yo tengo bastante fuerza y corrí a encerrarme al cuarto. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Quedarme encerrada con el celular? Valentina gritaba desde el otro lado de la puerta, y daba golpes.

-¡¡AGUSTINA DAME EL CELULAR YA MISMO!! ¡¡DAME EL CELULAR O TE DENUNCIO!!
-¡No te lo doy nada! ¡Jurame que no vas a llamar a mamá!
-¡¡DEJAME DE JODER Y DAME EL CELULAR!! ¡DAMELOOOOOOO!

Borré el número de mi mamá, salí del cuarto y empecé a correr.
- ¡Damelo de una vez! - chilló.
- No te lo voy a dar - dije, mientras me subía arriba del sillón.
- ¡Agustina! - gritó mientras saltaba para tratar de sacarme el celular de las manos.
- Decime que te vas a calmar y te lo devuelvo. Entendé que acá vos no tenés nada que ver. Es un tema mío y de mi familia.
- Pero igual, siento que alguien tiene que hacer algo.
- Valentina, por favor. Ocupate de tus asuntos y dejá que yo me arregle.
- ¡Pero qué egoísta que sos! Yo no sé cuando te convertiste en "esto". ¡Hasta te cogiste a un tipo que ni conocías! Cada día me das más asco.

Cuando dijo eso me bajé del sillón.
- No te aguanto más. Hacé lo que quieras. Llama a mi madre, dale. Decile todo. Que Fabián está viviendo acá porque en verdad Martín vive en la casa de sus padres. Que nuestro matrimonio es ficticio y que me casé por el departamento. Yo sé que te morís de ganas. Acá tenés tu oportunidad - dije, y le extendí el celular.

Me miró, enojada y extrañada a la vez, y lo agarró.



Este post va dedicado a Mariana D., a quien voy a extrañar mucho.

lunes, 12 de octubre de 2009

Día 147 - Va a ser tu culpa, Christian

Tener a mi hermano viviendo conmigo, como todas las cosas, tiene su parte buena y su parte mala. Por un lado, me gusta tenerlo cerca porque vivir con él es lo mejor de ambos mundos: el de vivir sola, y el de convivir con alguien. Al estar en mis cuarenta y ocho metros cuadrados y ya no en casa vieja, tengo la libertad para hacer lo que quiera. No tengo que darle explicaciones a nadie, puedo llegar a cualquier hora sin que mi madre me acribille a preguntas y puedo comer en mi cama sin que me diga que estoy llenando todo de migas.

Además, tener a Fabián quedándose acá, hace que siempre tenga alguien con quien hablar. Implica llegar a casa y que no haya un silencio total. Es encontrarme con alguien que me pregunte como me fue en la facultad y en el trabajo. Y el hecho de tener a alguien cerca es lo que evita que una persona que vive sola se sienta, precisamente, sola.

El tema es que, como les decía, tiene su parte buena y su parte mala. Y la mala, en este caso, está dada por una cuestión musical. Los gustos de Fabián se pueden dividir en:
1. "Lo mejorcito"
Dentro de esta sección, encontramos tanto bandas como solistas. Dentro de los grupos, tenemos a Oasis, Coldplay, Aerosmith y alguna canción de los Beatles (influencia mía, por supuesto). En cuanto a los solistas nos podemos encontrar con James Blunt, Robbie Williams, Andrés Calamaro y Fito Páez . Este grupo es el que a mí más me gusta y por lo tanto, no sufro cuando elige darle play a cualquiera de sus integrantes.
2. Reggaeton
No sé ni los nombres que van acá, pero cuando veo que se lleva la notebook al baño para poner esta música fuerte y bailar mientras se ducha, me dan ganas de mandarlo derechito a casa vieja.
3. Hip Hop
Esta categoría dentro de todo no me molesta, porque en su mayoría son canciones de 50 cent, que a mí me gusta. Además, es su elección generalmente para el momento en el cual hace cosas para la facultad. O sea, nunca. Entonces con este grupo puedo vivir.
4. Cumbia
Cada vez que se viste para salir, se le da por poner cumbia a todo volumen. Dentro de su gusto musical, está mano a mano con el reggaeton, si es que efectivamente a estas dos categorías se las puede denominar "música". Desde el momento en el que me dice que va a salir, tiemblo pensando en el instante en el que decida darle la orden a su computadora de que deje salir toda esa sarta de estupideces que supuestamente forma "canciones".
5. El horror
En esta categoría nos podemos encontrar con personajes de la talla de Ricardo Arjona, Luis Miguel, Enrique Iglesias, Ricardo Montaner, Christian Castro, Ricky Martin y Chayanne. Este grupo es el preferido de Fabian indiscutidamente y es el que elige para sus momentos de relax, los cuales componen el 99% de su tiempo. Demás está decir que ninguno de los cantantes aquí mencionados me provoca otra cosa que no sea náuseas y es por eso que cada vez que mi hermano decide distenderse escuchando a alguno de estos tipos, me dan ganas de matarlo. Y creo, firmemente, que si en los próximos diez minutos vuelve a poner "Lloran las rosas" de Christian Castro, lo asesino. Y ahí es cuando ustedes, si ven que mañana no escribo, van a saber por que fue. Y los quinientos y pico de personas que leen este blog por día van a ir a mi juicio por hermanicidio a defenderme porque saben que sin leerme no pueden seguir viviendo. Y ahí, van a mirar al juez a la cara y le van a decir "Su señoría, tiene que dejar ir a la acusada. Su hermano estaba escuchando Christian Castro, ¿entiende? Y nadie, que esté bajo los efectos de la música de ese hombre puede actuar de forma racional. La culpa no es de ella por matar a su hermano, sino de Christian Castro por escribir a esa canción. Él es el verdadero culpable."

domingo, 11 de octubre de 2009

Día 146 - La tan esperada charla

A las diez sonó el timbre, y con un nudo en la panza, abrí la puerta. Del otro lado, con una bolsa de Burger King, se encontraba mi marido. Sonreí, le di un beso, y lo hice pasar. Comimos hablando de pavadas, me preguntó como estaba Fabián y qué pensaba hacer. Le conté de la vista sorpresa de mi madre el otro día, y se rió. "Esa mujer es terrible", me dijo. Después, en un momento hubo un silencio, y los dos supimos que era hora de hablar en serio.

- Bueno - dije. - Deberíamos hablar de nosotros.
- Sí, me parece bien.
- ¿Vos qué estuviste pensando?
- Mirá, Agus. Yo te extrañé mucho este tiempo que estuvimos separados.
- Sí...
- Y me di cuenta de que no quiero estar sin vos.

Es difícil explicar lo que sentí en ese momento. Fue una especie de alegría, pero acompañada de una duda. Tenía que saber qué era lo que significaba para él "estar conmigo".
- ¿Y qué es lo querés?
- Yo quiero estar con vos.
- Sí, ¿pero estar conmigo en qué sentido? O sea, ¿qué es lo que querés que tengamos?
- Y...lo que teníamos antes.

Eso era exactamente lo que presentí cuando me dijo que "no quería estar sin mí", y por lo que no me terminé de alegrar.
- Pero yo ya no quiero eso. No quiero que nos veamos el viernes de noche para coger y que después te olvides de mi existencia por el resto de la semana.
- Lo nuestro nunca fue vernos sólo para eso y lo sabés.
- No, no lo sé.
- Mirá, yo te quiero y vos a mí. Si eso es así, nunca podría ser sólo sexo. Hay algo más.
- No, para mí no es así. O sea, entiendo que no es exactamente eso, pero es verdad que el resto del tiempo no existo para vos. Sólo me querés el viernes.
- No, estás equivocada. Pero bueno, te voy a preguntar yo a vos ahora. ¿Qué es lo que vos querés?
- Yo quiero que estés. Quiero que sepas cuando tengo un parcial o lo que sea y me mandes un mensaje deseándome suerte, por ejemplo.
- Pero es que sabés que yo nunca me acuerdo de las cosas. Ni siquiera sé cuando cumplen mis hermanas, sabés que soy colgado. Y no me parece algo importante.
- Pero el tema es que para mí sí lo es. Que estés al tanto de mis cosas. Sino a fin de cuentas ni hablamos. Y nunca sabés nada de mí.
- Sé muchas cosas de vos. Pero no podés esperar que esté pendiente de tus cosas, porque no me sale.

- ¿Y no estás dispuesto a intentar tratar de cambiar eso? - pregunté.
- No, justo eso no. Porque ya soy así. Es como te digo, no sé cuando cumplen mis padres ni mis hermanas. No me puedo acordar de que tenés un parcial.
-...
-¿Qué otra cosa querés?
- Y, no sé. Hablar seguido, contarte mis cosas y que me cuentes vos. Vernos algún otro día.
- Y bueno, eso lo podemos hacer. Aunque sabés que yo soy medio cerrado y no me gusta cargar a otros con mis problemas.
- Pero no es eso lo que te digo. Que me cuentes, no sé, cómo te está yendo en el laburo. Hablar, ¿entendés?
- Es que sí, podemos. Pero es como que cuando te veo me dan ganas de darte besos y no de hablar.
- A eso iba cuando te decía que lo que tenemos es eso. O sea, a fin de cuentas no me querés para otra cosa. Te gusto porque te atraigo, y por eso te dan ganas de verme. Y cuando me ves en lo único que pensás es en irnos a la cama.
- Es que lo pienso porque tenemos química, y porque me gustás mucho.
- Eso lo entiendo, y me parece válido. Pero es verdad que es lo único que querés. O sea, no estás dispuesto ni siquiera a tratar de acordarte de cosas que son importantes para mí. Y no me parece que sea mucho pedir.
- Bueno, qué sé yo. Podría intentarlo.
- No, pero tiene que salir de vos querer. No porque yo te lo diga.
- Bueno, Agus, no sé.

- Ahí está el tema. En que no sabés. O sea, me decís que me extrañaste y que querés estar conmigo. Pero querés volver a lo que teníamos, y sabés que cortamos precisamente porque yo te planteé algo diferente.
- Es que pensé que como vos también me habías extrañado capaz podíamos volver a eso, porque funcionaba.
- Funcionaba porque algo tan simple tiene muchas probabilidades de funcionar. No hay discusiones nunca porque nos vemos poco, y el tiempo que tenemos lo aprovechamos. Nunca nos podríamos pelear porque no habrían razones. Y nunca nos podría molestar nada del otro porque ni siquiera pasamos tiempo juntos.
- ¿Y no es eso bueno?
- No, mi amor. Por lo menos para mí no. Ya no.
- ¿Entonces? ¿Qué hacemos? - preguntó.
- ¿Qué pensás vos?
- Que yo volvería a lo de antes, porque pienso que no tiene que ser blanco o negro. Que podemos estar en algo en lo que estemos bien, pero sin necesidad de que sea una relación formal. Que podemos vernos, dejar que pase el tiempo y ver que pasa. Que nos pasa.
- Es que para mí ni siquiera te hablé de relación formal. Te hablé de algo que para mí es básico en cualquier relación. Y es saber algo del otro. En qué anda. No sé, estar en la diaria, ¿entendés?
- Sí, entiendo.
- ¿Y?
- Nada, Agus. Lo que te dije. Que yo probaría, pero sin presiones. Ir viendo que pasa.
- Es que para mí no hay presiones. No en lo que te dije.
- Bueno, para mí sí porque querés que intente cambiar.
- Es que para mí tendría que salir de vos querer llamarme y querer saber cosas de mí si lo que querés estar conmigo.
- Yo no estoy de acuerdo - dijo.
- Bueno, no estamos de acuerdo. ¿Entonces?
- Entonces, por ahora, no nos vemos más.

- ¿Por qué decís "por ahora"? - pregunté.
- Porque vos y yo nos queremos muchísimo.
- Sí, es verdad, pero eso no es suficiente.
- Capaz que para vos, hoy, no lo es. Pero es probable que en algún momento cambies de opinión. O yo lo haga, y decida que puedo intentar modificar las cosas que a vos te parecen importantes.
- ¿ Y por qué no ahora?
- Porque no lo siento así. Capaz es porque soy inmaduro y necesito crecer un poco para darme cuenta de que sos la mujer de mi vida y que tengo que hacer lo que sea necesario para estar con vos.
- ¿Pensás que te va a pasar en algún momento?
- Sí, porque quiero pensar que todos estos años sirvieron para algo. Quiero pensar que tuvimos nuestras idas y vueltas pero que, en algún punto, nos va a tocar estar bien.
- No entiendo porque no ahora.
- Y porque en este momento no queremos lo mismo. Pero pienso que en el futuro va a haber un día en el que nos demos cuenta de que queremos estar juntos y que cada uno va a ceder en lo que sea necesario para lograrlo.
- No sé. Puede ser.
- Es así, mi amor. Ya nos vamos a volver a encontrar.
- Bueno, y ahora nos toca despedirnos, entonces.
- Sí. Pero, como te dije, por ahora.
- Bueno, como vos digas.
- Te quiero - dijo, y me dio un beso.
- Y yo a vos.
- Lo sé. Bueno, me voy. Cualquier cosa me llamás. Sobre todo ahora que tu madre sospecha.
- Bueno, dale. Hablamos, querido.
- Hablamos pronto - dijo, y se fue.

Fui a mi cuarto y me saqué el vestido que me podría haber sacado Martín si las cosas hubieran sido diferentes. Hice lo mismo con el corpiño y los zapatos, que quedaron tirados, no por mi marido sino por mí. Y después me acosté, desnuda, pero sola.

sábado, 10 de octubre de 2009

Día 145 - Niveles

A nivel exterior:
La casa sola, cortesía de Fabián, que se fue a dormir a lo de un amigo. Puesto, un vestido que me acaba de traer mi tío Mauricio de viaje. Abajo de él, un conjunto de ropa interior dispuesto a ser estrenado. Las piernas depiladas, humectadas y exfoliadas. Las uñas de los pies y las manos recién hechas. En el cuello, el perfume que a mi marido más le gusta.

A nivel interior:
Nervios, ansiedad y angustia ante la incertidumbre de lo que va a pasar. Ganas, muchas, de que salga todo bien, con su posterior festejo adentro de las sábanas. Miedo por pensar en que puede ser el final. Y sin embargo, una voz interior que me dice que pase lo pase, eventualmente voy a estar bien.

jueves, 8 de octubre de 2009

Día 144 - Monarca a domicilio (II)

- No tengo nada que explicarte - dije, mientras pensaba en una excusa.
- ¿Cómo que no?
- No. Martín prefiere tener su parte de la cama hecha y a mí no me cambia. Nunca la hago.
- Mentira. Si hace una parte ya hace la otra también. Este chico no está durmiendo acá.
- No digas pavadas.
- Siempre arruinando todo, vos. ¿Qué le hiciste, pobrecito?
- Nada, mamá. Está todo bien.
- ¿A dónde lo mandaste? ¿A la casa de sus padres?
- Mamá, no empieces con disparates. Sigue viviendo acá. Él es ordenado y yo no. A él le gusta llegar y ver la cama hecha y a mí no me interesa. Prefiero no hacerla.
- Ay, Agustina, ¿te pensás que soy boba? Este chico no duerme contigo. Cinco meses y ya se pelearon. ¿Qué va a decir la gente?
- ¿Te podés ir? Estoy llegando tarde a lo de Lucía.
- Van a decir que lo espantaste con tu mal carácter. Mis amigas me van a preguntar qué pasó y les voy a tener que decir que vos sos una chica difícil y que tu marido no te aguantó. Me muero de la vergüenza. Se casaron en abril y a principios de octubre ya están separados.
- Dejá de decir disparates. Y además viniste a hablar de Fabián y ya hablamos.
- Todavía no me dijiste donde está.
- Y no te lo voy a decir. ¿Te vas de una vez?
- Ahora entiendo porque se fue Martín. ¿Quién te podría soportar? Yo no entendí cuando dijo que se quería casar con vos tan jovencito. Se ve que recapacitó y se dio cuenta de que con vos no se puede convivir.
- ¡Andate!
- Ay, bueno, bueno. Nunca te gustó escuchar tus defectos. Ese fue tu error. Si me hubieras escuchado y hubieras cambiado algunas cosas ahora tu marido seguiría acá.
- ¡Te vas!

Revoleó los ojos como diciendo "no tenés remedio" y enfiló hacia la puerta. En ese instante, sonó el portero.
- ¿Quién es? - me preguntó.
- No sé. Se habrán equivocado.

Levanté el tubo y era el chico de delivery. No sabía que hacer. ¿Me estaba yendo a lo de Lucía y había pedido comida? No tenía mucho sentido.
- ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? - pregunté. Del otro lado el chico me hablaba y yo pretendía no escucharlo.

- Esta mierda anda mal - dije. - Ahora cuando baje me fijo quien es.
Tuve que bajar con ella en el ascensor, para tratar de que se fuera de una vez y yo pudiera agarrar mi comida y volver a subir. Cuando nos acercamos a la puerta, se dirigió al chico y le preguntó a qué piso iba. Él contestó "quinto A".
- Andate, mamá, que yo le explico al chico que se equivocó.
- ¿Me equivoqué? - preguntó él.
- Eh...mamá, andate de una vez - dije. Mi madre me miró con cara de culo, y se fue.

- En verdad no te equivocaste, era para mí. Es...complicado. Tengo que esperar a que se vaya para agarrar el paquete y subir a mi casa. ¿Te jode bancarme un minuto?
- No, para nada. ¿No le gusta que pidas comida?
- No, es una estúpida. Lo único que me faltaba era una lección sobre como me va a crecer el culo.
- Jajajaja. Ahí se fue.
- Ay, gracias por esperar. Tomá, quedate con el cambio.
- Gracias - me dijo. - Y decile de mi parte que tener la cola grande no es malo.
- Jajaja, le digo. Chau.
- Chau.

Cuando abrí la puerta del departamento, Fabián estaba buscando algo.
- ¿Mi bolsa de dormir? - preguntó.
- No te rías, pero está en la heladera. No sabía donde meterla.
- Jajajaja. ¿Y cómo se supone que duerma en eso?
- Lo sacamos ahora, comemos, y después le pasamos un poco de secador por arriba. Hasta te va a quedar calentita.
- Sos buena resolviendo cosas, gorda. Yo escuchaba todo desde el placard y no podía creer. Cuando te dijo lo de Martín no sé como hiciste para zafar, yo me hubiera quedado callado.
- Igual para mí que sospechaba o algo. Salió del baño y en seguida se percató de eso.
- Bueno, siempre fue detallista. Sobre todo cuando se trata de hacerte sentir mal a vos. Seguro que estaba buscando la oportunidad de decirte algo, y ahí la encontró - dijo Fabián.
- Sí, puede ser. En fin, que se vaya a la mierda.
- Sí, tal cual. Me muero de hambre.
- Yo también. Pero primero sacamos la bolsa para que se vaya "calentando".
- Dale.

Fue hasta la heladera, y la abrió.
- Esta es la imagen más ridícula que en mi vida - dijo, y se empezó a reír.
- La iba a meter adentro del horno, pero no entró.
- Jajajaja, no sé que era peor. ¡No sé ni como se te ocurren estas cosas!
- Yo tampoco, chiquito. ¡Pero bien que a la bolsa no la vio!

miércoles, 7 de octubre de 2009

Día 143 - Monarca a domicilio (I)

Ayer de noche, después de revisar la alacena y sólo encontrar un paquete de arroz, decidimos con Fabián pedir delivery. Optamos por milanesas con papas fritas. Las encargamos a eso de las ocho, y cerca de ocho y media sonó el portero.
- ¿Hola?
- Agustina, es mamá.

Mi reacción instinitiva fue cortar. A los dos segundos sonó de nuevo. Levanté el tubo sin emitir palabra, con la esperanza de que pensara que el portero estaba roto y yo no la escuchaba.
- Agustina, ¿me abrís de una vez?
- ...
- Ay, dejá. Justo entra alguien. ¡Subo!

- Fabián, la re puta madre, es mamá. Voy a tratar de que no entre, pero por las dudas escondete.
- ¡¿Qué?!
- Sí, escondete ya adentro del placard y si no entrás, adentro de la ducha. ¡Corré!

Fabián salió corriendo hacia mi cuarto y yo cerré la puerta que separa mi cuarto y mi baño del comedor para que pudiera esconderse tranquilo. Por las dudas de que entrara agarré la bolsa de dormir de Fabián para guardarla en algún lado. Un segundo después, sonó el timbre. En la desesperación, busqué un escondite cercano. Abrí el horno, pero no entraba, y la terminé metiendo en la heladera. Miré por el agujerito de la puerta y ya vi su tan conocida cara de orto. Pensé en hacer como que estaba dormida o en la ducha para no abrirle, pero ya había escuchado cuando la atendí, entonces no era creíble. La mejor opción, entonces, me pareció que era decirle que me estaba yendo y tratar de que no entrara bajo ninguna circunstancia. Grité "ahí voy", busqué mi bolso y me lo colgué. Fui hasta la puerta y abrí.
- Hola - dijo, y se trató de meter.
- No pases porque me estoy yendo.
- ¿A dónde? - preguntó.
- A lo de una compañera de facultad a buscar unas cosas.
- ¿Y Martín?
- Me avisó que viene tarde, así que aprovecho para ir a buscar los apuntes.
- No, esperá cinco minutos que tenemos que hablar.
- No espero nada, le dije que ocho y media estaba ahí y ya son.
- Dos minutos, Agustina.
- Bueno. ¿Qué querés? - pregunté, todavía sin dejarla pasar.
- Quiero hablar sobre Fabián. Dejame entrar, por favor.
- ¡Pero si ya me voy!
- Un minuto.

Para no levantar sospechas de por qué no la hacía pasar, abrí despacio la puerta y le hice señas para que se sentara en la mesa del comedor.
- Tenés un minuto - dije, muy seriamente.
- Bueno. Tu hermano obviamente está en un ataque de rebeldía. Quiso pararse de la mesa haciendo una escena para copiarte a vos, pero se le fue todo de las manos. Debe querer volver a casa y no lo hace por un tema de orgullo.
- No quiere volver.
- ¿Cómo no va a querer volver?
- No quiere. En cualquier lugar va a estar mejor que viviendo contigo.
- Ay, Agustina, no digas pavadas. Tiene todo en casa. Es al revés, en ningún lugar va a estar mejor que conmigo. Yo estoy segura de que está testeando a ver que hacemos tu padre y yo.
- No está testeando nada. Se fue y punto.
- ¿Se fue? ¿O sea que según vos no piensa volver?
- No, qué sé yo. No sé que piensa hacer, pero obviamente no es para ver como reaccionan ustedes. Se quería ir y punto.
- Ay, pero que locura.
- ¿Qué locura? ¡Si es lo que siempre buscaste!
- ¿Qué decís? - preguntó haciéndose la extrañada.
- Ay, mamá, somos grandes. Toda la vida quisiste que Fabián y yo nos fuéramos de ahí.
- ¡Si siempre les dimos todo!
- A nivel económico, capaz. O ni siquiera. Usabas la plata como medio para lograr que hiciéramos cosas.
- Agustinita, no nos pongamos melodramáticas. Tu hermano y vos tuvieron siempre todo. Decime donde está Fabián así terminamos con esta charla.
- En lo de un amigo.
- ¿Cuál? Ya llamé a lo de Nicolás y a lo de Guillermo y no está.
- Bueno, dejalo tranquilo. Y disfrutá de lo que siempre quisiste. Una casa que esté siempre ordenada, donde nadie escuche música ni invite amigos.
- ¿Qué pavadas decís?
- Que para vos esto es el paraíso. Siempre te quejabas de que había que hacer compras para cuatro personas, que todos los días había que pensar que hacer para cenar y que Fabián y yo molestábamos mucho. Ahora nos fuimos los dos.
- Pero...
- Pero nada. Admití algo por primer vez en tu vida. Te vino bárbaro esto.
- Tengo que ir al baño - dijo, para evitar contestar.

Tragué saliva. Si Fabián estaba en la ducha era probable que lo viera.
- No, vas en tu casa. Lucía me está esperando.
- No, dejame entrar. Es un segundo - dijo mientras se paraba.
- Mamá, no - dije, agarrándole el brazo. - ¿No entendés que me tengo que ir?
- ¡Es un segundo! - gritó, y salió corriendo hacia el baño.

Tan rápido como pude corrí atrás de ella. Abrí el placard, vi a Fabián ahí, y respiré. Saqué la caja con las fotos del casamiento, agarré dos y me tiré en la cama. Puse una en cada mesa de luz. Me paré rápido y volví hacia el comedor. Un minuto después, tiró la cadena, se lavó las manos y salió del baño. Yo la miraba desde el comedor, y veía que tenía la vista clavada en algo que parecía no entender.
- Agustina - dijo. - ¿Me podés explicar por qué la cama está hecha del lado de Martín?

martes, 6 de octubre de 2009

Día 142 - Todo pasa

Nunca me caractericé por ser una persona que se queda sentada, mirando a su alrededor, sin saber que hacer cuando tiene un problema. Siempre fui de actuar, de resolver.

A los quince años, yo tenía la autoestima por el piso. Me consideraba gorda, fea y tenía muchísimos complejos. Cuando me miraba al espejo veía a una chica fea, insegura y sentía que nunca le iba a atraer a nadie. Sin embargo, una vez que obligada por mi madre fui a la nutricionista y ésta me dijo -para la sorpresa de mi progenitora - que yo estaba en el peso ideal para mi altura, me empecé a dar cuenta de que algo andaba mal en mi percepción. Que si en general mi entorno no me veía fea, tal vez la que tenía una percepción errada sobre mí misma era yo. Y no entendía por qué me pasaba esto, pero lo quería averiguar. Y así fue como empecé a ver a Teresa.

A los diecisiete, después de ser molestada con mi nariz en el colegio por años, decidí que era hora de hacer algo con respecto a eso. No sólo por como me veían los demás, sino porque yo a esa altura ya había empezado a sentirme mal. Cada vez que hablaba con alguien pensaba en que el otro seguramente se estuviera riendo de mí, tratando de inventar chistes al respecto o simplemente pensando en lo mal que me quedaba. Un mes antes de cumplir dieciocho, decidí que quería terminar con eso de una vez por todas. El lunes siguiente tuve una reunión con un cirujano plástico, y tres días después pasé por el quirófano.

A los veintiún años, puedo decir que el progreso que hice fue enorme. Pasé de sentirme un patito feo a verme linda algunos días, cosa que nunca pensé que iba a ser capaz de alcanzar. Con mi cuerpo sigo teniendo algunos complejos, pero ya no es como antes. Ahora puedo sacarme la ropa enfrente de alguien sin estar pensando en que se va a percatar de mi más mínimo defecto.

Durante toda mi adolescencia, además de sentirme mal conmigo, tuve que lidiar con una madre que no sólo no ayudaba, sino que hacía que cada vez me sintiera peor. En esa época, lo único que hacía cuando ella me decía cosas, era encerrarme en mi cuarto a llorar. A medida que pasaba el tiempo, la empecé a cuestionar. Cuando ponía reglas que no tenían sentido, yo le preguntaba qué era lo que pretendía lograr haciéndome volver de un cumpleaños a las dos de la mañana en vez de a las tres. Y ella sólo atinaba a decir "mi casa, mis reglas". Yo me iba a mi cuarto dando un portazo, consciente de que mi madre estaba equivocada pero sintiendo que hablaba con una pared. Ella nunca venía, y nunca pedía disculpas después, aunque supiera que yo tenía razón.

Durante mucho tiempo traté de hablar con ella. De explicarle, que si María no tenía mi cuarto hecho un sábado a las nueve de la mañana nadie se iba a morir. Que el mundo no se iba a acabar porque un día Fabián y yo durmiéramos hasta tarde, pero ella no escuchaba y decía disparates del grado de "yo hace veinticinco años que llevo una casa, a mí no me vas a venir a decir lo que hacer". Y entonces me dí cuenta de que no había nada que yo pudiera hacer, y de que mientras viviera con ella siempre me iba a decir que eran "sus reglas". Y ahí supe que si en algún momento quería seguir manteniendo mi cordura, la que se iba a tener que ir era yo.

Fue por ese entonces que tuve una charla con mi abuelo, a partir de la cual elaboré el plan por el cual me fui de mi casa. Y acá me ven, en mis cuarenta y ocho metros cuadrados, en paz. Estoy pasando por un mal momento, sí, pero estoy en paz conmigo misma desde todo punto de vista. Ya no me exijo ser la mejor en todo porque sino nadie me va a querer (como me decía mi madre), ni pienso que no soy lo suficientemente flaca, ni linda.

Y en esta misma línea, decidí devolverle el llamado a Martín porque sé que tengo que enfentar el tema y no gano nada con postergarlo. Y llamarlo, en este caso, es todo lo que puedo hacer. No puedo controlar lo que va a pasar, pero sí hacer mi parte.
Quedó que viene para acá el sábado a la noche. Y ya hoy, veo las cosas un poco diferente que como las veía ayer, y pienso que sí, que puede ser que si me dice ya no me quiere me termine de romper. Pero también sé, que voy a salir adelante, como lo hice tantas otras veces.

Como dicen, para bien o para mal, todo pasa.

lunes, 5 de octubre de 2009

Día 141 - Bad day

No sé que me pasa últimamente, pero estoy mal. Me doy cuenta en como me veo, en como me siento y en como escribo. No sé exactamente por qué es. Supongo que por muchas cosas. Por tantas que no sé cual es la que más me duele.

No sé si es porque mis amigas están lejos y cada día que pasa siento que no puedo más, que un año separada de ellas es muchísimo tiempo. Y siento que quiero hablar con alguien porque tengo tantas cosas en la cabeza que necesito exteriorizarlas para poderlas entender.

O capaz que no es eso, y el tema que me tiene mal es que no me gusta ni mi trabajo ni mi carrera. Que cada vez que me siento a estudiar me pesa. Y voy a la cocina, abro la heladera, me hago un café y vuelvo a sentarme. Pero el material sigue ahí, sin interesarme y me voy de nuevo. Me siento en la computadora y leo. O escribo. Y es lo único que me gusta hacer. Y pienso en que estoy harta de hacer cosas que no me gustan y que capaz que ahora que ya no tengo la presión de mis padres de terminar la carrera la puedo dejar. Finalmente, y a poco tiempo de recibirme. Porque ellos me empujaron hacia Economía, diciéndome que era una buena carrera y que me iba a ir bien. Que a mí me gusta "tener un cierto estilo de vida" y que para eso se necesita una carrera redituable.

Y también está el tema de Sebastián, porque a fin de cuentas un poco me afectó. Porque fue otro en la lista, otro que por una razón u otra me dejó. Y ya estoy cansada de que la historia se repita, de que las cosas en ese terreno nunca me salgan bien. Y en el medio está Fran, que me llama y yo no sé que hacer con él, porque me da miedo que también salga corriendo.

Y estoy mal porque además está Fabián acá, y lo veo y tengo recuerdos que preferiría no tener. Y salen a flote cosas que tenía reprimidas y no tengo más remedio que enfrentarlas. Pienso en que como podría quererme a mí misma con una madre que siempre me dijo que yo no valía nada y que no era lo suficientemente buena en ningún aspecto de mi vida.

Y mientras escribo esto suena el teléfono y cuando me acerco veo "Martín", y no quiero atender. Me siento en el piso y espero a que piense que no estoy y deje un mensaje. Y cuando escucho su voz me cae la primera lágrima y me doy cuenta de por qué estoy tan mal. Mi marido me dice "mi amor", me dice de hablar y yo no quiero porque no sé si puedo soportar esa charla. Me da miedo verlo, sentarnos a hablar y comprobar que efectivamente nada cambió. Pero sé que tengo que hacerlo, sé que tenemos que sentarnos a hablar de nuestra relación porque ya pasó un tiempo desde que nos separamos y a esta altura él ya tiene que saber qué es lo que siente. Ya sabe si me extrañó o no, y si está dispuesto a intentar algo más por primera vez en cinco años.

Y sé que tengo que devolverle el llamado. Sé que sí. Pero me cuesta pensar en concretar esa charla porque creo que si me dice que ya no me quiere me termino de romper.

domingo, 4 de octubre de 2009

Día 140 - La boda de mi mejor amiga

Como ustedes saben, soy una mina que tiene siempre la cabeza en cualquier lado menos donde debería estar. Hasta el día jueves de esta semana, pensé que el casamiento de Mariana era el sábado diez de octubre. El miércoles incluso escribí una entrada en la que conté que le dije a Francisco que no sabía si el sábado tenía el cumpleaños de una compañera de facultad porque no sabía si salir con él.

La señorita Mariana, al leer esto, decidió dejarme un mensaje en el contestador explicando muy amigablemente que no, que el sábado yo tenía otro compromiso, uno muy importante, y que no era precisamente el cumpleaños de una compañera de facultad. El mensaje fue tan gracioso y sus retos tan divertidos, que no me pude parar de reír por un rato largo. Para que no se enojara más conmigo le dejé un comment en el blog diciendo que ya tenía el vestido.

El tema es que en realidad no lo tenía. Lo tenía que buscar. Me hice un café con leche y me dispuse a buscar mi adorado vestido negro. Es el típico vestido que sirve para cualquier ocasión y lo adoro por eso. Lo amo porque marca la cintura, y tiene un lazo negro a esa altura. Es ajustado, pero no mucho, y disimula mi culo enorme. Es precioso, halagador, perfecto.

Después de buscarlo en todos los lados posibles me di cuenta de que, para mi horror, lo había dejado en casa vieja. En mi otro hogar los vestidos de fiesta se guardaban siempre en un ropero del living y se ve que cuando junté toda la ropa que estaba en mi cuarto me olvidé de ese pequeño detalle y pensé que no me olvidaba de nada. Por lo tanto, cuando me di cuenta de que no lo tenía, descubrí que se me presentaban dos opciones. Una, era salir a comprar un vestido. Y dos, encontrar alguna manera de meterme en casa vieja y llevármelo.

Para evitar cualquier contacto con mi familia no sólo porque no los quería ver sino también para que no me preguntaran por Fabián, decidí optar por la primera posibilidad y salí a comprar uno nuevo el viernes. Desgraciadamente, fue una pérdida de tiempo total. El que me quedaba bien de tetas, me quedaba ajustadísimo en el resto del cuerpo. Y esto era dentro de los que no me hacían el culo enorme, que eran los más. Chicos, grandes, muy apretados, muy flojos, muy largos, muy cortos. Todos en algo me quedaban mal. En fin, ninguno era como el otro. Ninguno era como mi vestidito negro. Ni siquiera le llegaban a los talones.

Al ver que no iba a conseguir ninguno, decidí que iba a tener que elaborar un plan para rescatar mi amado vestido negro de las garras de mi madre. Si Fabián siguiera viviendo en casa vieja, podría haberle pedido ayuda, pero su sobre de dormir sigue firme en el piso de mi departamento. Por lo cual sólo me quedaba una opción: pedirle ayuda a María.

Le mandé un mensaje diciendo que me llamara cuando no tuviera a nadie cerca y le expliqué la situación. Le indiqué cual era el ropero y , para mi desesperación, estaba cerrado con llave. Yo sabía que mi madre siempre esconde su llavero abajo de su almohada, pero también sabía que ese llavero tenía, al menos, veinte llaves. Me volví a desesperar pero le traté de explicar a María que la situación era urgente y que yo necesitaba el vestido sí o sí.
- Cuando escuches que mi madre se va a bañar, entrás rápido al cuarto y agarrás el llavero.
- Ay, Agustina, no puedo.
- María, te lo ruego. Ella demora quince o veinte minutos en la ducha. No te va a ver. Vos agarrás las llaves, corrés al living, buscás el vestido y devolvés las llaves a donde estaban.
- ¿Y después? ¿Cómo te lo doy?
- Vos hacés eso y lo escondés en tu cuarto. Después me mandás un mensaje y arreglamos como lo paso a buscar.
- Bueno, pero no sé a que hora se va a bañar.
- Vos no te preocupes. El casamiento es mañana.
- Bueno, hacemos eso. Yo agarro el vestido, lo escondo y te mando un mensaje.
- Dale, María. Muchas gracias.
- De nada, Agus. ¿Vos andás bien? Se te extraña por acá. A vos y a tu hermano.
- Sí, me imagino. Yo bien y sé que él también. Cuando nos encontremos charlamos bien.
- Bueno, bárbaro. Te llamo más tarde. Besos.
- Beso y ¡gracias!

El viernes de noche no me mandó nada y empecé a ponerme nerviosa cuando me acordé de que mi madre se baña de mañana. Así que recién ayer, a las diez y media, recibí el mensaje. Le contesté que me avisara cuando se fueran a algún lado, pero me dijo que estaba sentada en la computadora y que no daba indicios de pensar irse. Después de esperar y esperar y de no ver ningún cambio, le dije a María que hiciera como que bajaba a tirar la basura y llevara el vestido. Nos encontramos a una cuadra de mi edificio viejo, charlamos un rato y después me tuve que ir porque andaba con el tiempo justo.

Casi casi que no llego, pero al final me las ingenié para que me diera el tiempo. Desgraciadamente, cuando bajé del auto me di cuenta de que tenía las medias rotas. Supongo que me las habré enganchado con algo, qué se yo. Volví al auto, me las saqué y las escondí abajo de la alfombra. En fin, todo no se puede. Lo importante es que llegué en hora y pude ver a mi amiga con su vestido blanco. Un vestido precioso, perfecto y muy parecido al que usé yo unos meses atrás.