martes, 30 de junio de 2009

Día 51 - Un trío infame. Parte tres.

De los tres temas con los que mi familia (principalmente mi abuela) no me dejó en paz por 21 años, ya hablé sobre la comida y los modales y me queda el tercero: la elección de carrera.

Cuando tenía doce años mi abuela me preguntó qué pensaba hacer en el futuro. Sólo para molestarla le dije que me iba a dedicar a la peluquería, que siempre había sido mi gran pasión. Me contestó que era una mala idea porque iba a tener que estar todo el día parada.

Más adelante, como a los catorce, me volvió a insistir con el tema. Le dije que quería ser abogada o escribana.
- Agustinita, querida. Para hacer eso tendrías que tener muchos contactos, pero ser sociable no es lo tuyo.
- ¿Y eso qué quiere decir? ¿Qué tendría que ser como el tío Daniel, y rodearme sólo de gente que tiene plata?
- ¡Exacto! Por fin nos entendemos.
- Claro, sí. Tengo que conocer gente que me sirva, y los demás se pueden ir a la mierda.
- ¡No hables así!
- Si es la verdad. Ser abogado según vos y él es dedicarte a hacer contactos jugando al tenis y cosas por el estilo. Si en el medio ves que alguien que conocés no te va a traer negocios, deja de servirte, y se convierte en alguien descartable. Para el tío Daniel la gente se divide en los que le pueden dar algún beneficio y los que no. A unos los trata bien, y los otros para él dejan de existir.
- Y bueno, Agustina. ¿Qué tiene de malo eso?

Con el tiempo fui cambiando de idea, como siempre pasa y decidí que lo mío iba a ser la psicología.
- No, no. Psicología no - dijo muy abuela muy seriamente.
- A ver, decime. ¿Qué problema hay?
- Que si vos sos psicóloga y te tomás una semana de vacaciones, nadie te las paga. Tenés que trabajar de algo que te permita cobrar si te vas de viaje.
- ¿Me estás diciendo que por no ganar plata una semana al año cuando trabaje tengo que descartar esa carrera?
- Sí. Tiene muy poco sentido.
- A ver, como ninguna de las cosas que se me ocurren te parece bien, decime qué tendría que estudiar según tu opinión.
- Algo corto. Mirá, tu prima Laura en Israel trabaja en un hospital haciendo ultrasonidos. Y estudió poco, dos años.
- ¿Ultrasonidos? ¿En qué consiste su trabajo?
- Esta ahí en el hospital y hace ultrasonidos.
- ¿Todo el día? ¿Un ultrasonido atrás de otro? ¡Qué trabajo genial!
- Por lo menos no requiere de pensar mucho. Podría ser perfecto para vos.

Después, con el correr de los años, me fui interesando en la economía. Vengo de una familia donde se habla de negocios todo el tiempo, mi abuelo (el que ya conocen) es constructor, mi otro abuelo era contador, y mis tíos y mi padre son todos comerciantes.
- ¿Economía? - chilló. - ¡Es una carrera larguísima!
- Por favor, dura lo mismo que cualquier otra.
- No, no es así. ¿Estuviste pensando en alguna otra opción? Secretariado, o algo por el estilo.
- Claro, como la tía. Estudió eso, trabajó un sólo día en su vida y decidió que era demasiado para ella.
- Y bueno, ¿qué tiene de malo no trabajar? Lo ideal es hacerlo unas horitas para comprar ropa y zapatos, pero si no hay que hacerlo mejor.
- Qué pensamiento mediocre. Claro que la solución más fácil es lo que hizo tu hija, conseguirse un tipo con plata que la mantuviera y fin del asunto.
- Yo a eso no lo veo mal...
- ¡¿No lo ves mal?! Estamos hablando de una persona que cada vez que iba a salir con alguien se asomaba al balcón a ver su auto y si no le parecía lo suficientemente bueno no bajaba. Contame, ¿a cuántos tipos dejó plantados?
- A muchos, pero qué importa. Mirala ahora. Se dedica a ir al gimnasio, a la peluquería y a cuidar a los nenes.
- ¿Cuidarlos? ¡Tienen 18 y 22 años!
- Bueno, pero por lo menos no se mató estudiando, y perdió cuatro años de su vida como vos querés hacer. Podrías considerarlo. Te conseguís a alguien con plata y asunto terminado.
- ¿Y después si las cosas no funcionen no lo puedo dejar porque todo es de él? Ni loca.
- Ay, Agustina, ¿por qué te empeñás en ir en contra de todo? Seguí los ejemplos que ves en tu familia.
- El único ejemplo que me podría interesar seguir es el de mi abuelo, que se vino de Polonia sin un peso y se las arreglaba para mantener una familia de nueve personas él sólo cuando tenía doce años. Y con el tiempo, a través de la construcción se hizo rico. Eso es admirable, no tirarte a mirar la tele todo el día y leer la revista Vanidades.
- Bueno, hacé lo que quieras. El día que no puedas comprarte un vestido nuevo porque tenés que usar la plata para pagar las cuentas, ni se te ocurra venir a pedirme.
- Creeme que lo último que haría en mi vida sería pedirte algo a vos. Bajo ninguna circunstancia te daría esa satisfacción.

lunes, 29 de junio de 2009

Día 50 - Please, don't make me choose

En la serie Grey's Anatomy, recién después de cuatro temporadas, dos de los personajes principales (Izzie y Alex) finalmente logran estar bien juntos. Alex es un doctor ciclotímico y egocéntrico, que a lo largo de la serie nunca terminaba de decidir que era lo que quería con ella. Finalmente, se da cuenta de que la ama y se lo dice. En un momento, reaparece Danny, con quien Izzie había estado comprometida. Dejando ciertos detalles de lado, en un momento ella no sabe qué hacer porque los quiere a los dos, y le dice a Danny (quien sabe de la existencia de Alex) : I can't choose. Please, don't make me choose.

Por más egoísta que suene, yo tampoco quiero tener que elegir. Es más, no creo que deba tampoco. Al menos por ahora.

Con Martín hay una química increíble adentro de la cama. Pero, si soy realista sé que no es sólo eso. Yo no estoy enamorada de él, pero sí siento algo. El jueves, después de la cena, se quedó a dormir. En un momento, yo estaba sentada en el colchón pintándome las uñas de los pies, y noté que se acercó hacia mí. Después me agarró suavemente la cara y me empezó a acariciar. Giré la cabeza hacia él, y noté que me miraba de una manera extraña, en el buen sentido. Y fue raro, pero me di cuenta de que por más que él tampoco esté enamorado de mí, hay algo entre nosotros que es innegable. En el momento en el que me agarró la cara fue como si hubiera habido un "te quiero" escrito en el aire, algo que los dos percibimos pero ninguno dijo. A veces nos lo decimos, pero no sé, fue como si en ese momento no hubiera habido necesidad.

Por otro lado, tenemos un pasado juntos, que no me llena precisamente de felicidad cada vez que lo recuerdo. Además, desde los dieciséis años que estamos en vueltas y en ningún momento estuvimos los dos en la misma página. Dudo mucho que ahora pueda llegar a pasar.

Y, con el vecino, todo parecería ir viento en popa. Su personalidad me gusta mucho más que la de Martín, porque es muy culto, ha viajado mucho y tiene un cierto encanto que mi marido no. Siempre está proponiendo cosas, y da la idea de que lo nuestro podría llegar a funcionar. Su forma de ser me resulta atrapante, me da ganas de saber todo sobre él. Y me da la impresión de que a él le pasa algo parecido.

Por otro lado, el miedo que tengo es tan grande que me paraliza. A fin de cuentas, hay una gran parte de mí que tiene asumido que lo mío con Martín no va a funcionar nunca. Pero con el vecino no es así, yo creo que sí podríamos estar bien y eso me asusta tanto que terminaría con él ahora sólo para no sufrir por si las cosas salen mal. Yo sé que es una actitud mediocre de mi parte, pero también es verdad que pasé por muchas cosas y aunque no quiera, me dejaron marcas importantes. Nunca tuve ocasión de contarlo, pero en el medio de la historia con Martín, en épocas en las cuales no estábamos juntos, yo traté de salir con otros tipos. Y el resultado fue una relación fallida atrás de la otra. Entonces, ¿cómo se supone que sea capaz de no pensar en eso? ¿cómo hago para dejar atrás el hecho de que todas las veces anteriores que parecía que las cosas iban a salir bien, terminaron conmigo destrozada? Y, sobre todo, ¿cómo es posible ignorar mis estadísticas personales? Las que dicen, precisamente, que estoy destinada a fallar en el amor.

En resumen, por ahora, no sé que hacer. Como ni Sebastián sabe de mi esposo, ni Martín de mi vecino, no le puedo decir a ninguno de los dos que no puedo elegir, así que se lo digo a ustedes.

I can't choose. Please, don't make me choose.

domingo, 28 de junio de 2009

Día 49 - All that jazz (continuación)

- ¿Querés quedarte a dormir? - le pregunté al vecino después de la sesión de sexo desenfrenado.
- Como quieras vos - contestó.
- No, en verdad como quieras vos, porque no tengo cama. Duermo en un colchón.
- Jajaja, a ver. Mostrame.
Lo llevé al cuarto y se rió.
- Explicame.
- Jaja, es que el carpintero es un imbécil. No sé que fue lo que hizo mal, pero después de todo lo que les costó meter la cama en el departamento me dijeron que se la tenían que llevar. Eso fue hace más de un mes y medio. Cada vez que lo llamo me inventa algo diferente, así que por ahora sigo sin cama. Igual ya me acostumbré, hasta es divertido. Vengo corriendo desde la cocina y me tiro, como si me estuviera metiendo en una pileta.
- Jajaja, me diste ganas. ¿Puedo?
- Sí, dale.
Se fue hasta la cocina (en boxers), tomó impulso, vino corriendo hasta el cuarto y se "zambullió" sobre mi colchoncito.
- Te toca - me dijo.
- Bueno, pero correte, porque sino te voy a romper todo.
Se movió hasta la punta, me alejé y me tiré al lado de él. En ese momento me abrazó fuerte y sentí algo extraño. Como si me estuviera empezando a enganchar. Como si las cosas con él simplemente fluyeran. Con su brazo todavía alrededor mío, miró mi mesa de luz y vio el ejemplar de Hablalo con mi abogado que estoy terminando.
- ¿Qué estás leyendo? - preguntó mientras lo agarraba.
- Es la historia del divorcio de un tipo, es excelente. Ya estoy cerca de terminarlo, me muero por saber el final!
- ¿Es bueno, decís?
- Sí, a mí me encanta.
- A ver, dejame leer las primeras páginas.
- Dale, yo mientras veo unas cosas en la compu.
Fui hasta el escritorio, disimuladamente entré a mi blog a leer comments, y paseé por otros que recién habían sido actualizados.
- Che, ¿este libro no salió de un blog?
Sentí como mi respiración se agitaba, y esta vez no era por tener su mano en mi pierna.
- Sí, exacto. ¿Vos leés blogs?
- Algunos - contestó.
Tragué saliva.
- ¿Cuáles? - pregunté con miedo.
- Entro a Orsai y El Bobero. ¿Los conocés?
Traté de hacer un racconto mental de los comentarios que había dejado desde mi blog. Sé con certeza absoluta que en Orsai no dejé ninguno, pero en El Bobero alguna vez comenté.
- Sí, los conozco, pero no me llaman la atención - mentí.
- ¿No? Orsai sobre todo, es genial. Y ahora que vi este que tenés, me sonó a que salió de un blog también.
- Sí, sí. ¿Y a esos entrás seguido? - pregunté y recé por que la respuesta fuera "no".
- No, en general no. Orsai es actualizado cada un mes más o menos, y El Bobero no me gusta tanto. A veces entro y leo los posts por arriba, y si me enganchan sigo - dijo.
Pensé que en general la gente que hace eso no lee los comments. Yo en verdad casi nunca leo los de otras personas, así que respiré. Dudo muchísimo que en algún post viejo vea un comentario que diga "Agustina R." y clickee a ver si soy yo.
- ¿Y? ¿Te atrapó el libro? - pregunté en un intento de salir del tema.
- Sí, está bárbaro. ¿Cuando lo termines me lo prestás?
- Sí, con mucho gusto.
- Genial. Bueno, vení, te fuiste y me dejaste sólo.
- Bueno, bueno. No me extrañes - dije, y volví a acostarme al lado de él.
Me volvió a abrazar y yo me recosté en él.
- Pasé lindo hoy, Agus. Me divierto con vos.
- Yo también - dije, mientras le acariciaba el brazo.
- Me gustó tirarme en el colchón, jaja. A mí nunca se me hubiera ocurrido "zambullirme".
- Jajaja, yo siempre hago esas cosas. A veces agarro un perfume y salto arriba del colchón cantando los Beatles, en bombacha.
- Jaja, pagaría por ver eso. ¿Qué más hacés?
- Te cuento, pero no te rías. El tema de cantar tiene sus variantes. A veces requiere de toda una producción.
- A ver...
- Ponele, a veces juego a que actúo en el musical Chicago. Y me pongo medias de red, ropa interior negra y tacos altos. "All that jazz..." - canté, y me reí.
- Jajaja, también podría llegar a pagar por ver eso. ¿Hay alguna posibilidad de que hagas un show privado?
- Mmm, dejamelo pensar. Con la ropa puede ser, pero ni loca canto.
- Bueno, me sirve. ¿Qué querés a cambio?
- Comida. O, todavía mejor, que me enseñes a cocinar algo. ¿Qué te parece?
- Es una buena idea. ¿Cuándo? - preguntó.
- ¿El viernes?
- Dale, genial. ¿Acá o en mi casa?
- Lo que quieras.
- Bueno, vení vos así ya preparo todo antes. Los ingredientes y etcétera.
- Dale, mejor - dije. Siempre es preferible estar en su casa, me ahorro tener que eliminar rastros de Martín.
- Perfecto, el viernes a las diez te espero. Bueno, linda, estoy muerto. Me agotaste - dijo, mientras los ojos se le empezaban a cerrar.
- Jajaja. Dulces sueños, vecinito.

Y antes de contestar se durmió, abrazado a mí.

sábado, 27 de junio de 2009

Día 48 - Mesa para dos

Ayer, cuando volví de dar clase, tuve que sacar todas las cosas de Martín. Por suerte se había llevado las cosas de afeitar y etcéteras del baño, pero dejó algo de ropa por si alguna vez llegaba a pasar algo parecido, la cual tuve que meter en roperos y cajones. Después me dispuse a guardar las fotos, esconder las alianzas y lavar los platos que habían quedado del jueves de noche. En fin, esta vez la maratón fue para pasar de ser una mujer casada a una soltera, y también requirió de un enorme esfuerzo.

A eso de las nueve me bañé, y después comencé con la tarea de elegir el atuendo adecuado. Como estábamos en mi territorio, decidí que podía ser un poco más atrevida (por decirlo de alguna manera) y opté por un vestido. Azul, hermoso, con una cintita negra a la altura de la cintura. Con respecto al calzado, elegí unos zapatos negros en punta, de taco corrido, divinos.

El vecino tocó timbre a las diez y quince con una botella de vino en la mano.
- Ay, qué divino. ¿Me perdonás que la otra vez que me invitaste no lleve nada?
- Si me das un beso lo puedo llegar a considerar.

Me acercó a él y me dio un beso, largo y profundo. Nos quedamos ahí como veinte minutos, dándonos besos contra la puerta y manoseándonos como adolescentes. Creo que si no hubiera sido porque nos interrumpió el timbre del delivery, nos salteábamos la cena e ibamos directamente a la cama.
Como no sabía qué le podía gustar al vecino, opté por una opción bastante segura: pasta. Ordené dos opciones para darle a elegir: capelettis y ravioles, y dos salsas: cuatro quesos y carusso. Cuando llamé, pedí que a las salsas las mandaran aparte.

Nos quedamos en la cocina (tengo una especie de barra, como en los bares) y nos sentamos a comer ahí. Me gusta más que la mesa del comedor, porque me permite estar bien cerca de él. En su departamento es igual, y la otra vez comimos ahí así que me pareció una buena idea.
Le pregunté que prefería y me dijo que le daba lo mismo, que eligiera yo. Después de un rato de persuadirlo para que se decidiera, optó por ravioles con salsa cuatro quesos y me alegré porque yo quería los capelettis a la carusso. Somos el uno para el otro - pensé.

El vecino es un tipo inteligente, es de esas personas a las cuales te da placer escucharlas hablar, con las que tenés conversaciones interesantes. No sé como explicarlo, hay gente con la cual los temas de conversación simplemente surgen y todo se va dando de forma natural, sin silencios incómodos ni nada por el estilo. Con Sebastián me pasa eso, me podría quedar horas y horas escuchando sus historias, mirándolo, e imaginándome cómo serían nuestros hijos.

Para el postre se me ocurrió comprar masitas, las cuales Sebastián me iba dando de a una en la boca. Luego de que le di una yo, me empezó a dar besos en la mano, siguió subiendo por el brazo y se quedó en mi cuello un rato largo. Cuando me acerqué a él, busqué su boquita en forma de corazón, y después le seguí dando besos en el cachete hasta que llegué a la oreja. En este punto empecé a sentir su respiración claramente mucho más agitada, a la vez que subía su mano por mi pierna y se iba acercando peligrosamente hacia la bombachita de encaje. Siguió su camino hacia mi panza, y terminó por sacarme el vestido ahí mismo. Y después, como en las películas, tiró todo y me subió a la mesa del comedor. La misma, donde el día anterior había estado cenando con mis padres y Martín.

viernes, 26 de junio de 2009

Día 47 - Las apariencias engañan

A las siete vino Martín y debo decir que estaba muy lindo. Se había puesto una remera que le regalé para su cumpleaños número diecisiete, verde oscuro con un dibujito que nunca entendí, pero que me gustó. Cuando lo me dieron ganas de una sesión de ejercicio, pero había poco tiempo y demasiadas cosas que hacer.

Estuve media hora intentando prender el horno, mientras Martín llenaba los cajones y el ropero con ropa suya. Lo llamé para que me viniera a ayudar y aparentemente había que apretar un botón en el momento que girás la perilla. Demasiado complicado para mí, pero no me iba a dar por vencida. Metí las papas noisette en una asadera con un poco de aceite (esa no se la esperaban, pensaban que me iba a olvidar!) y me fui a vestir al cuarto.

Me había empezado a desvestir cuando Martín me vio desde el baño y me dijo "la ropa interior dejame sacártela a mí". Nos tiramos en el colchón, y dios, qué bueno que estuvo. Yo sabía que estábamos cortos de tiempo, pero un buen polvo lo justificó.
Lastima que en el interin, no entiendo qué fue lo que pasó con las papas, que cuando las probé estaban horribles. No sé si fue poco tiempo, o demasiado, pero no tenían gusto a nada. No sé como explicarlo, adentro estaban blandas o algo por el estilo, como que se deshacían. Algo muy extraño. En fin, no podía quedar como que ni siquiera había podido con papas congeladas, así que pedí cinco porciones de papas noisette por teléfono. Me pasé, pero era mejor que sobraran a que faltaran.

Después, cerca de las nueve metí el pollo en el horno, que por suerte quedó bastante bien. ¿Escucho aplausos? Gracias, me los merezco.

Por suerte cinco minutos antes de que vinieran nos acordamos de ponernos las alianzas, así que parecía que todo iba por buen camino.

A las nueve y media tocaron timbre y los hice subir. Mi madre me pidió que le hiciera un tour por la casa, que en verdad es algo tonto, ya que no hay tanto que recorrer en cuarenta y ocho metros cuadrados. Mientras le mostraba todo, se me hizo un nudo en el estómago, porque pensaba que seguramente me había olvidado de algo. Pero, por suerte, todo salió a la perfección ya que ningún detalle había sido descuidado.

La comida quedó rica, no hubo quejas, así que pensé que la noche iba a terminar bien. Sin embargo, la historia fue otra.
- Chicos, ¿cómo se están llevando? - preguntó mi madre.
- Bárbaro - dijo Martín y me agarró la mano.
- Sí, genial - acoté.
- Me alegro - contestó mamá.
- Yo también - dijo papá. - Aunque, como te dije, se te extraña en casa.
- Sí, yo sé. Pero bueno, estar casada también tiene lo suyo. Me gusta vivir acá.
- A mí me gusta vivir con vos - dijo Martín, y sonrió.
- A mí también, mi amor - dije, y le devolví la sonrisa.
- Ay, me gusta que se lleven bárbaro. En fin, ya que las cosas andan tan bien entre ustedes, ¿cuándo van a "encargar"? - preguntó mamá.
- Mamá, por favor, no empieces. ¡Nos casamos hace dos meses! - grité, y miré a Martín que estaba a punto de empezarse a reír. Tuve que contener la risa yo también, porque no podía creer el tamaño de la ridiculez que había salido de la boca de mi madre.
- Sí, pero igual. Yo quiero nietos, y tu hermano con diecinueve años por ahora no me va a dar.
- Jaqui - intervino papá, y agarró a mi madre del brazo - ya hablamos de esto y quedaste que no ibas a mencionar el tema. Al menos por hoy.
- Ay, sí, pero miralos. Son una pareja perfecta, podrían tener un hijito ahora. Imaginate, Andrés, una bebita o un bebito divino.
- Mamá, escuchame. Ni siquiera tuvimos tiempo de irnos de luna de miel porque entre el trabajo y el estudio no tenemos vacaciones nunca. Definitivamente no es momento de tener un bebé!
- Bueno, pero imaginate. Vos quedás embarazada ahora y te da tiempo de terminar el año de facultad, y después vas a tener una linda pancita de seis meses y se hacen el viaje.
- ¿Y el trabajo? ¿Vos pensás que podríamos mantener un niño ahora? - pregunté.
- Bueno, sobre eso les quería hablar. Tu papá y yo estamos dispuestos a "ayudarlos".
Martín esta vez sí que casi se le ríe en la cara.
- O sea, que me querés pagar para que quede embarazada. Mirá que bien.
- No, Agustinita, entendés todo mal - replicó mi madre. - Te estoy diciendo que si quisieras, te podríamos dar una mano a nivel económico.
- Claro, sí, entiendo.
- O sea, te cubriríamos todos los gastos y además te daríamos plata para mantenerlo. Y además, un poco de plata para que tengan ustedes. Así podrían vivir un poco mejor, darse más gustos.
- A ver, ¿y cuándo tendríamos tiempo para cuidarlo?
- Yo les doy plata para que contraten una niñera - dijo, en un intento desesperado.
- Jaqueline, es imposible ahora. En otro momento puede ser - intervino Martín.
- Veo que rechazan mi oferta, entonces - replicó mamá.
- Y sí, ¿no te das cuenta que es un disparate?
- Un disparate es que pienses que te vas a mantener con tu sueldo de profesora de inglés.
- Andate, mamá. No te quiero en mi casa.

Juntó sus cosas y se fue dando un portazo. Mi papá me pidió disculpas y la siguió. Martín y yo nos empezamos a reír, y nos alegramos porque a pesar de todo habíamos logrado mantener las apariencias durante el tiempo que duró la cena. Una pareja perfecta. Sí, claro.

jueves, 25 de junio de 2009

Día 46 - Desperate housewife, desperate to not look so desperate

Parecería que desde ayer estoy corriendo una maratón. En total son un millón de cosas por resolver. Vamos por puntos.

El tema de las fotos está prácticamente terminado, sólo falta que Martín traiga algunas con su familia y estaría listo. Quedó que viene a eso de las siete para tener tiempo de armar todo.

Sobre la comida decidí comprar un pollo (no tengo idea si es mucho o poco, asumo que está bien) que ya esté listo y meterlo un rato antes de que lleguen en el horno para que largue un poco de olor y esté caliente. Y sobre el acompañamiento, compré papas noisettes congeladas, no encontré nada más fácil. A fin de cuentas, es sólo meterlas en el horno. Lástima que desde que me mudé todavía ni lo prendí, así que hoy será nuestro primer encuentro.
Para el postre compré lo mismo que llevé la primera vez que fui a lo del vecino, brownies con helado. Con Sebastián tuvo éxito, así que supongo que con mis padres también va a resultar. Y soy tan pero tan ocurrente que bajé una receta de brownies y la estuve estudiando por si me preguntan algo de como los hice.

La nueva María ya vino, así que la casa está impecable. ¡Hasta podrían pensar que sé limpiar!

Después me quedé pensando en el tema del vecino, que ayer me olvidé de mencionar. Se me ocurrió que tenía que evitar cualquier posibilidad de que me dejara una cartita o viniera, así que le dejé una yo hoy al mediodía. Le escribí "Venite mañana a comer a eso de las diez. Como te tengo piedad no voy a cocinar, pero pido algo rico." Como no le puse ninguna pregunta, no tiene nada que contestarme, supongo (y quiero pensar) que directamente va a venir mañana.

Después está el tema de hacer como que en el departamento vivimos dos personas. Cuando Martín traiga su bolso, voy a dejar algo de ropa suya colgada como que se está secando, algún cuaderno mezclado con los míos en el escritorio y sus cosas de afeitar y demás en el baño.

Para estar linda, y pretender que no estoy agotada por el estudio y el trabajo, me voy a tapar las ojeras y maquillar un poco. Capaz que hasta me peino, voy a ver. Con respecto a la ropa, ya elegí un pantalón que no tiene ni una sola arruga y una remerita que también está en perfecto estado.

Qué desesperación y que gasto de energía innecesario que requirió esta cena, por dios. Todo, con el único objetivo de aparentar ser alguien que no soy. Una ama de casa, no tan desesperada, cuando en realidad nada me importa tan poco como saber cocinar y limpiar.

miércoles, 24 de junio de 2009

Día 45 - Carrera contra reloj

- Martín, Martincito, amado mío. ¿En qué andás?
- Acá, estudiando. Reconozco ese tonito. ¿Qué necesitás, esposa?
- Te digo, pero no me odies. ¿Me prometés?
- Prometo no odiarte, amada mía, jajaja. Decime.
- El domingo fui a comer con mis padres y me insistieron para venir al departamento a comer, te juro que traté de mandarlos a la mierda, pero fue imposible.
- No te preocupes, era obvio que en algún momento iba a pasar. ¿Qué día van?
- El jueves, ¿podés?
- Sí, dale.
- Ay, sos lo más. Te prometo que te lo voy a compensar. No sé como, pero voy a pensar en algo.
- Jaja, vamos a ver qué se te ocurre. ¿Cuál es el plan para la cena?
- Ya estuve pensando todo. Tendrías que venir antes y traer un bolso con bastante ropa, algunos zapatos, también las cosas de afeitarte, y algún otro elemento que pueda dar la pauta de que vivís acá.
- A ver, ¿qué puede ser?
- Qué se yo, algún cuaderno de la facultad o algo por el estilo.
- Buena idea. Tengo que seguir estudiando, pero si se te ocurre algo más mandame un mensaje o llamame.
- Bueno, queridísimo. Besos.

Cuando corté, me dispuse a hacer una lista para asegurarme que no me olvidara de nada. Escribí como primer punto "Hablar con Martín", y lo pinté de violeta como señal de que ya estaba terminado. Era obvio que ese punto ya estaba hecho, pero me encanta la sensación de que algo está completo y quería sentirla. Y la explicación del violeta es que odio con todo mi ser el highlighter amarillo, por lo que no lo uso para mis códigos. Cuando algo está en proceso, por ejemplo, uso el verde. Y para los títulos uso el fucsia. Siempre.

Después empecé a mirar alrededor para ver qué otras cosas podían surgir. Lo primero que noté fue que había platos sucios en la pileta, respecto a los cuales mis ganas de lavar eran mínimas. Y como el resto de la casa tampoco estaba en buen estado, decidí llamar a La nueva María para que me rescatara, y viniera a dejar el departamento impecable. Quedó que viene hoy, perfecto. Así que anoté "Hablar con La nueva María", y lo subrayé.

Cuando vi los platos me surgió una duda importante respecto al tema de la comida. Tengo dos opciones, o intento cocinar algo y que sea lo que sea, o pido delivery y me hago la boluda como que lo cociné yo. La primer opción es más creíble, y la segunda más arriesgada. Anoté en la lista "Tema comida", y lo dejé como ítem incompleto para tomar una decisión luego.

Qué más, Agustina, qué más. Ah, sí, fotos. Saqué de las cajas de la mudanza una que nos sacamos juntos en la bar mitzvah del hermano de mi amiga Romina, a los dieciséis y otra de la ceremonia que hubo cuando terminamos el colegio, las cuales estaban en mi cuarto de casa vieja. Después busqué algunas del casamiento, que yo había previsto que podía necesitar para alguna situación como esta. Coloqué la primera en mi mesa de luz, una del casamiento en la otra mesa de luz (en teoría de Martín), la de nuestra graduación en el comedor, junto con otras del casamiento. Cuando vi una foto mía con mi abuelo y otra con mi hemano, se me ocurrió que tenía que haber alguna de Martín con su familia, y le mandé un mensaje. Escribí "Fotos" en la lista, y lo subrayé con verde porque todavía faltan las de mi marido, así que no es un punto terminado.

En resumen, mi lista es algo así:
1. Hablar con Martín
2. Hablar con La nueva María
3. Tema comida
4. Fotos

Si me olvidé de algo, me avisan.

martes, 23 de junio de 2009

Día 44 - Feliz día para papá, día de mierda para mí.

El domingo llamé a mi padre para saludarlo y me pidió si podíamos ir a comer todos juntos. Terminé cediendo, porque yo a mi papá lo adoro, y a fin de cuentas era el día del padre. Inventé que Martín había quedado para almorzar con su familia y que por eso no venía conmigo.

Acá quiero hacer un paréntesis para aclarar algo sobre mi familia, y es que las cosas no se hablan. Lo que pasó en la casa de mi abuela va a quedar enterrado y nunca se lo va a volver a mencionar. En vez que afrontar los problemas, siempre es más fácil meterlos abajo de la alfombra y pretender que nunca existieron.

Fuimos a comer mi abuelo, mi padre, mi madre, mi hermano y yo.
- ¿Dónde está el muchacho? - preguntó mi abuelo.
- Come con su familia - respondí.
- No importa, chiquita. Yo te quería ver a vos. Estás cada día más linda.
- Gracias, abuelito.
- Es la verdad - dijo.

Mi madre me saludó medianamente bien, y mi padre me agradeció que haya ido. Con mi hermano todo espectacular, como siempre. Nos sentamos y empezamos a mirar la carta.
- Agustina, ¿qué vas a pedir? - preguntó mi madre.
- No sé, todavía no decidí - dije, sabiendo a donde iba con la pregunta.
- Ah, porque deberías pedirte una ensalada. Estás más rellenita que la última vez que te vi.
- No quiero ensalada. Milanesa con papas fritas me gusta más - dije para molestarla.
- Sí, hay que comer bien - acotó mi abuelo. - Estás flaca.
- Gracias, abuelito. Al contrario de otras personas, siempre sabés lo que decir.
Mi madre puso cara de odio, y siguió mirando la carta.

- ¿Y, mi amor? ¿Cómo anda todo? - preguntó papá.
- Bien, por suerte. Me gusta mucho vivir con Martín- mentí.
- Me alegro, aunque en casa se te extraña mucho. Ya no tengo con quien desayunar.
- Yo también extraño verte de mañana, pero ahora soy una mujer casada.
- ¿Ya aprendiste a cocinar? - intervino mi madre.
- Algunas cosas - contesté.
- Tenés que aprender urgente, para cocinarle a Martín.
- Mamá, por favor. Vos no sabés ni hacer puré de papa que no sea instantáneo. Sin María no podrías subsistir.
- Bueno, pero para algo está. Y además no es que no sepa cocinar, es que no me da el tiempo - dijo.
- ¿Qué? Una vez hiciste fideos y se te quemaron.
- Bueno, como vos dijiste, una vez.
- Sí, pero a nadie se le queman los fideos. Ni siquiera a mí. Y aparte yo tampoco tengo mucho tiempo para ponerme a preparar cosas muy elaboradas.
- Tendrías que buscar el tiempo. Es el primer año de casados y a los hombres se les gusta una mujer que sepa manejarse en la cocina.
- Ya te dije que algunas cosas sé preparar.
- ¿Cómo qué? - insistió.
- Estuve aprendiendo a hacer empanadas, tarta de jamón y queso, hamburguesas, milanesas, papas y boniatos al horno - mentí. Los inventos me salían uno atrás del otro. Siempre fui buena mintiendo, es una de mis mayores virtudes.
- Nos tendrías que invitar un día a tu casa y nos preparás algo, para demostrarnos tus nuevas habilidades - dijo mi madre en un tono irónico.
Tragué saliva.
- Justo esta semana ando complicada, pero capaz que la otra...
- Dale, Agustina. Es preparar alguna pavada, tampoco te va a llevar tanto tiempo. Además, todavía no conocimos tu casa - insistió.
- Es que estaba esperando a que estuviera todo en su lugar para invitarlos. Todavía ni me trajeron la cama.
- Agus, yo te extraño mucho - dijo papá. - Si querés llevamos nosotros la comida, pero no me gusta verte tan poco.
- Bueno, vengan el jueves, pero yo cocino - dije, para no admitir mi derrota. Ya se me ocurriría algo. - Si quieren traigan algo para el postre.
- El jueves, entonces. No puedo esperar - dijo mi madre, sarcásticamente.
- Yo tampoco, creanme.

lunes, 22 de junio de 2009

Día 43 - ¿Entonces?

Lo que me dijo Martín ayer me descolocó. O como se dice en inglés, it caught me off guard, lo cual significa que me agarró desprevenida.

Según él, no estuvo con nadie más. Mi primer duda es si será verdad o no. Por un lado, pienso que es imposible. Es decir, si tiene la posibilidad de estar con otras, ¿por qué no habría de aprovecharla? Convengamos que ante la oportunidad, es muy difícil que diga que no. Por otro lado, podría llegar a ser verdad que el hecho de saber que puede le saque la diversión al asunto. Y además, si no fuera cierto, ¿para qué me lo diría? Siempre estuvo establecido que cada uno podía hacer lo que quisiera. ¿Entonces?

De cualquier manera, el hecho de que me haya dicho que estuvo sólo conmigo fue inesperado, pero lindo. Nunca me hubiera imaginado que yo pudiera ser "suficiente" para alguien, y mucho menos para él. Siempre tiendo a pensar que en algún momento va a aparecer otra que sea mejor que yo en algún sentido y ahí se van a quedar con ella. Pero, aparentemente, no es el caso.

Lo que me dijo también me hizo sentir un poco culpable. Mientras él estaba diciéndome eso, yo pensaba en que la noche anterior me había acostado con otro y ni siquiera me lo había cuestionado. Además, en un momento de la conversación miré alrededor y me di cuenta de que si no fuera por Martín yo no tendría mi departamento y seguiría viviendo con mis padres. Pensé en todas las cosas por las que lo que lo hice pasar y la culpa que me invadía fue en aumento. Porque debo decir que para que yo fuera feliz se bancó un montón de cosas. Hasta se casó conmigo, por dios!

Y a todas estas dudas y preguntas se les sumó un hecho. No sé que fue lo que pasó, si los planetas estaban alineados o algo por estilo, pero después de la charla tuvimos una de nuestras mejores noches juntos. ¿Será algún tipo de señal?

domingo, 21 de junio de 2009

Día 42 - I'm (not) yours

Con respecto a mi noche con el vecino, debo admitir que me sentí un poco rara al principio y en mi cabeza comparaba todo con Martín. Con lo mucho que me pesa decirlo, porque deseaba que fuera al revés, mi esposo es mejor en la cama. Igual, eso no implica que no la haya pasado bien, fue una noche espectacular.
Después de la acción, Sebastián me dijo que me quedara a dormir y le dije que me tenía que levantar temprano, lo cual era mentira, pero prefiero dormir sola. Me insistió y al final terminé cediendo y me quedé. Cuando me desperté, me había preparado el desayuno. Qué divino que es. Había puesto sobre la mesa café, jugo de naranja, tostadas y facturas. Después del desayuno, volvimos a la cama y tuvimos un segundo round. Nos despedimos y me fui a mi departamento.

A la tarde Martín me mandó un mensaje a ver en qué andaba y le dije que se viniera. Quería hablar con él y asegurarme de que no hubiera iniciado una pequeña cruzada para mudarse a mi departamento.

- Querido, tengo que preguntarte algo, pero no te lo tomes a mal.
- Decime.
- Mirá, yo ví que hace un tiempo dejaste tu cepillo de dientes y la otra semana me pediste un cajón. Lo que quería saber es si lo hiciste sólo por comodidad o si...
- Jajaja. ¿O si me pienso mudar?
- Sí...
- No, mi amor. Vos sabés como soy yo, siempre me gusta tener ropa limpia. Y lo del cepillo de dientes es simplemente porque me estoy quedando a dormir. No te asustes.
- Jaja, qué alivio. No es que me moleste tener cosas tuyas, pero pensé que capaz que había algo que no me estaba dando cuenta.
- No, para nada. ¿Querés que me lleve las cosas de vuelta para mi casa?
- No, dejalas. No hay problema.
- ¿Segura?
- Sí, sí. O sea que, para resumir, ¿seguimos en la misma relación de siempre?
- Sí, claro. ¿Por qué decís?
- Porque me confundí o algo, no sé. Pensé que capaz que dejar esas cosas era señal de que querías otro tipo de relación.
- No, a mí me re gusta lo que tenemos ahora. ¿A vos no?
- Sí, a mí también.
- ¿O querés hablar de lo nuestro?
- No, no.
- Capaz que me lo decís porque conociste a alguien. Si es así, no me lo digas. Me vuelve loco pensar en la idea de que otro tipo te toque, prefiero no saber.
- Y sí, a mí también me pasa. Prefiero pensar que sólo estás conmigo.
- Igual quedate tranquila, porque eso es verdad.
- ¿Lo qué? No, no jodas.
- Te juro. Desde que empezamos esto que no estuve con ninguna otra mina.
- No digas pavadas, Martín.
- ¿Para qué te voy a mentir?
- Qué se yo...¿Me vas a decir que desde el cuatro de febrero del año pasado hasta ahora no tuviste nada con nadie?
- No, en serio. Cuando me planteaste esta relación pensé que iba a aprovechar la libertad que me diste para estar con cualquiera, pero funcionó al revés. Sé que puedo estar con otras y sin embargo, no quiero estar con nadie más. Y pensé que a vos te pasaba lo mismo.
Tragué saliva.
- Sí, me pasa - mentí.
- Qué alivio. Me gusta que seas sólo mía.

sábado, 20 de junio de 2009

Día 41 - Oh, what a night

Antes de ir a lo del vecino había estado reflexionando mucho. Me di cuenta de que por ahora no hay ningún indicio de que las cosas con él vayan a fracasar, por lo que no tiene sentido ya empezar a preocuparme. Decidí que, por primera vez en mi vida, iba a pensar menos y a actuar más.

El plato de ayer era espaguetis con salsa de no se qué, me dijo el nombre pero no me acuerdo. Era con tomate y algo verde (albahaca?). Le quedaron espectaculares, la salsa estaba exquisita y yo no podía parar de pensar en que había estado preparando todo eso para mí. Me encanta el hecho de que cocine, no sólo porque yo no sé hacerlo, sino porque es lindo saber que el otro dedica tiempo a preparar algo para vos.

De postre hizo fondue de chocolate. Y trajo una bandejita con muchas cosas cortaditas para bañar, en la cual había frutillas, pedazos de manzana y de banana, y vainillas. Me contó que en su familia se come mucho fondue, que por eso había decidido preparármelo en dos versiones, queso y chocolate. Le dije que siempre me encantó, que parecía que me leía la mente porque todo lo que había cocinado hasta ahora me había gustado. Después de un rato, agarró una frutilla, la mojó en chocolate y me la dio en la boca. Ni siquiera terminamos de comer porque cuando me di cuenta estábamos dándonos besos sin podernos sacar las manos de encima. En un momento me acarició la espalda, después la panza, y lo siguiente que recuerdo es mi remera volando y aterrizando en el piso. Hubo muchos besos en el cuello, un elogio hacia mi ropa interior, y otra remera que salió disparada.

La siguiente imagen que tengo es la del vecino y yo yendo hasta su cuarto, de mí sacándome las chatitas, él sus zapatos y los dos tirándonos en la cama. Cuando me quise dar cuenta, nuestros jeans habían desaparecido y estábamos los dos en ropa interior. El vecinito me empezó a dar besos en las piernas, fue subiendo y empezó a jugar con el encaje de mi bombacha.

Lo que viene después no puedo contarlo porque si algún día me hago famosa y la existencia de este blog llega a oídos de mi familia, inevitablemente sería por la continuación de esta historia que al fin me desheredarían.

viernes, 19 de junio de 2009

Día 40 - Second date, ¿sex date?

Hoy al mediodía cuando llegué de clase me encontré con esto:


Desde que ví la cartita hasta ahora que no pude concentrarme en nada, porque estuvo rodando en mi cabeza una película protagonizada por mi vecino y por mí, en la que hacíamos cosas que Valentina no aprobaría.

Hay que estar preparada por si la ficción se convierte en realidad. A sacar la artillería pesada, entonces. Conjuntito de Victoria´s Secret negro de encaje: creo que ha llegado tu momento.

jueves, 18 de junio de 2009

Día 39 - I'm sending you an SMS

De: Agustina
Para: Fabián
"Gordo, ¿qué contás? Te extraño!"

De: Fabián
Para: Agustina
"Yo también! Y perdón por haberte hecho ir el otro día. No pensé que las cosas iban a terminar así."

De: Agustina
Para: Fabián
"No te preocupes. Fui yo la que causó la escena. Me podría haber quedado callada."

De: Fabián
Para: Agustina
"No, estuviste bien. Se merecían eso y más. ¿Qué me decís del macho?"

De: Agustina
Para: Fabián
"¡Que es un tipo con huevos! ¿Cómo terminó todo entre él y la abuela después de que me fui?"

De: Fabián
Para: Agustina
"Quedó todo medio mal. Y todos empezaron a echarte la culpa y a decir que eras una irrespetuosa y bla bla bla."

De: Agustina
Para: Fabián
"Me importa muy poco. Vayamos a lo que sí es relevante. ¿En algún momento se habló de desheredarme?"

De: Fabián
Para: Agustina
"No, jajajaja. Podés dormir tranquila."

Nadie de mi familia me va a hablar por un buen tiempo, lo cual me llena de alegría. A la vez, mis millones están intactos, lo cual es un alivio.

Reflexión del día: El que dijo que el dinero no hace a la felicidad, inevitablemente estaba fumado.

miércoles, 17 de junio de 2009

Día 38 - Un trío infame. Parte dos.

Como por ahora no puedo hacer nada ni con Martín ni con el vecino, voy a dejar a estos dos chicos de lado, para continuar con la saga Un trío infame. En el primer post, les contaba que hay tres temas con los cuales mi familia me aturdió durante toda mi vida: el peso, los modales y la elección de carrera. Ese día expandí sobre el primero, y hoy toca profundizar sobre el segundo: los modales.

Cuando tenía más o menos siete años, estaba comiendo con mi hermano y mis primos cuando apareció mi abuela. Vino corriendo emocionada y dijo muy efusiva "Chicos, vamos a jugar a un juego. Yo ahora le voy a dar una milanesa a cada uno, y todos la tienen que cortar en la mayor cantidad de trozos posibles. Le doy un premio al que la logre cortar en más pedacitos!"
La justificación de este juego imbécil era que "la gente educada" come en pequeñas porciones, y teníamos que irnos acostumbrando desde chicos a tener este tipo de comportamiento. El premio, después nos enteramos, era no engordar, porque según ella de esta manera se comía más despacio y por lo tanto se engordaba menos.

A los nueve, los modales se siguieron relacionando con la gordura. "Agustina, querida, date cuenta de algo. Ese chocolate que te estás comiendo te va a engordar mucho, así que tratá de mantenerlo en la boca el mayor tiempo posible. Masticalo muchas veces. Además, masticar mucho es fino, tragar las cosas rápido es de maleducada."

Una vez, cuando yo tenía diez u once años, en un almuerzo en la casa de ella había fideos con tuco. Me sirvió los tallarines, y les puso un poco de salsa arriba. Yo atiné a intentar mezclar las dos cosas, cuando gritó enfrente de todos "Agustina, eso es de mala educación!". Me costó entender de qué hablaba, porque no podía creer que hiciera tanto problema por esa pavada. Pero después siguió.
-Escuchame, hay dos cosas que no podés hacer - dijo muy seriamente.
- A ver...
- La primera es la que recién hiciste. Que te quede claro que los fideos y el tuco no se mezclan nunca. Hacerlo es muy feo.
- ...
- Y la segunda es "el patinaje".
- ¿Lo qué?
- El patinaje. No puedo creer que ni siquiera sepas lo que es, voy a tener que hablar con tu madre. Escuchame bien. Si vos estás comiendo, por ejemplo, ñoquis y hay un poco de salsa en tu plato no podés "patinar" el ñoqui y mojarlo. ¿Entendés?

Ya a los doce o trece, agregó otra cuestión. "Agustina, escuchame una cosa. Tenés que cuidar tu vocabulario, y hablar más correctamente. Tenés que entender de una buena vez que las princesitas no dicen malas palabras y deberías empezar a comportarte como una. Una princesita tenés que ser. Una princess."

Ahora, por suerte, ya no la veo más. Pero la última vez que tuve contacto con ella, en la cena en la que presentó al macho, no me porté para nada como una princesita.

Y me encantó.

martes, 16 de junio de 2009

Día 37 - Con los dos, pero sola.

Estuve dándole vueltas al tema de Martín, y decidí que sí, tengo que hablar con él. Supongo que el sábado, si lo veo, buscaré el momento indicado.

Por otro lado, estuve pensando en el vecino. Tengo que tener mucho cuidado de no dar un paso en falso, porque mi situación es muy difícil de explicar. Es decir, ¿cómo le decís a alguien que acabas de conocer que estás casada, pero que no estás en una relación con tu marido?
Ni hablar de entrar en detalles sobre el por qué del casamiento ficticio, ya que eso sería aún peor. ¿Qué pensaría de que le mentí a toda mi familia para poder irme a vivir sola? Yo conozco mis motivos, y estoy convencida de que hice lo correcto, porque si no me hubiera mudado seguramente no estaría escribiendo esto porque ya me hubiera pegado un tiro.

Igual, convengamos que por ahora tampoco es que Sebastián y yo seamos parte de una historia de amor. Tuvimos un encuentro nada más, así que por ahora no hay razón para contarle todo. Si veo que las cosas van por buen camino, seguramente tenga que sentarme a hablar con él y tratar de explicarle la situación.

Lo que no me gusta nada es que estén los dos en la vuelta. Por otro lado, no tengo opción, ya que por ahora con respecto a Martín no quiero hacer nada terminante. Sé que tengo que hablar con él para chequear que no tenga intenciones de mudarse, pero, ¿para qué le voy a hablar del vecino? ¿Y para qué le voy a hablar al vecino de Martín, si es probable que las cosas entre él y yo no funcionen?
Nunca tuve suerte en el amor. Eventualmente Sebastián se va a dar cuenta de que no soy ingeniosa, ni linda ni divertida. O va a conocer a otra que le guste más y ahí va a desparecer. Y cuando eso pase, voy a necesitar a mi amigo con beneficios. Quien, sin ser el amor de mi vida, me hace sentir un poco menos sola.

lunes, 15 de junio de 2009

Día 36 - Hablar o no hablar, esa es la cuestión.

Una cosa que debo reconocer de mi antigua casa es que cuando vivía en ella algunas situaciones me eran más fáciles. Inventar excusas, por ejemplo. Cuando Valentina se instalaba y no mostraba indicios de quererse ir, yo le mandaba un mensaje a mi hermano, que venía a mi cuarto con algún invento. Una vez, me dijo que iban a venir unos compañeros suyos a estudiar matemática y precisaban mi ayuda porque tenían dificultades en el tema polinomios. Valentina primero intentó convencerme de que no me correspondía ayudarlo, pero después de un rato, se resignó y se fue.

Con Martín el tema es un poco diferente, pero la idea es la misma. Durante mucho tiempo mis padres no supieron que yo estaba con él, por lo que lo metía en mi casa a escondidas cuando estaban todos durmiendo. Después del tango horizontal, le abría la puerta en silencio y él se iba a dormir a su departamento. Lo mismo ocurría cuando nuestros encuentros eran en su casa, y yo me volvía a mi viejo hogar a dormir. El trato con respecto al casamiento, era que seguiríamos en nuestra relación de amigos con beneficios. Él viviría en su casa y yo en el departamento que me regalarían por el casorio. A cambio, yo le regalé un pasaje a Panamá para que pudiera ir a visitar a su mejor amigo que se fue a vivir allá el año pasado. El trato era ese, cama afuera.

Primero me sorprendió cuando se quedó a dormir, pero lo puedo entender. Si ya está en mi cama, cansado por la sesión de ejercicio, es probable que no tenga ganas de vestirse, llamar un taxi e irse. Después cuando dejó el cepillo de dientes, supuse que también lo hacía por comodidad. Al asumir que ya se quedaría a dormir cada vez que viniera, es lógico que no tenga ganas de estar llevando y trayendo el cepillito azul. Y, la semana pasada me pidió un cajón. Tampoco es tan descabellado, a veces se baña acá y es obvio que después va a querer tener ropa limpia (además Martín es muy pulcro).

Supongo que todo me suena un poco raro, porque antes no había posibilidad de que pasaran estas cosas, entonces no me las veía venir. Pero, por ahora, creo que no debería alarmarme.

Eso sí, si aparece un día de estos con un camión de mudanza, vamos a tener que hablar muy seriamente.

domingo, 14 de junio de 2009

Día 35 - Mudanza forzosa

Cuando ayer me desperté, le mande un mensaje a Martín diciendo que me había quedado sin batería y que por eso no le había contestado. Me dijo que no pasaba nada, y me pregunto si nos veíamos de noche. Le contesté que sí, y a las diez y media me tocó timbre.

-Mi amor, todavía no me dijiste nada sobre lo que te pedí – dijo.
- ¿Qué era?
- Un cajón para poner mis cosas.
- Ah, sí. Me había olvidado – mentí.
-Bueno, ¿y que pensás?
-Que no tengo problema en dártelo, pero no le veo mucha utilidad. O sea, ¿qué dejarías?
- Medias, boxers, un jogging y una remera.
- Eh…
- ¿Lo tenés que pensar? Pensé que ni te iba a cambiar.
- No, no me cambia. Estaba pensando en otra cosa, sorry.
- Si te molesta decime y no dejo nada.
- No, para nada.
- ¿Entonces qué problema hay?
- Ninguno. Ya te vacío el tercer cajón.
- Gracias, esposa. Empiezo a tener un lugarcito en tu casa.

sábado, 13 de junio de 2009

Día 34 - El encuentro

Ayer al final me decidí por la combinación de brownies con helado. Compré helado de Persicco y brownies en un lugar que los preparan muy bien, no me acuerdo el nombre, que queda cerca de mi casa. A eso de las nueve me entré a bañar, cuando salí puse música y me dispuse a vestirme. De música de fondo puse un cd de los Beatles que me encanta (el de la manzana roja), y todavía en ropa interior agarré un perfume a modo de micrófono y me puse a cantar mientras recorría toda el departamento saltando y bailando. Después de un rato se me ocurrió mirar la hora y ya eran diez menos cuarto. Típico. Me vestí medio rápido, me peiné y por suerte mi pelo estaba en un buen día, así que lo dejé así nomás. Me maquillé un poco, me puse perfume y salí al encuentro con el vecinito.

Le toqué timbre a eso de las diez y cinco, y cuando me abrió vi que estaba todavía más lindo que el día en que me vino a cambiar la bombita. Tenía puesto un jean clarito que le quedaba muy bien, y una remera azul marino. En seguida me percaté de que tenía un perfume muy rico, lo cual le sumó todavía más puntos.
- Hola, Agus. Estás muy linda.
- Gracias - dije, y lo saludé. -Vos también.
- Andá pasando que ya estoy por terminar. Sentate en el sillón si querés, pero no mires!
- Jaja, bueno, guardo esto en la heladera y me siento, sin mirar!- Guardé el helado en la heladera, dejé el paquete con los brownies en la mesada y me senté en el sillón.

Su departamento es muy parecido al mío. En lo referido a la forma, por supuesto. El de él estaba mucho más limpio y ordenado, y tenía linda decoración. Miré algunas de sus fotos, buscando alguna figura femenina, pero no encontré. Había una que parecía familiar, estaban quienes presumo eran mamá, papá, una hermana, un hermano y él. Había algunas fotos de viajes, entre las cuales encontré una en Nueva York con el mismo de la imagen familiar, el hermano. Otra en París, con un grupo de amigos, y algunas otras de cuando era chico en distintos lugares. Siempre me gustan las fotos de la niñez de las personas, no se por qué.

- Vení, Agus. Está todo listo.

Me acerqué hasta donde estaba él y cuando todo lo que había preparado me dieron ganas de decirle que era hermoso. Sobre la mesa había fondue de queso, al lado un plato con pancitos que parecían calientes, unas papas chiquitas (papines, puede ser?) y los dos pinchitos para la fondue. Lo abriendo el horno para chequear que estuviera todo bien, y noté que había hecho carne al horno. Yo amo la carne en todas sus formas, al igual que al chocolate, así que el vecinito hizo una buena elección. En seguida vi el acompañamiento y supe que me había enamorado completamente de él. Papas a la suiza, dios.

Charlamos de un montón de cosas poco relevantes mientras comíamos. Lo mejor vino después, con el postre. Me contó que tenía veinticinco, que le faltaban algunas materias para recibirse de licenciado en marketing, y que trabajaba en una empresa. Me preguntó que hacía yo, le contesté que estudiaba economía y que era profesora de inglés.
- ¿Trabajás con niños o adultos?
- Ahora estoy trabajando en más de un lado y tengo algunos alumnos particulares. Entre todos los lugares tengo niños, adolescentes y adultos.
- Está bueno eso, así no te aburrís.
- Claro, cada edad tiene sus cosas, son muy diferentes entre sí.
- Che, no te lo tomes a mal, pero yo no sé si podría ser alumno tuyo.
- ¿Por qué? - pregunté extrañada.
- Porque me quedaría mirándote toda la clase y no me podría concentrar - y me dio un beso en el cachete. Le di otro, y después él me dio un beso-beso. Espectacular, interminable.

No podría explicarles todo lo que se me movió adentro en aquel momento. Por un segundo pensé en Martín y me sentí culpable, pero en seguida me recordé a mí misma que lo mío con él es algo sin compromisos y que estoy en todo mi derecho de estar con otro. Después empecé a disfrutar del beso en sí y no quise que terminara nunca. Me agarró suavemente la cara con una mano y pasó la otra por mi pelo. Yo empecé a acariciarle suavemente el brazo, después la cara y puse los dos brazos alrededor de su cuello. Me acercó hacia él y me empezó a dar besos en el cuello. Ese tipo de besos me fascina y sabía que si no parábamos en ese momento, inevitablemente íbamos a terminar en la cama. Y, por más que me estaba muriendo de ganas, ya había decidido que no me iba a acostar con él ese día. Primero, porque no quería que pensara que era algo habitual en mí (yo estoy completamente a favor del sexo casual, pero como él realmente me interesa creí en esperar un poco) y además porque me daba un poco de miedo estar con él. ¿Qué pensaría de mí? ¿Le parecería linda desnuda también o se fijaría en mis dos kilos de más? ¿Me creería buena en la cama o pensaría que era un desastre?

Le empecé a dar besos en el cuello yo, y sentí de nuevo ese perfume que me volvió loca. En ese momento pensé en sucumbir, pero decidí que tenía que mantener las piernas cerradas por esa noche. Fui subiendo despacito, me adueñé de su cachete y volví a la boca. Estuvimos un buen rato más, en medio de ese beso profundo, sin poder despegarnos.

Me agarró la cara, me miró y me dijo que desde que me había visto en el ascensor que había tenido ganas de darme un beso. Yo le dije que a mí me había pasado lo mismo, y ahí me dio otro.

Después del beso (o de la serie de ellos) seguimos comiendo el postre, que había quedado por la mitad. Cuando terminamos le dije que me había encantado la comida, que le había embocado absolutamente en todo. Se rió y me dijo que primero había pensado en hacer comida mediterránea, porque había terminado un curso hace poco, pero que había apostado por algo más seguro por las dudas que no me gustara. Seguimos hablando un rato más, y a eso de las dos le dije que me tenía que ir porque me tenía que levantar a estudiar.
- A mí me gustaría que te quedaras un rato más, pero entiendo que el deber llama - dijo, mientras me acariciaba la mano.
- Sí, yo me quedaría, pero sino mañana me levanto tardísimo y pierdo todo el día. Entre el trabajo y la facultad, el único momento que tengo para dedicarle al estudio es el fin de semana.
- A mí me pasa igual, así que por hoy te perdono. Pero me gustaría que nos viéramos de nuevo.
- Me gusta la idea.
- ¿El viernes que viene qué tal? Igual hablamos en el medio, pero para ir arreglando.
- Dale, genial. El viernes, entonces. Bueno, vecinito, debo retirarme.
- Bueno, pero con una condición.
- ¿Cuál?
- Que me des otro beso.

Cuando volví a mi departamento, prendí el celular y tenía un mensaje de Martín que decía "Qué hacés?", enviado a las diez y media. Ya tenía pensado que le iba a decir que me había quedado sin batería, así que no le contesté.

Soñé que estrenaba el conjunto de Victoria's Secret con el vecino, en una de las mejores noches de mi vida. Según Freud, los sueños expresan deseos que están en el inconsciente y que no dejamos pasar a la parte consciente por alguna razón. Así que me parece que está bastante claro que me quise hacer la nena buena, pero me quedé con las ganas de más.

viernes, 12 de junio de 2009

Día 33 - Lo diferente

Al contrario de como me ve Valentina, yo me considero una persona completamente imperfecta. Ya tengo asumido, por ejemplo, que nunca voy a llegar puntual a ningún lado. Así salga una hora antes, me va a pasar algo en el camino que me va a impedir llegar a la hora que debía hacerlo.
De la misma manera, acepto que soy una inútil cuando se trata de cocinar, por lo que me parece que preparar algo para llevarle al vecino es negarme a mí misma. Así que finalmente decidí comprar alguna cosa preparada. Ahora me estoy yendo, así que cuando vuelva me decidiré por alguna de las opciones propuestas por ustedes.

Lo que sí está decidido es el tema de la ropa. Ya dejé separada una remerita linda, un jean que me queda bien, y unos zapatos negros con poco taco. Sobre mi colchón, tengo el conjuntito de Victoria's Secret, listo para ser estrenado si así lo dispongo.

En cuanto a mí, no puedo parar de pensar en la noche de hoy. En qué pasa si me da un beso, si me gustará o no. Por otro lado, pienso también que sería peor que ni siquiera me diera uno, porque significaría que no le gusto. Además, estoy nerviosa por la cena en sí. ¿Tendremos de qué hablar? ¿Será rica la comida? ¿O tendré que actuar como que me gusta lo que preparó aunque haya hecho algo verde, con zapallitos o alguna otra verdura horrible? Igual, de todas las cosas lo que me tiene más ansiosa y con un poco de miedo es lo diferente. Tener una cita como hace años que no tenía. Que exista la chance de que pase algo con alguien que no es Martín. Y, sobre todo, estoy aterrada por la posibilidad de que el vecino me pueda llegar a gustar.

jueves, 11 de junio de 2009

Día 32- Interrogantes

Estoy muy ansiosa por lo del vecinito. Ansiosa y un poco nerviosa también, primero porque hace mucho que estoy sólo con Martín, y segundo porque tengo unos cuantos temas que resolver para mañana. Así que apelo a su colaboración.

Mis interrogantes se refieren a tres temas:
1. El postre
Quedó establecido que yo no sé cocinar, pero igual hay dos caminos posibles. Por un lado, que el vecino espere que yo cocine algo (como para mostrar un mínimo esfuerzo), o por otro, que yo compre algo, aceptando mi condición de inútil. Igual, en ninguno de los dos casos sé para donde agarrar. ¿Que podría llegar yo a cocinar, que no sé ni separar la clara de la yema? Y, en el caso de que decidiera optar por algo ya preparado, ¿qué opciones tengo? Juro que estoy en blanco.
2. Ropa
a) Ropa "exterior". Voy a ir a la casa de él, por lo cual, técnicamente, no es una salida. Entonces no tengo idea de qué ponerme. ¿Jean y una remera linda? ¿Vestido? Además, tengo que ser muy cuidadosa. No puede quedar como que estuve tres horas antes de ir preparándome, pero tampoco como que agarré lo primero que encontré.
b) Ropa interior. Este punto está directamente ligado a la decisión relativa a meterme en la cama con él o no. Me inclino por el "no", pero si decido que sí, o por lo menos quiero dejar abierta la posibilidad, tengo un conjunto lindo de Victoria's Secret que podría ser perfecto para la ocasión. Si de entrada decido que no, ¿para qué el esfuerzo? Después tengo que volver al departamento, con ese conjunto, y sin nadie que me lo saque, lo cual me lleva al próximo punto.
3. Martín
Tengo dos opciones:
1) Mandarle un mensaje desde antes, para atajarme, diciéndole que estoy enferma y que este fin de semana no nos vemos. De esta manera, me evito que haya interrupciones y a la vez, que el vecino se pueda llegar a enterar de la existencia de Martín.
2) Esperar a ver que pasa, porque como igual la mayoría de las veces lo veo los sábados, sería bastante probable que ni siquiera me escribiera. Además, si no le mando nada dejo abierta la posibilidad de verlo después del encuentro con el vecino, si termina temprano. Y ahí tendría la noche perfecta, con el pan y con la torta. Cena con el vecino, y a la cama con Martín.

miércoles, 10 de junio de 2009

Día 31- Agustina, la (im)perfecta y Sebastián, el perfecto

Con el aval de todos ustedes, decidí seguir el plan de damisela en apuros que busca el rescate del príncipe azul. Además, ya tenía todo listo, la bombita quemada estaba en su lugar. Me miré al espejo, y estaba todo en orden. Así que agarré mis llaves y subí al octavo. Toqué la puerta.
- Hola - dijo Sebastián sonriendo. -¿Cómo andás?
- Bien, salvo que se me quemó la lamparita y no llego a cambiarla. Disculpá que te moleste, pero no sabía que más hacer.
-No te preocupes, no me cuesta nada. ¿Querés que te de otra nueva o tenés?
- Tengo, gracias.
-Perfecto. Dame un segundo que agarro las llaves y vengo.
Cuando abrió la puerta aproveché para mirar un poco su departamento. Había un sillón vacío, y enfrente de él, la tele prendida. O sea, que estaba mirando la tele sólo antes de que yo tocara timbre. Es buena señal, si a las diez de la noche no había otra persona en la casa, es muy probable que viva sólo.

En seguida volvió, trabó la puerta y llamó al ascensor. Abrí la puerta de mi departamento y lo hice pasar. En ese momento, aproveché para mirarlo. Tenía puesta una remera que dejaba entrever un cuerpo muy lindo (sacátela, pensaba yo) y un pantalón de jogging gris que le quedaba muy bien. Me acuerdo de preguntarme en ese momento cómo es que a los hombres les queda tan bien el jogging y a las mujeres tan mal (por lo menos a mí, me hace el culo enorme). Cosas de la vida, qué se le va a hacer.

Me pidió la otra lamparita y se la di. En un segundo la cambió y tuve miedo de que en seguida se fuera. Por suerte, mi tacita (la de la foto) yacía sobre la mesa del comedor.
- Qué linda taza! ¿Cuándo estuviste en Nueva York? - preguntó.
- El año pasado, me fui por un mes.
- Yo también estuve el año pasado. Me encantó.
- A mí también. Sentate si querés - y le señalé una de las sillas.
- Gracias. ¿Con quién fuiste? - preguntó mientras se sentaba.
- Solita.
- ¿Sí?
- Sí, fui a hacer un curso de inglés comercial, y me quedé en una residencia de estudiantes, en donde se alojaban todos los que iban a ese instituto. O sea que allá estuve todo el tiempo con gente de otros lados. Pero sí, fui sola.
- Mirá que bueno. Yo me fui a pasear nada más, pero me copó tanto el lugar que me encantaría vivir ahí en el futuro.
- ¡A mí también! Hay tantas cosas para hacer...
- Sí, tal cual. Lo único malo es que no domino el inglés. O sea, me puedo manejar, pero no es que entiendo todo. Si veo una película, ponele, a veces me pierdo. Y leo los subtítulos, pero no le cuentes a nadie - dijo, y se rió.
- No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.
- Gracias, Agus. Te puedo decir Agus, ¿no?
- Sí, todo bien, Seba - me reí y después aproveché la situación. - Che...¿querés tomar algo?
- Bueno, dale. ¿Qué tenés?
- Mmm, tengo agua o coca light - dije mirando la heladera prácticamente vacía. - Y no te ofrezco nada para comer porque no tengo.
- Dame un poquito de coca light, por favor. Y que no tenés nada me di cuenta cuando abriste la heladera. Pero...¿comiste algo?
- Sí, unas milanesas horribles del super. No te rías de mí, pero no sé cocinar - dije, mientras le servía.
- ¿En serio? Yo soy un excelente cocinero. Cuando quieras te preparo algo. ¿Querés?
-Sí, obvio, me encantaría.
- Venite el jueves o el viernes. El viernes, mejor. ¿Te quedá bien?
- Sí, perfecto. Pero no te quiero complicar, capaz que no tenés ganas de ponerte a cocinar para mí...
- No, en serio, venite. Me encanta cocinar, pero no te cuento lo que voy a hacer. Que sea sorpresa.
- Ay, me encanta la idea. ¿Querés que lleve algo?
- Capaz para el postre. Te lo digo porque no es mi fuerte.
- Jajaja, ¡no te tires abajo!
- Y bueno, uno tiene que conocer sus limitaciones.
- Jajaja, seguro que ni se comparan con las mías. Ni te cuento porque te vas a burlar de mí.
- No, no. El viernes me contás.
- Bueno, te cuento. Igual si te reís de mí en verdad no me importa, yo reconozco que soy una inútil.
- Jajaja, me gusta eso. Odio a los que tratan de aparentar ser perfectos. ¿No te pasa?
- Sí, siempre. A mí me encanta la gente que es capaz de reírse de sí misma.
- Sí, a mí también. Presiento que nos vamos a llevar bien, vecina.
- Yo también, vecino.
- Che, me quedaría, pero tengo que terminar unas cosas del laburo para mañana.
- Dale, andá. Y, de nuevo, disculpá que te haya molestado.
- En serio, no pasa nada - dijo mientras se paraba. - Me gustó verte.
- A mí también.
Se acercó para saludarme, y me dio un beso en la comisura de la boca. Casi me muero! Antes de irse se dio vuelta y me dijo:
- ¿A qué hora querés venir? ¿A eso de las diez te queda bien?
- Sí, perfecto.
- Te veo el viernes entonces, linda - y cerró la puerta.

Cuando se fue me puse a saltar gritando "me dijo linda, me dijo linda". Y además estaba feliz con la invitación a comer, asumo que no se ofrece a prepararle la cena a cualquiera.

Es obvio, chicos. Está enamorado de mí.

martes, 9 de junio de 2009

Día 30- Sentido de la oportunidad

Ayer empecé a dar vueltas por el edificio a eso de las cinco de la tarde, hora en que posiblemente el vecino volviera. Primero agarré el ascensor "común", bajé y salí por la puerta del frente. Nada. Volví a entrar, ante la mirada de Eduardo el portero, a quien le dije que me había olvidado algo en el departamento. Nada. Nuevamente, tomé el ascensor común y seguí el mismo camino que antes. Como el vecino seguía sin aparecer, cambié de táctica. Empecé a bajar y subir en el ascensor de servicio y salí por la puerta de atrás. Al no ver resultados, decidí dar vueltas a la manzana para probar suerte. Tampoco. Rendida, volví a mi departamento. Mi modelito precioso, que tanto esfuerzo requirió, no sirvió para nada.

Estuve estudiando un rato, en el medio me llegó un mensaje de Valentina preguntándome si podíamos hablar, el cual no contesté, y después me fui a dar clase. A la vuelta, decidí que tenía que inventar algo y dejarme de joder. Así fue como se me ocurrió algo tan simple que me sorprendió no haber pensado antes.

Primero fui a mi cuarto y prendí la luz. Volví al comedor, me subí a una silla y saqué la lamparita. Después fui hasta la cocina, y abrí uno de los roperitos (no sé como se llaman, no me reten) y saqué una caja con una bombita quemada que, por suerte, no había tirado por ser vaga y por que me olvidé. Cuando me acordé que la tenía, me agradecí a mí misma ser tan inútil, recién ahora servía para algo. Me volví a subir a la silla, y cambié la lamparita que estaba en perfecto estado por la quemada. Después de eso, me miré en el espejo y me dispuse a buscar mis llaves.

Lo que pasó a continuación me dio tanta rabia que casi me pongo a llorar. Me llegó otro mensaje de Valentina, diciendo "Me tiene harta que no me contestes los mensajes. Voy hasta tu casa para que hablemos de una vez". Para sacármela de encima le contesté que no estaba en el departamento y que hablábamos otro día, pero me contestó que no, que teníamos que arreglar las cosas y que no iba a seguir esperando a que a mí se me antojara verla. Que me esperaba sentada al lado de la puerta hasta que llegara.

Para consolarme decidí que a fin de cuentas no era tan grave, podía ir a lo del vecino otro día. Pero nunca vi venir lo que pasó después. Tocó timbre, y fui hasta la puerta a abrirle. En el ascensor con ella venía Sebastián, el vecino. Lo saludé con la mano (con la tristeza de no poder subirme al ascensor con él) e hice pasar a Valentina. Lo primero que dijo fue "voy a hacer un paréntesis para decirte que ese vecinito tuyo es muy lindo. Y lo saludaste, ¿lo conocés? ¿me lo presentás?"

Le contesté que lo conocía porque después de encontrarnos en el ascensor, me había tocado la puerta para presentarse, dándole a entender a ella que el vecino estaba interesado en mí.
- Claro - dijo. -Todos están enamorados de vos.
-¿Qué?
-Sí, me escuchaste. Estás con Martín y ahora te gusta el vecino, justo cuando yo te digo que a mí me gusta.
- Pero si ni lo conocés!
- Vos tampoco!
- Yo sí. Vino hasta acá a presentarse y me contó un montón de cosas de él.
- Claro, sí, sí - contestó en un tono irónico. - Quedó deslumbrado por tu belleza, no pudo parar de pensar en vos y vino hasta acá a buscarte.
-Yo no dije eso...
- Pero lo pensás. Por supuesto, cómo no ibas a gustarle si sos Agustina, la chica diez.
-¿Qué decís?
- Sabés perfectamente lo que te estoy diciendo. Sos una estudiante modelo, profesora de inglés y encima vivís sola. A vos las cosas te llueven, no como al resto de los mortales, que tenemos que rompernos el culo.
- Sí, claro, las cosas me llueven. Hay alguien que da los exámenes por mí en la facultad, otro hizo el profesorado y me vendió el título y el departamento me lo dieron sin condiciones.
- Sin condiciones. Pobrecita ella, se tuvo que casar y mentirle a todo el mundo. Qué horrible, ¿no?
- ¿Sabés qué, Valentina? Me tenés los huevos al plato. Todo es un problema con vos.
- El problema es tuyo. Lo que pasa es que te molesta que te lo digan.
-Lo que me molesta es que digas idioteces. Andate.
-Sí, me voy. Es la segunda vez que me echás, ¿sabés? Pero escuchame una cosita. Esta vez no vuelvo.
-Perfecto, no vuelvas más.
- No, no vuelvo. Quedate con tu departamento y tu vida perfecta. Con Martín y con tu vecino.
- Sí, voy a hacer un trío con los dos!
- Te encantaría, con los rapidita que sos...
- Andate! Se ve que es la falta de sexo que te tiene así. Conseguite un macho. Hasta mi abuela tiene!

Acto seguido me miró con cara de perro rabioso, dio un portazo, y se fue. Y acá estoy, sin saber si hice bien o mal, y con la duda de qué hubiera pasado con el vecino si Valentina no tuviera tan mal sentido de la oportunidad.

lunes, 8 de junio de 2009

Día 29- Modelo de comportamiento del sujeto

Después de escribir el post de ayer, me quedé bastante mal por todo lo que había removido, así que para distraerme decidí terminar el modelo de comportamiento del vecino que venía elaborando. Se me ocurrió hacerlo porque estuve pensando en que sería demasiado arriesgado ir directamente a tocarle la puerta, capaz que él sólo estaba tratando de ser amable y aparecerme en su puerta sería demasiado.

Al empezar el análisis, me encuentro con un primer problema. Para calcular a qué horas entra y sale mi vecino (y así encontrármelo), debería saber como mínimo si estudia o trabaja. Si trabajara, sería todo mucho más fácil. Su horario de partida del edificio probablemente se encontraría en el rango de 07:00-09:30 y el de llegada se movería entre las 17:30 y las 19:30. Pero, la historia se complica si estudia. No tengo manera de saber si cursa a la mañana o a la noche, y eso ya dificulta el análisis. Si fuera a la facultad de mañana, probablemente se iría entre las 07:00-08:30 (o todas arrancan a las 8? No sé que onda las privadas). Pero no tengo ni idea sobre la hora de llegada. En cambio, si cursara de noche, se iría entre las 17:00-18:00 y volvería entre las 10:00-11:00. También existe la posibilidad de que estudie y trabaje, pero eso ya incluiría demasiadas variables.

Como debo empezar por algún lado, voy a hacer un supuesto bastante fuerte (que luego levantaré): el vecino trabaja. Me parece coherente ya que hasta donde sé vive solo (conclusiones mías, obviamente), y debe mantenerse de alguna manera.
Así que si yo me lo quisiera encontrar de mañana, tendría que andar en el ascensor o dar vueltas a la manzana entre las siete y las nueve y media. Es acá donde me encuentro con un segundo punto conflictivo. Hay dos ascensores y dos puertas. Hagamos un diagrama de árbol.



Supongamos que - a menos que esté demorando mucho - usamos el ascensor "común". Por lo cual le adjudiqué 0,90 de probabilidad a tomar ese ascensor y 0,10 a usar el de servicio. Ahora, hay que tener en cuenta también las probabilidades de salir por cada una de las puertas. La situación usual sería usar el ascensor común, y a partir de ahí tendríamos una chance de 0,95 de usar la puerta del frente y sólo 0,05 de usar la otra. Sin embargo, las probabilidades cambian si ya utilizamos el ascensor de servicio. Al tomarlo, el sujeto queda más cerca de la puerta de servicio, y por lo tanto la probabilidad de que la utilice pasa de 0,05 a 0,20.

O sea que si queremos calcular la probabilidad del camino tomar el ascensor "común" y salir por la puerta del frente, debemos multiplicar las probabilidades de ambos eventos. O sea: 0,9*0,95=0,855. Queda clarísimo que de los cuatro caminos este va a ser el que tenga mayor probabilidad (las de los otros serán 0,045; 0,08 y 0,02) y, por lo tanto, será el más indicado si lo que busco es aumentar mis posibilidades de encontrármelo.

Este es el modelo que logré construir con mis conocimientos estadísticos. Ahora viene la parte más interesante: la contrastación del modelo con la realidad. Es el momento de la verdad, o sirve para encontrarme al vecino o fue una completa pérdida de tiempo.
Mañana les doy el veredicto.

domingo, 7 de junio de 2009

Día 28 - Justo ahora

Conocí a Martín a los dieciséis años, cuando me cambié al colegio que él iba. Al poco tiempo me enteré que yo le gustaba, pero a mí él no me atraía en lo más mínimo. Hasta que un día vino al colegio con una remera de John Lennon, y ahí lo empecé a ver con otros ojos. En el mes de julio empezamos a salir, pero él siempre me decía que no estaba para algo serio porque eramos muy chicos. Nos veíamos todos los fines de semana, me decía que me quería mucho, pero que no estaba para compromisos. Yo me enamoré de él, pero lo terminé dejando en diciembre de ese mismo año porque no soportaba esa relación a medias.

La historia con Martín me destruyó. Todos esos meses esperé que cambiara, que finalmente se diera cuenta de que sí, de que juntos podíamos llegar a estar bien, pero nunca pasó. Y me cansé de esperar. El tema fue que siempre me quedó la duda de si había hecho lo correcto, porque sentía que el problema no era entre él y yo, sino que era porque no era nuestro momento de estar juntos. Y, por mucho tiempo, mantuve la esperanza de que ese momento llegara.

Después de dejarlo en diciembre, no salí de mi cama en tres días y lloré todas las noches del año siguiente. Todas, sin excepción. Y el año siguiente a ese, también. Él se fue a Israel por un año, y me llamaba una hora cada semana, para decirme que pensaba en mí todos los días, que me extrañaba y me quería mucho. Y yo acá, sin poder seguir adelante, pensaba que cuando volviera lo nuestro finalmente iba a funcionar. Al principio me dijo que quería estar conmigo, pero no quería que estuviéramos de novios. Decidí igual volver a intentar, a ver si cambiaba, pero en el medio me volví tan dependiente hasta el punto de que todo en mi vida estaba en función a él. Si justo un día las cosas andaban bien entre nosotros, todo era color de rosas. Pero, si estaban mal, yo lloraba todo el tiempo, no lograba estudiar ni tenía ganas de comer. Me volví a enamorar, y volví a sufrir. Hasta que un día, cuando me di cuenta de que nuestra relación nunca iba a pasar de lo que era en ese momento, lo volví a dejar.

No tuvimos contacto hasta el año siguiente. Cuando volví de Nueva York, me preguntó si podíamos juntarnos a hablar. Le dije que sí, pero, esta vez la historia era otra. Después de pasarla tan mal por él yo había decidido que no me quería volver a enamorar. Que a partir de ese momento tendría sólo relaciones en las que no me involucraría. Que para mí la mejor opción era tener algo sin compromisos, que incluyera sexo pero no amor. Y por primera vez fui yo la que planteó las condiciones, y él aceptó. Seríamos amigos con beneficios.

Eso fue en febrero del año pasado, y desde ahí que estamos en esta relación. En enero de este año le inventé a mis padres que habíamos vuelto, como conté en el post anterior. En abril de este año nos casamos, pero como saben fue sólo por las apariencias, así que no modificó lo que tenemos.

El tema es que la semana pasada dejó su cepillo de dientes en el baño, y ayer me pidió un cajón para guardar sus cosas. Justo ahora, que si no fuera por el casamiento yo ya le hubiera dicho de no vernos más porque a veces cuando estoy con él todavía me vienen las imágenes de mí llorando antes de dormirme. Justo ahora, que me di cuenta de que no tenemos absolutamente nada en común más allá de que nos llevamos bien en la cama. Justo ahora, que no quiero ningún compromiso, da señales de que él sí.

sábado, 6 de junio de 2009

Día 27 - Flashback: Preparando el terreno

-Mamá, papá, tengo que decirles algo.

Dejenme acá hacer un pequeño paréntesis. Esta debe ser una de las frases más temidas que existen porque cuando una mujer le dice a sus padres eso, lo primero que ellos piensan es que está embarazada. Pero, como saben, mi familia no es como las demás. Ellos ni siquiera conciben la posibilidad de que la nena pudiera no ser "pura".

-Ay, Agustina. No me digas que chocaste de nuevo! - gritó histérica mi madre.
- No, mamá.
- ¿Te robaron el auto?
- No, mamá! No tiene nada que ver con el auto!
- ¿Entonces?
- Bueno, les digo. Volví con Martín - mentí.
-¿¿¿Qué??? - preguntó incrédula.
- A ver, Agus, contanos- dijo mi padre.
- Bueno. Hace un tiempo él y yo volvimos a hablar y...
- ¿Y por qué no dijiste nada? - chilló mi madre.
- Porque sabía que te ibas a poner así! - contesté.
- Jaqui, dejala terminar - le dijo mi padre.
- Bueno, y decidimos que vamos a empezar de nuevo.
- Ay, Agustina, ya sabés lo que pienso de ese chico - dijo mi madre, revoleando los ojos.
- Sí, lo sé perfectamente. Es tan trillado. La chica de clase alta no puede estar con el chico de clase media, porque son de mundos diferentes - y solté una risita irónica.
-Sí, pero eso es mucho más importante que lo que vos pensás. Bueno, pero además primero él te dejó a vos, después vos lo habías dejado a él. Un montón de idas y vueltas que ni siquiera termino de entender. ¿Qué te dio por volver?
-Eh...que ahora las cosas son diferentes. Antes teníamos dieciséis años, ahora tenemos veinte.
- ¿Vos lo querés a él? - intervino mi padre.
-Sí, obvio. Y realmente creo que esta vez puede funcionar- mentí de nuevo. Lo que sí va a funcionar es mi plan para que me regalen el departamento y al fin pueda mudarme de acá, pensé.
-Bueno, sacate las ganas de volver con él. Por lo menos es judío.
- Sí, mamá.
- Ah, y ya sabés cuales son las reglas. Si querés que venga, me lo tenés que presentar primero. Si sube, no pueden estar en tu cuarto. Y si van al living, tienen que dejar la puerta abierta para que yo pueda pasar cada tanto a "controlar".

Con esta preparación del terreno, la primera fase del plan estaba completa. Ahora había que pasar a la segunda, que iba a ser sin duda la peor: presentar a Martín a la familia.

viernes, 5 de junio de 2009

Día 26 - La cena está servida (II)

-Rebecca, disculpá que me meta porque es un tema entre ustedes, pero hay algo que no entiendo. ¿No te debería alegrar que tu nieta quiera ser independiente? - dijo Simón, ante la mirada atónita de todos los presentes que no podían creer que alguien estuviera cuestionando a mi abuela.
-Ay, Simón, por favor. El hombre tiene que ser el proveedor, lo que pasa es que hay ciertas cosas que las mujeres queremos...
-Sí, sí, entendí la idea. A lo que voy es, ¿por qué?
- Por la simple razón de que siempre fue así. Las mujeres crían a los hijos y se encargan de las tareas del hogar, y los hombres son los que trabajan para mantener a la familia. El tema es que Agustinita, pobre, no sabe ni cocinar una tarta de jamón y queso. Entonces piensa que compensa su ineptitud trabajando.
Dejé el tenedor y el cuchillo en el plato, me limpié con la servilleta y la dejé sobre la mesa. Moví la silla para atrás con el objetivo de pararme e irme, pero Simón me frenó.
- Agustina, quedate - dijo, muy serio. - La que está mal acá no sos vos.
- Claro, claro, la que está mal acá soy yo - contestó mi abuela sarcásticamente. - Tengo una nieta que trabaja y encima estudia una carrera "de hombres", y la que está mal soy yo. Así está el mundo!
- A ver, Rebecca - dijo el macho muy tranquilamente. -¿Qué tendría que hacer ella entonces? ¿Dejar la carrera y el trabajo?
- Bueno, en principio la carrera. A mí cuando me preguntan qué estudia mi nieta y tengo que decir "economía" me da no sé qué. Yo le dije que tenía que estudiar secretariado, pero no me hizo caso. Igual, el trabajo no me molesta tanto, porque es de profesora de inglés. Y eso sí es "de mujer".
- Claro, además algo tiene que hacer para comprarse los zapatos - dijo Simón en un tono irónico. -Lo que vos decís entonces es que está mal que ella no espere que la mantengan.
- Exacto! Al fin nos entendemos.
-O sea que entonces lo que vos esperás de un hombre es, precisamente, que te mantenga.
- Y sí! ¿Tan difícil es de entender?
- Y...un poco. Sobre todo porque el otro no tiene la obligación de hacerlo.
- ¿Cómo que no? - preguntó mi abuela escandalizada.
- No - dijo Simón. - Yo, por ejemplo, no tengo ninguna obligación de mantenerte a vos. Y, ciertamente, no lo pienso hacer.

Durante toda la conversación, todos los presentes habíamos estado alternando la vista entre mi abuela y el macho. Como en los partidos de tennis, que vas girando la cabeza hacia un lado y hacia el otro, siempre mirando al que tiene la pelota. Sin embargo, cuando Simón hizo el último comentario, todas las miradas se dirgieron hacia mi abuela, quien estaba completamente roja.

Se quedó unos minutos ahí sentada, sin saber que hacer, hasta que se sacó la servilleta de la falda y la tiró sobre la mesa. Se paró, me miró y me gritó que yo siempre encontraba la manera de arruinar todo.

Y en ese momento tuve una revelación. Más allá de que Simón me había defendido por intereses propios, igual fue el único que se animó a decirle a mi abuela que estaba fuera de lugar. Mis padres nunca abrieron la boca, en todos estos años. Y ahí tuve otra revelación. Ya no tenía ningún compromiso con ninguno de ellos, a fin de cuentas había ido por mi hermano, pero ya no tenía obligaciones para con todos los demás. Y me dí cuenta de que podía, por primera vez, decirles todo lo que pensaba. Y me saqué las ganas de decir todo lo que tenía guardado hace años.

Empecé por mi abuela:
- ¿Yo arruino las cosas? ¿No te das cuenta de que sos vos? Lo único que sabés hacer es criticar a todo el mundo! Pero, ¿sabés qué? Ya no me interesa lo que tengas para decir. Metete tus opiniones sobre mi carrera y mi trabajo en donde quieras, pero a mí no me interesan. ¿Que estudio una carrera de hombres? ¿No te das cuenta de que tenemos una presidenta mujer? Ya no existe esa división! ¿Y trabajar para comprar un par de zapatos? Por favor. Voy a tener cientos de pares cuando sea millonaria.

Después, giré hacia la otra punta de la mesa y seguí con mi tío Daniel, que en realidad no me importaba mucho, pero tenía ganas de seguir gritando y así causar una escena aún mayor:
- Escuchame una cosa, tacaño. Si alguien te dice que traigas dos postres a una cena no podés traer ensalada de frutas y gelatina, ¿entendés? Ninguno de los dos es un postre decente. ¿Dónde está el chocolate? Tiene que haber mínimo un postre que contenga chocolate!

Me quedaban los últimos dos: mamá y papá.
- A ver, ustedes dos, escuchenme una cosa. ¿En todos estos años no pudieron abrir la boca una vez para callar a esta vieja loca? No van a cambiar nunca. Menos mal que ya no vivo con ustedes. Mudarme fue lo mejor que me pasó!

Y hubiera seguido, pero me pareció que era el momento perfecto para dar la conversación por terminada para lograr el mayor dramatismo posible. A esta altura ya estaba parada, así que simplemente moví la silla para poder salir, agarré mi cartera y mi saco del sillón y me fui.

Lo bueno de todo esto es que al menos por un tiempo, me voy a poder dejar de preocupar de que mi familia descubra lo del casamiento. Por la simple razón de que dudo que en el futuro cercano alguno me vuelva a hablar.

jueves, 4 de junio de 2009

Día 25 - La cena está servida (I)

Llegué a lo de mi abuela a las 8.45 y esperé en el auto hasta que mi hermano y mis padres llegaran para subir con ellos. Nos abrió la puerta Rebecca, con un traje rojo horrible, el pelo con un volumen considerable (posiblemente recién salido de la peluquería) y una cantidad inconmensurable de maquillaje. Después de verla así, pensé que si me llegaba a decir algo la iba a poner en ridículo delante de todos, por el simple hecho de que nadie que parezca un payaso tiene derecho a opinar sobre los demás.

Cuando entramos, estaban sentados alrededor de una mesa mi tío abuelo Daniel y sus tres hijos charlando con quien asumí que sería el macho. Calculo que tendría un poco más de ochenta años, aunque caminaba sin bastón y tenía bastante pelo. En fin, nunca fui buena calculando edades, podría tener sesenta y para mí hubiera sido lo mismo.
Mi abuela le hizo señas para que se parara y viniera. Lo presentó como Simón y los cuatro lo saludamos. La primera impresión que me causó no fue ni buena ni mala, apenas lo escuché decir "mucho gusto", así que no tenía ninguna razón para odiarlo.
Diez minutos después llegó mi tío Marcelo, que era el único que faltaba, así que pasamos a la mesa.

Quiero que sepan que sentí que estaba tocando el cielo con las manos cuando ví que había carne al horno con papas rosti para comer. Desde que me mudé que no comía carne sin ser en hamburguesas congeladas, ni papas que no estuvieran convertidas en puré instantáneo. Así que por un momento tuve la esperanza de que la cena no estuviera tan mal como yo había pensado. Por supuesto, a los diez minutos ya era obvio lo errada que estaba.

Los temas de conversación en las cenas familiares son siempre los mismos. Mi tío Daniel trata de ser el centro de atención, hablando de alguna artimaña que hizo para ahorrar plata. Él se piensa que es gracioso, pero a mí sus historias me da vergüenza ajena. Es un tipo con una cuenta bancaria abultadísima y aun así hace cualquier cosa con tal de pagar siempre lo mínimo posible. Una vez contó que de viaje en París esperaba a que la gente pusiera el pase del subte, y se metía rapidísimo atrás de ellos para no pagar el ticket de un euro. Otra vez contó que en Israel, para viajar en colectivo había que marcar en una máquina si eras estudiante, jubilado, menor de edad o si pagabas el precio establecido. Como el más barato era el de menor, esperó a que nadie lo mirara y sacó ese. De más está decir que es un tipo de cerca de sesenta años. Además, es un tacaño sin remedio. Una vez se ofreció para encargarse de la cena de fin de año (que en general hace mi abuela) y después dijo que no compraba carne ni pollo, porque el primero de enero ibamos todos a almorzar a lo de una tía que hace asado. Sirvió empanadas, y de postre una torta chiquita para treinta personas.

Después está mi abuela, que le hace competencia pero no para ser el centro, sino para dirigir la conversación hacia otras personas. Y esta vez, como no podía ser de otra manera, me tocó a mí.
- Decime, Agustinita, ¿y Martín?
Menos mal que me preparé de antemano.
- Bien, por suerte. No vino porque los lunes y miércoles juega al fútbol con los amigos.
- Ah, mirá vos. ¿Juega al fútbol en vez de trabajar? Yo te dije que no te casaras con alguien que no te pudiera mantener...
Empezó la guerra.
- Sale de trabajar a las cinco. Puede perfectamente distraerse un rato de ocho a diez.
-Bueno, pero igual. Tampoco está bien que esté con los amigos a la hora de la cena.
¿Cómo fue que me dejé convencer de venir?
- Está perfecto. No tenemos que estar todo el tiempo juntos.
-¿Cómo que no? Es el primer año de casados!
Fabián, te voy a matar.
- Sí, ¿y? Los dos estudiamos y trabajamos. Vamos a facultades diferentes, y trabajamos en lugares diferentes.
- Sí, es verdad que vos trabajás. Ya sabés lo que yo pienso sobre eso. Estaría bien si fueran unas horitas, para tener un poco de plata tuya. ¿Sabés por qué? Porque si vos tenés diez pares de zapatos y querés uno más, los hombres no lo entienden. Te dicen que ya tenés muchos, que para qué querés uno más. Para eso tenés que trabajar, para el par de zapatos. Pero no para mantenerte, eso le corresponde al hombre.

Y cuando estaba a punto de decirle que era una imbécil y que se callara la boca de una vez, Simón habló por primera vez en toda la cena. Y, para mi sorpresa, no era ningún idiota.