jueves, 28 de enero de 2010

Día 202 - Flashback: El casamiento (III)

Escribo como me sentía en el casamiento y se me aparece todo tan, tan lejano. Martín lee en nuestro cuarto, toda su ropa descansa en el ropero, y su afeitadora y cepillo de dientes se hacen presentes en el baño. Estos ya no son mis 48 metros cuadrados, ahora son nuestros. Dentro de poco abandonaremos este lugar que tanto hice por conseguir y nos vamos a mudar al departamento nuevo que nos va a regalar mi abuelo, el de noventa metros cuadrados.

Creo que lo último que me podría haber imaginado mientras caminaba por el altar, aquel sábado de abril, era que en enero del año siguiente estaría escribiendo sobre ese momento embarazada y casada de verdad con Martín. En ese entonces, viendo la cara de felicidad de mi padre, no podía sentir otra cosa que culpa.

Antes de salir para la sinagoga, esa tarde, papá vino a mi cuarto y se sentó en mi cama. Me contó que cuando él se estaba por casar con mi madre, mi abuelo (el papá de mi mamá) le dijo que nunca iba a entender lo difícil que era entregarle su hija a otro hombre hasta que su propia hija se casara. Y que, recién en ese momento, las palabras de mi abuelo adquirían significado.
- Sos mi princesa - me dijo. - Y siempre lo vas a ser. Pero a partir de hoy, la persona más importante de tu vida va a ser Martín. Ya no vas a recurrir a mí cuando estés triste o tengas algún problema, porque ya no vas a vivir más acá conmigo. Esa persona, que solía ser yo para vos, ahora la va a ser tu marido. Yo hoy, voy a entregar a mi hijita adorada a otro hombre, y recién ahora entiendo lo que quiso decir tu abuelo.
Sin poder controlarlo, una lágrima me empezó a correr por la mejilla.
- No llores - me dijo. - Hoy es un día de felicidad.

Cuando lo ví en la sinagoga, y me agarré de su brazo para caminar por el altar, todas las palabras de esa tarde volvieron a mí. Y sabía que no tenían nada de cierto. A partir de ese momento, cada vez que me agarrara esa angustia que siento a veces, ya no iba a poder ir hasta el living para abrazar a mi papá. Yo nunca hablé de su enfermedad, él es bipolar con tendencia depresiva, y eso hace que entienda como nadie cuando uno se siente angustiado. Y a mí me pasa bastante seguido, aunque no lo parezca. Por eso es que sabía que por más que yo necesitara irme de casa porque la relación con mi madre era insostenible, mi padre sí me iba a hacer mucha falta.

Y mientras caminaba con él lo abracé fuerte, porque supe que después que el rabino pronunciara ciertas palabras, yo ya no iba a ser más su princesa. Y sabía, que cada vez que me sintiera sola, triste o lo que fuera, ya no iba a tener a mi papá a pocos metros. En mi departamento, a partir de ahora, no habría nadie más que yo.

La persona cariñosa, llena de amor y poseedora de las palabras más sabias estaría en otro living. El de una casa que a partir de ese momento nunca más sería mi hogar.

lunes, 25 de enero de 2010

Día 201 - Flashback: El casamiento (II)

Ustedes ya saben que soy muy mentirosa. Y no es algo de lo que esté particularmente orgullosa, pero hasta ese momento nunca me había pesado.
El casamiento estaba planeado detalle por detalle. Todo: desde la forma en que lo íbamos a contar a nuestras familias, hasta que momento en que lo anuláramos. Todo había sido cuidadosamente calculado, y si no lo escribí tipo listita fue sólo por miedo a que lo encuentre mi madre. Para mi era como una ecuación que tenía que resolver para la facultad: Agustina+Martín+Casamiento-Madre-Abuela+Departamento+Anulación = Felicidad Absoluta.
Lo que no había entrado en mi ecuación era tener que mentirle a mi abuelo. O sí, pero hasta el momento había sido fácil. El casamiento civil pasó sin pena ni gloria, y fue poco más que un trámite. Pero la ceremonia religiosa fue otro asunto.
Unos minutos antes de que empiece yo estaba sola y mi abuelo entró a verme.

-Tu madre me prohibió que venga porque dice que falta muy poco, pero quería verte antes de que camines al altar. Qué linda estás, chiquita...
-Gracias, abuelo --dije, dándole las manos.
-Me emociona verte así. Me acuerdo el día que naciste, y ahora te estás casando. Estás radiante...el amor te sienta bien.

Primer golpe. No, abuelo. El amor no me sienta bien: lo que me sienta bien es irme de casa. Perdoname. Perdoname.

-Gracias. Es que Martín es divino.
-Es un buen muchacho. Y se nota que te hace feliz. Yo sé que esto puede ser difícil para vos, yo escuché a muchos de la familia diciendo que sos muy joven, que no sabés lo que hacés. Sé que te lo dijeron. Pero vos no les hagas caso, no saben lo que dicen. Lo que importa es que te estás casando con el amor de tu vida.

Segundo golpe. Si supieras, abuelito, si supieras. Ahí me dieron muchas ganas de llorar. Muchas veces había hablado del casamiento con mi abuelo, pero nunca me había hablado de esa forma, nunca habíamos estado hablado de eso tan íntimamente. Me dio muchísima culpa tener que mentirle a la persona a la que más quiero en el mundo, a la última persona del mundo que quisiera lastimar. Pero ya estaba ahí. ¿Qué iba a hacer?

-Gracias abuelo. Sos el mejor. --Y le di un abrazo. --Te quiero muchísimo, no sé qué haría sin vos.
-Yo tampoco, Agus. Entre nosotros, sos mi nieta preferida. Me hacés acordar mucho a mí en muchas cosas. Te felicito por tu coraje y espero que seas la más feliz del mundo en tu vida de casada.

Tercer golpe. No aguanté más y solté unas lágrimas. Mi abuelo pensó que eran de emoción y me las secó.

-No llores, que estás preciosa. No te retraso más, ¡suerte!

Y se fue a sentar a su lugar, al lado de mi papá. Miré por la ventana y vi cómo mi mamá se inclinaba por sobre mi papá y lo retaba, nerviosa y con el dedo levantado, seguramente por “retrasarme”. Y ahí empezó la música y vi entrar a Martín.