sábado, 28 de noviembre de 2009

Día 187 - Marido con todas las letras

Como todavía no pude averiguar qué fue lo que pasó, le pedí a Martín que se venga a quedar unos días acá en casa por si alguien se le ocurre caer de sorpresa a verificar que mi marido efectivamente vive acá.

Por un lado, creo que fue una buena idea. Por otro, no sé como le va a hacer esta semi-convivencia a nuestra semi-relación. Lo máximo que hemos pasado juntos seguido fue un día o dos, y el hecho de que venga hoy a la noche y se quede hasta el fin de semana que viene puede ser mucha presión. En fin, tampoco es que hubiera otra opción. Es claro que algo pasó y mientras no sepa bien qué fue o quién abrió la boca voy a tener que tener mucho cuidado de que no se descubra todo.

Martín está por venir, con su bolso. De la misma manera que vino Fabián hace un mes o dos. Es parecido, y a la vez tan diferente. Con Fabián ya estaba acostumbrada a convivir, sabía lo que me deparaba cuando le dije que se podía quedar. Pero ahora no tengo ni idea, nos puede ir genial, o todo lo contrario. No sé.

Voy a tratar de escribir cuando él esté en el trabajo o en la facultad. Va a ser difícil porque tengo horarios parecidos a los suyos. En todo caso, algo voy a inventar. Aprovecharé cuando se bañe para mantenerlos al tanto de todo o algo por el estilo.

Los quiero.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Día 186 - Y vos qué decís?

Hipótesis uno.
Valentina habló.

Hipótesis dos.
Mi tío Maurició habló.

Hipótesis tres.
Mi tío Gabriel estaba al pedo y no se le ocurrió nada mejor que venir a romperme las pelotas.

Votá por tu favorita!

jueves, 26 de noviembre de 2009

Día 185 - WTF???

Hace un rato sonó el portero eléctrico. Levanté el tubo y pregunté quien era, y escuché del otro lado la voz de mi tío Gabriel. Me pareció rarísimo, ya que no tenemos confianza como para que venga a mi casa sin avisar. Como percibí que había algo extraño, mientras subía aproveché para sacar las fotos con Martín de la caja y ponerlas sobre mi mesa de luz y en el comedor.

En seguida tocó timbre. Le abrí.
- ¿Qué hacés acá, tío? - pregunté, en un tono que no fue precisamente amigable.
- Eh...nada. Venía a visitarte nada más.
- ¿A visitarme?
- Sí - dijo, mientras miraba alrededor. - ¿Martín?
- En el trabajo.
- Pero ya son casi las nueve de la noche.
- ¿Y? Siempre demora, y aparte trabaja lejos de acá.
- Ah - dijo, no muy convencido. - ¿Así que ya viene, entonces? Bueno, me quedo a esperar a que venga así lo saludo.

Me pareció obvio que estaba sospechando algo, así que le dije que iba al baño para pensar que hacía. Agarré el celular y le escribí un mensaje a Martín preguntándole si podía venir, que después le explicaba bien por qué pero que necesitaba que viniera. Me contestó que estaba en la casa del abuela, en medio de una cena familiar, pero que si era muy importante venía igual. Me dio pena y le dije que no se preocupara.

Salí del baño y volví al comedor, en donde Gabriel se encontraba revisándome la heladera.
- ¿Qué estás haciendo, tío?
- Buscando algo para tomar, tengo un poco de sed. Pero no tenés nada.
- Hay agua nada más.
- Pensé que ibas a tener coca light. Bueno, en fin. ¿Cómo van tus cosas?
- Bien, bien. Escuchá, tío. No te lo tomes a mal, pero estoy atrasadísima con el estudio y tengo que seguir en lo que estaba.
- Ah, no te molesto. Me prendo la tele acá.
- No, no prendas nada. Necesito silencio para estudiar - dije, metí la mano en el bolsillo del pantalón y saqué el celular. - Y además Martín me acaba de mandar un mensaje diciendo que tiene partido con los amigos así que no tiene sentido que lo esperes.
- ¿Partido?
- Sí, tío. Partido. De fútbol. Juega al fútbol mi marido.
- Ah, mirá vos. No sabía.
- ¿No? Debes ser el único de la familia que no lo sabía.
- Bueno, capaz que soy el único. Pero igual que raro, ¿no? Que te avise tan sobre la hora que no viene.
- Es que los partidos son lunes y miércoles, y ayer no jugaron - mentí. - Era probable que lo cambiaran para hoy.
- Ah, sí, claro. Bueno, pero igual, vos pensabas que él venía del trabajo para acá.
- ¿Y? ¿No me puede avisar que cambió de planes?
- Sí, puede...
- ¿Y entonces?
- Nada. Que es raro, digo.
- Raro sos vos que venís así de la nada y empezás a hacer preguntas y a decir boludeces.
- Bueno, bueno.
- Bueno nada. Tengo que estudiar así que te pido que te retires.
- Bueno - dijo incorporándose. - Me voy, entonces.
- Bárbaro - dije, mientras lo acompañaba hacia la puerta. - Chau.
- Chau, Agus. Saludos a Martín.
- Quedate tranquilo que se los mando - dije, con una sonrisa muy falsa.

Cerré la puerta, todavía con una sensación rarísima. Y me sigo preguntando, ¿acá qué carajo pasa?

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Día 184 - Oh, L' amour!

Por mucho tiempo creí que amar y estar enamorado era lo mismo. Veía a Martín, cuando teníamos dieciséis años y pensaba que me pasaban las dos cosas con él. Sentía que lo amaba con cada fibra de mi ser y a la vez, lo veía como una persona con la que quería estar siempre y eso para mí constituía el enamoramiento.

Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que eran dos cosas separables. Entendí, que uno puede amar a una persona sólo por que lo siente, sin mayor explicación. En cambio, estar enamorado de alguien, requiere mucho más.

Entender el concepto de amar es mucho fácil que el de estar enamorado. Todos amamos a alguien. Ya sea a un familiar, a un amigo o a una pareja. Estar enamorado de alguien, sin embargo, es otra cosa. Para mí, es ver algo más en el otro, algo más allá de lo que ve cualquier otra persona.

Es verlo y admirarlo. Saber que tiene algo especial, algo que lo hace diferente de los demás, algo que lo hace único. El enamoramiento no tiene nada que ver con maximizar las virtudes y minimizar los defectos, al menos para mí. Creo que es, precisamente, todo lo contrario. Conocer al otro en su totalidad y sí, admirar las cosas buenas que tenga pero saber que aún con todas las fallas que pueda tener, lo seguís eligiendo.

Siempre creí amar a Martín. Pero nunca supe por qué. Supongo que siempre lo amé por ser una persona tan importante en mi vida, a quien quiero muchísimo y por la que siento algo muy fuerte. Pero nunca supe qué era lo que él tenía que me hacía amarlo, y creo que es precisamente por eso que nunca estuve enamorada de él.

Sin embargo, ayer pasó algo que me hizo pensar. Durante las semanas que estuvo Fabián viviendo conmigo, mi departamento se volvió un lugar increíblemente desordenado. En mi ropero había ropa de los dos mezclada, zapatos suyos tirados encima de los míos, y boxers entreverados con mi ropa interior. Cuando juntó su ropa para irse, dejó todo incluso más desordenado de lo que estaba antes y tiró todo para cualquier lado. En la pileta, quedaron una infinidad de platos sin lavar. En el baño, algunas cremas mías en el suelo que tiró Fabián en el apuro mientras sacaba sus cosas de afeitar.

Mi idea era arreglarlo todo ayer cuando llegara del trabajo, pero no pude. Cuando abrí la puerta me encontré con que todo estaba impecable. En la pileta no había nada, mi ropero estaba ordenado y mi cuarto y mi baño estaban relucientes. En la cocina, se encontraba un Martín sonriente con delantal.

- ¿Vos hiciste todo esto? - pregunté mientras recorría la casa.
- Sí.
- ¿Y por qué?
- Porque sé que no te gusta tener la casa desordenada, pero también sabía que hoy ibas a volver cansada del trabajo y probablemente no ibas a tener ganas de ordenar, entonces lo hice yo. Y sabía, también, que cuando llegaras cansada no ibas a querer ponerte a preparar nada para comer. Pero también sabía que estás preocupada por la plata que estás gastando en delivery y que probablemente terminaras comiendo galletitas. Entonces decidí cocinar yo. O intentar hacerlo, porque no sé como me va a quedar.

Me quedé muda. Sin decir nada, me acerqué hasta él, lo abracé y le di un beso. Le agradecí por todo y me dijo que no me preocupara. Fui hasta mi cuarto a dejar mis cosas, y abrí el ropero para sacar un vestido para ponerme. En seguida divisé, en el fondo del mismo, la caja con nuestras fotos juntos. Y cuando ví una de las fotos del casamiento tuve una especie de revelación.

Casarse conmigo fue un acto de amor. Al igual que ordenar la casa y preparar la cena porque yo estaba cansada. Y esas cosas, fueron precisamente lo que yo necesitaba. Y entendí, que para mí, es eso lo que hace a Martín una persona especial. El hecho de saber qué es lo que yo necesito y estar dispuesto a hacer algo al respecto.

Y hoy, mientras nos despedíamos, me puse a pensar en todas estas cuestiones. Y cuando escuché que se cerraba la puerta del ascensor, apoyé mi espalda en la puerta y dije "te amo". Después, me deslicé hasta quedar sentada en el suelo y agregué "y estoy enamorada de vos".

lunes, 23 de noviembre de 2009

Día 183 - So long, farewell

Ayer decidí volver a mi casa para hablar con mi hermano como dos personas adultas.

- Escuchame, gordo cerdo. Nunca en la vida vamos a hablar de lo que pasó. ¿Me entendés?
- Sí.
- Pero nunca, eh. Never ever. Vamos a pretender que nunca sucedió lo del otro día.
- Bueno.
- Porque si empiezo a hablar, morís. ¡En mi sillón tenía que ser!
- Dijiste que no ibamos a hablar de eso.
- Sí, ya sé. Bueno, en fin. Igual tenemos que hablar de otra cosa.
- ¿No me puedo seguir quedando acá, no?
- No. Mirá, gordo, yo sé que es difícil vivir en casa vieja. Creeme que lo sé. Pero que vivas acá no es la solución.
- Ya sé que no.
- Fijate que además desde que estás acá, ya pasaron bastantes cosas. Vos y tu amigo me vieron en bombacha, yo te vi a vos...

- Entendí - dijo, tajante.
- Bueno, eso. Además, es una situación de mierda para vos también. Estás durmiendo en una bolsa de dormir en el living, no tenés un mango, estás en una casa que no es tuya.
- Sí, yo sé todo eso y también sé que voy a tener que volver a lo de papá y mamá. Siempre lo supe. Lo que pasa es que quería estirar el momento de irme.
- Sí, ya lo sé. Pero me parece que ya llegó. ¿Estás de acuerdo?
- Sí. ¿Armo el bolso? - preguntó.
- Como vos quieras. No tiene por qué ser ya. Podés irte en el correr de la semana si querés.
- No, prefiero irme ahora y enfrentar a mamá y papá de una vez.
- ¿Seguro? - pregunté.
- Sí, ya me quedé bastante tiempo acá. Es hora de que vuelva.
- Si, puede ser. Capaz es lo mejor.
- Sí. Después veo como hago para irme - dijo mi hermano.
- Algo se te va a ocurrir.
- Sí. Lástima que no tengo una versión femenina de tu Martín.
- ¿No? ¿Y esa chica?
- Es linda, pero nada más. No da para otra cosa.
- No tiene por qué dar. Le podés explicar la situación.
- No, Agus. No es tan fácil que alguien haga lo que Martín hizo por vos.
- No, tenés razón. Sólo él.
- Tal cual. Sólo él.
- Y además justo ahora estamos re bien con él entonces te tengo que estar echando de acá todo el tiempo y eso también es una mierda para vos.
- Sí, por eso. Ya es hora de que me vaya. ¿Me ayudás a juntar mis cosas?
- Sí, hermanito. Te ayudo.

Como no llegó a traer muchas cosas, juntarlas demoró muy poco. Alrededor de media hora, nada más. Eran algunas cosas del baño, algo de ropa, y su bolsa de dormir. Bajamos juntos, guardamos el bolso en el baúl, y lo llevé hasta casa vieja.

Me dio mucha pena. No sólo tenía que volver derrotado, sino también le quedaba bancarse los gritos de mis padres por haber desaparecido por tanto tiempo. Y todavía peor, volver a un lugar que más que una casa es un manicomio.

En este preciso momento mi madre debe estar llegando a casa. Pobre Fabián. Que dios lo ayude.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Día 182 - Mis 120 metros cuadrados

Ronit, la hermana mayor de Martín, vive con el novio hace como dos años. Yael, su hermana menor (aunque mayor que él) se mudó con su novio hace como un mes. Sus padres, se fueron el jueves a Brasil a visitar a unos primos, por lo que su casa quedaba completamente sola.

Como tener privacidad ahora que Fabián vive en casa es muy difícil, mi marido me dijo de aprovechar que su casa estaba sola. La idea era que yo fuera ayer de noche con un bolsito y que me quedara hasta el domingo con él.

Ayer al mediodía, le conté a mi hermano mis planes. Le dije que me iba a ir a lo de Martín directo de trabajar, por lo que me fui de mi departamento con un bolso y la idea de no volver hasta el domingo. El tema fue que cuando me estaba yendo del trabajo me llegó un mensaje de mi marido diciendo que tenía partido y que demoraba un poco en llegar a su casa. Me dijo que lo esperara ahí, que venía como a las diez.

Para aprovechar el tiempo mientras lo esperaba en su casa, decidí que estudiar sería una buena idea. Iba a tener que pasar por casa a buscar los libros, pero como vivimos relativamente cerca y estaba con el auto no me importó demasiado. Iban a ser dos minutos.

Estacioné, subí, y abrí la puerta. La imagen con la que me encontré todavía me trae pesadillas. Fabián, no sólo se encontraba completamente desnudo, sino que se encontraba acompañado por otra chica, desnuda también. Estaban los dos en el living, la chica abajo y él arriba, en plena acción.

Él me vio en tetas y bombacha, y fue una situación horrible para ambos. Pero verlo a él no sólo desnudo sino teniendo sexo en mi sillón fue mil veces peor. En el momento me di vuelta lo más rápido que pude y me fui, pero él sabe que lo ví.

Ahora tengo miedo de volver a mi casa. Me parece que me quedo a vivir acá en lo de Martín. En estos cientoveinte metros cuadrados que no son como mis cuarenta y ocho pero que, al menos hasta que me pueda sacar esas imágenes de la cabeza, van a ser mi hogar dulce hogar.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Día 181 - Shock

Acabo de ver a mi hermano en bolas. Cuando me recupere del shock escribiré al respecto.

Atentamente,
Agustina R.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Día 180 - This time around

De: Martín
Para: Agustina
"Fue un gusto conocerte, Agustina. Me gustaste. Querés salir conmigo de nuevo el sábado?"

De: Agustina
Para: Martín
"Vos también me gustaste, así que sí, salgamos el sábado. Y debo decir que tu actuación entre las sábanas no estuvo nada mal."

De: Martín
Para: Agustina
"La tuya tampoco, creeme. Ya te voy a agarrar el sábado de nuevo."

De: Agustina
Para: Martín
"Y si no esperamos hasta el sábado?"

De: Martín
Para: Agustina
"Cuando voy?"

De: Agustina
Para: Martín
"Hoy de noche."

De: Martín
Para: Agustina
"Mejor voy ya"

De: Agustina
Para: Martín
"Jajaja, bueno. Vení ya."

Eso pasó ayer, y apenas nos separamos para ir a trabajar, como la otra semana. Es la primera vez en toda nuestra historia que realmente tengo la necesidad de estar con él. Y sí, necesidad. Siempre me gustó tenerlo cerca, hablar con él, pero ahora es otra cosa. Lo veo y me pongo boba. Me dice que se va y pienso que lo voy a extrañar, aunque sean unas horas. Me dan ganas de estar simplemente tirada con él en la cama, jugando con su pelo, mientras me cuenta lo que hizo el rato que no estuvo conmigo.
Quiero que se quede a dormir y despertarlo con besos. Llevarle el desayuno a la cama. Aprender a cocinar para hacerle algo rico. Decirle que es lindo. Escuchar su voz.

Y aún así, estoy tratando de mantener la calma. No decir nada que lo pueda ahuyentar. No demostrar demasiado lo enganchada que estoy. No contarle lo feliz que me pone estar así. Y me cuesta mucho, pero puedo soportarlo. Ya habrá oportunidad de decirle que lo quiero hasta que se harte de escucharlo. Seguro que sí.

martes, 17 de noviembre de 2009

Día 179 - Flashback: Lo único que faltaba

- Bueno - dijo la modista. - 88 - 62 - 93.
- Mirá que bien - dije. - No estoy tan lejos del 90 - 60 -90.
- Bueno, pero es todo gracias a mí - acotó mi madre. - Si no fuera porque te estoy ayudando a cuidarte con las comidas tu cola mediría mucho más que 93. Muchísimo más.
- Siempre tenés algo que decir vos.
- ¡Y a vos nada te viene bien! ¡Reconocé que es por mi ayuda, tampoco te pido tanto!
- Basta, mamá.
- ¿Basta me decís? Hubieras venido hace unos meses a hacerte el vestido y te ibas a llevar una sorpresa muy fea cuando te tomaran las medidas.
- Peso lo mismo hace dos años y tengo más o menos el mismo cuerpo. No digas pavadas, por favor.

La modista nos miraba sin emitir sonido.
- A ver, Elena. Vos que podés ser objetiva acá. ¿Estoy gorda?
- No, para nada.
- ¿Tengo la cola enorme?
- No.
- ¿Ves? - pregunté dirigiéndome a mi madre. - Está todo en tu cabeza.
- Y bueno, Agustinita. ¿Qué te va a decir ella? Si te dice que estás gorda se queda sin trabajo.
- ¡Me tenés harta! No sé ni para que viniste. Todo es un problema con vos.
- Tengo que venir porque vos tenés un gusto horrible - contestó mi madre. - Si te dejo sola no sé que clase de vestido podés llegar a inventar.
- Me hartaste. Andate y yo hablo con Elena. Vos no tenés voz ni voto acá. Es mi vestido de novia. Mío, ¿entendés?
- Elena, yo después la llamo. Usted me tiene que responder a mí, ¿entiende? Yo soy la que paga acá.
- Andate de una vez. No necesito tu plata para el vestido.
- ¿Ah, no?
- No. El abuelo me va a dar para cubrir todos los gastos. Así que te podés ir yendo.

Caminó hasta la puerta pisando fuerte, y salió dando un sonoro portazo.
- Es todo un caso mi madre. Me tiene harta, te juro.
- Todas las madres tienen una relación complicada con las hijas.
- ¿Pero tan así? ¿Vos ves otras chicas a las que la madre les diga tantas cosas?
- No, tantas cosas no. Pero bueno, entendela, vos sos chica también. ¿Qué tenés, veinte años?
- Veintiuno.
- Y bueno, piensa que tiene que ayudarte a decidir. Qué sé yo.
- Es más que eso, pero bueno. Vayamos a lo nuestro.
- Contame. ¿Qué idea tenés?
- Quiero un vestido strapless. Pero que sea dura la parte de arriba, no sé como explicarte.
- Sí - dijo mientras hacía un bosquejo. - Entendí.
- Y la pollera quiero que sea grande, pero no tanto.
- Ajá.
- Y bueno, no sé bien como explicarte la idea que tengo.
- A ver si esto se le parece - dijo, mientras me mostraba su boceto. - A grandes rasgos, al menos.
- A ver - dije, mirando el dibujo. Eran solo unas líneas, pero había entendido lo que yo quería. - Perfecto.
- Genial. ¿Te gusta que sea bordada la parte de arriba?
- Mmm, puede ser. ¿Tenés alguna revista?
- Sí - dijo, y me mostró una. - ¿Así te gusta?
- Sí, me encanta.
- Bueno. Es una primera idea.
- ¿Decís que sea adecuada para mi tipo de cuerpo?
- Sí, va a quedar lindo. Tenés cintura chiquita y parte de arriba chiquita en general. El contraste con la parte de abajo amplia va a quedar bueno. Y tu madre no se va a poder quejar de tu cola porque no va a quedar para nada grande.
- Ah, genial. Bueno, yo ahora me tengo que ir a la facultad, pero después te llamo y me decís qué cosas tengo que comprar. Acordate que me caso en un mes, no tenemos mucho tiempo.
- No hay problema. Estamos bien encaminadas.
- Barbaro, Elena, gracias por todo. - dije, mientras la saludaba. -Te llamo más tarde entonces.

Al otro día de este episodio, fui a lo de Teresa.
- ¿Cómo estás, Agus?
- Más o menos, qué sé yo. Con los preparativos del casamiento.
- Sí, tenés muchas cosas que hacer. Escuchame, te tengo que hablar de algo.
- ¿De qué? - pregunté extrañada.
- Bueno. Me llamó la terapeuta de tu madre.
- ¡¿Qué?!
- Sí, dice que tu madre está muy deprimida por como está la situación entre ustedes. Dice que cuando fueron a lo de la modista la trataste muy mal. Y parece que con tu hermano también se está llevando mal.
- ¡Pero si es insoportable! Aparte siempre se llevó mal con Fabián.
- Sí, ya sé, pero parece que además está estresada por tu casamiento y la mar en coche.
- Estamos todos igual. Pero no entiendo para que te llamó la terapeuta.
- Ella dice que es obvio que ustedes tienen grandes diferencias...
- Chocolate por la noticia.
- Y bueno, planteó que vayan a terapia familiar.
- ¡¿Me estás jodiendo?! Ay, dios. Lo único que me faltaba.
- Yo te diría que lo pensaras. Por lo menos para irte de tu casa en buenos términos.
- Es cualquiera, Teresa. Por favor.
- Sólo te pido que lo pienses.
- Ok, lo voy a pensar. Pero no te prometo nada.
- Vos pensalo.
- Sólo porque me lo pedís vos, que te quede claro.
- Por mí, entonces. Pero pensalo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Día 178 - First date

Pasé a buscar a Martín por la casa y nos saludamos con un beso en el cachete, como si nuestras bocas no se hubieran conocido todavía. Mientras íbamos camino al restorán sonaban los Beatles y yo le dije que eran mi banda preferida, como si él no lo supiera. Me contó que a él también le gustaban, y pretendí sorprenderme al escucharlo. Después, hubo un momento de silencio en el que me acordé de nuestra primera vez, con los Beatles sonando de fondo. Él también se quedó callado, por lo que pensé que probablemente estaba pensando lo mismo. Sonreí, y me devolvió la sonrisa.

Nuestra primera vez había sido perfecta. Fue exactamente el día de mi cumpleaños de veinte. Estábamos en su casa, sus padres se habían ido por el fin de semana, así que nos encontrábamos solos. Me acuerdo que estaba nerviosa, casi tanto como mi primera vez, con el italiano en Nueva York dos meses antes. Pero ahí estaba Martín, el amor de mi vida, y para mí la primera vez real iba a ser esa. Con él. Sé que llegué, me abrió la puerta y a partir de ese momento no nos sacamos las manos de encima. Nos dimos besos contra la puerta, en el pasillo, y después en su cama. En un momento, se acercó hasta la computadora e hizo sonar una playlist con toda la discografía de los Beatles. Y después de eso, despacio, volvió hacia donde estaba yo y me abrazó fuerte. Me dijo que no teníamos por qué hacerlo ese día, que me notaba nerviosa y que podíamos esperar. Me dijo que él no tenía ningún apuro. Pero yo ya no quería esperar, quería estar con él en ese momento. Lentamente, le saqué remera. Y, muy despacio, él me sacó mi vestido. El resto fue muy lindo. Sentí que estaba precisamente en donde debía estar, con quien debía estar.Después de terminar, me quedé. En mi casa había inventado que me quedaba en lo de Valentina a dormir. Al otro día nos levantamos y desayunamos juntos.

Vuelvo a la noche del sábado. Llegamos al restorán y nos sentamos en una mesa. Lo miro, y sonrío. Está lindo. Hermoso, te diría. Tiene una remera azul que le queda muy bien. Y además es lindo. Es Martín.

El mozo nos trae la carta y le pregunto qué va a pedir, como si no supiera que va a elegir pasta. Él me pregunta a mí, como si no supiera que mi elección va a ser milanesa con puré. Me río cuando pide la pasta, se ríe cuando pido mi milanesa.
- ¿Para beber? - pregunta el mozo.
- Dos cocas light - digo, sin pensar.
- Bien - dice, y se va.
- ¿Cómo sabías que tomo coca light? - pregunta Martín en tono burlón.
- No lo sabía - contesto, y me río. - Fue sólo un presentimiento.

Hablamos de todo como si recién nos estuviéramos conociendo. Le conté que estudiaba economía, y él me dijo que lo suyo era administración de empresas. Me contó de su familia, y yo le dije que de la mía prefería no hablar. Se rió. Me contó muchas cosas suyas, de las cuales algunas, sorprendemente, no conocía. Me enteré el sábado a la noche, que por más que se lleva bien con sus padres, se quiere ir a vivir solo cuando pueda. Me dijo, también, que le gustaría hacer un viaje si le alcanzara la plata. Y después, en un momento me dijo que él había estado mucho tiempo sin saber lo que quería en el terreno amoroso, pero que ahora se había dado cuenta de que había sólo una persona con la que quería estar.

- ¿Entonces que hacés acá conmigo? - pregunté riéndome.
- Estoy pensando que esa persona podés ser vos - contestó, y se rió.

Después de comer, cuando nos subimos al auto, me dio un beso. A ese le siguieron unos cuantos más. Después, arranqué el auto, pero no me dirigí a su casa sino a la mía.
- ¿A dónde me llevás? - preguntó, como si no supiera donde iba a terminar la noche.
- A que conozcas mi departamento.
- Ah, la chica vive sola. No cualquiera vive solo a los veintiuno.
- No, es verdad. Pero lo mío es un caso especial.
- Ah, ¿sí?
- Sí, pero es una historia larga. Otro día te la cuento.
- Bueno. ¿Y qué vamos a hacer en tu departamento?
- Nada - dije, y me reí. - Es nuestra primera cita, espero que no pienses llevarme a la cama.
- Por supuesto que no. Además, ni siquiera me atraés tanto fisícamente. Nada, te diría.
- Ah, mirá vos. ¿O sea que si ahora subimos al departamento y yo me saco toda la ropa vos no hacés nada?
- Nada de nada.
- Vamos a ver si cumplís tu palabra, entonces.
- No me va a costar mucho. Si fueras como una mina con la que estuve mil años que estaba buenísima, de repente sí. Pero a vos, no sé, no me muero por tocarte.
- Yo tampoco a vos, qué te pensás.
- Pienso que te morís de ganas de probar este pedazo de carne.
- Jajajaja. Soñá, chiquito. Yo no te toco ni con un palo.
- Ah, ¿no?
- No.

Mientras yo seguía manejando, mi cita me empezó a dar besos en el cuello, y después en la oreja.
- Basta. No me puedo concentrar así.
- Que raro. Se ve que algo te provoco, entonces.
- Algo chiquititito.

Cuando dije eso me empezó a tocar la pierna con una mano, y el pelo con la otra. Agradecí estar casi llegando a mi casa porque no sé cuanto tiempo más hubiera podido aguantar sin tocar a Martín. Finalmente, llegamos. Ya en el ascensor, estábamos manoséandonos como adolescentes. Cuando abrimos la puerta de mi departamento, nos empezamos a sacar la ropa y a tirarla, mientras caminábamos hacia mi cuarto.

Parece que no era tan cierto que no nos atraíamos.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Día 177 - Blind date

Siento como si en un rato tuviera un especie de cita a ciegas.
Y es rarísimo. Atemorizante. Pero, curiosamente, muy intrigante también.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Día 176 - Hello, stranger

Dos personas se conocen. Se pueden o no gustar. Si se gustan, alguno de los dos puede intentar algo con el otro, o no. Si lo intenta, el otro puede responder o no. Si responde, estas dos personas probablemente empiecen a salir. Si los dos se gustan y se llevan bien, hay chances de que en algún momento terminen en una relación. Dentro de las personas que están en una relación, algunos de ellos deciden convivir. Luego de un tiempo de convivencia existe la posibilidad de que se casen.

Martín y yo hicimos cualquier cosa. Nos conocimos y nos gustamos, pero nunca llegamos a salir. Nos veíamos en su casa o en la mía con la excusa de mirar una película, cosa que creo que no llegamos a hacer nunca. En cinco años de "relación" nunca fuimos al cine, ni al teatro, ni a cenar. Y, por motivos que ustedes ya conocen, pasamos de ser "algo" a marido y mujer. Así nomás. Sin salidas, sin relación, sin convivencia.

Ayer, hablamos de que entre nosotros ya habían pasado muchas cosas. Y que eso, de alguna manera nos condiciona para lo que queremos intentar ahora. Martín piensa que es probable que las cosas no funcionen una vez más y yo, aunque esté dispuesta a probar, sé que las estadísticas dicen que vamos a fracasar como lo hicimos tantas otras veces.

Y en eso fue que pensé que teníamos que vivir todas esas etapas intermedias que nunca cumplimos. Y se me ocurrió plantearle a Martín empezar de cero. Pretender que recién nos conocimos y que, a grandes rasgos, somos dos extraños. Olvidarnos de las peleas, de las separaciones, de las veces que dejamos. Lé gustó la idea. Así que a partir de ahora somos dos personas sin ningún tipo de vínculo legal, que van a cenar el sábado a la noche.

Ya no somos Martín y Agustina. Nos acabamos de conocer. No sé donde. Ni como. Ni por qué. Solo sé que hay algo de él que me gusta. Y que quiero conocerlo más porque siento que puede haber algo bueno entre nosotros.

No sé, es sólo un presentimiento. A fin de cuentas, no lo conozco lo suficiente como para empezar a calcular en mi cabecita de futura economista la probabilidad de que las cosas salgan bien. Así que, sin ningún tipo de cálculo y basándome en la intuición, digo que puede ser que entre este chico y yo haya algo especial.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Día 175 - If you never try, then you'll never know

Hace un rato me llamó Martín, para decirme que no se tenía por qué haber ido así. Dice que se asustó. Le dije que lo entendía, y que capaz que yo tendría que haber dejado que pasaran más días antes de decir que esta contenta de que hubiéramos vuelto. Me dijo que ese no era el problema, sino que tenía miedo de que las cosas no funcionaran una vez más, pero que él quiere estar conmigo.

Quedó que viene para acá así hablamos bien. Espero que, finalmente, podamos encontrar la manera de estar juntos. De mi parte, voy a hacer todo lo posible para que nuestra relación funcione. Porque, de alguna manera extraña, creo en la pareja Martín y Agustina.

Probablemente esté siendo ilusa, ingenua, irracional. Pero no me importa. Si me tengo que tropezar mil veces con la misma piedra, lo voy a hacer, porque siempre hay que probar. Esta vez, voy a decidir arriesgarme. Basta de ser fría como mecanismo de defensa por si las cosas no funcionan. Esta vez, si decidimos intentar de nuevo, me voy a meter de lleno en la relación. Y si me termino enamorando, que así sea.

martes, 10 de noviembre de 2009

Día 174 - Hablando se entiende la gente

Cuando llegué del trabajo, me encontré con una sorpresa. Valentina, como hace unas semanas, se encontraba en la puerta de mi edificio.
- ¿Qué hacés acá? - pregunté extrañada.
- ¿Así me hablás? Encima que no le conté nada a tu mamá me tratás así. No te entiendo.
- Bueno, Vale, sorry. Gracias por no contarle a mí mamá que me casé por el departamento.
- Muy bien.
- Ahora, ¿qué se te ofrece?
- Vine a que arreglemos las cosas de una vez por todas.

Sin entender mucho la situación, la hice pasar.
- Mirá, Agus, yo sé que nosotras tenemos nuestras diferencias. Pero fuimos amigas por mucho tiempo y me parece que eso tiene que contar para algo.
- Es verdad que fuimos amigas por mucho tiempo, pero me parece que a veces las diferencias son demasiado grandes y ya no hay mucho que se pueda hacer.
- ¿Tan así lo ves?
- No sé, lo podemos hablar - dije mientras abría la puerta. - Pasá.

Entró a mi departamento y se sentó en una de las sillas del comedor.
- Empezá vos - me dijo. - Decime que es lo que te molesta de mí.
- A ver. Bueno, en primer lugar tu tema con el sexo. Vos tenés que entender que la gente coge. Tiene sexo. Se acuesta. Decile como quieras pero aceptalo.
- Lo acepto.
- No, sabés que no. A ver si me entendés, vos no saliste de un repollo.
- Ya sé.
- Ni te trajo la cigüeña.
- Ya sé.
- Bueno, si lo sabés decime que es tanto lo que te molesta. Porque yo necesito entender por qué te subís a mi auto y me decís que necesitás poner desinfectante porque Martín y yo cogimos una vez hace mil años.
- Porque me da asco, no sé.
- El tema es que a vos todo te da asco. La primera vez que viniste acá en vez de felicitarme por el departamento me preguntaste en qué lugares había cogido con Martín para evitarlos porque te daba asco. No te quisiste sentar en el sillón porque te daba asco, y me dijiste que no te pensabas acercar a mi cama ni siquiera porque, obviamente, te daba mucho asco.
- Es que no te quería felicitar por el departamento...
- ¿Por qué no querías?
- ¡Porque me molesta que vos siempre tengas todo! Todo lo que querés, lo tenés. Siempre.
- ¿De qué hablás?
- De que querías vivir sola, y lo lograste.
- ¿Me estás jodiendo? ¿Vos sabés todo lo que hice para poder este departamento?
- Sí, te casaste y listo.
- Claro, porque fue reee fácil, ¿no?
- Sí. Para vos todo es así, siempre fue así. No importa como, pero lo que querés, lo tenés.
- ¿Y es eso lo que te molesta?
- ¡Todo me molesta!
- ¿Todo? A ver, decime.

- Me molesta que hagas como que fue todo un sacrificio enorme cuando lo único que hiciste fue hacer algunos preparativos, pasar por el altar, y después por la fiesta. Al otro día del casamiento ya estabas acá.
- ¿Qué más?
- Me parecés una egoísta. Y no puedo entender como Martín se dejó meter en todo esto. Me parecés doblemente egoísta por haber involucrado a otros en lo que hiciste. Yo no entiendo como te dio la cara para decirle todo a los padres de Martín.
- Bueno, a ver. ¿Qué más?
- Nada, eso. Porque encima todo te sale bien. Todo. Nunca nadie descubrió lo que hiciste y ahora vivís acá, re tranquila.
- ¿Te molesta que esté en paz finalmente? Después de tantos años de pasarla mal en mi casa vieja, ¿te molesta que ahora esté bien?
- Sí, me molesta.
- ¿Y qué clase de amistad es la nuestra, entonces? ¡No sos capaz de alegrarte por mí cuando estoy bien!
- Me alegro sí.
- Bueno, no se nota.

- ¿Sabés cuál es el problema?
- No, Valentina, no lo sé.
- Que vos no sabés lo que es ser amiga tuya. Escucharte hablar de tu vida perfecta, de como podés irte de viaje cuando querés, compararte lo que querés. De como te mudás a este departamento y a los dos días conociste a un vecino lindo, y al que vos también le gustás.
- ...
- A mí me regalaron ropa cuando cumplí dieciocho. A vos, un auto. Y todo así.
- Hay algo que no entiendo. ¿Qué esperás que haga yo con todo esto que me decís? No hay nada que pueda cambiar, nada que pueda mejorar. No tengo nada que hacer.
- Ya sé que no.
- ¿Entonces? - pregunté.
- Entonces, nada.
- ¿Viniste a arreglar las cosas y vamos a terminar igual que antes?
- Sí.
- Genial. Que charla productiva la nuestra.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Día 173 - Flashback: Help!

Previsiblemente, mi idea de hacer una fiesta chica duró tanto como lo hace un paquete de galletitas en mis manos. Cuando mi madre empezó a anotar en una lista toda la gente que según ella era imprescindible, nos acercamos a los cien invitados.

- Achicá la lista. Yo no voy a pagar todo para cien invitados. Ya te había aclarado desde el principio que la fiesta iba a ser chica. Yo calculaba veinte o veinticinco personas de la familia, algunas amigas mías y nada más.
- Bueno, pero lo tuyo de "fiesta chica" era una exageración. Yo tengo que invitar a mis amigas, a mis compañeras de trabajo.
- Invitá algunas, no a veinte parejas de amigos y veinte más de gente del laburo.
- ¿Qué te cambia? A mis invitados los pago yo.
- ¡Que no estás respetando lo que yo quiero! Va a ser mi fiesta de casamiento, y la quiero pasar con mi familia cercana - dije. Ya no sabía que más inventar.
- Ay, pero quedo mal con todos si no los invito.
- ¡No quedás mal con nadie! Le explicás a la gente que tu hija tiene la idea de hacer algo íntimo. Si no lo entienden, problema suyo.
- Ay, Agustina, no te pongas así. Te digo que yo pago por mis invitados.
- Bueno, hacé lo que quieras. Pero mirá que yo no pongo un peso y el abuelo tampoco. Él me dijo que me daba la plata necesaria para la fiesta, pero no estaba en mis planes que invitaras a la hija de la tía de la hermana de la prima de Pepita.

Sin embargo, la realidad es que no era tan fácil. Si del lado de mi familia invitaban a poca gente, era coherente que del lado de Martín hubiera sólo unos pocos familiares y amigos. En cambio, si a mi madre se le ocurría invitar a un batallón, Martín debería hacer lo mismo.

Después de ver que mi madre no pensaba ceder con ese tema, tuve que llamar a Martín. Hasta ese momento, él pensaba invitar a sus padres y hermanas, dos amigos que sabían toda la historia y algún tío o primo para disimular.
- No importa a quien. Vos decile a conocidos tuyos que los invitás a una fiesta de casamiento en la que se van a poder tomar hasta el agua de los floreros y comer muchas cosas ricas. No les expliques mucho.
- ¿Que no les explique que soy yo el que se casa?
- Jajaja, no, eso se los podés decir. Pero con respecto al por qué del casamiento. Inventá algo, no sé. El tema es que mi madre está pesadísima con lo de invitar mucha gente y ya no sé que hacer. Intenté por todos los lados posibles pero no está dispuesta a ceder.
- Y bueno, veo que puedo inventar. Le digo a mis compañeros de facultad, a los de fútbol, qué sé yo.
- Sí, a cualquiera, no importa.
- Dale. Yo entre mañana y pasado les digo a todos, y cuando sepa bien quienes vienen te llamo y te paso la lista. ¿Las tarjetas ya sabés como son?
- No, ni idea. Le dije a mi madre que íbamos a pensar juntos sobre las tarjetas, pero la verdad es que no tengo idea de nada. No sé que mierda tiene que tener o no tener una tarjeta de casamiento.
- Yo menos, jaja. Mirá que esto se está complicando, chiquita.
- Sí, ya sé. No pensé que iba a haber tantas cosas sobre las que decidir. Y para peor es muy poco creíble casarnos en un mes, porque nadie puede hacer todos los preparativos en tan poco tiempo. Pero no me importa nada, me tengo que ir de casa ya.
- Sí. Vos seguí repitiendo el mismo verso. Que queremos vivir juntos y que como tu idea era hacer algo chico pensaste que no iba a ser necesario mucho tiempo - dijo mi actual marido.
- Sí, eso es lo que dije, pero tan chico no va a ser.
- Sí, igual con eso sabías que no tenías muchas probabilidades de que te fuera a hacer caso.
- Sí, pero es como que se me está yendo todo de las manos - dije, preocupada.
- ¿Por qué no hablás con una wedding planner? Al principio te pareció una mala idea, pero es una opción. Ella te va a guiar, y vos le seguís la corriente. Ahí no se va a notar que no tenés idea de nada. Vos le decís todo que sí, y listo.
- Sí, tenés razón. Es una buena idea, porque ellas ya tienen todo medio armado. Ay, querido. ¿Qué haría sin vos?
- No sé. La verdad es que no sé que harías sin mí. No sé como cualquier persona podría vivir sin mí, no entiendo. El mundo se caería abajo.
- Jajaja. Cómo te la creés, eh.
- Me la re re re creo.
- Te la reeeeeeeeeee creés. Y con razón. Bueno, chiquito, te dejo. Le voy a comunicar a mi madre mi decisión. Te quiero.
- Yo también.
- Mucho.
- Mucho.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Día 172 - Domingos en familia

Cuando yo era chica, almorzábamos en familia todos los domingos en un restaurante que se llamaba "El viejo turismo". A todos nos encantaba porque tenía algo para cada uno. Mi hermano, mis primos y yo comíamos milanesa con papas fritas. A los adultos les encantaba la pasta del lugar, o la parrilla que también era muy buena.

En esa época, todavía estaba el papá de mi madre, a quien yo adoraba. Todo era diferente en ese entonces. Él imponía un cierto respeto que llevaba a que entre todos se mantuviera una buena relación. Mi madre y mi tía Déborah, aunque sin hablarse, se saludaban y compartían la mesa. Mi abuela se llevaba bien con sus hijos y también con sus nietos. En la familia reinaba una cierta armonía.

Almorzamos en El viejo turismo todos los domingos exceptuando los de verano hasta que mi abuelo falleció en noviembre del año 2002. A partir de ese momento, ninguno quiso volver. Todos pensaron que hubiera sido un golpe fuerte ir a ese mismo restaurante para ver la cabecera de la mesa vacía. Así fue que empezaron a buscar otros lugares para ir, pero siempre encontraban algún problema. Donde había cosas que a los chicos nos gustaran, los adultos se quejaban de que para ellos no había nada. En otros lugares, para nosotros no había ninguna opción. Nunca nos poníamos de acuerdo.

Al poco tiempo, mi madre y mi tía dejaron definitivamente de hablarse. Ya no estaba la figura de mi abuelo como núcleo, entonces ya no sentían que tenían que mantener ningún tipo de relación. Mi tía decidió que ya no iba a ir a los almuerzos a los que fuera mi madre, por lo que mi hermano y yo perdimos contacto con mis primos. Mi abuela, sin saber que hacer después de que falleciera el hombre con el que había pasado cuarenta y ocho años de su vida y con una familia que se estaba desmoronando, decidió empezar a viajar. En febrero del año 2003 se fue a China con un grupo de viaje por un mes, y después a Japón, en donde agarró otro grupo. No estuvo para mi cumpleaños, pero traté de entender. Cuando volvió, estuvo una semana acá, y después partió Europa con las amigas por un mes y medio. Cuando retornó, estuvo diez días y después se fue a Miami con su hermano por tres semanas. Y así estuvo todo el año. Cuando volvió de Turquía, en diciembre, quiso vernos a mi hermano y a mí en los cinco días que tenía antes de irse a Los Ángeles, pero en una relación que no es buena un año entero de distancia termina por hacer estragos. Para mí, fue como perder a mis dos abuelos a la misma vez.

Durante los años siguientes, la frecuencia de sus viajes disminuyó un poco, y aumentaron los días que se quedaba en el país. Y así fue que quiso volver al ritual dominguero de almorzar en familia. En esa época, ya había empezado a decirme que estaba gorda y que tenía que cuidar mis modales si pretendía ser una princesita. Uno o dos años después, empezó con que yo tenía que dedicarme a ser telefonista porque no servía para otra cosa. Intentó convencerme de que mi misión en la vida tenía que ser conseguirme un hombre que tuviera mucha plata, con quien tener un hijo y una hija y criarlos "como buenos judíos". Y, el momento que aprovechaba para decir todas estas cosas era, precisamente, el almuerzo del domingo.

Así fue que empecé a odiar el almuerzo familiar. Sabía que iba a escuchar las mismas idioteces domingo tras domingo. Que no iba a poder con economía porque "no me daba la cabeza", que tampoco tenía sentido que hiciera esa carrera porque era muy larga, y que una opción como secretariado era "más para mí".

Llegó un punto en el que no quise ir más, pero mi madre me obligaba, lo cual hacía que yo todavía fuera al almuerzo con menos ganas. Con el tiempo, empecé a odiar el día domingo porque ya lo asociaba con la sarta de pavadas que tenía que escuchar y de la cual no podía escaparme porque o me dejaban sin plata para toda la semana o invitaban a mi abuela a comer entre semana sin avisarnos a mi hermano y a mí para que no nos pudiéramos escapar.

Sin embargo, todo esto tuvo un fin para mí el día que me mudé a este departamento. Ya no había amenaza posible que me hiciera ir a comer con mi abuela. Ni siquiera la culpa que me trataba de hacer sentir mi madre al decirme que yo no lo veía, pero que mi abuela quería lo mejor para mí. Que si ella pensaba que yo estaba gorda, me lo tenía que decir "por mi propio bien". Que, a fin de cuentas, sólo le interesaba mi bienestar.

Ahora, para mí, los domingos están muy lejos de ser un martirio. Ya no me tengo que levantar temprano para ir a comer con familiares que no quiero ver, ni tengo que soportar escuchar cosas que me desvalorizan. Ahora me levanto a la hora que quiero, desayuno en silencio, y no me sacó el camisón en todo el día. Me pido algo para almorzar y lo como tranquila, sin que nadie me moleste. Los domingos, para mí, ahora representan la paz que no pude tener en estos últimos años.

Y un domingo cada tanto mi mente decide remontarse a otros tiempos. Y hoy, por ejemplo, pienso en que me gustaría volver a tener ocho años, cuando todavía mi abuela no me había dicho que tenía prohibido el pan y la manteca porque sino iba a ser gorda y ningún hombre me iba a querer. Hoy, quiero volver a esa época en la cual mis primos todavía existían en mi vida y los domingos eran el día en el que nos veíamos. Y hoy, sobre todo, quiero volver a ser la nena que se sienta en la falda del abuelo, y escucha no sólo que es preciosa, sino tan inteligente y brillante que en la vida va a poder hacer cualquier cosa que se proponga.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Día 171 - Incompatibilidad de status

Previsiblemente, el estado de luna de miel con Martín duró poco. Ayer, no sé como, terminamos discutiendo. Yo le dije lo contenta que estaba de que estuviéramos bien, él me contestó que todavía no podía decir nada porque sólo habían pasado dos días. Me molestó el comentario, no supe bien por qué. Le pregunté si pensaba que lo nuestro no iba a durar y me dijo que no estaba seguro, que mil veces habíamos empezado bien para después terminar discutiendo y, eventualmente, diciendo de no vernos más. Le dije que si ya de entrada no nos tenía fe como pareja, que no tenía sentido ni si quiera intentarlo. Enojado, agarró sus cosas y se fue.

Así que acá estoy, nuevamente, sola. Y mientras busco el número del delivery pienso en lo raro que es estar casada, y aún así preguntar si me envían sólo una milanesa. Ir al videoclub con el objetivo de sacar una película para mirar sola. Y que mi programa de un viernes a la noche, sea esperar a que mi hermano se vaya a lo de su amigo para poder mirar esa película, comiendo esa milanesa, tirada en el colchón. Un colchón de dos plazas del que, curiosamente, siempre uso sólo una.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Día 170 - Update

Aprovecho que Martín entró a bañarse para actualizarlos.

La noche de ayer fue espectacular. Comimos, nos dimos muchos besos, y dormimos juntos. Hoy, los dos faltamos a la facultad para quedarnos juntos toda la mañana, de tarde nos separamos un rato para ir a nuestos respectivos trabajos y ahora ya se vino de nuevo para acá. Pedimos comida, y la idea es comerla tirados en la cama.

Hace mucho que no me sentía tan bien. Siento que todo está donde debe estar. Y que, particularmente, nosotros dos estamos exactamente en donde siempre debimos estar.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Día 169 - Text me that you love me

De: Agustina
Para: Martín
"Necesito con suma urgencia que vengas a terminar lo que empezamos el otro día. Cuando te agarre, chiquito, te mato."

De: Martín
Para: Agustina
"Jajaja. No era que íbamos a tener algo que no fuera sólo sexo? Mirá que yo encantado de cumplir mi rol de semental, pero pregunto."

De: Agustina
Para: Martín
"Otro día. Hoy nos dedicamos a recuperar el tiempo perdido. Hace mucho que no tenemos una buena noche juntos. Echo a Fabián."

De: Martín
Para: Agustina
"Pobre. Pero sí, echalo. No te va a durar mucho la ropa puesta y dudo que tu hermanito quiera ver eso."

De: Agustina
Para: Martín
"Le voy a decir que se vaya a lo de un amigo. Compro burger king?"

De: Martín
Para: Agustina
"Dejá, yo compro cuando vaya para ahí. No soy divino?"

De: Agustina
Para: Martín
"Tampoco te la creas, eh. Jajaja, mentira. Obvio que sos divino, mi amor. Por algo te elegí como marido."

De: Martín
Para: Agustina
"Jaja, obvio. Yo también elegí bien. Nos vamos a divertir hoy. Mucho."

De: Agustina
Para: Martín
"No me cabe ninguna duda. Me querés?"

De: Martín
Para: Agustina
"Un poquito nada más. No te la creas. Jaja, mentira. Mucho. Vos?"

De: Agustina
Para: Martín
"Mucho. Mucho. Mucho."

martes, 3 de noviembre de 2009

Día 168 - Flashback: Los preparativos

- ¿Y del salón qué pensaste? - preguntó mi madre mientras yo miraba por la ventana.
- No tengo ni idea. No conozco salones.
- ¡Pero vos no tenés idea de nada! ¿Qué te pasa? ¿No te importa el casamiento?

La verdad era que no, no me importaba el casamiento. Para mí era un medio para llegar a un fin. Pero por supuesto que esto no se podía notar.

- Ay, mamá, no digas pavadas. ¿Cómo no me va a importar? Del vestido ya me estoy ocupando, pero del salón no tengo ni idea. El único salón que conozco es en el que hicimos mi bat mitzvah y la de Fabián, pero es demasiado grande.
- Invitamos ciento cincuenta personas para esas fiestas, tampoco es tan grande el lugar.
- Bueno, pero ahora van a haber, como mucho, cincuenta. Así que hay que buscar otro.
- Igual puedo averiguar si está libre, aunque no creo. ¿Por qué se les ocurrió casarse tan rápido? Yo no entiendo.
- Porque sí, mamá. No queremos hacer una fiesta enorme y tirar plata a la basura. Queremos hacer algo chico, tranquilo, y después irnos a nuestro departamento soñado. Para lo que queremos no es necesario esperar. Algún salón vamos a conseguir.
- Bueno, pero igual, armar una fiesta en un mes es una locura.
- A ver si te queda claro algo, mamá. Nadie te pidió ayuda ni opinión. Si querés buscar salón vos porque sabés del tema, genial, pero no opines sobre la fecha ni nada porque eso ya elegimos. Si te parece que un mes es muy poco tiempo para encontrar un lugar lindo, dejámelo a mí.
- No, no, yo busco. Andá a saber que se te ocurre a vos sino...
- ¿Qué dijiste?
- Nada. Que yo me ocupo.
- Genial.

La verdad es que yo no tenía idea de por donde empezar, pero no me molestaba mucho tampoco. Cada vez que mi madre se acercaba con propuestas, mi mente abandonaba ese lugar. En vez de su cara, pasaba a ver ese departamento que me había encantado.
- Es muy chico - dijo mi abuelo cuando me lo llevó a mostrar. - Igual para ustedes dos no está mal. Si algún día deciden tener hijos les regalo uno más grande.
- Gracias, abuelo, pero no va a ser necesario. Me gusta este.
- ¿No te parece muy chico?
- No, abuelito. Es perfecto.
Y para mí lo era. Era la perfección absoluta, la felicidad total. Ya me podía imaginar mi vida en esos cuarenta y ocho metros cuadrados. Sería un departamento mío, sólo mío. Viviría tranquila y en paz y no tendría que darle explicaciones a nadie.
Sin embargo, sabía que tampoco iba a ser tán fácil. El estilo de vida que había tenido hasta ese momento llegaría a su fin. El turno semanal con la masajista quedaría en la historia, al igual que hacerme las manos y los pies. Ya no podría comprarme ropa y zapatos seguido, ni llamar a mis amigas a Israel día por medio. Tendría que preocuparme por cosas en las que nunca en mi vida me había tenido que fijar. Tendría que aprender a organizarme para pagar cada una de las cuentas antes del vencimiento. La comida ya no estaría todos los días esperándome en la mesa, sino que la tendría que preparar yo. Con la ropa pasaría algo parecido, y con el orden del hogar también.

Sabía que iba a ser difícil vivir sola, pero no me importaba. Sabía, también, que para lograrlo iba a tener que pasarme un mes a dieta, buscando salones, eligiendo la comida, probándome vestidos, eligiendo colores de servilletas y centros de mesa, probándome zapatos, viendo a maquilladores y peluqueros, y visitando joyerías. Sabía que iba a tener que hacer todas estas cosas, pero tenía clarísimo que nada era tan grave como seguir viviendo en mi casa. Y eso era, para mí, lo único que importaba.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Día 167 - Te mato

El reencuentro con Martín decidimos festejarlo como se debe, lo cual significa entre las sábanas. La ropa empezó a volar y al rato ya estábamos tirados en la cama, recuperando el tiempo perdido. En un momento, yo estaba arriba de mi marido, cuando escuché el ruido de las llaves en la puerta. Por un segundo, me sentí igual que cuando estaba en casa vieja teniendo sexo con Martín y de repente escuchaba ruidos desde la cocina y se me paraba el corazón. Para evitar que Fabián se llevara una no muy agradable sorpresa, tuve que salirme de encima de Martín, acostarme a su lado y taparnos a los dos con la frazada.

Como el baño está adentro de mi cuarto, sabía que Fabián iba a tener que pasar por ahí y lo que menos quería era que nos viera desnudos a los dos. Sobre todo cuando él pensaba que su adorable hermanita se había quedado mirando películas sola como buena solterona. Por más que me hice la dormida cuando mi hermano pasó al baño, la situación me resultó incomodísima.

Después de que volvió al living, nos quedamos esperando a que se durmiera para continuar con nuestra tarea. Desgraciadamente, irse a dormir no estaba en los planes de mi hermano, quien se quedó mirando tele en el sofá hasta altas horas de la noche.

Después, alrededor de las diez de la mañana me desperté y me asomé al living para ver en que andaba Fabián. Se había quedado dormido en el sofá. Pensé en despertar a Martín, pero lo ví durmiendo tan plácidamente que me dio pena. Me desperté de nuevo a eso de las once y media y vi que mi marido seguía durmiendo. Se me ocurrió entonces que ya que estaba despierta podía aprovechar para ir a comprarle a Martín algo rico para desayunar.

Mi idea era llegar a casa, abrir el jugo de naranja y servírselo a Martín en un vasito. Agarrar un plato y poner las facturas, elegir otro para las galletitas y hacerle un café con leche en la taza que tengo para él. Tenía planeado poner todo esto amorosamente en una bandeja y llevársela a mi marido para que desayunara en la cama. Quería despertarlo con besos y decirle que estaba contenta con nuestra decisión de intentar tener algo más.

Sin embargo, cuando llegué me tomó un segundo ver que todos mis planes estaban arruinados. En la mesa del comedor estaban mi marido y mi hermano, los dos en boxers, desayunando juntos y charlando como si fueran grandes amigos.

Demás está decir que no hubo posibilidades de un mañanero. Cuando por fin agarre a Martín, lo mato. Y a Fabián también lo voy a matar, pero en un sentido completamente distinto.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Día 166 - Y que sea, lo que sea...

"Ya estoy en la mitad de esta carretera
tantas encrucijadas quedan detrás.
Ya está en el aire girando mi moneda
y que sea lo que sea."
Sea. Jorge Drexler.


La idea que tenía para mi noche de ayer era mirar películas y atiborrarme de chocolate hasta que me explotara la panza. Por desgracia, los planes que Martín tenía para su noche eran bien distintos , y me impidieron concretar los míos.

A las once de la noche, sonó el portero. Cuando pregunté quien era, mi marido dijo que venía a hablar conmigo. Rapidísimo, escribí el post, me cambié el camisón por un vestido y me peiné.

Cuando abrí la puerta, Martín me agarró fuerte la cara y me dio un beso largo.
- Qué linda que estás - dijo.
- Hasta hace dos minutos estaba impresentable - dije, y me reí.
- No creo.
- Te juro que sí.
- Bueno, ahora estás linda.
- Bueno, gracias - dije, y me senté en una silla del comedor. - Vení, sentate.
- Me siento. Bueno, mi amor, vine a hablar.
- Hablemos, entonces.

- ¿Qué hiciste hoy? - preguntó.
- ¿Qué?
- Te pregunté qué hiciste hoy.
- ¿No ibamos a hablar de nosotros?
- Vos me dijiste que en una relación era importante hablar, y eso es lo que vine a hacer.

Me quedé helada.
- ¿Y nosotros desde cuándo estamos en una relación? - pregunté extrañada.
- No lo estamos. O no lo estábamos hasta ahora. Depende de nosotros dos ver qué es lo que queremos.
- ¿Y por qué el cambio repentino de opinión?
- No sé por qué. Cuando no estoy con vos te extraño y si lo que vos querés para que estemos juntos es que yo me esfuerce un poco, creo que puedo hacerlo.
- ¿Pero esto no tiene nada que ver con lo de mi abuelo, no? Mirá que él se va a poner bien. Yo el otro día no quise hablar porque todo el almuerzo había sido mucho para mí. Pero no me corespondía posponer la charla y, mucho menos, pedirte que te quedaras conmigo.
- No, no te preocupes que es independiente de eso. Lo que pasa es que cada vez que me llamás para que te acompañe a un almuerzo o algo para mí es una excusa para verte. Y después de que te vi el otro día me puse a pensar en que no quiero necesitar excusas. Quiero verte cuando tenga ganas. ¿Entendés?
- Sí - dije, y sonreí. - Entiendo.
- ¿Y vos qué pensás? - preguntó.

Respiré hondo.
- Mirá, Martín. Por un lado, estoy re contenta. Veo que estás acá, que viniste a hablar conmigo porque yo te dije que me parecía importante, veo que tratás. Pero, por otro lado, me da miedo también. Es como que si empezamos algo en serio se va a responder la gran pregunta que tuve siempre de si nosotros alguna vez podíamos llegar a ser algo más o no. Si funciona, genial. Pero si no, me parece que después ya no va a haber vuelta atrás. ¿Entendés lo que te digo?
- Perfectamente.
- ¿Entonces? ¿Qué pensás sobre lo que te dije yo?
- Que sí, es verdad que va a marcar un punto de corte. Pero pienso que también es hora de que sepamos la respuesta. Creo que sino, los dos vamos a estar siempre pensando en que tendríamos que haber intentado.
- Sí. Yo no quiero quedarme con la duda de lo que podría haber sido. Así que si vos estás dispuesto a probar, probemos. A fin de cuentas, creo que nos lo debemos por todo el tiempo que estuvimos juntos. Darnos una especie de última oportunidad.
- Estoy de acuerdo. Y que sea lo que sea.
- Como dice Drexler - dije.
- Ja. Exacto.