Acá, en este preciso momento, termina la historia que yo quería contar.
El día que me mudé al departamento nuevo, abrí el blog y durante ocho meses les conté diariamente sobre mi vida. Y ustedes, mis lectores, conocieron muchas facetas de mí y me vieron evolucionar desde ese día hasta hoy. Se habrán reído conmigo cada vez que pasé por un papelón, habrán compartido mis momentos de incertidumbre y se habrán emocionado con algunos hechos particulares. Y yo, en estos meses, me sentí acompañada por todos ustedes en cada cosa que hice.
Hubo muchos momentos en los que me pareció que había cosas que sólo les podía contar a ustedes, de quienes me sentí más cerca que mucha gente de mi "mundo real". Diariamente leí sus comentarios, sus consejos y muchas veces fueron ustedes los que me hicieron animarme a hacer distintas cosas. Supieron consolarme en momentos tristes y brindarme ayuda en distintas situaciones. Por todo esto, les agradezco infinitamente.
De cualquier manera, siento que el blog tiene que terminar acá, con una especie de final feliz. Con Martín y yo juntos, con un bebé en camino y con una vida nueva y llena de hojas en blanco para llenar. Mi vida, a partir de ahora, ya no es la de una soltera que se mudó de la casa de papá y mamá y tiene que aprender a hacer todo sola. Lo que me espera a partir de este momento son retos mucho mayores y totalmente distintos, por eso siento que la vida nueva en la que pensé cuando abrí el blog, cambió de rumbo.
Tal vez me haga falta escribir cada tanto, y decida actualizarlos periódicamente sobre mi vida. Pero por ahora me voy a dedicar a cuidar de mi nueva familia, en mi nuevo departamento. El de noventa metros cuadrados.
Los quiero,
Agus.
jueves, 1 de abril de 2010
viernes, 12 de marzo de 2010
Día 205 : Flashback: El casamiento (VI)
Mi abuela y mi madre saben exactamente cuando aparecer para arruinarme los mejores momentos de mi vida. Ya conté de cuando, aunque dolorida, estaba contenta con mi operación de nariz hasta que mi abuela apareció para preguntarle a mi mejor amiga por qué no me estaba dando en la boca helado light en vez del común. Y ya están al tanto también de las mil peleas que tuve con mi madre mientras duraban los preparativos del casamiento. Me escondió comida, me dijo gorda, y hasta me hizo pasar vergüenza en frente de la modista al hablar de mi cuerpo como si fuera una atrocidad a la que ningún vestido posible le quedaría bien.
Y esta vez no iba a ser la excepción. Le grité a mi abuela que se fuera con la excusa de que se me habían desprendido unos botones del vestido y "una amiga" me estaba ayudando. Pero me dijo que esperaba a que saliera. Con Martín nos miramos sin saber que hacer. Si ella lo veía salir del baño de mujeres, iba a ser completamente obvio lo que acababa de pasar, y yo me iba a tener que bancar una charla incómoda. Y además se iba a dar cuenta de que adentro no había ninguna mujer ayudándome con el vestido.
Todavía no sé por qué, pero Martín tenía en su bolsillo el celular. No se me ocurrió a quien llamar, así que disqué el número de mi hermano que siempre sabe lo que hacer. Le expliqué la situación y me dijo que él se iba a encargar de sacarla de la puerta del baño así podíamos salir. Unos minutos después nos mandó un mensaje de texto que decía "misión cumplida". Abrí la puerta despacio, salí primero, y después le hice señas a Martín para que me siguiera.
La gente empezaba a llegar y yo sólo quería que la fiesta terminara para que se fueran de una vez. La idea de tener que bailar canciones judías y posteriormente música brasilera me daba náuseas. Tener que sonreír toda la noche y charlar con familiares que no soporto, tampoco me agradaba mucho. Yo sólo podía pensar en despertarme al otro día en el departamento nuevo. Podía imaginarme la tranquilidad de desayunar sola, la posibilidad de que Martín se quedara a dormir y la paz mental que me brindarían esos cuarenta y ocho metros cuadrados.
Diez minutos después me encontré con mi hermano y mi abuela. Aparentemente Fabián había tenido la brillante idea de pedirle que le contara como había sido su casamiento con mi abuelo para sacarla del baño. Lo amé.
El resto de la fiesta transcurrió sin mayores problemas. En un momento tratamos de meternos en el cuarto donde estaban los abrigos para continuar lo que habíamos empezado pero justo unos primos lejanos se estaban yendo y nos vieron. Una hora después, estábamos entrando juntos a mi departamento nuevo para tener nuestra noche de bodas.
Y al día siguiente, empecé el blog. Acá.
Y esta vez no iba a ser la excepción. Le grité a mi abuela que se fuera con la excusa de que se me habían desprendido unos botones del vestido y "una amiga" me estaba ayudando. Pero me dijo que esperaba a que saliera. Con Martín nos miramos sin saber que hacer. Si ella lo veía salir del baño de mujeres, iba a ser completamente obvio lo que acababa de pasar, y yo me iba a tener que bancar una charla incómoda. Y además se iba a dar cuenta de que adentro no había ninguna mujer ayudándome con el vestido.
Todavía no sé por qué, pero Martín tenía en su bolsillo el celular. No se me ocurrió a quien llamar, así que disqué el número de mi hermano que siempre sabe lo que hacer. Le expliqué la situación y me dijo que él se iba a encargar de sacarla de la puerta del baño así podíamos salir. Unos minutos después nos mandó un mensaje de texto que decía "misión cumplida". Abrí la puerta despacio, salí primero, y después le hice señas a Martín para que me siguiera.
La gente empezaba a llegar y yo sólo quería que la fiesta terminara para que se fueran de una vez. La idea de tener que bailar canciones judías y posteriormente música brasilera me daba náuseas. Tener que sonreír toda la noche y charlar con familiares que no soporto, tampoco me agradaba mucho. Yo sólo podía pensar en despertarme al otro día en el departamento nuevo. Podía imaginarme la tranquilidad de desayunar sola, la posibilidad de que Martín se quedara a dormir y la paz mental que me brindarían esos cuarenta y ocho metros cuadrados.
Diez minutos después me encontré con mi hermano y mi abuela. Aparentemente Fabián había tenido la brillante idea de pedirle que le contara como había sido su casamiento con mi abuelo para sacarla del baño. Lo amé.
El resto de la fiesta transcurrió sin mayores problemas. En un momento tratamos de meternos en el cuarto donde estaban los abrigos para continuar lo que habíamos empezado pero justo unos primos lejanos se estaban yendo y nos vieron. Una hora después, estábamos entrando juntos a mi departamento nuevo para tener nuestra noche de bodas.
Y al día siguiente, empecé el blog. Acá.
sábado, 6 de marzo de 2010
Día 204 - Flashback: El casamiento (V)
El instante en el que Martín dijo "acepto" constituyó uno de los mayores alivios de mi vida, sólo comparable con el momento en el que comprobé el día antes del casamiento que el vestido de novia me quedaba perfecto, aún habiendo comido como un cerdo durante todos los meses previos.
Una vez que la sensación de alivio pasó, caí en la cuenta de que mi vida había cambiado para siempre. Que todo lo que había deseado, aquello que parecía tan lejano, se había convertido en realidad. Que una vez que terminara la fiesta, me iría a dormir a mi nuevo hogar. Que la casa de mis padres, en la que pasé momentos tan amargos, ya no sería mi destino diario.
No tenía muchas cosas en el departamento nuevo, pero no me importaba. Una heladera y un colchón me bastaban para ser feliz. En esencia, la libertad que iba a tener es lo que me hacía feliz. El simple hecho de pensar que no iba a tener que interactuar con mi madre todos los días me dibujó una sonrisa en la cara.
El rabino nos declaró marido y mujer, nos besamos, y nos fuimos juntos al salón donde hacíamos la fiesta. Durante el trayecto nos reímos de la ridiculez que implicaba estar casados, de como logramos engañar a toda mi familia sin que nadie sospechara y de lo largo que fue el discurso del rabino sobre las partes de la Torah que hablan del matrimonio.
Fuimos los primeros en llegar al salón, lo cual nos dio la oportunidad de divertirnos un rato antes de que llegaran los invitados. Todavía no recuerdo exactamente como hizo Martín para lograr abrir los mil botones del vestido, pero la realidad es que diez minutos después me encontré en ropa interior trancando la puerta del baño de mujeres con una silla. Un minuto después, cumplimos con el objetivo de consumar nuestro amor ahí mismo.
Me acuerdo de ese momento como si hubiera sido ayer. Todavía puedo sentir las manos de Martín pasando por mi pelo, con la suave música de fondo que sonaba a lo lejos. Till there was you, de Los Beatles, más precisamente. Siempre amé esa canción. Y debo decir que fue la banda sonora perfecta para ese momento.
La canción perfecta, el momento perfecto, y la persona perfecta. Lástima que lo bueno dura poco.
Unos minutos después, escuchamos golpes en la puerta. Como no podía ser de otra manera, alguien que nos tenía que arruinar el momento. Era mi abuela, mi adorada abuela, una abuela con el peor sentido de la oportunidad posible.
Una vez que la sensación de alivio pasó, caí en la cuenta de que mi vida había cambiado para siempre. Que todo lo que había deseado, aquello que parecía tan lejano, se había convertido en realidad. Que una vez que terminara la fiesta, me iría a dormir a mi nuevo hogar. Que la casa de mis padres, en la que pasé momentos tan amargos, ya no sería mi destino diario.
No tenía muchas cosas en el departamento nuevo, pero no me importaba. Una heladera y un colchón me bastaban para ser feliz. En esencia, la libertad que iba a tener es lo que me hacía feliz. El simple hecho de pensar que no iba a tener que interactuar con mi madre todos los días me dibujó una sonrisa en la cara.
El rabino nos declaró marido y mujer, nos besamos, y nos fuimos juntos al salón donde hacíamos la fiesta. Durante el trayecto nos reímos de la ridiculez que implicaba estar casados, de como logramos engañar a toda mi familia sin que nadie sospechara y de lo largo que fue el discurso del rabino sobre las partes de la Torah que hablan del matrimonio.
Fuimos los primeros en llegar al salón, lo cual nos dio la oportunidad de divertirnos un rato antes de que llegaran los invitados. Todavía no recuerdo exactamente como hizo Martín para lograr abrir los mil botones del vestido, pero la realidad es que diez minutos después me encontré en ropa interior trancando la puerta del baño de mujeres con una silla. Un minuto después, cumplimos con el objetivo de consumar nuestro amor ahí mismo.
Me acuerdo de ese momento como si hubiera sido ayer. Todavía puedo sentir las manos de Martín pasando por mi pelo, con la suave música de fondo que sonaba a lo lejos. Till there was you, de Los Beatles, más precisamente. Siempre amé esa canción. Y debo decir que fue la banda sonora perfecta para ese momento.
La canción perfecta, el momento perfecto, y la persona perfecta. Lástima que lo bueno dura poco.
Unos minutos después, escuchamos golpes en la puerta. Como no podía ser de otra manera, alguien que nos tenía que arruinar el momento. Era mi abuela, mi adorada abuela, una abuela con el peor sentido de la oportunidad posible.
Etiquetas:
Martín (mi "algo"),
Mi abuela (mamá de mi mamá)
martes, 2 de marzo de 2010
Día 203 - Flashback: El casamiento (IV)
El siguiente momento en el que me sentí un fraude total fue cuando nos encontramos los dos enfrente al rabino. Si bien yo nunca fui apegada al judaísmo, tampoco me pareció correcto estar en frente suyo pretendiendo ser algo que en la realidad no era más que una actuación para conseguir un objetivo.
Mientras el rabino hablaba de la importancia del matrimonio como institución sagrada e inviolable, crucé miradas con Martín y ví en sus ojos un espejo de lo que yo sentía. En ellos vi esa misma sensación de estar haciendo algo incorrecto. Pero ya no había vuelta atrás. Sólo quedaba sonreír y pretender estar en el momento más feliz de mi vida.
Cuando llegó a la parte de preguntarle a cada uno si aceptaba, tuve miedo por un instante de que Martín dijera que no. De que se arrepintiera a último momento y decidiera que no quería vivir una mentira. Que si bien quería que yo estuviera bien y pudiera cumplir mi cometido, casarse conmigo era demasiado para él. Y me imaginé como sería.
Martín diría que no. Me pediría que lo perdonara y exclamaría que no podía seguir adelante con el casamiento. Se iría corriendo y yo me quedaría en el altar, sola. Todos sentirían lástima por mí y sería para siempre "la que abandonaron en el altar". Mi madre se reiría por dentro, pensando en que ella siempre lo supo. Tendría la certeza de que ella ganó. De que a mí nadie podría quererme de esa manera. Y debería volver a vivir con ella. Derrotada.
Sería todo como ella siempre me dijo. Que yo soy todo lo contrario a lo que una princesita debería ser. Y que a los hombres "las chicas como yo" no les gustan. Que nadie se quiere casar con una mujer que no sepa cocinar ni hacer las tareas del hogar. Y que todos prefieren, precisamente, lo opuesto. Una chica tímida y recatada, que nunca levante la voz ni diga lo que piensa. Que tenga un "trabajito" como dice mi abuela, para comprar ropa y zapatos, pero no para mantenerse porque para eso está el hombre.
Y si Martín aceptaba casarse conmigo sería todo lo opuesto. Por fin podría demostrarle a mi madre que aún siendo neurótica y desequilibrada encontré alguien que estuviera dispuesto a quererme. Aunque no fuera real. Ella nunca lo sabría. Yo me mudaría al departamento nuevo y ya no estaría obligada a escuchar esas pavadas día tras día. Ya no tendría que estar expuesta a sus críticas constantes. Ya no habría más enumeraciones de lo que soy, no soy o debería ser. En cambio, sería libre.
Y todo se reducía a una palabra. Una sola palabra que Martín tenía que decir para convertirme en su supuesta mujer. Una sola palabra, que para mí, sería definidora del curso de mi vida para siempre.
Mientras el rabino hablaba de la importancia del matrimonio como institución sagrada e inviolable, crucé miradas con Martín y ví en sus ojos un espejo de lo que yo sentía. En ellos vi esa misma sensación de estar haciendo algo incorrecto. Pero ya no había vuelta atrás. Sólo quedaba sonreír y pretender estar en el momento más feliz de mi vida.
Cuando llegó a la parte de preguntarle a cada uno si aceptaba, tuve miedo por un instante de que Martín dijera que no. De que se arrepintiera a último momento y decidiera que no quería vivir una mentira. Que si bien quería que yo estuviera bien y pudiera cumplir mi cometido, casarse conmigo era demasiado para él. Y me imaginé como sería.
Martín diría que no. Me pediría que lo perdonara y exclamaría que no podía seguir adelante con el casamiento. Se iría corriendo y yo me quedaría en el altar, sola. Todos sentirían lástima por mí y sería para siempre "la que abandonaron en el altar". Mi madre se reiría por dentro, pensando en que ella siempre lo supo. Tendría la certeza de que ella ganó. De que a mí nadie podría quererme de esa manera. Y debería volver a vivir con ella. Derrotada.
Sería todo como ella siempre me dijo. Que yo soy todo lo contrario a lo que una princesita debería ser. Y que a los hombres "las chicas como yo" no les gustan. Que nadie se quiere casar con una mujer que no sepa cocinar ni hacer las tareas del hogar. Y que todos prefieren, precisamente, lo opuesto. Una chica tímida y recatada, que nunca levante la voz ni diga lo que piensa. Que tenga un "trabajito" como dice mi abuela, para comprar ropa y zapatos, pero no para mantenerse porque para eso está el hombre.
Y si Martín aceptaba casarse conmigo sería todo lo opuesto. Por fin podría demostrarle a mi madre que aún siendo neurótica y desequilibrada encontré alguien que estuviera dispuesto a quererme. Aunque no fuera real. Ella nunca lo sabría. Yo me mudaría al departamento nuevo y ya no estaría obligada a escuchar esas pavadas día tras día. Ya no tendría que estar expuesta a sus críticas constantes. Ya no habría más enumeraciones de lo que soy, no soy o debería ser. En cambio, sería libre.
Y todo se reducía a una palabra. Una sola palabra que Martín tenía que decir para convertirme en su supuesta mujer. Una sola palabra, que para mí, sería definidora del curso de mi vida para siempre.
sábado, 6 de febrero de 2010
Off the record
Disculpen que esté demorando en escribir, pero decidimos con Martín irnos de luna de miel. Después de casarnos, como no era en serio, dijimos que no nos íbamos a ir porque no podíamos coincidir en una fecha en la que pudiéramos cada uno faltar tanto a la facultad como al trabajo.
Pero hace unos días, mi abuelo me llamó para que lo vaya a ver, me dio plata y me dijo que aprovechara este momento para viajar con Martín, ahora que todavía somos solo dos. Y bueno, estamos en el medio de muchos preparativos, pero parece que nos vamos el lunes quince a San Andrés. Para mí va a ser genial estar en un hotel con todo incluido, para darle rienda a suelta a mis antojos, y comer muchas cosas ricas. También para descansar, que tanto me hace falta después de un año muy agitado.
Igual voy a tratar de terminarles de contar del casamiento antes, pero por las dudas no prometo nada.
Les mando un beso enorme!
Pero hace unos días, mi abuelo me llamó para que lo vaya a ver, me dio plata y me dijo que aprovechara este momento para viajar con Martín, ahora que todavía somos solo dos. Y bueno, estamos en el medio de muchos preparativos, pero parece que nos vamos el lunes quince a San Andrés. Para mí va a ser genial estar en un hotel con todo incluido, para darle rienda a suelta a mis antojos, y comer muchas cosas ricas. También para descansar, que tanto me hace falta después de un año muy agitado.
Igual voy a tratar de terminarles de contar del casamiento antes, pero por las dudas no prometo nada.
Les mando un beso enorme!
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