miércoles, 30 de septiembre de 2009

Día 137 - Los tres mosqueteros

Sebastián.
Ayer, cuando salí de dar clase, que tenía una llamada perdida suya. Me puse a pensar en si yo tengo algo que devolverle, o él a mí, pero creo que no. Entonces no sé para que me llama, pero la verdad es que no tengo muchas ganas de hablar con él. Debería devolverle el llamado por cortesía, pero no sé. Me parece que ya no hay nada que hablar.

Martín.
Desde el día que nos acostamos que no sé absolutamente nada de él. Niente. Niet. Nothing.
No sé si me está dejando tranquila para que resuelva el tema de Fabián, porque capaz que piensa que no es momento de hablar todavía o si no me llama porque no sabe que decirme. Es obvio que cuando nos veamos vamos a tener que charlar largo y tendido sobre nuestra relación. Y, eventualmente, decidir si vamos a ser sólo marido y mujer por conveniencia o algo más. La verdad es que no sé que quiere, pero debo decir que estuvo muy cariñoso la última vez que nos vimos.

Francisco.
Es lindo. Muy. Ayer me llamó para desearme suerte porque iba a entrar el director de uno de los colegios a observarme la clase y, a decir verdad, yo estaba bastante nerviosa. Me gustó que me tranquilizara, pero más que nada, el hecho de que se haya acordado de que era ayer. Y, por supuesto, siempre es lindo que se preocupen de una y la llamen. Y me llama casi todos los días, sólo para charlar. Capaz que salimos el sábado. Me lo dijo y le dije que no estaba segura de si tenía el cumpleaños de una compañera de facultad o no, porque quería ponerme a pensar en si de verdad estoy para salir con alguien. A fin de cuentas, con Sebastián terminé recién y con Martín no sé que va a pasar.

Ando un poquito entreverada, como verán. Hay demasiados hombres en la vuelta. A estos tres hay que agregarle otro, que vive conmigo, me desordena más la casa de lo que ya está y me deja el baño empapado cada vez que se ducha. Por lo menos, siempre que llega trae algo de chocolate. Y eso, no está nada mal.

Pero, por supuesto, que no voy a elegir a mi hermano. Como presumo que Sebastián ya no está en combate, la lucha por el amor de la doncella Agustina se llevará a cabo entre Francisco y Martín. Que gane el mejor.

martes, 29 de septiembre de 2009

Día 136 - A (not so) happy childhood

Estos últimos días han sido una locura total. Mi madre me estuvo llamando cinco veces por día para ver si sé algo de Fabián. Siempre le contesto que no, que me avisó que está bien, pero que no sé exactamente donde está ahora. A él también lo llama todo el tiempo, y le dice que se deje de pavadas y vuelva a casa vieja. Pero por ahora, mi adorado hermanito, no tiene planes de volver.

La verdad es que juntos la estamos pasando bárbaro. Yo extrañaba mucho tenerlo cerca, y además extrañaba tener con quien hablar. Por supuesto que me encanta vivir sola, pero cada tanto me pasa de querer contarle cosas a alguien y no tener a quien, o querer compartir algo y darme cuenta de que además de mi enorme y hermoso cuadro de los Beatles, no hay otras figuras humanas en mi hogar. Y contarles a ellos cosas no tendría mucho sentido porque, obviamente, no me pueden contestar. Y, si lo hicieran, me daría cuenta de que finalmente enloquecí, lo cual tampoco sería bueno.

Sin embargo, sé que para él la situación no es la mejor. Si bien está cómodo, yo siento que piensa que estorba, que molesta, que está en un lugar que no es suyo. Y por más que a mí me encante tenerlo cerca, sé que pasar las noches en un sobre de dormir tiene un límite. Y sé, además, que él también sabe que esto es algo pasajero.

El tema es que cada vez que me quiero sentar a hablar con él, terminamos recordando anécdotas de nuestra niñez. Y no son precisamente divertidas. Son, en su mayoría, recuerdos de una infancia muy poco común. Con una madre autoritaria y lejana, un padre ausente y bipolar, y una María llamada Claudia que nos crío en ese contexto, se podría decir que nuestra infancia de feliz no tuvo mucho. Y cuando pienso en nuestra niñez, sé que la principal causa de que fuera tan mala fue mi madre.

A nosotros nos mandaban a una escuela bilingüe, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde.
A mis padres los veíamos un rato antes de ir, pero ni siquiera nos prestaban mucha atención. Mi madre, nos decía que no le podíamos hablar porque se acababa de levantar y mi padre algo nos hablaba cuando nos veía, pero esto no era la regla, sino la excepción. Él estuvo sin trabajar muchísimo tiempo a costa de su enfermedad, sobre la que hablaré en otro momento, entonces se levantaba alrededor de las once de la mañana, cuando ya nos habíamos ido.

Cuando volvíamos del colegio la situación no era muy distinta. Nos bañaba y nos vestía Claudia. No podíamos invitar amigos a casa porque, según mi madre, "desordenábamos mucho". Ella llegaba de trabajar a eso de las siete y media, a las ocho comíamos, y ya a las nueve otra vez no se le podía hablar porque "ya era tarde". Mi padre llegaba a eso de las ocho, también. A las nueve y media, obligados, teníamos que ir a dormir. Para que tengan una idea de la ausencia de ambos padres, les cuento que la que nos leía cuentos antes de dormir era Claudia.

Los sábados, que en teoría podían ser un momento de distensión, nos obligaban a ir a una especie de club judío. Desde las dos de la tarde hasta las seis y media. Y el sábado de noche, salían con amigos y nos dejaban a cargo de , obviamente, Claudia.

Es por todo esto y mil cosas más que pienso que mi madre de madre no tuvo mucho. Y yo, con el tiempo, logré dejar todas estos recuerdos atrás. En parte porque son cosas que no quiero tener presentes, y en parte porque a mi madre ya no la veo, entonces ya no pienso en estas cosas. Sin embargo, cuando vivía en casa vieja, era algo que estaba en el aire todo el tiempo. Cada vez que nos sentábamos a almorzar, y estábamos veinte minutos o media hora sentadas una en frente de la otra, sin hablar porque ya directamente no teníamos de qué, no podía evitar pensar en cuánto me hubiera gustado que las cosas fueran diferentes. Que tal vez, si alguna vez se hubiera interesado por algún aspecto de mi vida, capaz que podríamos entablar una conversación.

Entonces, pensar en que Fabián vuelva para casa vieja me rompe el corazón. Porque sé que estar ahí es revivir todo. Ver que no hay pan para que no engordemos, ni un paquete de galletitas porque el chocolate está prohibido, indefectiblemente te hace recordar las veces que deseaste que las cosas fueran diferentes. Que la heladera estuviera repleta de cosas ricas y que, al cerrarla, hubiera una madre cerca que te dijera "te quiero" en vez de "no me hables que me duele la cabeza".

lunes, 28 de septiembre de 2009

Día 135 - Tenemos que hablar

Ayer de tarde, estaba mirando una película con mi hermano, cuando vi que había una cartita abajo de la puerta. La abrí y decía simplemente "Tenemos que hablar, subí cuando puedas. Besos, Seba".
Para no hacerme la cabeza pensando en cuál iba a ser el tema de conversación, decidí ir lo más rápido posible. Le pedí a Fabián que pausara la película, y le dije que ya volvía.

Cuando toqué timbre, y me abrió mi vecinito, en seguida noté que su expresión no era la de costumbre. Estaba muy serio, y con cara de preocupación. Cuando me saludó con un beso en el cachete, supe que, inevitablemente, algo andaba mal.

- Sentate, Agus. Quiero hablar con vos.
- Bueno - dije, sin entender mucho. Y me senté en una silla del comedor.
- Mirá, en estos días yo estuve pensando mucho. Sobre todo.
- ¿Sobre qué?
- Sobre nosotros.
- Bueno, contame.
- Mirá, para mí fue re fuerte ver las fotos con tu marido el otro día.
- Yo te dije que iba a pasar eso.
- Pero no en ese sentido. Fue fuerte porque caí en que de verdad lo hiciste.
- ¿Y antes no lo aceptabas?
- Sí, lo aceptaba pero para mí no era real. No sé como explicarte.
- Sí, algo entiendo. Como que sabías que estaba casada pero ver las fotos fue otra cosa.
- No, no me entendés. Fue fuerte en el sentido de que recién ahora veo lo que fuiste capaz de hacer.
- Oops. Esto no va a terminar bien.
- No. No va a terminar bien.
- Bueno, te escucho.

Tomó aire y siguió.
- Bueno, yo entiendo que vos en tu casa no estabas bien. En serio que sí. Pero igual me parece que lo que hiciste fue horrible. Yo trato de entenderlo, pero en el fondo sigo pensando que estuviste mal.
- ¿Entonces?
- Entonces creo que seguir juntos no tiene mucho sentido.
- Bueno.
- ¿Bueno? - preguntó extrañado.
- Sí, Sebastián. No sé que querés que te diga.
- No sé, algo. ¡Pensé que te iba a importar un poco más!
- Pero es que no tengo nada que decir. No es que me estás dejando porque soy una inútil total. Eso es algo que podría remediar. Ahí sí que te preguntaría qué puedo hacer para que no me dejes. ¡Pero me dejás porque me casé por el departamento! ¿Qué puedo hacer?
- Nada, qué sé yo. Pero parece que ni te importa.
- No es que no me importa, Seba. Obvio que me importa. Pero lo que hice no tiene nada que ver con vos, y me dejás por eso.
- No tiene nada que ver conmigo, es verdad. Pero dice mucho de vos, de como sos como persona.
- Bien. ¿A eso llegamos?
- Es que es verdad. Yo pensé que eras diferente.

Me paré de la silla, y empecé a hablar.
- ¿Qué pensabas? ¿Que yo era Agus, la divertida, la que siempre tiene historias graciosas para contar?
-...
- Claro, que yo sólo soy la mina que se cae mientras limpia y te cuenta que tiene un machucón en el culo. Eso pensabas.
- No, no sé. No pensaba eso. O sí.
- Obvio que sí. Y soy esa Agustina. Pero también soy la otra. La que hizo lo que tenía que hacer.
- Bueno, y a mí me parece bárbaro que hayas conseguido lo que querías. Pero esa no es la clase de persona con la que yo quiero estar. Creo que fuiste sumamente egoísta, que pensaste sólo en vos, y que te chupó un huevo toda tu familia.
- ¡Y es verdad! Qué querés, ¿que te lo niegue?
- No, yo no quiero nada. Sé que vos pensás que fue lo correcto. Pero yo no.
- Bueno, genial. Entonces no tenemos nada más que hablar, porque es obvio que yo no puedo ir para atrás y cambiar lo que hice.
- Pero...¿estás enojada?

- Enojada, no. Qué sé yo. Me parece estupidísimo que me dejes por eso. Pero bueno, si te parece tan mal, no hay nada que yo pueda hacer.
- Disculpame, pero es lo que pienso.
- Y bueno, es como te digo. No hay nada que hacer, entonces.
- Mirá que te quise mucho, Agus. De verdad. Pero las cosas no están bien entre nosotros hace tiempo, y lo sabés.
- Obvio que lo sé. Desde que te dije lo que hice.
- No, peor, desde que me enteré. Porque vos no me ibas a decir nada.
- ¿Y fue mala idea no decirte? ¡Estás terminando conmigo por eso! Eso era justo lo que quería evitar.
- Y bueno, tarde o temprano me iba a enterar. Las mentiras tienen patas cortas.
- No todas - dije.
- Vas a ver que sí. Tarde o temprano se va a descubrir la verdad. No te quiero asustar, pero lo tuyo se va a saber en algún momento. Se van a dar cuenta de que es todo mentira.
- Bueno, bárbaro. ¿Algo más?
- No, nada. Me da mucha pena todo. Pero veníamos mal hace tiempo. ¿No te esperabas esta charla?
- Supongo que en el fondo sí...
- No me veas como el malo, entonces. Sólo fui el que lo dijo en voz alta.
- No es así, y lo sabés. Me estás dejando por lo que hice. El hecho de que estábamos mal era una consecuencia de eso, pero no estábamos mal vos y yo. O sea, no había ningún problema entre nosotros como pareja.
- Tenés razón.
- Sí, la tengo. Sólo quería dejar eso en claro. Pero, en fin. Terminamos.
- Sí, terminamos.

Me acerqué a él, como para despedirme, pero no supe lo que hacer. Él tampoco. Lo único que se me ocurrió fue darle un beso en el cachete. Y él se limitó a quedarse ahí, mirándome mientras me iba.

Bajé, y le conté a mi hermano. No lo podía creer. Me dijo que Sebastián era un estúpido. Le dije que capaz que para nosotros no era tan grave lo que hice, pero visto desde afuera era una aberración. Que, por lo menos, había sido lo suficiente malo para que me dejara por eso. Me dijo que no me preocupara, y que comiera chocolate. Me alegré mucho de tenerlo en casa.

Igual, no sabría explicarlo, pero no estoy muy mal. Supongo que es porque, como le dije, no me dejó por una pavada. Me dejó por algo que es parte de mí. Parte importante de mí. Y yo no soy sólo Agustina, la graciosa, la divertida. Soy Agustina, la que se casó con "su algo" para que le regalaran un departamento.

Y si no te gusta eso, querido, entonces no te gusto yo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Día 134 - Maquiavélica

Hoy, según el calendario judío, es Iom Kipur. El día del perdón. El día más sagrado del año.

Como se habrán dado cuenta, a mí el hecho de ser judía no me guía en la vida diaria. Es más, ni siquiera sabía cuando era Rosh Hashaná. Me enteré de la fecha por medio de una lectora, que me lo dijo de casualidad.

Sin embargo, hay algo de Iom Kipur que me pega un poco. Hoy, según la tradición, hay que comenzar un ayuno de veinticinco horas a las siete de la tarde, y culminarlo mañana después del toque del shofar. Éste es una especie de cuerno, que se toca en la sinagoga, para simbolizar el fin del ayuno.

Hoy, además, debe ser un día de reflexión. Se supone que cada uno debe buscar en lo más profundo de su ser y pensar en todo lo que hizo en el año. En lo bueno y lo malo. Y, como su nombre lo dice, pedir perdón cuando corresponda.

Y ahí es donde encuentro mi punto conflictivo. En el año pasado hice tantas cosas malas que ya perdí la cuenta. Le mentí a toda mi familia, les dije lo que pensaba de ellos de muy mala manera, y me fui de mi casa en base a un plan armado para engañarlos a todos. Algo completamente egoísta, por decir lo mínimo.

Y es por eso que este año no voy a ayunar, ni voy a ponerme a pensar en lo que hice. Por primera vez en mi vida. Y tomé esta decisión por el simple hecho de que hoy, si me pusiera a reflexionar sobre mi año, caería en la cuenta de que si bien logré lo que quería, fue a costa de hacer demasiadas cosas moralmente dudosas.

Y hoy, sólo hoy, ya no sé si creo en lo que decía Maquiavelo. Hoy, sólo hoy, no sé si el fin justifica los medios. Y hoy, sólo hoy, pienso en que no puedo, ni debo, reflexionar.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Día 133 - No hay dos sin tres

En mi curso de fotografía había un chico, Francisco, que siempre me pareció lindo, pero sobre todo, muy gracioso. Es de esas personas en las que te fijás porque tienen algo en la personalidad que te resulta atractivo. Pero yo pensaba que tenía novia, así que nunca me planteé la posibilidad de que pasara nada entre él y yo.

Sin embargo, un día me lo encontré en el messenger y nos quedamos chateando por casi cinco horas. Sí, cinco. La charla se cortó porque yo había pedido pizza y, cuando llegó, él salió a pasear a su perro.

Unos días después, me preguntó que tal estaba la pizza y le contesté que muy buena. "Un día te invito a comer así me llevás a ese lugar y lo compruebo por mí mismo, ¿qué te parece?", me preguntó. Le contesté que me parecía bien. Y así fue que ayer de noche salimos.

Después de cenar, propuse ir a comer algo rico (mi cuerpo pedía chocolate), y terminamos en el Mc Café. Yo pedí una lágrima y un muffin con chips de chocolate, y él un café con una cookie. Cuando pedís té o café, siempre te regalan bombones envueltos en un papel transparente. Y, cuando terminamos de comer, surgió la idea de hacer algo divertido.
- A ver - me dijo. - Vamos a joder un rato. ¿Qué se te ocurre?
- Mmm, hacemos así - contesté. - Los dos tiramos los bombones, y el que le emboca a la taza tiene derecho a obligar al otro a hacer algo.
- Me gusta. ¿Qué puede ser?
- No sé, decidilo vos. A mí ya se me ocurrió la manera de decidir a quién le toca.
- Bueno. El que pierde tiene que preguntarle a alguien de acá donde hay un telo. Pero sin reírse. Nada.
- Genial, me gustó.

Tiró primero él el bombón y no le embocó a la taza. Luego tiré yo, y el bombón entró perfectamente adentro. Nos empezamos a reír.
- ¿Que me das si lo hago? - preguntó.
- Nada. Estaba acordado que el que perdía hacía algo.
- Bueno, después vemos, entonces. Pero vos tampoco te rías porque se arruina todo.
- Bueno. Prometido.

Se paró, y se acercó a la mesa más cercana. Había una pareja de algo así como cuarenta años.
- Disculpen, ¿ustedes son de por acá? - preguntó.
- Sí - contestó el hombre.
- Ah, porque mi amiga y yo no. Y bueno, esto es muy incómodo, pero queríamos saber si de casualidad ustedes conocen algún...eh...telo por acá.

El hombre lo miró sorprendido y la mujer, horrorizada. Yo lo miraba a la distancia y hacía todo lo posible para mantener una cara seria, pero estaba a punto de explotar. Para dismular, giré la cabeza para el otro lado, y pretendí buscar algo en mi cartera.

- No - contestó el hombre. - La verdad es que no tengo idea.
- Pero, por favor, alguna idea tiene que tener, señor. Apiádese de nosotros, por favor. Estamos...con muchas ganas.

Cuando dijo eso metí la cabeza adentro de la cartera y me reí bajito para que Fran no se diera cuenta.
- No, no tengo idea. Preguntá en otra mesa - dijo el tipo, muy serio.
- Bueno, gracias. Y disculpen la molestia.

Volvió hasta donde yo estaba y me dijo que me tocaba a mí preguntarle a otra mesa. Me reí, y me acerqué a una en donde habían dos chicas de alrededor de treinta años.
- Chicas, disculpen. ¿Les puedo hacer una pregunta?
- Sí - contestaron al unísono.
- ¿Ustedes de casualidad saben donde hay un telo por acá? - pregunté con cara inocente.
- ¿Me viste cara de algo? - preguntó la más fea de las dos.
- No, para nada. Simplemente con mi amigo tenemos ganas de ir a uno y no tenemos idea donde puede haber. No somos de por acá.
- Ah, bueno. No, yo no sé - dijo, y miró a su amiga. - ¿Vos sabés?
- Sí - contestó la amiga. - Salís de acá, doblás a la izquierda...
- Ay, mil gracias.
- No, todo bien - dijo. Y se rió por lo bajo.

Tratando de contener la risa volví a donde estaba Fran.
-Subamos la apuesta. Vamos a preguntarle a gente por la calle, pero hay que agregarle algo a lo del telo. Algo fuerte.
- Me gusta como pensás - dijo.
- Soy una caja de sorpresas.
- Yo también - dijo. - A subir la apuesta entonces.

A partir de ahí preguntamos cualquier cosa. Fran llegó a decirle a un tipo que además de la dirección del telo quería la de un sex shop para comprar un vibrador porque tenía la fantasía de yo lo usara en él. Yo le dije a un grupo de chicos que teníamos ganas de hacer un trío, y les pregunté si alguno se ofrecía como voluntario. Uno me dijo "en un trío con un tipo no participo ni en pedo. Eso sí, si conseguís una mina que se prenda, llamame" dijo, y me dio su teléfono.

Debo decir que hacía muchísimo tiempo que no me divertía así. Y ver las reacciones de la gente después de las preguntas fue simplemente genial. Sus caras se transformaban, algunos se empezaban a reír y otros directamente no nos contestaban y empezaban a caminar en dirección opuesta.

Después de que le pregunté a un tipo si conocía algún lugar que fuera conocido por oficiar fiestas orgiásticas, sin reírme, Fran me dijo que había sido suficiente por hoy.
- Me sorprendiste, Agustina Ro. No sabía que te ibas a animar a tanto.
- Ya te dije, soy una caja de sorpresas.
- Y yo te dije que yo también - contestó. Acto seguido me agarró la cara, y me dio un beso.

Tuve épocas en las que estuve sola, y debo decir que no me miraba ni el compañero de facultad más feo. Ahora, que estoy con Sebastián y Martín, aparece Francisco. No hay dos sin tres, dicen. Y es verdad. Pero, mamma mía.

¡En que lío estoy metida!

viernes, 25 de septiembre de 2009

Día 132 - Happy face

Ayer, después que Sebastián se fue, me puse a llorar. Fabián, que recién llegaba, me preguntó que me pasaba. Le conté que a pesar de que yo quería estar con Sebastián, volver a ver las fotos con Martín había sido bastante fuerte. Que yo de verdad quería seguir adelante, pero que, por el momento me costaba.

Me dijo que me quedara tranquila en mi cuarto, y que no saliera porque me iba a dar una sorpresa. Obediente, como soy de a ratos, le hice caso. Prendí la computadora, y empecé a leer blogs. En un momento, escuché ruido de que se caía algo al piso. Le pregunté si estaba todo bien y me dijo que sí, que no se había roto.

Me empecé a imaginar todos los escenarios posibles. Que salía y estaban todos mis platos rotos. O que las pocas cosas que solían estar en la heladera ahora estaban desparramadas en el piso. O que mi cocina estaba hecha un asco, por un intento fallido de Fabián de cocinar.

A la media hora me dijo que "me permitía" salir del cuarto. Con toda la intriga del mundo, abrí despacito la puerta. Lo primero que percibí, fue que el piso estaba intacto. Sólo se había caído una asadera, que por suerte, no estaba rota.
Lo segundo que vi fue a Fabián sonriendo de felicidad. Y lo tercero, fue a él abriendo el horno con cara triunfal.

Suavemente, con una manopla, sacó algo del horno. Parecía ser una tarta. Me acerqué.

Cuando ví lo que había hecho me morí de ternura. Era, efectivamente, una tarta. De jamón y queso. En el piso de arriba del todo había puesto sólo queso. Y además, había cortado jamón en tres pedacitos. Dispuso dos como si fueran los ojos, y abajo de ellos un tercer pedazo, que oficiaba de boca. Mi adorado hermano, arriba de la tarta, me había dibujado una carita feliz.

No pude evitar sonreír.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Día 131 - Ficción y realidad

Ayer de tarde, como es costumbre de los días miércoles, Seba vino con una bolsa de facturas. La diferencia fue que esta vez, además de la comida, vino con un pedido.
- ¿Me mostrás las fotos de tu casamiento?
- ¿Querés ver las fotos? - pregunté extrañada.
- Sí, ayer estaba pensando en eso. En que me gustaría verlas.
- ¿Pero es por algo en especial?
- No, simplemente por curiosidad.
- Bueno, yo no tengo problema, ¿pero no te parece que sería un poco fuerte verlas?
- ¿Por?
- Y...son fotos mías casándome con otro tipo.
- Pero "de mentira".
- Sí, pero igual. En las fotos parece que fuera "de verdad".
- Bueno, mostrámelas igual.
- ¿Seguro?
- Sí.
- Bueno, vení - dije. Le agarré la mano y lo llevé a mi cuarto. Mientras estaba sentado en el colchón abrí el ropero y saqué la caja con las fotos.

Moví la caja hasta donde estaba él y me senté a su lado.
- Bueno, esta es del civil - dije, y le di una en la que no hay ningún contacto fuerte entre Martín y yo.
- Las otras quiero. Las de la fiesta.
- Bueno, pero mirá que fue una reunión chica.
- Igual.

Seguí revisando la caja y encontré una foto horrible. Horrible para él, digo, porque para mí es una foto hermosa. Es de cuando llegamos al salón después de la sinagoga, estábamos sólo mi hermano, Martín y yo. Se la dí a Sebastián.

En la foto está Martín, con su trajecito negro, mirando a la cámara y sonriendo. A su lado estoy yo, con mi vestido blanco, precioso, perfecto, agarrándole la cara y dándole un beso en el cachete. Para una persona que mira la foto, es más que obvio que Martín y yo nos amamos. En ella nos vemos felices, divertidos, enamorados.
Me acuerdo que mi hermano agarró mi cámara réflex, se sentó en una mesa y nos dijo "olvidense que estoy acá". Y eso hicimos.

Empezamos a hablar de pavadas y a reírnos de chistes internos nuestros. Nos divertimos con la situación de ser marido y mujer. No podíamos creer que, después de todo lo que costó llegar a ese momento, ahí estábamos. Casados. Al fin.

Y ahí, un flash. La foto de ese momento es de mí riéndome, mientras Martín me agarra la mano. La veo ahora y me dan ganas de llorar. Saco esa otra foto, y se la doy a Sebastián. Sin embargo, no me responde, y sigue mirando la otra foto, completamente absorto en sus pensamientos.
- Tierra llamando a Sebastián.
- ...
- ¡Seba!
- Sí, disculpá, es que me mató esta foto. De verdad que parecés...feliz.
- Parezco.
- Y estás muy linda, además. No sé como explicarte. Se te ve...muy bien.
- Y bueno, entre el vestido y el maquillaje, cualquiera queda linda.
- Pero más allá de eso. Se te ve feliz, de verdad.

Traté de contener las lágrimas que amenazaban con escaparse. Giré la cabeza, y seguí revolviendo la caja, para evitar que me viera.
- Mostrame más - dijo.

Y le mostré todas. Y con cada foto que sacaba me iba poniendo más y más triste. Martín y yo abrazados. Martín y yo, con mis brazos alrededor de su cuello y los suyos alrededor de mi cintura. Martín y yo, con nuestros dedos entrelazados, dándonos un beso.

Por suerte, cuando pensé que ya no iba a poder aguantar las lágrimas un sólo segundo más, escuché el sonido de las llaves en la puerta y apareció Fabián. Se saludaron, mi vecinito me dio un beso y me dijo que nos veíamos el sábado. Asentí.

Ahora, ya sin Sebastián en mi cuarto, vuelvo a mirar las fotos y pienso en sólo una cosa. En cuanto me gustaría que lo que muestran esas fotos fuera, efectivamente, la realidad.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Día 130 - Psychoanalyze this

Estaba muy ansiosa por ir a lo de Teresa. Sentía que tenía un millón de cosas en la cabeza y necesitaba sacarlas para poder obtener un poco de claridad mental. Así fue que le conté, en primera instancia, de mi revolcada con Martín.

- ¿Y cómo te sentiste después? - preguntó mientras se prendía un cigarrillo.
- Y...en el momento no pude pensar mucho porque nos tuvimos que ir a la cena. Pero cuando tuve un rato para meditar sobre el tema, me sentí culpable. Muy.
- ¿Culpable por lo que hiciste?
- No. O sí. Por Sebastián, más bien.
- Entiendo.
- Yo no entiendo. ¿Por qué lo hice? - pregunté.
- A ver, ¿por qué lo hiciste?
- No sé, te juro que no sé. Fue como que nos vimos y cuando me quise dar cuenta nos estábamos sacando la ropa.
- ¿Te arrepentís?
- Sí. O no. No sé. Me siento mal por Sebastián.
- ¿Qué es exactamente lo que sentís?
- Que estuve mal, muy mal. Y me siento una hija de puta, porque a él le metieron los cuernos y fue horrible. Y acá estoy yo, haciendo lo mismo.
- Y si sabés que no debías haberlo hecho, ¿por qué lo hiciste?
- ¿Qué querés decir? ¿Que me auto-saboteo?
- ¿Vos pensás que te auto-saboteás?
- Sí, puede ser. La relación que tengo con Sebastián es la mejor que tuve en mi vida. Y ya ves como la estoy arruinando.
- ¿Y por qué pensás que te auto-saboteás?
- Porque creo que Sebastián es demasiado bueno para mí.
- La palabra "demasiado" tiene una connotación negativa.
- Lo sé, y por eso la uso. No sé que hace con una mina como yo. Cualquier otra estaría feliz de la vida de tenerlo a él.
- ¿Y vos no lo estás?
- A veces, de a ratos. Pero veo a Martín y se me va todo a la mierda. Todo.
- ¿Qué es lo que sentís cuando ves a Martín?
- Que quiero que no se vaya nunca más. No lo quiero volver a perder. Lo amo.
- ¿Y qué es el amor para vos?
- Ay, Teresita, qué pregunta. Qué sé yo lo que es el amor. Te puedo decir lo que me parece que incluye.
- A ver.
- Bueno, yo creo que el amor incluye poder ver un futuro con la otra persona, y no sé si me pasa con Martín. Por eso creo que lo amo, pero no estoy enamorada de él. ¿Se entiende?
- Perfectamente.
- ¿Y cómo te ves vos al lado de Martín? Es decir, ¿quién sos y quién podés ser cuando estás con él?
- ¡Hoy estamos con preguntas para nada fáciles, eh!
- El tema que trajiste vos a terapia hoy no es nada fácil.
- Touché.

-¿Tenés claro que acá no estamos hablando ni de Martín ni de Sebastián, no? - preguntó.
- Perfectamente.
- ¿Entonces?
- Entonces a mí me gusta la persona que soy cuando tengo a Sebastián al lado, no a Martín.
- ¿Quién sos con cada uno?
- A ver, con Martín soy una mina insegura. Totalmente. Es como que siempre estoy pensando en lo que va a pasar cuando cruce la puerta. Nunca sé si va a volver. Nunca sé si me quiere como yo a él. Nunca sé si tenemos alguna posibilidad de llegar a algo en algún momento.
- Muy bien. ¿Y con Sebastián?
- Con Sebastián es todo muy diferente. Es como que lo veo y me da seguridad. Sé que le gusto, y sé que piensa mucho en mí. Y además, siempre se preocupa por mí.
- ¿Por ejemplo?
- Por ejemplo, es un tipo que va al supermercado y estando ahí piensa que yo no sé cocinar y que capaz tengo hambre, entonces compra el doble de todo para cocinarme a mí. Me toca timbre cuando ya está todo pronto y después me dice que pensó en mí mientras hacía las compras, como si fuera lo más natural del mundo.
- Muy bien. ¿Y qué más te gusta de él?
- Me gusta que sea un caballero. Todavía me acuerdo de la vez que me emborraché en su casa, me cargó hasta su cama y durmió en el sillón para que yo no me sintiera incómoda.
- Me acuerdo.
- ¿Qué más? Qué sé yo, todo me gusta de él.
- ¿Y entonces por qué estás con Martín?
- Porque me mueve el piso. Por el simple hecho de ser...Martín.

- A ver, vamos a ordenar un poco las ideas - dijo.
- Bien.
- ¿Quién querés ser? ¿La novia de Sebastián o la de Martín?
- La de Sebastián. Pero a la vez me cuesta horrores desprenderme de Martín.
- Lo sé.
- Claro, Teresa. Vos lo sabés mejor que nadie. Hace cinco años que entro a este consultorio para hablarte de Martín.
- ¿Y eso cómo te hace sentir?
- Una imbécil.
- Bien. ¿Por qué?
- Porque nunca pude aceptar que es un amor no correspondido. O que lo es, pero que nunca nos correspondemos en el mismo momento.
- ¿Entonces?
- Entonces no quiero más eso.
- Entonces dejá de sabotear lo que tenés con Sebastián.
- Bien. Lo voy a hacer.
- Bien. ¿Dejamos por acá?
- Bueno. Otra sesión genial, como siempre, Teresita.
- La sesión la hace el terapeuta en conjunto con el paciente.
- Bien. Fue un buen trabajo de ambas, entonces.

martes, 22 de septiembre de 2009

Día 129 - Don't worry, baby (continuación)

Miré a Fabian. Miré al bolso. Miré a Martín. Miré al sobre de dormir. Volví a mirar a Fabián. Lo hice pasar.

Apoyó el bolso en el piso, y se dirigió a mí.
- Perdón, gorda, pero no sabía que más hacer - dijo.
- No me tenés que pedir perdón. No hay problema con que te quedes acá unos días.
- Es que no sé si son unos días nada más.
- ¿Por qué? ¿Qué estuviste pensando?
- Que no quiero volver a casa.

En ese momento miré a Martín, que estaba parado al lado mío, sin saber lo que decir.

- Yo me voy así hablan bien. ¿Te parece, Agus? - preguntó.
- No, quedate. También quería hablar con vos - contesté.
- Bueno, pero nosotros podemos hablar otro día. Esto es más urgente.
- Sí, tenés razón - dije. En cierto sentido me alegré por posponer la charla, ya que me daba más tiempo para pensar sobre lo que quería hacer con él. - Hablamos, entonces.
- Hablamos, esposa - dijo, y me dio un pico. - Y chau Fabián, espero que puedas resolver esto. De última, te casás con alguna amiga tuya y tema resuelto. Jajaja.
- Sí, lo estuve pensando - agregó mi hermano. - Te juro que creo que es la única solución.
- Mirá que mantener las apariencias no es tan fácil como parece. Te lo dije en chiste, debe haber otra opción.
- No sé. Capaz que sí. Voy a hablar con mi hermanita a ver que se nos ocurre.
- Bueno, gordo cerdo, vamos a hablar - le dije a Fabián. Luego giré la cabeza hacia Martín, que estaba en la puerta. - Y vos y yo también, esposo.
- Sí, obvio. Pero ahora ocupate de Fabián. Y piensen bien que le dicen a su madre, porque no sé si es creíble que él se venga para acá si vos y yo estamos casados.
- Uh, es verdad. No se me había ocurrido - le contesté, y después miré a Fabián. - Ponele que te daría cosa venir, capaz que te irías a lo de un amigo, qué sé yo.
- Sí, es verdad - dijo Fabián. - ¡Buena, Martín!
- Jajaja, ¿viste? Tu hermana eligió bien - dijo, y se rió. - Nos vemos, chicos.

Fui hasta la puerta, cerré, y volví a donde estaba mi hermano.
- Ay, gorda, no tengo idea de que hacer.
- No te preocupes, algo vamos a inventar.
- Sí, lo que sea, pero te juro que a casa no puedo volver. Es como que desde que no estás vos, todo es mucho peor.
- ¿Por?
- Y...porque cuando estabas vos de última en la cena nadie hablaba, pero yo con vos sí. Ahora me siento con mamá y papá y es un silencio total. Es horrible. Me dan ganas de engullirme todo para pararme más rápido de la mesa y reducir el tiempo de incomodidad. O a veces directamente me voy para no tener que pasar por esa situación.
- Jaja, como hacíamos antes. ¿Te acordás cuando fuimos una semana seguida todos los días a Burger King cuando mamá decidió no dirigirnos la palabra? - pregunté.
- ¿Cómo no me voy a acordar de eso? Fueron días gloriosos. Mientras estábamos fuera de casa, por supuesto. Adentro, era una situación insostenible.
- Sí, obvio. Es que era imposible quedarnos a comer.
- Imposible, tal cual. Imaginate ahora que estoy yo sólo.
- Sí, debe ser dificilísimo.
- Y encima, ahora no me van a dar más plata por lo que hice, así que no tengo un peso.
- Vos no te preocupes que algo vamos a inventar.
- ¿Segura?
- Sí. Y te vas a quedar acá hasta que ideemos algún plan.

- ¿Me prometés que no voy a volver a casa? - preguntó.
- Prometértelo no puedo porque no sé que va a pasar. A mí apenas me está dando la plata para pagar las cuentas y etcétera. Menos mal que el abuelo me dio algo para tirar el primer año, sino estaría vendiendo mis órganos a esta altura.
- Jajaja. Y yo encima vengo sin un mango. Tengo ciento veinte pesos en la billetera. Nada más.
- Bueno, pero eso no es tanto problema porque todavía algo queda. El tema es que tenemos que buscar una solución más a largo plazo.
- Bueno, mañana pensamos bien. ¿Te jode que haya venido para acá?
- No, al contrario. Creo que va a ser divertido.
- Sí, yo también, gorda cerda. ¿Sabías que sos mi hermana preferida?
- Obvio que lo sabía. Es la certeza que una tiene cuando es la única hermana.
- Jajaja, es verdad. ¡Pero eso no quita el mérito!
- Jajaja, es como cuando gané Mejor Femenino en un torneo de ajedrez porque era la única mujer. ¿Te acordás?
- Ay, es verdad. Pero igual, eras la mejor. ¿O no?
- Y, en cierto sentido, sí.
- Y bueno, gorda. Sos la mejor hermana. ¿Decís que va a estar divertido que viva acá, entonces?
- Obvio. Ni lo dudes. Esto va a ser todo lo opuesto a vivir en la otra casa. Por algo es "casa nueva", y la otra "casa vieja".
- Creo que me gusta "casa nueva" - dijo.
- ¿Sólo te gusta? La vas a terminar amando. Casa nueva es lo más.
- Por ahora me encanta. Pero igual, me preocupa no saber que voy a hacer.
- Ahora no ganás nada con ponerte a pensar en eso. No te preocupes más. Mañana vemos bien qué opciones hay.
- Bueno, te hago caso, hermana mayor. ¿Vamos a comprar algo rico de chocolate?
- Me leíste la mente, chiquito. Justo tenía "hambre de chocolate".

lunes, 21 de septiembre de 2009

Día 128 - Huésped

No pude escribir porque en estos últimos días pasaron muchas cosas. Tantas, que ahora hay un hombre en mi ducha, que no es ni Martín ni Sebastián.

Vamos por partes.

El sábado de noche, a las ocho y diez tocó timbre Martín. Nos saludamos, como la última vez, con un beso en el cachete. Teníamos que hablar, de verdad que yo quería tener una charla con él, porque me pareció que teníamos muchas cosas que aclarar. Sin embargo, fui poseída por alguna fuerza extraña que me impidió pensar correctamente cuando Martín me dio un beso en la boca.

Después del beso, empezaron las caricias. Primero arriba de la ropa, después por adentro de la misma. Le doy besos en el cuello y, despacito, le saco la remera. Me saca la mía. Sé que está mal, está muy muy mal lo que estoy haciendo pero no puedo parar. Siento su perfume y ahí sí, sé que ya está todo perdido.

Sin sacarnos las manos de encima nos vamos para mi cuarto. Caemos en el colchón. Estoy tirada y Martín me da besos en la panza, después sube hasta llegar al cuello y se queda ahí por un largo rato. Esos besos me dan ganas de sacarle todo, por lo cual le abro el botón del jean y le bajo el cierre como señal de que se lo saque. Lo hace y luego dice "Igualdad de condiciones, mi amor. Sacátelo vos también". Le hago caso. El pantalón sale volando y queda tirado en alguna parte de mi cuarto.

Pienso en Sebastián, en que tenemos poco tiempo porque tenemos que ir a la cena, pero no puedo evitar seguir. Lo veo a Martín que viene subiendo por mis piernas hasta llegar al encaje de la bombacha y ya pierdo todo rastro de cordura.

Me siento y lo tiro a él, despacito, en el colchón. Cuando está acostado le doy besos en la panza, subo hasta el cuello y después a la oreja. "Me matás", me dice, a la vez que me desprende el corpiño.

Y ahí estamos, yo sólo con bombacha y él sólo con boxer. Esas simples piezas de tela nos separan de lo incorrecto, de lo que no debemos hacer pero ya no podemos controlar. Lo miro, me mira y me pregunta si quiero parar. Le digo que no.

Me acuesta, y empieza a subir por mis piernas de nuevo. Despacito, agarra el borde de la bombacha y lo va deslizando hacia abajo. Luego, agarra el otro borde y suavamente me la va sacando.

Estoy completamente desnuda y quiero que Martín lo esté también. En ese instante. Me acerco al elástico del boxer y le doy besos por ahí. Siento que su respiración se empieza a agitar cada vez más. Se lo saco.

Lo hacemos. Es de nuestros mejores polvos, cabeza a cabeza con uno que tuvimos hace unos meses en casa vieja, mientras mis padres estaban en Punta del Este, y mi hermano y María durmiendo a pocos metros de nosotros.

Nos quedamos un rato tirados en la cama, abrazados. Sé que tenemos que levantarnos, sé que tenemos que ir a lo de mi abuela y, sobre todo, sé que tenemos que hablar de lo que pasó. Pero no quiero hacer nada de eso. Quiero quedarme tirada ahí, con él, en silencio.

Pasan unos minutos y suena el celular. Saco el brazo de Martín de encima de mi hombro, me pongo la bombacha y voy hasta la cocina. Es un mensaje de Fabián, en el cual pregunta si va con mis padres o si lo paso a buscar. Le contesto que vaya con mis padres, para tener un tiempo más con Martín antes de ir. Miro la hora, y son nueve menos cinco. Tampoco voy a tener tiempo con mi marido, le aviso que se vaya vistiendo.

Voy corriendo hasta el cuarto y me empiezo a vestir. Pienso en lo aburrido que es vestirse y en lo divertido que es desvestirse. Veo a mi marido con ropa puesta y pienso que es mejor al natural. Me dan ganas de decirle que se vuelva a sacar todo, que podemos quedarnos ahí toda la noche, comiendo cosas ricas y cometiendo actos impuros. Pero no, sé que Fabián ya está en camino y me va a matar si no voy a la cena.

Bajamos en el ascensor, y mientras caminamos por el estacionamiento me agarra la mano. No entiendo nada porque nunca fue cariñoso, pero no quiero pensar más. Quiero sacarme de encima esa cena de mierda y después sí, hablar de nosotros.

Llegamos tarde, medio despeinados. Cuando saludo a mi hermano me pregunta si acabamos de coger, le digo que sí y me río. Mi madre debe haber escuchado (o se lo debe haber imaginado), por lo que me miró con cara de orto. Se ve que después del casamiento tampoco está bien tener sexo para ella. O capaz que la cara de culo es porque llegué tarde. O capaz que no es por nada en especial, la tuvo siempre.

Empiezo a saludar a todos, y cuando llego a mi abuela me dice en secreto "más te vale que no arruines la cena con tus escenitas dramáticas". Pretendo no escucharla y sigo saludando a todos.

Como siempre, mi tío Daniel está monopolizando la conversación. Le cuenta a todos de la vez que en un museo en Londres, dijo que sus hijos tenían 11 y 13 años para pagar el precio de menores de catorce. En esa época, mis primos tendrían 19 y 21, o algo así. Dice que los mandó a que se escondieran mientras sacaba los tickets para que nadie los viera. Pienso en que cada vez que tengo cenas familiares siento más vergüenza ajena hacia mis parientes. Y me asombro, también, porque pensé que ya había escuchado todas las historias de mi tío Daniel. Pero no, él siempre va a haber inventado una excusa más para ahorrar un poco de plata.

Seguimos todas las tradiciones. Comemos jalá (una especie de pan) gulá (redonda), para tener un año redondo. Comemos manzana con miel para tener un año dulce. Mi tío Marcelo hace las bendiciones correspondientes, la del vino y la de la jalá. Por joder, le agarro el culo a Martín. Se ríe. Todos nos miran con cara de orto. Ni me importa.

Nos sentamos en la mesa, y empiezan a surgir los mismos temas de conversación de siempre. Mi abuela dice que Lital, la hija de no sé quien, se casó con el hijo de un tal Gustavo. Mi madre aporta detalles, como que ella antes salía con Nicolás, el hijo de Silvita. Mi abuela acota que Silvita es de esas mujeres que "no se arreglan", sólo porque no va a la peluquería todas las semanas como ellas dos. Las miro juntas y me doy cuenta de que son lo mismo, son los mismos comentarios, los mismos intereses superficiales, y las mismas maneras de hablar despectivamente con respecto a todo el mundo. Me alegro enormemente de no ser como ellas.

En un momento, no sé como, la atención se desvía hacia mi hermano. Empiezan los reclamos de parte de mi abuela por faltar la noche anterior. Fabián dice que fue a lo de su mejor amigo e hizo la cena con ellos. Mi abuela le dice que es un irrespetuoso y que es por la culpa de gente como él que muchos judíos se están asimilando. Es tan ridículo lo que dice que siento que voy a empezar a reír en cualquier momento. Pero siento que si abro la boca, aunque sea por un segundo, le voy a decir tantas cosas que no voy a tener más remedio que pararme e irme y pienso que la comida está demasiado rica como para dejarla en el plato. Además, todavía no comí postre, y pienso en que debería aguantar un rato más.

Mi abuela le sigue diciendo a Fabián que estuvo mal. Que como puede ser que le haya importado tan poco la cena del día anterior. En ese momento, mi madre hace una aparición estelar.
- Es culpa de Agustina eso, estoy segura.
- Basta, mamá -dijo Fabián. -Ella no tiene nada que ver.
- Ni te gastes, gordo. Que piense lo que quiera - agregué.
- ¡Pero claro que pienso lo que quiera! Pienso que vos le dijiste que no viniera a ver que pasaba. A ver si era en serio que no le íbamos a dar plata por un mes.
- Suficiente, mamá - dije. -Yo no le tengo que decir qué es lo que tiene que hacer. Tiene casi veinte años, por favor.

En ese momento, miré a Fabián y vi que se estaba levantando de su silla. Se sacó la servilleta de la falda y la tiró sobre la mesa. Debo decir que, una vez abrió la boca, pensé en que nunca en la vida lo había visto tan parecido a mí.
- Me tienen harto. Todos ustedes me tienen podrido con las obligaciones, las costumbres y las cosas que hay que hacer. Son insoportables todos. In-so-por-tables, ¿entienden? No pueden aceptar por un segundo que capaz que alguien no tiene ganas de venir a comer, o que las personas no tienen por qué escuchar chusmerío barato de la gente de la colectividad. ¿Entienden que puede ser que a nadie le interesa que Pepito se casó con Pepita? ¿O que a nadie le importe si te ahorraste dos dólares, tío?

Hizo una pausa, y continuó.

- Me pudrieron. Todos ustedes. Mamá, papá, no los aguanto más a ustedes tampoco con sus amenazas de no darme plata si no hago lo que ustedes quieren - dijo, y me miró. - Gorda, Martín, nos vamos.

Lo miré estupefacta, orgullosa de él por lo que había hecho pero sin saber que iba a pasar después. Fabián me pidió que lo dejara en casa vieja y que después hablábamos bien. "Tengo mucho en que pensar", me dijo.

Como todavía no habíamos tenido oportunidad de hablar con Martín de lo que había pasado, le dije que se viniera conmigo para el departamento. Sin embargo, la charla nuevamente se vio desplazada cuando sonó el timbre.

Cuando abrí la puerta, me encontré con Fabián. En una mano tenía un bolso, y en la otra, un sobre de dormir.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Día 127 - No sé de que hablás

Ayer de tarde llamé a mi madre para decirle que iba a pasar la primera noche del festejo por Rosh Hashaná en la casa de los padres de Martín. Yo sabía que no iba a reaccionar bien, pero la verdad es que no me afectaba mucho. La llamé, simplemente, para que se diera por enterada.

-...yo sabía que algo ibas a hacer. Estaba segura, eh. Segurísima.
- Ay, mamá, no dramatices, por favor. Hay veces que ustedes van a tener la prioridad y hay otras en las que la va a tener la familia de Martín. Es lo correcto.
- No, no. No digas pavadas, te lo pido. La familia de la mujer siempre está primero.
- ¿De dónde sacaste ese disparate?
- No es ningún disparate. La familia de la mujer tiene la prioridad. No lo inventé yo, pero es así.
- No estoy de acuerdo. Corresponde una noche con cada familia.
- No, Agustina, te equivocás. Pensá en tu niñez, ¿a qué casa ibamos siempre? ¿A lo de tu abuelo? No, señor. A lo de Rebecca, siempre. Y tu papá nunca se quejó.
- No se quejó nunca porque es tu títere y va para donde vos le decís que vaya. Otro tipo te manda a la mierda si le salís con que tu familia siempre tiene la prioridad.
- Tenés que aprender de mí, entonces. Tenés que lograr que nosotros estemos siempre antes de la familia de Martín.
- No tengo nada que aprender de vos. En fin, llamé sólo para avisarte que no iba a ir, no para pedirte permiso para faltar. A esta altura de la vida no te tengo que consultar antes de hacer las cosas. Hoy voy a comer a lo de mis suegros y punto.
- ¡Qué caprichosa! Sólo te digo que vengas hoy en vez de mañana, hoy es la noche más importante.
- Ya le dije a Martín que iba a su casa. Tema terminado. Te dejo. Hablamos.
- No, no me vas a cortar porque tenemos que hablar. ¿Qué es eso de que Fabián no viene a la cena hoy?
- Qué sé yo. Tema suyo.
- Dale, Agustinita, no te hagas la boba. Estoy segura que tuviste algo que ver.
-No sé de que hablás.
- Sabés perfectamente de que hablo.
- No, la verdad es que no sé. Yo ni hablé con él, pensé que iba.
- No, no viene. Y justo, vos tampoco venís.
- Basta, mamá. Me hartás.
- ¡Ustedes me hartan a mí! Fabián dice que se va a lo de un amigo a comer para no ir a la cena, vos me decís que te vas a lo de Martín. Y bueno...qué se le va a hacer. Uno no elige a la familia.
- No, desgraciadamente uno no la elige. Pero bueno, tampoco la tiene por que soportar.

Y le corté.


Fabián vino a eso de las ocho de la noche, comimos Burger King, y nos quedamos hasta altas horas de la madrugada recordando hitos de nuestra niñez. Hoy supuestamente tendríamos que ir a la segunda cena, pero no sabemos que hacer.

En otro orden de cosas, falta poco para que venga Martín. Tengo un nudo en el estómago de los nervios, y una ansiedad de la gran puta. Mañana les cuento.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Día 126 - Poco ortodoxos

De: Fabián
Para: Agustina
"Gorda cerda, más te vale que no me dejes sólo mañana"

De: Agustina
Para: Fabián
"Sorry, pero ya decidí que el viernes voy a tener fiebre. No podés zafar?"

De: Fabián
Para: Agustina
"No, no way. Mamá me dijo que si no voy no me dan plata en todo el mes. Ni un peso. Me lo repitió. Dale, please"

De: Agustina
Para: Fabián
"No, no puedo. No le puedo decir a Martín que venga en vez de cenar con su familia. No da"

De: Fabián
Para: Agustina
"Llamalo y tanteá a ver que onda. Please, no me dejes solo. Pensá en como te ayudé con tu vecino la otra vez :) "

Pensé en todo. En lo bueno y lo malo de ver a Martín. En lo bueno y lo malo de ir a la cena. En lo bueno y lo malo de no ir a la cena. Y decidí, que lo mejor iba a ser llamar a Martín antes de seguirle dando vueltas al tema a ver cuales eran sus planes.

- ¿Hola?
- Querido, it's me.
- ¿Cómo estás, Agus?
- Bien, ¿vos?
- Bien. Creo saber por qué me llamás.
- A ver...
- Rosh Hashaná, ¿le emboqué? - preguntó.
- Sí. Tenés buena intuición.
- Jaja, no es intuición. Era obvio que íbamos a tener que ir. Pero igual, vamos a tener que negociar.
- Te escucho.
- Mañana tengo que cenar con mi familia. Es la primera cena y no puedo faltar.
- ¿Entonces?
- Si querés voy con vos a la del sábado. ¿Hacen segunda cena?
- Supongo que sí. Esta gente hace todo lo que hay para hacer.
- Jajaja. Bueno, eso es lo que te puedo ofrecer.
- Bueno, me sirve. Les digo que el viernes hacemos cena en tu casa, y el sábado con ellos.
- Está bien eso. Es creíble.
- Sí. Bueno...

(Silencio incómodo)

- Y...¿qué es de tu vida? - preguntó para llenar el vacío.
- Todo tranquilo. ¿La tuya?
- Sí, también. Si querés el sábado voy temprano a tu casa y charlamos. Hace mucho que no hablamos bien. ¿Te parece?
- Sí, dale. Venite a las ocho, porque seguro que es a las nueve como la cena de mañana.
- Dale. Bueno, nos vemos el sábado, entonces. Un beso.
- Otro.

Corté y me quedé pensando. En él, en todo. En él, entrando el sábado por la puerta. En él dándome besos, muchos, en todos lados. En él diciéndome que todo este tiempo me extrañó y que soy la mujer de su vida.

En el medio de esa película imaginaria, me llegó un mensaje de Fabián. Decía simplemente "Y?".
Le intenté explicar lo que pasaba, pero se enojó. Me dijo que al menos fuera sola, y el sábado con Martín, pero le dije que no tenía sentido. Que se supone que las parejas comen un día con cada familia.

Y, para mi sorpresa, no sólo se le fue el enojo sino que se le ocurrió otra idea.
"Que se vaya a la mierda Mamá. Seguro que ni siquiera cumple su amenaza, y me da plata igual. Me voy a cenar a tu casa el viernes y que se vayan todos a cagar. Hacemos nuestro propio Rosh Hashaná. Sin parientes estúpidos y con hamburguesas de burger king en vez de guefilte fish".

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Día 125 - I've got a feeling

Mensaje en el contestador:

(Léase con voz de orto)
- Agustina, el viernes es Rosh Hashaná y hay cena en lo de tu abuela. Viene el novio de ella y todo. Mas te vale que te dignes a venir y no inventes algo a último momento como hiciste el año pasado. Los esperamos a las nueve. En punto. Sé que siempre llegás tarde a todos lados como si tu tiempo importara más que el de los demás. Por eso te aclaro, en punto.
Besos, Mamá.

Estuve pensando mucho sobre qué es lo que debería hacer. Y creo que justo el viernes voy a tener fiebre.

No sé, es sólo un presentimiento.

martes, 15 de septiembre de 2009

Día 124 - Inner dialogue

No, no, no. Fideos otra vez no, please. ¿Arroz? No, peor. Para eso vuelvo a los fideos. Capaz con atún los como. No, basta, Agustina. Sabés que te dan ganas de pegarte un tiro sólo de ver ese paquete de nuevo. ¿Y giacomo? De última son de jamón y queso. No, basta, no más pasta en cualquiera de sus formas.

Sabés que en algún momento tenés que aprender. Lo sabés, chiquita. Y sabés que no podés postergarlo más. Dale, buscá alguna receta en internet. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Que salga mal. Y bueno, ¿es tan grave? No, para nada. Sería otro fracaso a nivel personal, pero en fin. Callate la boca, si siempre te sale todo bastante bien. Es verdad, no lo voy a negar. Las cosas en mi vida siempre tienen tres etapas, en la primera parece que va a salir todo bien. En la segunda parece que todo se va a la mierda. Y en la tercera, todo se soluciona mágicamente. Es decir, que aplicado a la cocina, me va a parecer al principio que sí, efectivamente puedo cocinar ese plato. ¿Cuán difícil puede ser? Agustina es la mujer maravilla y todo lo puede así que le va a salir bien. Pero después, me voy a encontrar con un punto conflictivo. ¿Qué onda? ¿No era que podías con todo? Sí, obvio que sí. Vos dejame tranquila que yo me arreglo. Y ponele que al final más o menos me salga. Es decir, no es que me vaya a quedar como le quedaba a María, pero supongo que va a ser mejor que fideos otra vez.

Ok, genial. ¿Qué tengo ganas de comer? Uh, chocolate. Tengo las re ganas de algo de chocolate. ¿Chocolate? ¡Ayer cenaste una barra de chocolate! Sí, ya sé, pero decía algo tipo torta de chocolate o brownies, no necesariamente chocolate en barra. No, basta de chocolate. Tenés que comer comida. De lo contrario vas a tener que abandonar el departamento que tanto amás porque ya no vas a pasar por la puerta. Sí, es verdad, no da. No da ni un poquito. Jajaja, qué expresión de mina boba. "No da ni un poco". Re de cierta blogger que odio con todo mi ser.

Ok, no nos desvíemos del tema, diosa. ¿Diosa? Ay, sí, re. Hoy me siento una diosa, no sé por qué, pero me desperté sintiéndome linda hoy. ¿Por algo en especial? No, no sé. Tenía el pelo lindo y además dormí bien porque me hice la boluda y no fui a la facu. Jajaja, qué desastre. Apagué el despertador como si nada, ¿entendés? Y yo sabía que tenía que ir, te juro que sí, pero la cama estaba tan pero tan linda que no daba levantarse. Además, ¿para qué me iba a levantar? Si a fin de cuentas no estoy segura de querer seguir esta carrera. Ay, sorry, de nuevo me voy de tema. Es como me dice mi amiga Romi, "vos nunca terminás de contar una historia". Jaja, es que es verdad, siempre me cuelgo y te hablo de cualquier cosa y después quiero retomar el hilo pero no puedo. Me fui, ¿entendés? Me fui de tema y no puedo volver. Y Romi se enoja porque quería saber qué pasaba y yo como una idiota le digo "Sorry, mi amor. ¿Qué te estaba contando?". Y ella se ríe y me dice que no tengo remedio. Y yo me río también, porque es verdad, no tengo. Igual no le cuentes a nadie. O sí, contalo. Así todos nos reímos de mí. Pero nos reímos bien, eh. Porque yo también me río de mí entonces es divertido.

En fin. Back to earth. Tengo que decidir que quiero comer. Tengo ganas de carne, pero tipo carne-carne. No patys, ni milanesas horribles de super. Carne. Con papas o algo así. O, mejor todavía, ¡strogonoff de carne! Sí, sos una genia. Una genia total. El strogonoff de carne la rompe. Mal. Uh, pero igual, no debe ser tan fácil hacer esa salsa. Busquemos en Google. "Receta de strogonoff de carne". Enter. Ok, veamos. ¿Dos kilos de carne? Yo no entiendo nada pero sé que dos kilos de carne para mí sola no puede ser. No puede. Debe ser tipo para un grupo de gente. Pero yo soy sola. ¿Cómo le explico a Google que soy sola? ¿Pongo "strogonoff de carne para una sola persona" o calculo proporcionalmente las cantidades que serían para una persona? No, la última es cualquiera. A menos que comas doscientos gramos de carne y dividas todo lo demás entre diez. Finalmente te van a servir los conocimientos adquiridos en la facu. Jaja, cualquiera, aprendiste a dividir en la primaria. En fin. Se ve que no voy a poder, porque dice "tres cucharadas de manteca", y ¿qué voy a hacer? ¿Voy a poner 0,3 cucharadas de manteca?. No, voy a buscar para una sola persona.

Nada, no aparece nada. ¿Qué onda si compro carne y la meto adentro del horno? No, seguro que queda horrible. Dura y sin gusto a nada. Veamos mejor si puedo hacer los brownies. No deben ser taaan difíciles de hacer. A ver, "receta de brownies de chocolate".

Bueno, ya empezamos mal. "Calentar el horno a 180º-200º". ¿Cómo carajo se hace eso? ¿Cómo sé la temperatura? Y además no sé cuanto tiempo es. ¿Por qué no dice? Que receta de mierda. Y esperan que una sepa cocinar. ¡Que las mujeres sepamos cocinar! ¡Pero si ni Google me ayuda!

Bueno, me cansé. Demasiado trabajo mental todo esto. Otro día será. ¿Fideos, entonces? God, no. Me termino la barra de chocolate que me quedaba. Sí, eso, al menos es chocolate. Y, el chocolate es chocolate, ¿entendés? Aunque sea la cena que no es lo mejor, pero siempre es lindo comer chocolate. ¿Sabés lo que leí la otra vez? Que para las mujeres comer chocolate es mejor que dar un beso, no sé por qué. Igual para mí es re mentira. Prefiero el beso toda la vida. Bueno, en verdad depende de que beso. Uno de Martín es mil veces mejor que comer chocolate. ¿Qué decís? Oops, nada, sorry. ¿Qué hacés pensando en Martín? Ay, nada, no sé. Fue mi inconsciente. Mi inconsciente habló, ¿entendés? Yo no sabía. En fin, que no hable más porque sino voy a descubrir cosas que no quiero descubrir. Martín quedó en el pasado. Re quedó en el pasado. Pero re, ¿entendés? No sé porque me salió eso, porque yo entiendo que ya no estemos más juntos. Aunque igual puedo hablar de sus besos, qué sé yo. Tampoco es que eso signifique que lo amo. No es nada. Me gustan sus besos y los prefiero al chocolate. Solo eso.

¿Estás segura que es sólo eso? Sí. O no. No quiero pensar más. Me como el chocolate y me voy a dormir. ¿No lo vas a hablar con Teresa? No, basta. Ya fue. Martín ya fue. Tendríamos que hablar del último beso, eso sí, pero bueno, no vamos a volver porque nos hayamos dado un beso. ¿O sí? ¿Será alguna señal? No, basta con el tema de Martín.

Me voy a dormir antes de que mi inconsciente me traicione de nuevo y yo termine diciendo algo que no quería decir. Bueno, andá a dormir, Agustina. Sí, es exactamente lo que voy a hacer. Lástima que sin comer strogonoff ni brownies. Pero, en fin. Mañana será otro día y quién te dice que no me ilumino con como se hacen las cosas que dice la receta y me salen bárbaros. ¿No me creés? Ya vas a ver. Mirá que no tenés idea de como cocinar, no sé que tal te van a salir. ¿Qué onda? Sos mi otro yo, me tenés que dar para adelante. Sí, sorry, tuve un momento Valentina. Sos lo más, Agus. Te va a re salir lo que cocines. Gracias, otro yo. Vas a ver que sí. Al final siempre me sale todo bastante bien, pero eso ya lo hablamos, ¿no?

lunes, 14 de septiembre de 2009

Día 123 - Planta baja, y golpe bajo.

Hace mucho tiempo, a los dieciséis años, yo era una niña inocente. Sólo había besado a un chico - Agustín, a quien conocí un verano en Punta del Este - y esa era toda la acción que mi cuerpo conocía. Pero, along came Martín, con quien desde el primer momento hubo una química fuera de lo común y las cosas empezaron a cambiar.

Después de vernos por tercera vez, sus manos ya no se quedaban tan quietas como al principio, y se divertían con mi parte trasera. Martín siempre me dijo que tenía linda cola, y que no quería dejar de tocarla nunca. Yo me reía.

A los dos meses de estar juntos, las cosas ya se habían puesto más calientes, y ya sus manos se deslizaban por mi parte delantera. Si le sumamos el hecho de que muchas veces nos encontrábamos cuando mis padres ya se habían dormido, y yo le abría la puerta en camisón, obtenemos como resultado poca ropa de por medio y hormonas adolescentes muy alborotadas que luchaban por llevar las cosas al próximo nivel.

Sin embargo, la tierna Agustina no quería perder su virginidad con una persona con la que no estaba de novia. Pensaba que era lo único que Martín quería y que en seguida de obtenerlo la dejaría ya que no estaban en una relación.

Así fue que empezaron a buscar otras maneras de divertirse sin llegar a eso. Y, la ingenua Agustina, decidió compartir esa información con su entonces mejor amiga, Valentina.
- ...y estábamos solos en su casa, y las cosas se empezaron a calentar cada vez más. Y yo me moría de ganas de estar con él, pero me daba miedo. Entonces no llegamos a hacerlo.
- Sí, tenés que aguantar, porque sólo te quiere para eso.
- Sí, qué sé yo. Es obvio que yo lo amo y él no, pero no sé si es solo para eso. Bueno, cuestión que yo no quería llegar a eso, pero...
- ¿Pero?
- Pero...bajé a su planta baja. Y después él también.
-¡¿Que hiciste qué?!
- Ay, boluda, calmate. Todo el mundo lo hace.
- No, es de puta. Te estás rebajando.
- No digas pavadas, por favor.
- ¡No son pavadas! Es un asco lo que hiciste. ¡Que asco chupar una cosa de esas!
- Ay, boluda, pará. No fue un asco ni en pedo.
- ¡¿Qué?! ¿Me vas a decir que te gustó?
- Qué sé yo, no estuvo mal. Y cuando él me lo hizo a mí, ¡no estuvo para nada mal!
- Que asco, que asco, que asco - dijo, y se tapó los oídos. - No quiero escuchar más.
- Ok, no escuches más. Ya veo que no se te puede contar nada.
- No, esas cosas no me cuentes. No quiero saber que mi amiga es una puta.
- ¡Golpe bajo! No te soporto más. Me voy a mi casa.
- Andate. No quiero escuchar más cosas así de vos, es todo demasiado asqueroso.
- Callate. Te morís de ganas por tener un poco de acción. A esta altura debés tener telarañas en tu nena.
- Prefiero estar así que ser como vos y andarme rebajando de esa manera.
- Jajaja, seguro que sí. Mientras los viernes yo estoy divirtiéndome con Martín vos estás acá sola. Seguro que te re divertís.
- Me divierto, sí. Y de una manera sana.
- Ay, chau, me voy. No te soporto un segundo más.
- Andate. ¡Y no me des un beso con la misma boca que estuvo en el paquete de Martín porque me muero del asco!

domingo, 13 de septiembre de 2009

Día 122 - La pregunta del millón

Desde el día que hablamos que las cosas con Sebastián están bien, pero raras. Superficialmente, está todo bien, él y yo estamos bien y las cosas entre nosotros están bien. Pero no hay que hurgar muy hondo para darse cuenta de que la palabra "bien" poco tiene que ver con el estado de nuestra relación.

Ayer vino a mi casa, pedimos comida, y miramos Vicky Cristina Barcelona tirados en la cama. Debo decir que agradecí haber sacado la película de tarde, porque la charla entre nosotros durante la cena no fluyó como otras veces. Cada vez que nos poníamos a hablar de algo, él cortaba la conversación para hacer una pregunta sobre cómo manejo todo lo del casamiento. Yo entiendo que le dé curiosidad, pero tampoco es que quiero hablar todo el tiempo de eso. Yo sé que debe ser raro para él mi situación, pero creo que tampoco es necesario saber hasta el último detalle.
-¿Y qué hacés si un día viene a tu casa un familiar sin avisar? - preguntó.
- Y...no sería muy divertido. Tendría que hacer como que Martín está en el trabajo o algo por el estilo. O en la facultad, qué se yo. ¿A vos como te está yendo en la tuya?
- Bien. Pero, esperá, contame. ¿Y qué onda si pasa más de una vez que él no esté? ¿No empezarían a sospechar?
- Sí, supongo que sí. El tema es que yo no me fui de mi casa en muy buenos términos, entonces mis familiares saben que no son bienvenidos, ¿entendés? Dudo que vengan sin avisar.
- Ah, claro. ¿Y si te avisan qué hacés? ¿Viene él para acá y actúan como si estuvieran casados?
- Sí, ya pasó una vez. Che, contame. ¿Cómo va todo en el laburo?
- Bien, bien. Pero, contame una cosa más. Entonces él viene como tu marido, pero si les empiezan a preguntar cosas sobre la conviviencia y eso qué hacen?
- A veces arreglamos algunas cosas desde antes. Decidimos que vamos a decir si nos preguntan tal o cual cosa. Y, sino, vamos improvisando. Hasta ahora viene saliendo todo bien - dije.
- Pero...¿y si se dieran cuenta de todo qué pasaría?

Y me quedé pensando. Le había podido contestar a todo el resto de las preguntas sin vacilar, pero esta era distinta. Esta era la pregunta del millón.
- No sé - contesté. - Te juro que no sé.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Día 121 - Oasis

Y, en el medio de toda la locura con Sebastián y Martín, entre tanta confusión y tantos sentimientos mezclados, recibo un mensaje que me hace sonreír y me tranquiliza.
"Desculpe q no le abise q iva a qdarme tanto tiempo, mi ermana necesito mas alluda de la que yo pensaba. Pero no ce preocupe, ya bolvi".

viernes, 11 de septiembre de 2009

Día 120 - La presentación de Martín a toda la familia (IV)

Mientras íbamos hacia la puerta yo sentía una vergüenza tan grande que no me entraba dentro del cuerpo. Quería salir de ahí, de ese lugar, de esa familia con la que no compartía (ni comparto) absolutamente nada. Tenía ganas de salir corriendo, de no volver a mi casa nunca más. De no verle la cara a nadie, ni tener que soportarlos, para nunca en mi vida volver a escuchar cosas como las que se habían dicho esa noche.

Y, además, no sólo me sentía mal porque ellos eran unos imbéciles, sino que había arrastrado a Martín y a su familia ahí. Ellos, que no tenían nada que ver, tuvieron que padecer una cena como la que acabábamos de tener y yo me sentía horrible por eso.

Me deshice en disculpas. Les pedí perdón de todas las maneras posibles y, para mí sorpresa, fueron extremadamente comprensivos.
- No te preocupes, en serio - dijo Rosanna. - No es tu culpa.
- Ya sé que no, pero me siento mal por haberlos hecho venir. No tenían porque soportar todo eso.
- Bueno, pero lo tenías que hacer para poder irte. Y, de verdad, después de hoy entiendo perfectamente porque no los soportás más. Con todo respeto - dijo Jorge, y se rió.
- Por favor, Jorge. Son unos imbéciles. De verdad que me da vergüenza mi familia. No puedo creer que soy parte de eso.
- No sos parte - dijo Ronit, la hermana mayor de Martín. - No sos como ellos.
- En cierto sentido soy, porque a fin de cuentas son mi familia. Aunque no tengamos nada en común.
- Pero no, no lo sos. Porque te enfrentaste a ellos, demostrándoles que no sos así. Y mirá que no es fácil ponerse en contra de la familia - agregó Martín.
- No, no fue fácil. Y sé que ahora de alguna manera me la van a querer cobrar.
- ¿Decís? - preguntó Martín.
- Sí, esta no me sale gratis. Estoy segura.
- No me sorprendería que te hicieran algo - dijo Yael, la hermana menor de Martín. - De verdad, te compadezco. Si esta noche fue terrible, y duró sólo dos horas, no me puedo llegar a imaginar lo que fue convivir con ellos durante veinte años.
- Sí, yo tampoco. Menos mal que con lo del casamiento te vas a ir, aunque requiera que pases por el altar con mi hermanito querido - dijo Ronit, mientras abrazaba a Martín.
- ¡Y qué hermanito que tenés! Le voy a estar eternamente agradecida por esto - contesté.
- Ya fue, Agus. Con el pasaje ya arreglaste todo. No sabés lo que fue ver a Nacho - agregó mi (actual) marido.
- Me imagino, querido. Además, era lo mínimo que podía hacer por vos después de todo lo que estás haciendo por mí.
- Don't worry, en serio - dijo Martín, y sonrió.
- Bueno, no me preocupa. Lo que sí me preocupa es no indemnizar a tus padres y a tus hermanas por los daños y perjuicios asociados a la noche de hoy.
- Jajaja, no te preocupes, en serio - dijo Rosanna.
- No, quiero hacer algo. ¿Puedo, aunque sea, invitarlos a todos a tomar un helado o a comer un postre rico? A fin de cuentas nos levantamos en el medio de la comida.
- Bueno - dijo Jorge. - Con algo rico todo se arregla.

Y así terminamos Martín, toda su familia y yo, tomando helado y tratando de tomarnos con humor todo lo que había pasado en esa noche tan peculiar. Para ellos, por suerte, el tema terminó ahí. Por desgracia, para mí, recién estaba empezando.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Día 119 - La presentación de Martín a toda la familia (III)

- Rosanna, Jorge, ¿ustedes son algo de Sara e Isaac? Por el apellido, digo.
- No, Rebecca. La verdad es que no sé quienes son - contestó Rosanna, la mamá de Martín.
- Ah, porque son de los principales donantes de la sinagoga XXX. A él siempre lo hacen pasar al frente a sostener la Torah - replicó mi abuela. (La Torah es el libro sagrado, y supuestamente es un honor poderla tocar).
- No, no sé quienes son - dijo Jorge.
- Qué raro, porque son muy conocidos dentro de la colectividad - dijo el diablo.
- Ah, capaz que no lo conocemos porque nosotros no somos precisamente muy "cercanos" a la comunidad - acotó Rosanna.
- ¿Cómo que no? ¿Cada cuanto van al templo?
- Y...en Rosh Hashaná y Iom Kipur - dijo Jorge. (Rosh Hashaná es año nuevo, y Iom Kipur el día del perdón. Son las fechas más sagradas del año).
- ¡¿Qué?! ¿Y los viernes?
- No, no vamos todos los viernes - contestó Yael, la hermana mayor de Martín.
- Y yo tampoco, abuela, así que no sigas -dije. El "abuela" fue por gusto, porque ella no me deja decirle así. Tengo que decirle Rebecca, porque supuestamente ella no parece mi abuela, entonces para qué voy a hacer que todo el mundo se entere. Si ella es tan juvenil, que en una época le decía a todos que era mi hermana. Qué loser, por dios.

- Bueno, yo sé que vos no sos como a mí me gustaría que fueras, pero pensé que si te casabas con un chico judío tenías esperanza.
- ¿"Tenías esperanza"? - pregunté incrédula.
- ¡Claro! Yo pensé que ibas a empezar a hacer actividades con otros chicos judíos, ir a lugares para jóvenes, estar en la comunidad. Todas esas cosas que están bien vistas.
- Nunca fui de hacer esas cosas y menos voy a empezar ahora. Y, para que te quede claro, ¡me chupa un huevo qué está bien visto y que no!
- Bueno, pero a mí no. ¡¿Qué van a decir mis amigas si saben que te casaste con un goy?! - chilló. (Goy = palabra muy despectiva para designar a la gente no judía. Típica de mi abuela, mi tío Daniel y mi madre).

- ¡Callate la boca! - grité.
- Agustina, ¡no le hables así a tu abuela! - intervino mi madre.
- Le hablo como quiero, especialmente cuando dice idioteces. ¡Y te tendría que hablar peor a vos que escuchás toda esta sarta de pavadas y te quedás callada!
- ¡Qué barbaridad! - chilló mi madre.
- ¿Qué barbaridad? ¡Qué barbaridad ustedes dos! Ustedes dos y toda la familia. Tengo los huevos al plato de escucharlos hablar así, con ese tonito despectivo de mierda para los no judíos. Odio la palabra goy. La odio. ¡Y encima Martín es judío, así que no entiendo que problema hay!
- El problema es que la familia de tu futuro marido no supo explicarle a él lo importante que era seguir la religión. Miralos, apenas van a la sinagoga dos veces por año, pobrecitos. Se ve que no entienden nada - dijo mi abuela, y tomó un sorbo de coca, como si nada.
- Decís una sola palabra más y no te vuelvo a hablar - dije.
- Tengo mucho más que una palabra para decir. ¡Mucho! ¿Qué diría tu abuelo si supiera que te vas a casar con alguien así?

- Te lo advertí, abuela. Rosanna, Jorge, Martíncito, Yael y Ronit, nos vamos.
- ¡Ay, pero qué melodramática!
- ¡Callate de una vez! - dije mientras agarraba mis cosas.
- Agustina, ni se te ocurra irte así- intervino mi madre. - Dejá de hacerte la actriz, y volvé. Haceme el favor.
- ¡Callate vos también! - contesté.

Mi madre se tapó la boca, como diciendo ¡Qué horror!, y yo me sentí genial porque, por primera vez en mi vida, me había enfrentado a ella. Con audiencia y todo. Mientras caminaba con mi supuesta familia política hacia la puerta se escuchaban los gritos de mi abuela.
- ¡Seguro que encima van a uno de esos templos en los que dejan que hagan la Bar Mitzvah chicos que no nacieron de madre judía! Y ahora nuestra familia se va a mezclar con la de ellos. ¡Que desgracia! Por favor, que alguien me traiga un vaso de agua que estoy a punto de desmayarme.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Día 118 - La presentación de Martín a toda la familia (II)

- La verdad es que sí es genial. No te vendría para nada mal bajar unos kilos - contestó Rebecca, mi abuela, la peor abuela de la historia.
- Por supuesto que sí. Ya estaba esperando tu comentario sobre eso. Al fin llegó.
- Y bueno, si ni siquiera te preocupás en ahorrar en comida por lo menos podrías hacer ejercicio después para bajar todo.
- ¡Y dale con ahorrar! Te acabás de hacer un viaje de mínimo diez mil dólares. Te pido por favor.
- Bueno, pero te aseguro que cada vez que pude ahorré, porque no hubo un sólo día en que no me haya robado una medialuna del desayuno.

Durante todo ese tiempo, había estado tan enfrascada en la conversación y tan molesta por lo idiota que era mi abuela, que ni me acordé que Martín estaba ahí con su familia. Cuando levanté la vista, los vi a todos callados, comiendo en silencio y tratando de disimular su incomodidad.

- Bueno, abuela, te felicito por los veinticinco dólares que te ahorraste. ¿Podemos cambiar de tema? Hasta donde sé, esta es una cena de presentación de mi marido y no una comida para debatir como lograr ahorrar centavos de dólar cuando estás de viaje - dije, en un tono muy poco amigable.
- Ay, bueno, chiquita. ¡Qué histerica que estás! Incluso más que siempre. Yo no sé como encontraste un tipo que este dispuesto a soportarte con ese carácter.
- Bueno, pero para sorpresa de todos, encontré a alguien. Con mi supuesto sobrepeso, y mi carácter de mierda.
- Ay, te voy a tener que lavar la boca con jabón si seguís hablando así - dijo mi abuela, notoriamente incómoda. - En fin, Martín, contame. ¿A qué te dedicás?
- Estudio Administración de Empresas, y trabajo con mi padre en la suya - contestó.
- Ah...estudiás y trabajás, qué bien. Los dos estudian y trabajan. Yo no sé que van a hacer cuando tengan hijos.

Miré a Martín, que me miró como diciendo "contestá vos".

- Por ahora no vamos a tener hijos, cuando sea el momento, veremos.
- Bueno, pero ya tendrían que ir pensando en el futuro. Viste que las mujeres tenemos que dedicarnos a...
- Sí, ya sé lo que pensás - dije para interrumpirla. Lo que menos quería era una charla sobre el rol de la mujer en la sociedad y bla bla bla. - Pero bueno, para cuando tengamos hijos ya nos vamos a haber recibido los dos, así que sólo vamos a trabajar.
- Bueno, pero igual, no me parece. Alguno va a tener que dejar de trabajar.
- Abuela - dije cortante. - Ya veremos en otro momento.

Los padres de Martín y sus hermanas, masticaban su comida sin emitir palabra. Desgraciadamente, mi abuela se percató de esto y les empezó a hablar. Y acá vino lo peor, porque una cosa es que me diga pavadas a mí, y otra muy distinta es que vayan dirigidas a los padres de Martín, que en realidad no estaban ahí porque iban a ser mis suegros, sino a modo de favor.

Y, definitivamente, no se merecían todo lo que se vino después.

martes, 8 de septiembre de 2009

Día 117 - Flashback: la presentación de Martín (I)

Quedé en encontrarme con Martín y su familia abajo de la casa de mi abuela, una noche de marzo de este año. Como estaban mis padres adelante, no me pude disculpar de nuevo por haberlos hecho parte de semejante situación. Iban a tener que bancarse una cena que iba a ser bastante peculiar, por decirlo de alguna manera.

En el instante que abrimos la puerta, ya me quise morir de vergüenza. Se escuchaba a mi tío Daniel, desde el sillón, contando otra de sus historias.
-...entonces agarré una medialuna del buffet, la corté al medio, le puse jamón y queso y la envolví para llevar. Cuando levanté la vista el guardia de seguridad me hizo señas de que no me la podía guardar, pero a mí nadie me dice lo que hacer, eh. Entonces, lo miré y me fui corriendo. El tema es que es culpa de ellos, no tuya, viste. Tenés toda la comida ahí, podés agarrar todo lo que quieras, ¿cómo no te vas a llevar algo para después?
- Te dejan servirte todas las veces que quieras porque asumen que no te vas a robar comida, tío - dije desde la puerta.
- No, pero todos lo deben hacer - contestó.
- No, no todos lo hacen. Hay gente que va con poquísima plata y aún así no se roba comida del hotel. Si lo hacés, es de amarrete - dije, y lo fulminé con la mirada. - En fin, les presento a todos a mi futuro marido, a mis futuros suegros y a mis futuras cuñadas.

Todos se saludaron, hubo un poco de small talk entre ambas familias, y luego apareció mi abuela diciendo que pasáramos todos a la mesa.
- ¿De qué hablaban recién? Me pareció que dijiste algunas cosas que no eran propias de una princesa, Agustinita - dijo mi abuela. Si hubiera tenido una pistola, le hubiera pegado un tiro ahí mismo, por estúpida. Odio que me diga "Agustinita" con todo mi ser, pero aborrezco todavía más cuando me dice que tengo que ser una princesa.
- Dije la verdad. Una medialuna no vale nada. Si te la robás del desayuno del hotel es porque sos tacaño. Punto.
- Ay, querida, no digas pavadas. Cuando vos estabas en Nueva York ibas dos veces por día a Starbucks como si fueras millonaria. La gente "sabia" no hace eso. Yo ya te había explicado todo lo que tenías que hacer para ahorrar unos dolarcitos.
- Sí, desgraciadamente, me acuerdo de todos esos consejos.
- ¡Eran buenos consejos! Vos no los usaste de terca que sos. ¿Saben lo que le dije? - preguntó mirando a todos.

Todos los familiares de Martín, y él mismo, negaron con la cabeza.

- Yo le dije a Agustina que en Starbucks un muffin sale casi dos dólares. Pero, si ella iba a un supermercado grande, podía comprar un paquete de seis, por más o menos cinco dólares. Quiere decir que se podía haber ahorrado más de un dólar por cada muffin si me hubiera escuchado.
- Prefiero gastar ese dólar - contesté firmemente.
- ¿Es que sabés cuál es el tema? Que de entrada si vas a un lugar en el que el capuccino sale tres dólares ya está mal. Pero bueno, si querés podés tomarte el capuccino de ahí, y llevarte un muffin del paquete de seis en la cartera. Pagás el café caro, pero ahorrás en el muffin, entonces no es tan grave.
- Claro, eso no es tan grave, pero no es la situación ideal. ¿Saben cuál es? - pregunté, mirando a todos, en un tono por demás irónico.

Todos volvieron a negar con la cabeza.

- El ideal es ahorrar en el capuccino, y también en el muffin. Entonces, lo que tenía que hacer según mi abuela, era llevarme los sobrecitos esos de café que hay acá, que no valen nada, porque según ella "ponés el sobrecito en el agua caliente y listo, ya tenés un café". Y quedarme en el cuarto de hotel, tomando ese café y comiendo el muffin del paquete de seis. Porque total, es el mismo café, y total, es el mismo muffin pero en Starbucks te roban. Entonces, para qué voy a ir hasta ahí, si total, es lo mismo.
- Claro, ¡es lo mismo! Fijate que no tiene sentido gastar en esas cosas. ¿No era lindo quedarte en el hotel tomando el café? Seguro que sí. Y sino, ¡seguro era más barato!
- Claro, sí, mucho más barato. ¿Y sabés que hubiera sido todavía más barato?
- A ver, decime. Capaz que algo aprendiste de mí a fin de cuentas.
- Lo más barato...¡hubiera sido no comer durante todo el mes! Mirá que bien, no pagaba ni el café, ni el muffin. Y además de todo, también cubrimos otro tema que a vos te preocupa tanto, el de mi supuesta gordura. Fijate que si no comía durante todo el mes, ¡seguro que no engordaba! Genial, ¿no?